Quisiera consignar un milagro trivial, del que uno no se da cuenta hasta
después que ha pasado: el descubrimiento de la lectura. El día en que los
veintiséis signos del alfabeto dejan de ser trazos incomprensibles en fila
sobre un fondo blanco, arbitrariamente agrupados, y se convierten en una puerta
de entrada que da a otros siglos, a otros países, a multitud de seres más
numerosos de los que veremos en toda nuestra vida, a veces a una idea que
cambiará las nuestras, a una noción que nos hará un poco mejores o, al menos,
un poco menos ignorantes que ayer.
MARGUERITE DE
YOURCENAR,
¿Qué? La eternidad
Son muchos
los estudios significativos sobre la lectura como proceso de aprehensión de la
realidad. Es necesario establecer qué significa leer en términos físicos.
“La lectura es el proceso de comprensión de algún tipo de información o ideas
almacenadas en un soporte y transmitidas mediante algún tipo de código,
usualmente un lenguaje, que puede ser visual o táctil (por ejemplo, el sistema
braille)”. Goodman dice al respecto: “La lectura es un proceso cognoscitivo muy
complejo porque involucra el conocimiento de la lengua, de la cultura y del
mundo. “Toda lectura es interpretación y lo que el lector es capaz de
comprender y de aprender a través de la lectura depende fuertemente de lo que
el lector conoce y cree antes de la lectura”.
Hay autores que han ido mucho más allá del proceso físico, haciendo una
escrutación ontológica y epistemológica al acto de leer y a la intrincada
relación del lector con el texto. En el prólogo
del excelente libro de Louise Rosemblantt: ““La literatura como exploración” establece el a priori sobre el cual está autora estudia este proceso: “Rosemblantt
no tiene la curiosidad del anatomista que busca conocer los músculos y
movimientos, y la forma en que ellos construyen por medio de la alimentación, a
través de la exhaustiva disección, sino del bailarín y el coreógrafo (Habla del lector) , o, sí se
quiere, del terapeuta físico, quienes observan, y buscan comprender y
desarrollar las potencialidades de la anatomía humana ante diferentes estímulos y con
diferentes propósitos”. Esta acción recíproca entre el lector y los signos que
están en la página constituyen una transacción entre el texto y el lector. La escritura
es uno de los soportes (Talvez el más importante) sobre el cual se construye el
ser desde la perspectiva cognitiva. Sobre-pasa
la elucidación literal para constituir en un estímulo y una excursión a otras
latitudes, es afectiva y emocional. Ósea la lectura no se reduce al texto, es
modificada por el lector de acuerdo a un infinito de relaciones difícilmente cuantificables
o claras, pero con efectos precisos sobre la realidad del lector que siempre
tiende a modificarla. La complejidad a eso que llamamos lectura está descontada.
Estanislao Zuleta
tomando a Nietzsche enfatiza: “Leer es trabajar, quiere decir ante todo que no
hay un tal código común al que hayan sido “traducidas” las significaciones que
luego vamos a descifrar. El texto produce su propio código por las relaciones
que establece entre sus signos; genera, por decirlo así, un lenguaje interior
en relación de afinidad, contradicción y diferencia con otros “lenguajes”, el
trabajo consiste pues en determinar el valor que el texto asigna a cada uno de
sus términos, valor que puede estar en contradicción con el que posee el mismo
término en otros textos”. Adelante agrega: “Si nosotros no llegamos a definir
qué significa para Kafka el alimento, entonces nunca podremos entender La
metamorfosis, “Las investigaciones de un perro”, “El artista del hambre”, nunca
los podremos leer; cuando nosotros vemos que alimento significa para Kafka
motivos para vivir y que la falta de apetito significa falta de motivos para
vivir y para luchar, entonces se nos va esclareciendo la cosa. Pero, al
comienzo no tenemos un código común, ese es el problema de toda lectura seria,
y ahora, ustedes pueden coger cualquier texto que sea verdaderamente una
escritura, si no le logran dar una determinada asignación a cada una de las
manifestaciones del autor, sino que le dan la que rige en la ideología dominante,
no cogen nada. Por ejemplo, no cogen nada del Quijote si entienden por locura
una oposición a la razón, no cogen ni una palabra, porque precisamente la
maniobra de Cervantes es poner en boca de Don Quijote los pensamientos más razonables,
su mensaje más íntimo y fundamental, su mensaje histórico, y no es por
equivocación que a veces delira y a veces dice los pensamientos más cuerdos”. Hay, como lo dice Rosemblantt una transacción
entre el lector y el texto, una especie de re-elaboración, lo hace refiriéndose
a la lectura de una obra de literaria y como esta es abordada en la docencia tradicional,
la cual es nociva según la autora, ella la entiende desde un contexto mucho más
amplio y real.
Lo dicho
podría sintetizarse mejor: “Es claro que la actividad lectora exige una
percepción de signos gráficos (ciclo óptico), una decodificación de esos signos
(ciclo perceptual), una observación de la construcción o estructura del discurso
(ciclo gramatical). Pero es cuando el lector utiliza estrategias de
comprensión, de inferencia y de crítica del discurso –es decir, cuando tiene
claridad acerca de los niveles de lectura y éstos son debidamente aplicados-
que el estudiante cierra el proceso de lectura, logra llegar a la etapa de significado,
el lector descubre y reconstruye el
sentido del discurso”.
La lectura es
entonces un viaje que desborda al texto. La suya no solamente es una
re-elaboración desde la comprensión, es también una construcción de sentido. No
solo interpretamos y comprendemos el texto, sino que pensamos a partir del
mismo. Zuleta expresa: Estamos instalados en un lenguaje complejo y hay que
aprender a leer; la primera fórmula es ésta: el código que producimos como
lectores. Hay algunos autores que nos desafían desde la primera frase: Kafka,
Musil, nos desafían a que produzcamos su código, que no es común”.
El libro de
Louise M. Rosemblantt escrito en 1938 dirigido a los docentes y tendiente a
cambiar la manera en que procede la enseñanza de la literatura, al final es una
elucidación sobre la lectura, expresa categóricamente: “Cualquiera que sea su
forma-poema, novela, drama, biografía o ensayo- La literatura vuelve
comprensible las miradas de formas en las cuales los seres humanos hacen frente
a las infinitas posibilidades que ofrece la vida. Y Siempre buscamos algún contacto estrecho
con una mente que exprese el sentido de la vida. Y también siempre en mayor o
menor grado, el autor ha escrito a partir de un esquema de valores, de un marco
social o incluso de un orden cósmico”. Esto quiere decir “que para los lectores
la experiencia humana que muestra la literatura es fundamental”.
Ahora es un
hecho que el texto siempre dice cosas que se escapan al autor, a la
intención del autor. Zuleta a partir de esta premisa genera una diatriba aún
más interesante: “La escritura no tiene receptor controlable, porque su
receptor, el lector, es virtual, aunque se trate de una carta, porque se puede
leer una carta de buen genio, de mal genio, dentro de dos años, en otra
situación, en otra relación; la palabra en acto es un intento de controlar al que
oye; la escritura ya no se puede permitir eso, tiene que producir sus referencias
y no la controla nadie; no es propiedad de nadie el sentido de lo escrito.
“Este sentido es un efecto incontrolable de la economía interna del texto y de
sus relaciones con otros textos; el autor puede ignorarlo por completo, puede verse
asombrado por él y de hecho se le escapa siempre en algún grado: Escritura es
aventura, el “sentido” es múltiple, irreductible a un querer decir,
irrecuperable, inapropiable. “Lo anterior es suficiente para disipar la ilusión
humanista, pedagógica, opresoramente generosa de una escritura que regale a un
“Lector Ocioso” (Nietzsche) un saber que no posee y que va a adquirir.
A los libros se llega como a las islas mágicas de los cuentos, no porque alguien nos lleve de la mano, sino simplemente porque nos salen al paso. Eso es leer, llegar inesperadamente a un lugar nuevo. Un lugar que, como una isla perdida, no sabíamos que pudiera existir, y en el que tampoco podemos prever lo que nos aguarda. Un lugar en el que debemos entrar en silencio, con los ojos muy abiertos, como suelen hacer los niños cuando se adentran en una casa abandonada.
GUSTAVO
MARTÍN GARZO,
Elogio de la
fragilidad