lunes, 15 de octubre de 2018

MOMENTOS DE LA LITERATURA Y EL MUNDO EDITORIAL EN COLOMBIA



La literatura colombiana pasa por un buen momento. La industria editorial ha  publicado varias novelas y ensayos de excelente calidad, son escritores con mucha  trayectoria y reconocimiento, consagrados, dedicados de tiempo completo al oficio. las ferias del libro, que ya son muchas en este país, han contribuido de alguna manera al incremento de lectores. Esta reverberación está lejos de consagrarnos como lectores consumados frente a las estadísticas de otros latitudes, continuamos siendo un país de pocos lectores, de hecho recorremos un camino que tarde o temprano generará un cambio sustancial en este campo. Apareció en la última edición de la revista “Arcadia” del grupo editorial Semana, un artículo denominado: Por qué en Colombia los escritores (Casi) no venden”. Es un análisis riguroso, un estudio del oficio, de los avatares de quienes viven de la escritura, y además, de lo que está sucediendo en el mundo editorial en Colombia. El artículo trata de responder  la pregunta puntual desde varias ópticas. Hay muchos interrogantes, por qué las ediciones son tan bajas, pese a la diversidad de la oferta, aducen los editores entre otras razones, la falta de espacios, las cuatro capitales más importantes del país concentran la mayoría de librerías, las demás ciudades con la excepción del eje cafetero tienen muy pocas, para no decir que realmente no tienen. Los escritores consagrados, cuando venden, están lejos de las grandes cantidades y cifras que se dan en otro países. El fenómeno de las ferias, atestadas de público, dista de tener la venta que las editoriales quisieran, es  un esfuerzo grande y una manera de incitar a la lectura con  conversatorios destacados e importantes, con autores y pensadores de primera linea, siempre está invitado un país, al final en ventas el resultado no es el esperado, lo que no le quita relevancia a estos esfuerzos.
Son muchos los ensayos publicados sobre el momento que vivimos  en Colombia, el pos-conflicto, hay de todos los talantes, muy serios, la mayoría de corte histórico: Antonio Caballero, Enrique Serrano, Roberto Junguito; Novelas de parte de algunos escritores consagrados por la crítica: Laura Restrepo, Carolina Sanín, Ricardo Silva Romero, Santiago Gamboa, Jorge Franco, Antonio Ungar; a esto se le suma el esfuerzo de las universidades: gran parte de la obra de Gonzalo Arango ha sido publicada por la universidad EAFIT con una excelente presentación y precio muy bajo; la Universidad de Antioquía ha publicado muchos títulos, desde ensayos capitales de literatura y algunos poetas connotados de la región; la editorial de la universidad autónoma latinoamericana de Medellín realmente lleva más de cuatro años publicando excelentes textos y lo que es más valioso, promoviendo autores nuevos, lo mismo pasa con la universidad nacional de Bogotá.     
Quiero relevar, que hay una pléyade de escritores dedicados al oficio en Colombia en plena producción y que no sólo mantenemos una oferta renovada sino de calidad. En este blog comenzaremos a comentar cada uno de estos textos, empezaré una juiciosa lectura.
Traeré a este blog dándome lugar a mis lecturas, las reseñas aparecidas en el periodico "El tiempo" de Colombia al libro  de Carolina Sanin y de Ricardo Silva. De la primera, soy asiduo lector de sus columnas en la revista Arcadía, de algunos textos publicados en la red y he sido testigo de los enconados y lúcidos debates de la escritora defendiendo su posición intelectual, siempre asumidos desde una perspectiva estética, es un hecho, sus textos incitan a la lectura, sus posiciones sobre la literatura aportan miradas renovadas diferentes a todo lo que conozco, de ello dan cuenta algunas de sus columnas.  Del segundo, igualmente columnista, publica artículos en el periodico "El tiempo" excelentes, he leído  dos novelas: Autogol y el hombre de los mil nombres.

 LA ORACIÓN DE LOS PERDIDOS
Giuseppe Caputo


Reseña de 'Somos luces abismales', el más reciente libro de Carolina Sanín.
¿Qué ocurre cuando nos perdemos? ¿Qué nos pasa mientras estamos perdidos? ¿Cómo es perderse? En Somos luces abismales, Carolina Sanín escribe: “Quizás el miedo procede siempre de que no sabemos dónde estamos; de dudar de que estemos donde creíamos estar; de no poder encontrar dentro de nosotros —de no poder intuir— las leyes del lugar que ocupamos”. Cuando nos perdemos, podemos decir con ella, el mundo se descrea y se hace desconcertantemente nuevo: ocurre la perplejidad y el desconocimiento. Perderse es haber perdido el mundo, pero para perderlo hay que haber mirado. No hay pérdida sin mirada (miramos afuera, nos miramos, y no encontramos una relación, algo que nos vincule con el lugar en el que estamos) y no hay mirada sin pregunta. Perdidos somos una pregunta dentro de otra pregunta.

¿Cómo escribir estando perdidos? O ¿cómo se escribe ese estar perdidos? Una estructura narrativa convencional —inicio, desarrollo, nudo, desenlace—, las consabidas tramas y puntos de giro, no sirven para escribir perdidos y, sobre todo, no resisten la inestabilidad de la pérdida: la experiencia de perderse rompe lo estable y predecible de cualquier estructura. También podemos decirlo así: una estructura narrativa convencional interfiere con la escritura de la pérdida. Si estamos perdidos, todo es un inicio —el mundo es nuevo, el mundo es otro— y todo es un nudo. Todo lleva al giro permanente: cualquier desarrollo y cualquier conclusión se convierten en un nuevo inicio, en un nudo nuevo, en más desconocimiento. Así es este libro de Carolina Sanín: un giro permanente que nos recomienza una y otra vez.
“El estilo”, ha dicho Martin Amis, “no es algo que lucha contra la prosa regular, sino que es intrínseco a la percepción”. Al ser un libro sobre la pérdida que sigue después de haberse detenido a mirar, escrito reconociéndose perdida —y escrito, sobre todo, desde el deseo de la autora de encontrar un lugar, su lugar—, Somos luces abismales descrea al mundo mientras lo mira, oración a oración y pregunta a pregunta: “¿Qué significa abandonado?”, “¿Qué significa ser un nido?”, “¿El nido es obra del pájaro y atributo del árbol? ¿Es del pájaro para el árbol?”, “¿Qué cara vio mi madre bajo su ombligo de embarazada cuando concibió mi nombre? ¿Qué voz oyó, que dijera: Me llamo Carolina? ¿Se daba cuenta de que escogía un nombre para que otros repitieran cuando hablaran mal o bien de mí, y que yo misma no lo pronunciaría con mucha frecuencia?”, “¿Por qué mi abuelo se volvió así?”, “¿Cómo digo que se volvió mi abuelo? ¿Malhumorado?, ¿remoto?, ¿antipático?, ¿humillante? ¿Y acaso sé si antes (¿antes de qué?) se mostraba de otra forma?”, “¿Cómo se dice el día que fue antes del que fue antes del que fue antes de ayer?”, “¿La tatarabuela de mi abuelo es mi qué?”, “Para salirse del tiempo se busca el silencio. ¿Dónde se busca?”.

Pero Carolina Sanín rehace lo que ha descreado: oración a oración sigue fijándose en el mundo que ahora es nuevo por su mirada para poderlo conocer y relacionarse con él —no se me ocurre mayor elogio para un libro, mayor razón de agradecimiento—. En su búsqueda de relaciones entre las cosas —pregunta nueva tras pregunta nueva—, el mundo vuelve a ser otro y otro y otro. “Imaginar”, escribe Sanín, “es estar atento a lo que hay, buscar el lazo entre las cosas, reconocer y desbrozar los caminos que llevan de una a otra, y abrir caminos diferentes, que lleven de otra a otra. Es moverse a través de las cosas y con ellas: vinculándolas, vincularse. En la imaginación viven los caminos”. Así, podemos seguir diciendo con ella, imaginar es seguir mirando, mirar más después de perderse. Es resistirse a estar perdido. Es seguir componiendo una oración —gramática y plegaria—: la oración de los perdidos.
Somos luces abismales es un libro tan hermoso como raro —ensayo narrativo o narración ensayística, ¿qué importa?—, lleno, lleno de poesía. En su poesía, un diálogo interior y la religiosidad: la pregunta siempre por el fin y por el principio, como un amanecer. “Cada oración que escribo es un intento por ir a mi lugar; al lugar donde comienza el día”. La belleza y extrañeza de este libro cambian nuestra mirada, y así, nuestra forma de pensar y de sentir. Es un libro que recuerda y abre caminos de lectura y de escritura.









CUADRO DE COSTUMBRES DE LA COLOMBIA ACTUAL
Andrés Sánchez


Reseña de 'Cómo perderlo todo', la novela más reciente de Ricardo Silva Romero.
En Cómo perderlo todo, la novela más reciente de Ricardo Silva Romero, un año de plebiscitos y elecciones inesperadas, de asesinatos escandalosos y muertes lamentadas se convierte en el trasfondo para un tejido apasionante de historias de pareja donde lo único posible es el intento, casi siempre imposible, de comunicación a través de las omnipresentes pantallas. La primera ficha de dominó es un artículo que Horacio Pizarro, profesor de filosofía, comparte en su perfil de Facebook ante el nacimiento inminente de su nieta lejos de él, lejos de Bogotá. El artículo provoca la reacción de su compañera de trabajo, la incoherente Gabriela Terán, y desde los miles de likes que provocan las palabras de la filósofa se desencadenan, uno por uno como fichas de dominó, una serie de infidelidades, aniversarios impensables que se desvanecen en el tiempo, hombres incapaces de enamorarse, un triángulo amoroso imposible entre mujeres, compañeros de taxi que se tratan a punta de groserías, diálogos de paz que intentan avanzar en medio de la desconfianza mutua, una esposa que despierta de un largo coma, militares que salen del clóset, campañas políticas e insultos dignos del capitán Haddock.

En medio de esos dramas que comienzan con la contundente relación entre las parejas y el deseo de muerte que recuerda, más que marginalmente, a la descripción de las familias infelices de Anna Karenina, Silva Romero crea el que, quizás, es el cuadro de costumbres más demoledor de la Colombia actual. Los eufemismos, la corrección política, la cacería de brujas, el oportunismo de algunos y la incapacidad de responder de otros son los matices para una novela cuyo personaje principal, al mejor estilo de Los Ángeles en Magnolia o Dublín en Ulysses, es la caótica Bogotá de 2016. Una ciudad –mejor, un país– donde los titulares que saltan de tiempo en tiempo entre los diálogos ambientan como aforismos un infierno cada vez más cotidiano. Donde la aparente libertad de un bar en Bogotá se contrapone con un asesinato en un lugar remoto, donde la astrología (en un casi imperceptible tributo que Silva hace a su padre, Eduardo Silva Sánchez, físico y profesor que leía las cartas del tarot) deviene en la mejor forma de contar los miedos de los personajes y sus momentos en un guiño a Las luminarias de la neozelandesa Eleanor Catton. Donde lo poco que queda son las pantallas convertidas en los únicos espacios posibles de comunicación entre los seres humanos: WhatsApp, Facebook, Twitter, Netflix, Waze, Instagram, Skype, música de fondo, la telenovela de la noche, las películas y los partidos de fútbol son las respuestas a personas que intentan subsanar su soledad y su búsqueda de un simulacro de humanidad a través de los pixeles y sólo reciben a cambio estar en vilo, incómodos en medio de un mundo que les proporciona la locura cada vez más visible gracias al exceso de la información.
Si bien en esta novela se sienten ecos de sus primeras historias, centradas en una Bogotá vista desde los ojos de jóvenes adultos enfrentándose a la realidad y con el edificio La Gran Vía de la 100 con Séptima como centro de gravedad de un universo en ciernes, el tamiz de las novelas posteriores a El hombre de los mil nombres (2004), cada vez más cargadas del karma de ser colombiano –el fútbol en Autogol (2009), las masacres en El espantapájaros (2012), la marginalidad en El libro de la envidia (2014) y, sobre todo, ese fresco renacentista que es Historia oficial del amor (2016)– permea a estos seres humanos puestos en medio del mapa de una ciudad pasivo-agresiva donde la posibilidad de consumar ese amor que retrató Silva Romero con la historia de los Silva y los Romero se hace, si no imposible, difícil en medio del infierno cuyos nombres son un mapa franqueado por las montañas y el río, y sus indicaciones son las incontables referencias a la cultura popular que cubren un denso espectro enciclopédico y, gracias al Instagram del autor (@ricardosilvaromero), hacen más tangible la realidad dantesca pero hilarante de esta novela.
No resulta casual que, en varias escenas de Cómo perderlo todo, Horacio Pizarro enfatice en sus iniciales. Silva Romero creó en este H.P., como Salman Rushdie y Nerón Golden (2017), como Jonathan Franzen y Purity (2015) o, hace ochenta años, Fitzgerald con Jay Gatsby, un retrato conmovedor, sardónico y a la vez doloroso de una sociedad que convierte, con un like, a un anodino profesor en un paria. Una sociedad donde las barras bravas se esconden detrás de arrobas y la corrección política reemplazó la discusión. La sociedad que, sin saberlo y como muchos lo han advertido (desde la vilipendiada Camille Paglia hasta el lúcido Steven Pinker, pasando por Vargas Llosa y Harold Bloom), incubó a los extremismos de ambos lados del espectro. Esa advertencia, como un susurro de Casandra, subyace las palabras de Cómo perderlo todo: quizás, la mejor forma de perder absolutamente todo sea dejarse llevar por el torrente del extremismo y por el miedo a la palabra.