lunes, 21 de julio de 2014

GIORDANO BRUNO Y LOS FURORES HEROICOS



El nuevo Siglo de Bogotá ha venido publicando una serie  de artículos del escritor Colombiano Luis Fernando Potes que en mi criterio ameritan ser publicados en este blog, empezaré con el primero y espero entregarle a mis lectores la totalidad.


El presente criba el pasado. El pasado suele ser una proyección de preocupaciones y desahogo de fantasmas. Pero es más patético, es una rutina.
Al margen de ese devenir anodino, se están cristalizando vidas que ansían la luz, los llamados constantes, depositarios de una verdad que no es de nadie y que puede liberar a todos.
Ser, es una dignidad que comporta haber desentrañado auténticos significados vitales, haber traspasado un velo que detiene la comprensión de la infinitud, el escenario oculto de lo viviente.
Quién como Bruno, indagó y aprendió a vivir como un sabio, despreciando toda necedad humana, honores, apegos, ambiciones del yo que se aferran al mundo, puede proclamar con mirada transparente una percepción ligada a verdades centradas en la claridad.
Él fue visionario, su profunda capacidad de captar el universo y habitar la vida como un extraño, lo hizo asombroso y relator de maravillas.
No basta ser incomprendido, no hay que exponerse al mundo que tritura todo a su paso. La verdad de Bruno es para quien trasciende. Su inmenso amor por la verdad lo llevó a divulgar lo que descubría, y esto lo llevó al martirio.
El mundo es ciego y no ve más allá de la apariencia, de la inmediatez. Su obra es delirante, desafiante, tanto por la época, como por innumerables circunstancias históricas.
La tolerancia de esta época es la medida de lo mediocre, es un síntoma de decadencia, un triunfo de la ignorancia. Bruno es un ejemplo de excelsitud de pensamiento y respeto a la vida, y esto no se lo perdonaron. Es muy fácil que triunfe la bestia.
Bruno es una resplandeciente llama que jamás se apagará, porque portó el estandarte de los valientes que no se doblegan al poder servil de complacencias que deterioran la vida. Él es el profeta de un universo infinito poblado de mundos innumerables, habitados por seres inteligentes, luminosos.
Las guerras de poder retrasan el avance de una plenitud que se aplaza porque nadie puede decidirla, nadie puede otorgarla. Nadie libera a nadie, es un trabajo sinuoso de inmensa soledad, de interminable meditación; de conectarse con fuentes sensibles, ocultas a lo vulgar.
La madurez ardiente de Bruno lo eleva a percibir realidades estrambóticas para su tiempo, son cosmovisiones de un enajenado. Bruno está vigente, su visión relativista es un puente gigante que se erige para resolver muchas dudas. En él, el Uno alterna con lo cotidiano, es una comprensión de la totalidad. El Dios de Bruno lo penetra todo, su teología trasciende conceptos, es vívida. Su concepción espiritual es para crear una civilización más digna y honesta, llena de valores que exalten la vida, la liberen. El cielo es la imagen universal, lo que debería ser, si aclaráramos la conciencia.
El amor en la expresión bruniana es el heroico furor que impulsa al héroe a trascender su condición actual, a fin de explorar los secretos del universo y del saber. Un héroe furioso es el que mira en los espejos de la realidad en su anhelo de sondear la vida, el punto divino que armoniza los contrarios para concentrar toda su energía e inteligencia. Giordano Bruno ve en la naturaleza y en la mitología una manera de recrear en la imaginación un entramado que no es lógico, más bien mágico, en el sentido de no ser aprehensible a la razón.
Sus furores heroicos y la expulsión de la bestia triunfante, son obras como sistemas de imágenes diseñadas con el objeto de instrumentar y vivificar con contenidos conceptuales relacionados con la dirección de la vida para desarrollar una filosofía práctica. Sus elaboradas artes de la memoria son sistemas constructivos de imágenes, máquinas de imágenes mentales orgánicamente relacionadas con las peculiaridades de la vida individual.
Bruno no se limitó a pensar que la teoría científica, al igual que la poesía, pertenecen al mundo irreal de lo fantástico; creía que la realidad se nos ofrece a través de la irrealidad de la imaginación, como en la música la notación no va referida a los sonidos sino a imágenes de tono visual interno.
Uno de los lemas que mejor corresponde al mundo filosófico de Bruno, es aquél que los descubren como la imagen del furor y de la bestia.
Bruno contrapesa la grandiosidad astronómica y el aparato celeste de su plan moral, con unos diálogos irónicos y a menudo irreverentes. Gusta mezclar lo trivial con lo metafísico, por su afición al contraste.
La expulsión de la bestia triunfante es una obra condenatoria, que lo condenó. Dibuja al hombre, el vicio, la virtud, toda la atrocidad que destruye la sociedad. La frescura y franqueza de sus textos no da lugar a equívocos, acusa su tiempo, clama por cambios que jamás vendrán.
Lo definieron como despertador de almas dormitantes, domador de la ignorancia presuntuosa y recalcitrante, en todos sus actos proclama una filantropía universal.
Las virtudes y potencias del alma, acuden a secundar la obra y el acto de todo cuanto por justo, bueno y verdadero define la luz eficiente, la cual endereza el sentido, el intelecto, el discurso, la memoria, el amor, la sindéresis, la elección, es decir, un cambio interior que resignifique nuestra orientación y despierte la conciencia a una claridad que antes no se sospechaba, esto es Bruno, un instigador de una moral celestial.
Quería purificación, renovación, nuevas influencias e improntas, cambiar causas, una mejor humanidad.
Como apóstol de la libertad de pensamiento, vagabundeó buscando acomodo, para divulgar sus doctrinas. Acerbo crítico contra la superstición, el fanatismo y la intolerancia de los credos de su época. Su convicción es de una íntima unidad de todo lo real, frente al universo frío e inerte de la ciencia.
El Dios de Bruno no es trascendente, es inmanente al mundo; el hombre se concibe como un ser natural, pero partícipe de esa dignidad. Su ética de la dignidad humana se fundamenta en atreverse a saber, aunque cueste la vida misma. Su ética de la restauración de los valores se encamina a una coherencia entre palabras y objetos, un recto pensamiento. Apela al silencio y la soledad para una regeneración espiritual, ese desierto que nos revela una verdad que une seres y naturaleza.
Bruno es un ejemplo vigente del esfuerzo del alma por alcanzar la luz, en medio de las mayores vicisitudes, aunque haya adversidad y contrariedad.
LUIS FERNANDO ZULUAGA P.