miércoles, 14 de mayo de 2014

BARENBOIM UN FENÓMENO CONTEMPORANEO

luis Fernando Zuluaga.

Daniel Barenboim ha demostrado que la música puede traspasar todas las fronteras. Como ciudadano del mundo, el artista puede derribar prejuicios y construir puentes entre los pueblos, sin pretender con ello, convertirse en político.
Barenboim siempre se ha interesado por lo humano. Con la música ha creado canales de entendimiento y reconciliación en Oriente Medio. La esencia humana es igual en todos, más allá de credos y razas. Hay una sola nación, la humanidad, y el ideal de Beethoven en el Himno a la alegría es la fraternidad, la unión entre la gente; así las guerras se creen por los tiranos, con la dominación a la fuerza, contra la vida y la sensatez.
Argentino de abuelos rusos, toca el piano desde los cinco años, es considerado un fenómeno trascendental en la pianística contemporánea, además de excelso director de orquesta.
Guiado mentalmente por Spinoza, siempre busca nuevos caminos, recrear cada vez más los intensos sentimientos de los compositores, contagiar, ser guía, maestro. Y lo ha logrado con creces, ejecutando con lujo de detalles su misión.
Conoció a Furtwrangler en Austria para estudiar dirección. Ha estado en el podio de las mejores orquestas del mundo. En Bayreuth, templo wagneriano, condujo por primera vez en 1981. En 2011 funge como director de orquesta en la Scala de Milan. En la entrega del Premio Wolf en 2004, fue controversial en su discurso, cuestionando la acción de Israel contra los palestinos.
La orquesta Divan de Oriente y Occidente creada por él conjuntamente con el intelectual palestino Edward Said, para unir naciones en conflicto, para formar artistas altamente sensibles. Es una orquesta multinacional.
La música transforma los seres, la violencia es miedo, es opresión; el arte es libertad, elección, sentimientos sin discriminación.
El magnetismo y fortaleza de Barenboim son fruto de un trabajo consagrado, concienzudo, amoroso, de espíritu.
La música es una revolución que une la gente, la libera, es un tesoro invaluable. “La tierra es suficiente para que todos vivamos en armonía”, pregona él con gran optimismo. Dice que Wagner fue uncido por los nazis como un profeta, todos lo sabemos, pero es inocultable que fue un gran genio y vidente del arte.
Con respecto a la ética y la estética del creador, nunca deben separarse, es otra de sus afirmaciones.
¿Cómo es posible que alguien como Hitler llorase escuchando Lohengrin? ¡Qué hombre extraño!
La educación musical debe tocar el alma, es una expresión de ella, es también algo físico, sigue afirmando.
Cuando se olvide educar a la gente, los valores más preciados quedan en la oscuridad, como enterrados y se vive de cualquier manera, exponiéndonos a la toxinas del consumismo.
Dice que el ser humano ha hecho que el mundo cambie, y él no ha cambiado. Como pensador Barenboim, no desconoce que el arte puede hermanarse con la filosofía, e incluso con la religión como actitud libre en busca del Creador, ese ser que es la fuente de todo lo que existe y que debemos hacerlo conocido en nuestra vida y en nuestros actos.
Este artista nunca ha sido ajeno a la problemática de nuestro tiempo, cuestionando como ninguno todas las aberraciones que dividen, que alienan.
El piano nos da un contacto físico con el sonido, enfatiza Barenboim, además hay un placer sensual y digital. El mensaje espiritual de la música es lo que se debe transmitir, su esencia es lo que debe impregnarse, lo que debe quedar en la memoria del oyente, es otra de sus sentencias.
La rutina es enemiga del músico; por ello debe propender por descubrir nuevas conexiones que hagan irrepetible la música. El goce del intérprete es sentirse siempre nuevo, fresco, vital.
Cuando Barenboim dice que la creatividad, la perspicacia y la curiosidad son el secreto de todo, está reafirmando la necesidad de no cesar nunca en las inquietudes, y ser constantes en la búsqueda de la excelencia, de la superación de lo conocido.
La música se presiente, se respira, está en el espacio, en el silencio, en el gesto, en la actitud. El ritmo secreto de la vida, es música es un sonido que se expande o se comprende de acuerdo a nuestro entendimiento.
Liberar para expresar es vivir con intensidad, la música verdadera es intensidad, anhelos de trascendencia, contacto intuitivo con todos los planos de la existencia, conciliando los opuestos, modelando el sentir, cohesionando, activando la búsqueda.
A Barenboim le cabe la frase: “el oficio es un modo de pensar la vida”, porque él vive, piensa y se relaciona con el mundo desde la música. La vida tiene mucho que aprender de la música, porque a través de ella descubrimos sentidos no conocidos, descubrimos la emoción como una llave de elevación.
Para este músico argentino-israelí su vida no ha sido sólo tocar música, sino proyectarla existencial y socialmente, intentando ver el vínculo entre obra y pensamiento.
Su búsqueda incansable lo ha llevado a interpretar un amplio repertorio musical, hace énfasis en desarrollar una idea de continuidad: en el estilo, las ideas, y las búsquedas estéticas. Su convicción profunda en el poder universal de comunicación de la música, tiene cuatro vertientes que se entrelazan para verificar ese credo: sus especulaciones filosóficas, la polémica con el historicismo, su entrada a la música contemporánea de la mano de Pierre Boulez, y la iniciativa de la orquesta Divan de Oriente y Occidente.
Barenboim se apropia de la fenomenología del sonido, porque éste se desplaza en una multiplicidad de dimensiones, desde lo más simple y elemental, como son las propiedades acústicas del sonido y la representación cerebral de un motivo melódico escuchado, hasta los aspectos más sutiles y abstractos que conciernen a la interpretación musical.
Con respecto a la tonalidad, este inteligentísimo músico ejemplifica, que todo parte de las contradicciones de la naturaleza humana. Una parte de la psique lucha por la libertad y la independencia sin tener en cuenta las consecuencias, tal como se demuestra en la lucha constante por alejarse de dicha tonalidad; mientras la otra sigue buscando la seguridad de la jerarquía y la autoridad, lo familiar.
Algunos rasgos de Barenboim al interpretar Beethoven, serían: limpidez de sonido, fluidez de frases, ardiente pasión, sublime inspiración.
Este maestro ha abordado en su singular trabajo musical, una profundización en el silencio, no sólo como parte integral de la música, sino como la dimensión metafísica desde donde se piensa el surgimiento del sonido.

LUIS FERNANDO ZULUAGA P.








viernes, 9 de mayo de 2014

JUAN ESTEBAN CONSTAÍN DESEMPOLVA SECRETOS DEL VATICANO



En el propósito de darle divulgación a los lanzamientos de la feria del libro venimos publicando las entrevistas realizadas por la prensa en ocasión a este gran evento. Constaìn es uno de los escritores más importantes, este texto me parece de suma importancia, no solo por el tema, la muerte de nuestro gran poeta Silva sino por la perspectiva desde donde lo asume.
Fue por casualidad, mientras leía una noticia en un periódico argentino, que el escritor payanés y columnista de este diario Juan Esteban Constaín se encontró la historia de un curioso proceso de canonización, que alguna vez se discutió en los corredores del Vaticano, al genial escritor británico G. K. Chesterton. Así nació 'El hombre que no fue Jueves', que se lanza este domingo en la Feria Internacional del Libro de Bogotá.
El escritor andaba investigando sobre la Primera Cruzada y sus personajes más excéntricos, pero la historia del autor inglés se fue creciendo en su imaginación hasta obligarlo a sentarse a escribir sobre ese frustrado camino a la santidad.
“Me pareció maravilloso, parecía como salido de una novela del propio Chesterton. Era increíble: una petición, elevada por los seguidores del maestro, para que la Iglesia iniciara el proceso de su canonización. ¡Y lo mejor es que Roma estaba dispuesta a tomársela en serio! Un amigo me dijo cuando estaba haciendo la investigación: ‘Falta el milagro’. Le respondí que no, que allí estaba: ‘Qué más milagro que los libros y el arte de Chesterton’ ”, anota Constaín. (Visite el especial multimedia de la 27a Feria del Libro de Bogotá)
¿Qué tanto de real y qué tanto de imaginación tiene el libro?
Lo justo de cada cosa para que nadie lo sepa bien, ni siquiera el autor. Están los hechos de la historia, la investigación, los datos reales que salen de los libros y los documentos; pero también están la vida y la invención: este mundo por el que caminamos todos a tientas, rodeados por cosas tan absurdas que serían imposibles, por improbables, en una novela. En la mía, como en la realidad, hay tanto de lo uno como de lo otro. Espero.
Dice el protagonista que Paolo Gabriele, otro personaje de su novela, extrajo los secretos más oscuros de la Iglesia. ¿Fue así? ¿Quién era este hombre?
Sí. Él era el mayordomo de Benedicto XVI, el famoso ‘Paoletto’. Parecía su sombra y luego se descubrió que se robaba los documentos y los secretos del Vaticano. Aunque su argumento para defenderse fue muy bueno: que estaba evitando una conspiración contra el papa. ‘Paoletto’ aparece en la novela porque en ella, entre los documentos que se roba, está el viejo proceso de la santidad de Chesterton.
Y detrás de esta figura gris subyace la idea del negocio. ¿Qué tan fuerte es ese tráfico de documentos históricos en Roma?
Pues ese mundo de las reliquias y los misterios siempre tiene su mercado. Siempre habrá algún Dan Brown que acaricia un gato y está listo para comprar truculencias y revelaciones. De eso hablo también en la novela, pero bajo la misma clave de todos los demás temas: la de la parodia.
El libro coincide curiosamente con la reciente canonización de dos papas. ¿Qué tan política es la creación de un santo? ¿Qué intrigas se mueven detrás?
Nada que haga la Iglesia católica –o cualquier otra iglesia, o cualquier persona– carecen de una dimensión política. Nada. Menos cuando hay tanto en juego. En los procesos de canonización hay toda clase de motivos e intereses y cálculos, y eso incluye a la política, por supuesto. A veces incluye hasta a la santidad.
¿Existió detrás del proceso de Chesterton algún interés particular?
Creo que es un testimonio de la gratitud de los lectores católicos de Chesterton, quien se convirtió en 1922 y fue uno de los teólogos más grandes de todos los tiempos. Es además un testimonio de gratitud por la literatura: reconocer que la ficción y la poesía son también un milagro, y que muchos podemos rezarle a un santo que tuvo la virtud del humor y de la compasión y de la tolerancia. Ya el gran Fernando Vallejo santificó a Rufino José Cuervo, y yo le rezo todos los días. A los tres.
Pero el verdadero proceso de canonización de Chesterton fue el de Pío XI, ¿cierto?
Ahí está la trama de la novela: en los presuntos servicios que Chesterton le prestó a Pío XI en el viaje que hizo a Roma en 1929.
¿Durante la investigación se encontró con otros procesos curiosos de canonización?
Todos de alguna manera lo son, y hay muchos que con solo transcribirlos parecerían sacados de una novela surrealista. Pero también suele pasar que va uno en busca de la santidad –de su historia, digo–, y se encuentra con cosas mejores: herejías y misterios, errores hermosos. Es que a veces no hay mayor herejía que la santidad.
¿Es cierto que el enviado del proceso fue un cardenal argentino de apellido Bergoglio (el papa Francisco)?
En mi novela sí. Pero hay un dato interesante de la realidad: pocos días antes de ser elegido Papa, el obispo Jorge Bergoglio escribió una carta a la Sociedad Chestertoniana de Argentina, o a alguno de sus miembros, autorizando que se rezara, en privado, una oración que pide la canonización de “San Gilberto”.
¿Alguien en particular inspiró el personaje de Cinzia, otra de las protagonistas?
Sí: ella misma: Cinzia Crivellari, mi profesora en Venecia y una de las personas más sabias que he conocido en la vida. Su método pedagógico es el mejor que pueda haber, la pasión. La llamé y le dije que si me dejaba ponerla en la novela, me respondió con su acento veneciano: “Llevo casi 60 años soportando la realidad, ¿te parece que a estas alturas me va a importar la ficción?”.
En un momento dado, el protagonista debe escoger el nombre de Percy Thrillington. ¿Hay acá implícito un guiño particular suyo a alguien?
Sí. Es un seudónimo que se inventó Paul McCartney para lanzar un disco instrumental, una joya, en 1977.
¿Cómo llegó a la estructura de un río que atraviesa grandes lagos, que le permite al protagonista divagar sobre otros temas como Casanova, los Beatles, Aby Warburg y Bernard Shaw?
Pues quería eso: contar una historia que atraviesa la novela, que es la historia de la santidad de Chesterton y los milagros y la fe. Pero con digresiones y saltos y extravíos todo el tiempo, para que el lector llegue tan perplejo al momento de la perplejidad, que allí le parezca que ya nada es increíble.
¿Cuál siente que fue el mayor desafío a la hora de lograr esta estructura?
Soltar las riendas y luego volver a cogerlas para no desbocarme. Es lo que intento hacer, y que está en muchos autores a los que adoro: Miklós Szentkuthy, Álvaro Cunqueiro, Javier Marías, Aulo Gelio, Giorgio Manganelli, por no hablar del propio Chesterton o de Cervantes. Pero al final, más allá de la estructura, lo que importa es la historia, el cuento.
¿Qué produce en usted Italia, que sin duda atraviesa la novela como telón de fondo, de una manera muy personal?
Italia es la otra mitad de mis orígenes: es el recuerdo de mi nonna, todos los días. Y produce en mí una gran nostalgia, que es la tristeza de cuando nos acordamos de una alegría.
¿Qué han significado los libros en su vida?
La mejor versión de la vida.
¿Cómo surgió esa extraña y deliciosa manía suya de catar los libros a través de su aroma?
Cada libro tiene su olor, su alma, su cepa; como la gente. Y a veces, no siempre, hasta el contenido de los libros se puede descifrar así. O eso quiero creer.
Las palabras parecieran ser otra de sus fascinaciones. Como ‘ahotado’, a la que usted le rinde tributo a lo largo del relato. Fue este uno de esos tesoros escondidos fascinantes que se encuentran los autores. Además de libros antiguos, ¿también colecciona palabras?
Iba a escribir ‘agotado’ y digité mal, me salió esa. La busqué en el diccionario y me gustó tanto que la dejé; quedó mejor, fue una serendipia. Y sí: las palabras son nuestro tesoro más grande.
En una parte el protagonista, que es un profesor, se refiere a unos nombres en particular: Alonso Quijano, Borges, Alfonso Reyes, Nicolás Gómez Dávila y Aby Warburg. ¿Han sido ellos, también, una especie de guías intelectuales en la formación de su pensamiento?
Sí. Aby Warburg fue el creador de la mejor biblioteca del mundo, regida por el azar. Y los otros nombres son también presencias tutelares en mi vida. Lo que escribo nace siempre de la gratitud por mis maestros. La literatura es la mejor de las celebraciones: sobre eso también es mi novela.
¿Por qué ‘El hombre que no fue Jueves’?
Es un homenaje al título de una de las mejores novelas de Chesterton: 'El hombre que fue Jueves'. Una novela que es sobre el bien y el mal, pero también sobre la manera en que la ficción va invadiendo y determinando a la realidad, hasta disolver la frontera tan tenue y risible que separa a la una de la otra. Y al final nadie sabe dónde queda qué, nunca.
Tras los recovecos históricos
Juan Esteban Constaín (Popayán, 1979) es historiador con énfasis en lenguas clásicas. En el 2003 publicó ‘Librorum’, obra filológica e historiográfica sobre los textos antiguos del Colegio Mayor del Rosario de Bogotá. También escribió la novela ‘¡Calcio!’, con la que obtuvo, en el 2010, el Premio Espartaco de la Semana Negra de Gijón (España), a mejor novela histórica. Allí aborda el cuándo y el dónde se jugó el primer partido de fútbol. Es autor de ‘Los mártires’ (2004), un libro de relatos sobre escritores, y ‘El naufragio del imperio’ (2007).
Relatos suyos han aparecido en las antologías ‘27 escritores colombianos’ (Planeta) y ‘Calibre 39’.
Así mismo, es docente universitario, columnista de este diario y conferencista.
¿Dónde y cuándo?
Juan Esteban Constaín presenta este domingo su nueva novela, ‘El hombre que no fue Jueves’, en el salón de Protocolo de Corferias. Allí conversará con Roberto Pombo, director de EL TIEMPO, a las 5:30 p.m.
CARLOS RESTREPO
Redactor de EL TIEMPO