"Y respecto al cadáver de Polinice, que miserablemente
ha muerto, dicen que ha publicado un bando para que ningún ciudadano lo
entierre ni lo llore, sino que insepultado y sin los honores del llanto, lo
dejen para sabrosa presa de las aves que se abalancen a devorarlo. Ese bando
dicen que el bueno de Creonte ha hecho pregonas por ti y por mí, quiere decir
que por mí; y me vendrá aquí para anunciar esa orden a los que no la reconocen;
y que la casa se ha de tomar no de cualquier manera, porque quien se atreva a
hacer algo de lo que prohíbe será lapidado por el pueblo "
(De Antígona)
Esta es la primera novela
de Gabo, en ella se encuentra buena parte de las claves de su universo
literario, pese a ser escrita cuando tenía tan sólo 26 años. A esta edad, ya tenía claro los anclajes temáticos que desarrollaría en su obra posterior, la cual empezaba a estructurar con mucha disciplina, prodigándose un estilo muy propio, a partir de lineamientos literarios que
posteriormente la harían especial e importante.
La Hojarasca fue escrita
1955. Gabo, cuando la escribió, ya tenía en mente la novela “La Casa”, que
terminaría siendo “Cien años de soledad”. En muchas entrevistas declaró que
este proyecto le rondaba en la cabeza desde los 17 años. Estaba en
Barranquilla, después de pernotar en Cartagena, para la fecha tenía algún
reconocimiento a nivel nacional, gracias a la publicación de tres cuentos en el
diario “El Espectador” de Bogotá. Pertenecía
a un círculo de amigos, que se conocerá por la crítica como el grupo Barranquilla:
Alvaro Cepeda Samudio, Alfonso Fuemayor, el sabio Catalan, José Felix Fuemayor,
German Vargas quienes contribuyeron seriamente con sus aportes en su formación
como escritor. Jaques Gilard, quien estudió rigurosamente este periodo señaló
sobre el grupo: La fe de bautismo del grupo de Barranquilla la estableció algo
tardíamente uno de sus miembros, el periodista German Vargas, en una crónica escrita
probablemente hacia fines de 1955'. Un año antes, otro periodista, bogotano,
Prospero Morales Pradilla, habia señalado en algunas páginas del principal
suplemento literario del país, el de “El Tiempo” de Bogotá, la muy activa y muy
peculiar vida intelectual y artística que existía en el gran puerto caribeño,
pero sin concretarse realmente a lo que era ya el grupo propiamente dicho. German
Vargas afirmaba que el grupo se había ido formando espontáneamente en los años
cuarenta alrededor de Ramon Vinyes -lo cual resulta del todo exacto-, pero no
menciona al escritor barranquillero Jose Felix Fuenmayor, que, en nuestra
opinión, aunque se manifestó muy poco entonces, se hizo eco de los debates del
grupo y tuvo un papel de orientador a través de la redacción y la publicación
de un reducido número de cuentos.
Trabajó en el periódico “El
Heraldo”, el periódico local de la ciudad, participó en un proyecto de una
revista deportiva llamada “La crónica” y abrevo en lo mejor de la literatura
americana. Fue una época de muchas lecturas y de descubrimientos en materia
literaria. Empezaba a desatornillar los textos, para saber cómo estaban
escritos y estaba acompañado por un mentor inigualable: El sabio Catalan, Ramon
Vinyes. En sus memorias escribe sobre este periodo: “Alternaba mis ocios entre
Barranquilla y Cartagena de Indias, en la costa caribe de Colombia,
sobreviviendo a cuerpo de rey con lo que me pagaban por mis notas diarias en el periodico "El
Heraldo", que era casi menos que nada, y dormía lo mejor acompañado posible
donde me sorprendiera la noche. Como si no fuera bastante la incertidumbre
sobre mis pretensiones y el caos de mi vida, un grupo de amigos inseparables
nos disponíamos a publicar una revista temeraria y sin recursos que Alfonso Fuenmayor
planeaba desde hacía tres años. ¿Qué más podía desear?”. Según el crítico
Gilard, las relaciones con el grupo, se inician en diciembre de 1949, día en
que Alfonso Fuemayor, le da la bienvenida a Gabo en su columna en el periódico
el Heraldo.
Fue un grupo bohemio,
compenetrado con la cultura por fuera del estigma y pináculo capitalino, con
luz propia, que renovó las técnicas del periodismo incorporándole las herramientas propias de la literatura, mucho antes que lo hiciera Truman Capote. Empezaron a incorporar a las crónicas técnicas de la novela, y las novelas fueron escritas con herramientas propias del periodismo, factura novedosa e innovadora.
Gabo, en esta ciudad, en la
que vivió aproximadamente cinco años y en la cual reafirmó su vocación como
escritor, fue puliendo su estilo de la mano de sus amigos, quienes leían sus
textos, le daban consejos en charlas informales, aquí fue articulando el universo ficcional que le haría
grande. En este aprendizaje, Cepeda Samudio jugó un papel importante:
Era un lector y cinéfilo precoz, que les traía lo mejor de la literatura americana
y de hecho en sus escritos de ficción había incorporado las técnicas narrativas de la literatura al periodismo sin temor alguno.
Gabo dormía en Barranquilla
en una pensión de mala muerte, acompañado de prostitutas y personajes del mundo
bajo, con una dignidad y altivez sin parangón. Este fue el ambiente donde
escribió la “Hojarasca”.
En sus memorias se devela
con claridad, como venía armando cada una de sus historias desde muy
joven, recurriendo al mundo vivido en su niñez y guardado en sus recuerdos, el
que construyó de la mano de sus abuelos y tías, quienes le ayudaron a incorporar
a su mente una multiplicidad de historias, leyendas y mitos, que le permitieron
recrear el ambiente y el espacio tan típico de sus novelas.
Tomare sus memorias, para
ver aspectos genealógicos de “La
Hojarasca”. Gabo describe su casa en Aracataca, que nos ayuda mucho en el
propósito de comprender algunos aspectos del mundo en que creció los que se repetirán
en gran parte en su obra: “Ése era el estado del mundo cuando empecé a tomar conciencia
de mi ámbito familiar y no logro evocarlo de otro modo: pesares, añoranzas,
incertidumbres, en la soledad de una casa inmensa. Durante años me pareció que
aquella época se me había convertido en una pesadilla recurrente de casi todas
las noches, porque amanecía con el mismo terror que en el cuarto de los santos.
Durante la adolescencia, interno en un colegio helado de los Andes, despertaba
llorando en medio de la noche. Necesité esta vejez sin remordimientos para
entender que la desdicha de los abuelos en la casa de Cataca fue que siempre
estuvieron encallados en sus nostalgias, y tanto más cuanto más se empeñaban en
conjurarlas. Más simple aun: estaban en Cataca pero seguían viviendo en la
provincia de Padilla, que todavía llamamos la Provincia, sin más datos, como si
no hubiera otra en el mundo. Tal vez sin pensarlo siquiera, habían construido
la casa de Cataca como una réplica ceremonial de la casa de Barrancas, desde
cuyas ventanas se veía, al otro lado de la calle, el cementerio triste donde yacía
Medardo Pacheco”.
El viaje a Aracataca hecho
con su madre desde Barranquilla, quien un día cualquiera le llegó
intempestivamente para que le acompañara a vender la casa, terminó siendo una
experiencia vital para aceptar su
vocación y para comprender de una vez por todas como deberían ser armadas sus
historias, reconocer la importancia de las vivencias de niño, las historias de
sus ancestros, la riqueza de este
universo incorporado a su inconsciente: Con olores, sabores e imágenes,
fantasmas, personajes inolvidables, múltiples historias en una polifonía rica
en matices, que nunca podría abandonar, este será el mundo de sus ficciones, no
necesita recurrir a ningún otro artificio.
En sus memorias está
perfectamente descrito, cuando Alfonso Fuemayor le pregunta cómo le fue en su
viaje a Aracataca, Gabo responde:
“-Es lo más grande que me
ha sucedido en la vida -le dije.
-Menos mal que no será lo
último -dijo Alfonso.
Ni siquiera lo pensó, pues
tampoco él era capaz de aceptar una idea sin haberla reducido a su tamaño
justo. Sin embargo, lo conocía bastante para darme cuenta de que tal vez mi
emoción del viaje no lo había enternecido tanto como yo esperaba, pero sin duda
lo había intrigado. Así fue: desde el día siguiente empezó a hacerme toda
suerte de preguntas casuales pero muy lúcidas sobre el curso de la escritura, y
un simple gesto suyo era suficiente para ponerme a pensar que algo debía ser
corregido”.
Gabo venía de Cartagena,
había pasado por Bogotá donde la publicación de tres cuentos le confirmó su
talento y le ayudo a descubrir su vocación
en la vida, en Barranquilla asume con entereza este compromiso y es en esta
ciudad donde empieza a conocer las herramientas y trucos con que articulará sus ficciones.
Esta es la situación de su
vida cuando a los 26 años escribe “La hojarasca”.
Esta es una novela
polifónica, que tiene como espacio vital, el pueblo de Macondo, por primera vez
aparece esta palabra en su obra, está descrito como lo hará siempre con todos
sus espacios: Con un calor infernal, cierto abandono, sus habitantes tienen odios ancestrales e
inexplicables, compuesto por un conglomerado social muy caribeño. Aquí ya hay
una representación estética total del mundo garciamarzquesco: El sentido fatal
de de la vida; la predestinación; la fascinación por la muerte desde el punto de
vista metafísico; lo real maravilloso incorporado a este mundo sin ningún signo
de interrogación, como parte natural de la vida cotidiana; muchos tics
autobiográficos y por su puesto una prosa depurada, bien hilvanada, escrita con mucho talento. De igual manera comenzamos a asociarnos con las metáforas
macondianas, con esas frases lapidarias del mundo de Gabo, con la prosa poética
que le caracterizará siempre.
El tema de la muerte y el
muerto como tal, siempre impresionaron a Gabito. En la “Hojarasca”, la novela
gira entorno a un entierro y a un muerto en particular. La novela comienza:
“Por primera vez he visto
un cadáver. Es miércoles, pero siento como si fuera domingo porque no he ido a
la escuela y me han puesto este vestido de pana verde que me aprieta en alguna parte.
De la mano de mamá, siguiendo a mi abuelo que tantea con el bastón a cada paso
para no tropezar con las cosas (no ve bien en la penumbra, y cojea) he pasado
frente al espejo de la sala y me he visto de cuerpo entero, vestido de verde y
con este blanco lazo almidonado que me aprieta a un lado del cuello. Me he
visto en la redonda luna manchada y he pensado: Ése soy yo, como si hoy fuera
domingo.
Hemos venido a la casa
donde está el muerto”.
Muchas de las figuras más
importantes, sus metáforas y estructura ficcional comienzan a ser definidas. En
la Hojarasca, el universo de Macondo es una realidad creativa en ciernes:
“Oigo pitar el tren en la
última vuelta. «Son las dos y media», pienso; y no puedo sortear la idea de que
a esta hora todo Macondo está pendiente de lo que hacemos en esta casa. Pienso
en la señora Rebeca, flaca y apergaminada, con algo de fantasma doméstico en el
mirar y el vestir, sentada junto al ventilador eléctrico y con el rostro
sombreado por las alambreras de sus ventanas. Mi entras oye el tren que se
pierde en la última vuelta, la señora Rebeca inclina la cabeza hacia el
ventilador, atormentada por la temperatura y el resentimiento, con las aspas de
su corazón girando como las paletas del ventilador (pero en sentido inverso) y
murmura: «El diablo tiene la mano en todo esto», y se estremece, atada a la
vida por las minúsculas raíces de lo cotidiano.
Y Águeda, la tullida,
viendo a Sólita que regresa de la estación después de despedir a su novio; viéndola
abrir la sombrilla al voltear la esquina desierta; sintiéndola acercarse con el
regocijo sexual que ella misma tuvo alguna vez y que se le transformó en esa
paciente enfermedad religiosa que la hace decir: «Te revolcarás en la cama como
un cerdo en su muladar”.
Si se mira bien este
párrafo, en las primeras páginas, encontramos todos los elementos narrativos
que harían grande a Gabo y algunos de las claves de su estructura narrativa: La
magia incorporada en todos los relatos; una atmósfera típica de los pueblos
costeros del caribe, un calor infernal, con una humedad agotadora y enfermiza;
la sensación de abandono que envuelve su
complejo mundo, incluyendo a sus personajes; cierta predestinación, tomada de
la tragedia griega, sus personajes difícilmente escapan a su destino; la mujer es el centro del universo social, con un gran poder en todo su complejo entramado, el mundo siempre girará
alrededor de ellas; la desolación, constantes en su obra.
Algunos de los personajes
de la Hojarasca, los veremos muy estructurados
en sus novelas posteriores, aquellas que le darían la fama y el respeto.
Empecemos con el Coronel. Es un veterano de las guerras civiles, en la novela cumple
con una tarea difícil, enterrar al hombre más odiado de Macondo, nadie quiere
darle santa sepultura al Doctor, el coronel pese a estos odios enquistados, asume
esta labor, cumpliendo con un compromiso que nunca explica, situación que marca
la narración, es una especie de contra-sentido, padecido por cada personaje a su manera.
El coronel es un personaje
construido sobre la imagen del abuelo, Nicolás Ricardo Márquez, quien en
Aracataca fue como un padre, del cual Gabo siempre tiene un recuerdo
imborrable, su carácter y la manera como maneja la realidad, las toma de su
marcada influencia, de sus consejos, de los relatos que escucha de sus
experiencias, enseñanzas que fue forjando en largas conversaciones de niño. Gabo crea un mundo muy complejo, entre
esta óptica de la vida y la de su abuela Tranquilina y sus tías lleno de superstición
y fantasmas, que andaban por la casa como habitantes habituales, sin ninguna
sorpresa para el niño.
En el olor de la guayaba,
el escritor Plinio Apuleya Mendoza, hace una descripción muy exacta de estos
mundos: “Así fue como Gabriel creció en aquella casa, único niño en medio de
innumerables mujeres. Doña Tranquilina, que hablaba de los muertos como si
estuviesen vivos. La tía Francisca, la tía Petra, la tía Elvira: todas ellas
mujeres, fantásticas, instaladas en sus recuerdos remotos, todas con
sorprendentes aptitudes premonitorias y a veces tan supersticiosas como las
indias goajiras que componían la servidumbre de la casa. También ellas tomaban
lo extraordinario como algo natural. La tía Francisca Simonosea, por ejemplo,
que era una mujer fuerte e infatigable, se sentó un día a tejer su mortaja.
“Por qué estás haciendo una mortaja?», le preguntó Gabriel. «Niño; porque me
voy a morir», respondió ella. Y en efecto, cuando terminó la mortaja se acostó
en su cama y se murió. Desde luego, el personaje más importante de la casa era
el abuelo de Gabriel. A la hora de las comidas, que congregaban no sólo a todas
las mujeres de la casa sino también a amigos y parientes llegados en el tren de
las once, el viejo presidía la mesa. Tuerto por causa de un glaucoma, con un
apetito sólido, una panza prominente y una vigorosa sexualidad que había dejado
su semilla en docenas de hijos naturales por toda la región, el coronel Márquez
era un liberal de principios; muy respetado en aquel pueblo El único hombre que
en su vida llegó a injuriarle, había sido muerto por él de un solo disparo. Muy
joven, el coronel había participado en las guerras civiles que liberales
federalistas y librepensadores habían librado contra gobiernos conservadores
cuyo soporte eran latifundistas, el clero y las fuerzas armadas regulares. La
última de estas guerras, iniciada en 1899 y terminada en 1901, había dejado en
los campos de batalla cien mil muertos. Toda una juventud liberal, formada en
el culto a Garibaldi y al radicalismo francés, que iba a los combates con
camisas y banderas rojas, había sido diezmada. El coronel había alcanzado su
título militar combatiendo en las provincias de la costa, donde la guerra había
sido especialmente sangrienta, a las órdenes del legendario caudillo liberal,
el general Rafael Uribe Uribe. (Algo del carácter y muchos de los rasgos
físicos de Uribe serían tomados por García Márquez para componer el personaje
del coronel Aureliano Buendía.)Entre el abuelo sexagenario, que seguía reviviendo
en el recuerdo los episodios alucinantes de aquella guerra, y su nieto de cinco
años -únicos hombres de una familia llena de mujeres- iba a crearse una amistad
singular. Gabriel había de guardar siempre el recuerdo del viejo, la manera
patriarcal y reposada como tomaba asiento a la cabecera de la mesa delante del
plato donde humeaba el sancocho, en medio del vivaz cotorreo de todas las
mujeres de la casa; los paseos que daba con él al atardecer por el pueblo; la
forma como a veces se detenía en plena calle, con un repentino suspiro, para
confesarle (a él, un niño de cinco años de edad): «Tú no sabes lo que pesa un
muerto.. »Gabriel recordaría también las mañanas en que el viejo lo llevaba a
las plantaciones para bañarse en alguna de las quebradas que bajaban de la
sierra.” Puntualiza Plinio adelante: El viejo y parsimonioso coronel concedía a
su nieto la mayor importancia. Le escuchaba, respondía todas sus preguntas.
Cuando no sabía contestarle, le decía: «Vamos a ver qué dice el diccionario.»
(Desde entonces, Gabriel aprendió a mirar con respeto aquel libro polvoriento
que contenía la respuesta a tantos enigmas.) Cada vez que un circo levantaba su
carpa en el pueblo, el viejo llevaba al niño de la mano para enseñarle gitanos,
trapecistas y dromedarios; y alguna vez hizo abrir para él una caja de pargos
congelados para revelarle el misterio del hielo”.
El otro personaje es el
niño, quien es el propio Gabo. Tuvo un sentimiento muy firme de la
predestinación, sintió que le sucederían cosas muy especiales, la óptica de la
realidad no era la del común. Todo este universo le permitirá configurar el
universo ficcional de su obra literaria, gracias a un talento innato y a su
disciplina y constancia como escritor y periodista, actividades a las cuales
nunca renunció. Expreso en alguna parte: “Mi infancia ha influido no solamente
en la literatura, sino en toda mi vida, no he logrado salir de ella”. Creo que
la trasposición de la realidad hecha por el niño, esa forma de asumir los hechos,
la manera como narra, fue sembrado en su experiencia vital en Aracataca, Gabo
muy pocas veces sale de ese mundo.
En la “Hojarasca” aparece
por primera vez el mundo ficcional que caracteriza a Macondo, con los personajes más
emblemáticos del mismo, con la atmosfera y los espacios de suyo, esta obra es
más importante de lo que la crítica ha establecido, de alguna manera se le ha
valorado con cierto desdén. Me atrevo a afirmar, que Gabo, en adelante solo
pule ese mundo que le reverberaba desde niño. Desde que tomó ese diccionario
que le regalo su abuelo, con las historias que oía todos los días en Aracataca y
después con el amor por la literatura y los buenos libros, armaría una obra que
hoy es orgullo para la humanidad.
La novela la conforman once capítulos. Desde el primer capítulo, cada personaje va exponiendo la tragedia que los agobia, generando interrogantes alrededor de sus miedos. Desde estas ópticas se va mostrando el universo de Macondo, con sus paradojas. Al final se entierra al Doctor pese a la oposición del pueblo y a los odios encarnados, dejando al lector con los interrogantes expuestos por cada personaje sin solución alguna. El mundo literario de Gabo se anticipa en esta novela de manera magistral, desde el principio de la misma, reconocemos gran parte de los tics literarios, aquellos que le caracterizarán, su importancia está descontada.
CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
HUERTAS
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