lunes, 2 de junio de 2014

JUAN CARLOS ONETTI


Este personaje de la literatura actuó en la vida como mi cobardía no lo ha permitido hacer con la mía. Desdeñó de la sociedad, la despreció, develó sus imposturas en una obra que se anticipó a toda la grandeza del llamado Boom latinoamericano. Sus textos resultan ser un a priori a esa camada de grandes que engalanaron la literatura hispanoamericana, fue una generación que nos llena de orgullo por la calidad de su obra.  Relevo en Onetti con mucha nostalgia, el existencialismo arraigado de sus narraciones; sus posiciones radicales frente a la vida; lo evasivo con la prensa, evitó a toda costa sus manoseos; fue un solitario irredento, un bebedor de whisky de excelsas cualidades, entregado por completo a la literatura, desde el desarraigo acorde con su visión de la vida.
Su influencia más emblemática fue Willian Faulkner, no solo para armar sus novelas sino para fondearlas con  temas desapacibles. Lo que olvidan algunos de sus críticos más connotados fue que el “Pozo” (1939) se publicó diez años antes de que la literatura existencialista hiciera explosión en Europa, en carta blanca Onetti fue anterior a Sartre y Camus, por lo tanto es su precursor. Ivan Gabriel Villarroel Gonzáles, interpreta con absoluta lucidez esta novela corta, en una tesis magistral llamada “Limites en la escritura” con la cual obtuvo la maestría en la universidad Nacional de Bogotá. Esto escribió: “El pozo” es una novela corta que se describe a sí misma como las memorias de Eladio Linacero; no obstante, Linacero omite numerosos episodios de su vida, cuenta otros oblicuamente y los mezcla con fragmentos de fantasías sin desarrollar. Son unas memorias atípicas que reflejan el carácter escindido del narrador y su conflicto irresoluble con el mundo; están impregnadas no sólo de antipatía por los hechos de su propia vida, sino de un confeso desprecio por el lenguaje como medio para expresar sus ensueños; estos son el plano de su mundo interno incapaz de alcanzar en el plano escrito. sino de un confeso desprecio por el lenguaje como medio para expresar sus ensueños; estos son el plano de su mundo interno incapaz de alcanzar en el plano escrito”. Este es el tono de la mayoría de sus escritos, cargado de un escepticismo irreductible. Cuando se leen las novelas de Onetti, es el caso mío por lo menos, me brota un sentimiento de derrota, una especie de desidia, un escepticismo tenaz, como si  la vida la enfrentáramos con los dados cargados, me pasa algo similar a lo que viví con las novelas de Gabo, cuando las leo siento el calor del caribe, la atmósfera pesada de los pueblos de la costa, su ambiente solitario e inamovible repleto de historias inverosímiles.
Onetti nació en Montevideo: “Hijo segundo de un funcionario de aduanas descendiente de emigrados irlandeses (ONetty, parece haber sido el apellido original) y de una brasileña que pertenecía a una familia de hacendados gaúchos, desertó de los estudios de derecho a mitad de la carrera, y desde la temprana adolescencia frecuentó las redacciones de periódicos y revistas de ambas márgenes del Río de la Plata, viviendo alternativamente en Montevideo y Buenos Aires, ciudad esta última en la que se instaló por primera vez, y ya independiente de los suyos, cuando sólo contaba veinte años”. Vivió 25 años entre Buenos Aires y Montevideo. En Uruguay había obtuvo “el Premio Nacional de Literatura, en 1962, y en España se le concedió el Cervantes, en 1980, y un año antes el de la Crítica por Dejemos hablar al viento, votado por los especialistas en forma unánime como el mejor libro de habla española publicado durante 1979”. Después de sus primeros relatos (ganó un concurso del género, convocado por el diario La Prensa, de Buenos Aires, en 1934) se inició en la novela con El pozo (1939), durante el decenio siguiente, la narrativa occidental. Tras ella escribió Tiempo de abrazar (1940), Tierra de nadie (1941), Para esta noche (1943), Los adioses (1954) y Para una tumba sin nombre (1959), además de las sucesivas colecciones de cuentos Un sueño realizado (1951), La cara de la desgracia (1960), El infierno tan temido(1962) y Tan triste como ella (1963)”.
La “Vida Breve”, “El astillero” y Juntacadaveres” son un tríptico extraordinario, cuyo espacio es “Santa María” una ciudad imaginaria, habitada por los mismos personajes, personajes que se nos van imponiendo en nuestro inconsciente en la medida de la lectura, se nos convierten en seres reales, por su manera de llevar la vida, por esa actitud de rechazo frente a las potencias de la misma. En una biografía en la red encontré esta reseña que sintetiza el carácter del texto “La vida breve”[1], que sirve de colofón para entender toda su obra: “Los temas y la atmósfera que van configurando la producción de Onetti son comunes y sórdidos: la soledad, la prostitución, la rutina, el dinero. La vida breve (entre las mencionadas) es por su exasperado realismo una auténtica obra maestra: relata el desdoblamiento de un ser tímido y sin aliento, José María Braussen, que se inventa otro yo, José María Arce, personaje violento que planea un crimen. En ella se da la fundación de Santa María, una ciudad mítica y ficticia (como Macondo de García Márquez y Comala de Rulfo), de indeterminado emplazamiento rioplatense, escenario de todo el ciclo narrativo”. Lo más importante en este excelente escritor es el estilo. Hay creadores cuyo mayor aporte lo constituyen este acápite y además la perfecta estructura de sus narraciones, el universo de sus historias crea un espacio propio, tan real como la vida misma, tan es así, que le trasfiere al lector todos sus fantasmas.
Onetti en los últimos años en España ni siquiera se quería levantar de su cama. Se dejaba acompañar por un Whiskie mientras veía pasar entre lecturas la vida que de antemano sabía nunca cambiaría por la implacable estupidez humana. Ivan Gabriel Villaroel cita a Rama en su trabajo de Onetti, que este lo ubica en lo que él llama la Generación crítica, una corriente de intelectuales que adelantaron una labor de controversia y búsqueda de renovación en la cultura uruguaya desde el 39 hasta el 69, durante principios del siglo XX el Uruguay vivió una relativa bonanza económica y estabilidad social que permitió formar una fecunda cosecha de intelectuales; no obstante, desde el 39 ya surgían visos de una crisis latente y obras como las de Onetti daban cuenta de ella”.
Volver a la obra de este grande será un placer, incitar su lectura es una responsabilidad. Espero lo lean, de seguro no se arrepentirán.











[1] http://www.biografiasyvidas.com/biografia/o/onetti.htm