sábado, 23 de marzo de 2013

SERGIO PITOL



Los escritores de la talla de Sergio, humanistas a carta cabal,  enciclopedias ambulantes, se están extinguiendo lentamente, son remplazados por una clase intelectual focalizada, especializada en temas muy puntuales, informada más no profunda, la revolución de las comunicaciones constituye la plataforma desde donde se desarrollan y se imponen implacablemente. Hoy se ha perdido el talante universal de la cultura occidental. Sergio cumplió 80 años. Su trayectoria en materia literaria es rica en aportes y constituye un icono para las letras hispanoamericanas y para el mundo. Es uno de los traductores más importantes de Latinoamérica con más  de cuarenta libros de autores como Jane Austen, Joseph Conrad, Antón Chéjov, Tibor Déry, Witold Gombrowicz, Robert Graves, Henry James, Malcolm Lowry, Bruno Schulz, Lu Hsun, entre otros. n abril de 2006, recibió el Premio Miguel de Cervantes de Literatura en Lengua Castellana 2005 (España), máximo reconocimiento a la labor creadora de escritores españoles e hispanoamericanos cuya obra ha contribuido a enriquecer el patrimonio literario en lengua española. El también ganador del Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo 1999, es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua desde 1997.
Con el aniversario se han editado sus traducciones más importantes y novelas: Un drama de caza, de Antón Chéjov (Rusia); Madre de reyes, de Kazimierz Brandys (Polonia); Las puertas del paraíso, de Jerzy Andrzejewsky (Polonia); y Washington Square, de Henry James, además de la autobiografía Adiós a todo eso, de Robert Graves (Inglaterra). Las obras se unen a cinco más publicadas previamente como parte de esa colección: las novelas La vuelta de tuerca, de Henry James (Estados Unidos); Diario de un loco, de Lu Hsun (China); Emma, de Jane Austen (Inglaterra); y El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad (Polonia-Inglaterra), así como el libro de cuentos El ajuste de cuentas, de Tibor Déry (Hungría)”.
Entre sus títulos más conocidos destacan: Tiempo cercado (1959), No hay tal lugar (1967), Infierno de todos (1971), Los climas (1972), El tañido de una flauta (1973), Asimetría (1980). También Nocturno de Bujara (1982), cuento por el que recibió el premio Xavier Villaurrutia; El desfile del amor (1984), novela con la que obtuvo el premio Herralde; La casa de la tribu (1989); De la realidad a la literatura (2002), y El mago de Viena (2006).
“Nació en Puebla el 18 de marzo de 1933. Se licenció en derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México, y ha sido titular de esa carrera en su alma máter, en la Universidad Veracruzana de Xalapa y en la Universidad de Bristol. Fue miembro del Servicio Exterior mexicano desde 1960, para el que ha trabajado como agregado cultural en París, Varsovia, Budapest, Moscú y Praga. Su paso por Moscú  afianzó en él su afición por la literatura rusa en general y por Antón Chéjov en particular. Además residió en Roma, Pekín y Barcelona por motivos de estudio y trabajo. En esta última ciudad vivió entre 1969 y 1972 traduciendo para varias editoriales, entre ellas Seix Barral, Tusquets y Anagrama (la cual publica sus obras en España). Actualmente vive en Xalapa, capital del estado mexicano de Veracruz. Siempre ha estado vinculado a la cátedra. Con Octavio Paz y Alfonso Reyes es una reserva literaria de más hondo calado, son verdaderos ejes, por donde indagar la cultura de este país hermoso y variopinto. Su obra, a propósito de este aniversario  necesariamente debe ser estudiada, ha sido  re-editada en su totalidad y esta a la mano.”
Sergio es un férreo defensor de los derechos humanos. El estado nunca podrá estar por encima del ser humano, afirma.  No acepta que se aduzcan razones de estado para violar derechos humanos. Su lucha en este sentido es un ejemplo para la juventud actual, que ha resultado enorgullecerse de ser apolítica y distante de los procesos sociales, en una región llena de inequidades.
Jorge Pitol, escribió un ensayo hermoso sobre aspectos muy particulares de su obra.  Se llama el “Arte de la memoria de Sergio Pitol”:
Tal como fue entendida desde la Antigüedad clásica hasta bien avanzado el siglo XVIII, el Arte de la Memoria no era ni un simple divertimento ni una herramienta para tratar de petrificar el pasado —una de las obsesiones permanentes de los seres humanos—ni una técnica usada por comediantes o embaucadores, sino un vehículo indispensable de conocimiento, una disciplina propia de sabios y filósofos. Como dice Cicerón en De Ora tore, “quienes deseen educar esta facultad han de seleccionar lugares y han de formar imágenes mentales de las cosas que desean recordar, y almacenar esas imágenes en los lugares, de modo que el orden de los lugares asegure el orden de las cosas, de modo que las imágenes de las cosas remitan a las cosas mismas”. Aunque la técnica pareciese sencilla, dominarla requería años de entrenamiento: la imaginación se convertía, así, en un instrumento privilegiado a la hora de asomarse al mundo y sus misterios, capaz por tanto de representarlo ordenadamente. En los textos de -Una autobiografía soterrada, Ampliaciones, rectificaciones y desacralizaciones-, Sergio Pitol parece evocar conscientemente este arte ancestral, aplicado en este caso a revelar —siempre de manera sutil o, como él sugiere, soterrada— las conexiones secretas entre su vida y su obra.  Sabemos perfectamente, gracias a su segunda trilogía, conformada por El arte de la fuga, El viaje y El mago de Viena, que Pitol es un memorialista exquisito, capaz de enhebrar autobiografía, ensayo y ficción en un solo flujo narrativo, pero en esta especie de apéndice acentúa el lazo entre su poética y su experiencia o, yendo un poco más lejos, de hecho asienta los vínculos indisolubles entre su forma de entender la literatura y el papel que ésta ha desempeñado a lo largo de su vida. Ya desde el primer texto de este volumen, el exquisito y desconcertante “Diario de La Pedrera”, Pitol no duda a la hora de señalar la poderosa correspondencia entre los lugares entendidos aquí no sólo como sitios físicos, sino como lugares mentales— y los recuerdos: ingresado en la Clínica de La Pedrera, en La Habana, Cuba, para un tratamiento de ozonificación de la sangre —un procedimiento que suena casi alquímico—, Pitol sufre una anamnesis y, con una “energía física y mental desde hace tiempo desconocida”, regresa al momento de su primer viaje a Cuba, a su juventud y, de manera aun más significativa, al momento en que se convirtió en escritor”.
La cita no resulta extensa por la calidad del texto. Sergio amerita ser evocado y de hecho su obra perdurará y resulta ser clave para entender no solo a México sino a la propia Latinoamérica desde una perspectiva estética. Como siempre leerlo es el menor homenaje.