Este
personaje de la literatura actuó en la vida como mi cobardía no lo ha permitido
hacer con la mía. Desdeñó de la sociedad, la despreció, develó sus imposturas
en una obra que se anticipó a toda la grandeza del llamado Boom
latinoamericano. Sus textos resultan ser un a priori a esa camada de grandes que
engalanaron la literatura hispanoamericana, fue una generación que nos llena de
orgullo por la calidad de su obra. Relevo en Onetti con mucha nostalgia, el existencialismo
arraigado de sus narraciones; sus posiciones radicales frente a la vida; lo
evasivo con la prensa, evitó a toda costa sus manoseos; fue un solitario irredento,
un bebedor de whisky de excelsas cualidades, entregado por completo a la
literatura, desde el desarraigo acorde con su visión de la vida.
Su
influencia más emblemática fue Willian Faulkner, no solo para armar sus novelas
sino para fondearlas con temas desapacibles. Lo que olvidan algunos de
sus críticos más connotados fue que el “Pozo” (1939) se publicó diez años antes
de que la literatura existencialista hiciera explosión en Europa, en carta
blanca Onetti fue anterior a Sartre y Camus, por lo tanto es su precursor. Ivan
Gabriel Villarroel Gonzáles, interpreta con absoluta lucidez esta novela corta,
en una tesis magistral llamada “Limites en la escritura” con la cual obtuvo la
maestría en la universidad Nacional de Bogotá. Esto escribió: “El pozo” es una
novela corta que se describe a sí misma como las memorias de Eladio Linacero;
no obstante, Linacero omite numerosos episodios de su vida, cuenta otros
oblicuamente y los mezcla con fragmentos de fantasías sin desarrollar. Son unas
memorias atípicas que reflejan el carácter escindido del narrador y su
conflicto irresoluble con el mundo; están impregnadas no sólo de antipatía por
los hechos de su propia vida, sino de un confeso desprecio por el lenguaje como
medio para expresar sus ensueños; estos son el plano de su mundo interno
incapaz de alcanzar en el plano escrito. sino de un confeso desprecio por el
lenguaje como medio para expresar sus ensueños; estos son el plano de su mundo
interno incapaz de alcanzar en el plano escrito”. Este es el tono de la mayoría
de sus escritos, cargado de un escepticismo irreductible. Cuando se leen las
novelas de Onetti, es el caso mío por lo menos, me brota un sentimiento de
derrota, una especie de desidia, un escepticismo tenaz, como si la vida
la enfrentáramos con los dados cargados, me pasa algo similar a lo
que viví con las novelas de Gabo, cuando las leo siento el calor
del caribe, la atmósfera pesada de los pueblos de la costa, su
ambiente solitario e inamovible repleto de historias inverosímiles.
Onetti
nació en Montevideo: “Hijo segundo de un funcionario de aduanas descendiente de
emigrados irlandeses (ONetty, parece haber sido el apellido original) y de una
brasileña que pertenecía a una familia de hacendados gaúchos, desertó de los
estudios de derecho a mitad de la carrera, y desde la temprana adolescencia frecuentó
las redacciones de periódicos y revistas de ambas márgenes del Río de la Plata,
viviendo alternativamente en Montevideo y Buenos Aires, ciudad esta última en
la que se instaló por primera vez, y ya independiente de los suyos, cuando sólo
contaba veinte años”. Vivió 25 años entre Buenos Aires y Montevideo. En Uruguay
había obtuvo “el Premio Nacional de Literatura, en 1962, y en España se le
concedió el Cervantes, en 1980, y un año antes el de la Crítica por Dejemos
hablar al viento, votado por los especialistas en forma unánime como el
mejor libro de habla española publicado durante 1979”. Después de sus primeros
relatos (ganó un concurso del género, convocado por el diario La Prensa, de
Buenos Aires, en 1934) se inició en la novela con El pozo (1939),
durante el decenio siguiente, la narrativa occidental. Tras ella escribió Tiempo
de abrazar (1940), Tierra de nadie (1941), Para
esta noche (1943), Los adioses (1954) y Para
una tumba sin nombre (1959), además de las sucesivas colecciones de
cuentos Un sueño realizado (1951), La cara de la
desgracia (1960), El infierno tan temido(1962) y Tan
triste como ella (1963)”.
La “Vida
Breve”, “El astillero” y Juntacadaveres” son un tríptico extraordinario, cuyo
espacio es “Santa María” una ciudad imaginaria, habitada por los mismos
personajes, personajes que se nos van imponiendo en nuestro inconsciente en la
medida de la lectura, se nos convierten en seres reales, por su manera de
llevar la vida, por esa actitud de rechazo frente a las potencias de la misma.
En una biografía en la red encontré esta reseña que sintetiza el carácter del
texto “La vida breve”[1], que sirve de colofón para
entender toda su obra: “Los temas y la atmósfera que van configurando la
producción de Onetti son comunes y sórdidos: la soledad, la prostitución, la
rutina, el dinero. La vida breve (entre las mencionadas) es
por su exasperado realismo una auténtica obra maestra: relata el desdoblamiento
de un ser tímido y sin aliento, José María Braussen, que se inventa otro yo,
José María Arce, personaje violento que planea un crimen. En ella se da la
fundación de Santa María, una ciudad mítica y ficticia (como Macondo
de García Márquez y Comala de Rulfo), de indeterminado emplazamiento
rioplatense, escenario de todo el ciclo narrativo”. Lo más importante en este
excelente escritor es el estilo. Hay creadores cuyo mayor aporte lo constituyen
este acápite y además la perfecta estructura de sus narraciones, el universo de
sus historias crea un espacio propio, tan real como la vida misma, tan es así,
que le trasfiere al lector todos sus fantasmas.
Onetti
en los últimos años en España ni siquiera se quería levantar de su cama. Se
dejaba acompañar por un Whiskie mientras veía pasar entre lecturas la vida que
de antemano sabía nunca cambiaría por la implacable estupidez humana. Ivan
Gabriel Villaroel cita a Rama en su trabajo de Onetti, que este lo ubica en lo
que él llama la Generación crítica, una corriente de intelectuales que
adelantaron una labor de controversia y búsqueda de renovación en la cultura
uruguaya desde el 39 hasta el 69, durante principios del siglo XX el Uruguay
vivió una relativa bonanza económica y estabilidad social que permitió formar
una fecunda cosecha de intelectuales; no obstante, desde el 39 ya surgían visos
de una crisis latente y obras como las de Onetti daban cuenta de ella”.
Volver a
la obra de este grande será un placer, incitar su lectura es una
responsabilidad. Espero lo lean, de seguro no se arrepentirán.
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