Lo que he denominado
literatura de la violencia, constituye el corpus de obras de ficción y en
algunos casos, documentos testimoniales, que tratan este tema en
Colombia, desde la primera edición de la “ Casa grande” de Cepeda Samudio y la
“Hojarasca” de Gabriel García Márquez, hasta las últimas novelas escritas por
una pléyade de jóvenes narradores de mucho valor y que resulta ser un referente
de suma importancia de nuestra narrativa.
El periodo y las obras
tomadas en este artículo son absolutamente arbitrarias, responden solo a mis
preferencias, algunos autores están por fuera de las antologías hechas por la
crítica especializada. No quiero hablar del género de la violencia en Colombia,
como ha sido estudiado este fenómeno por la academia, no porque esté o no esté
de acuerdo con estas clasificaciones, creo que es inevitable que se produzcan
obras narrativas de este tipo en un país cruzado por mil violencias, donde el
ciudadano de a pie a llevado la peor parte, para no hablar de la población
campesina inerme. Voy referirme a las novelas más emblemáticas en este
espectro desde mi condición de lector impenitente. Tampoco asumo la perspectiva
de la narrativa de compromiso, este es una mirada desde la esclerótica
estética, sin otra pretensión encubierta.
Lo primero que hay
que esbozar como apertura es una sentencia de Ángel Rama que resulta
vital: “Ningún escritor, absolutamente ninguno, inventa una obra, crea una
construcción literaria en forma ajena al medio cultural en el cual nace, que al
contrario, todo lo que puede hacer es trabajar un régimen de réplica y de
enfrentamiento con los materiales que va integrando a su cosmovisión, y que.
Desde luego, implican una opción dentro de la pluralidad que le llega del medio
en el cual se encuentra”. La narrativa de la violencia rompe con el
costumbrismo, es una generación más universal, compenetrada con los grandes
escritores americanos y las nuevas técnicas narrativas que revolucionarían las
letras hispanoamericanas.
Alvaro Cepeda Samudio, fue
el progenitor del grupo de Barranquilla en Colombia, en los años 50 del siglo
pasado, que revolucionó las letras colombianas. Su conocimiento de la
escuela norteamericana del periodismo que se alimento de las técnicas literarias,
la literatura sureña y al cine en todo su contexto, le aportan a una
pléyade de escritores y pintores todas las herramientas para producir un
verdadero tsunami en nuestras letras: García Marquez, Mutis, para citar sólo lo
más relevante. Su obra “La casa grande” resulta ser un ejemplo vivo de lo que
sería posteriormente la literatura colombiana, con una técnica novedosa, donde
se incorporan incluso influencias del cine, esa manera de narrar desde la
esclerótica del personaje, creando universos propios pero que atienden a
nuestra realidad más intensa, en este caso la violencia vivida desde muchas
perspectivas. "La casa grande"es una novela de “Tema dramático acerca
de la relación de varios personajes de familia, pero, colateralmente la historia
de una serie de soldados que dialogan aterrados ante el hecho de haber sido
atraídos para reprimir la huelga de la bananera”. Esta obra es un
anticipo emblemático de lo que serían nuestras letras.
Creo que la “La mala hora”
de Gabriel García Márquez, resulta ser la novela que desde lo estrictamente
ficcional, asume el tema de la violencia por primera vez, con mucha claridad y
un valor estético incuestionable, haciendo énfasis en como la sufren y padecen
los colombianos, en este caso, los personajes de un pueblo de la costa, dejando
percibir toda la atmósfera tensa que la misma genera en el ciudadano
común; de igual manera devela algunos de los problemas endémicos de
nuestra sociedad: La corrupción de la clase política, la injerencia de los
militares y el enpoderamiento de algunos funcionarios, la actitud permisiva y
cómplice en muchos casos de nuestros ciudadanos frente a estas influencias
perversas. El argumento es simple: “La guerra civil es del futuro, pero se vive
una paz desagradable, que hace respirar un aire denso, donde el bando ganador,
conservador, no escatima en gestos para incomodar a los antiguos adversarios,
liberales; de manera solapada los asedian constantemente, lo que probablemente
generará continuar el conflicto armado. César Montero, un vecino del lugar,
acaba de asesinar de un escopetazo a Pastor, un cantor bastante popular,
supuesto amante de su mujer. La causa para tal especulación: un pasquín que
apareció pegado en la puerta de su casa. Pero es sólo otro de tantos panfletos
que han venido apareciendo en el pueblo, notas que revelan secretos de los
habitantes, algunos supuestos y otros tan ciertos que no necesitaban tan burdos
mensajes. Se puede decir que los pasquines, que algunos consideran una
tontería, representan la materialización inicial de esa violencia colectiva que
hace tambalear esa paz del momento, y el asesinato que se relata, probablemente
el detonador para continuar la guerra. Para este pueblo ha llegado la mala
hora”. La novela esta cosida y forjada en este ambiente tenso y confuso, uno
como lector lo siente, lo vive, así no lo comprenda del todo. Su escritura es
impecable y anticipa la gran obra de Gabo, se empieza a decantar la influencia
de Faulkner. A partir de esta novela, empiezan a aparecer un sin número de obras
que reflejan el grave problema de violencia que padecemos. Después asumiré el
tema de la violencia en toda la obra de Gabo, como es un hilo indeleble de su
narrativa.
Eduardo Caballero Calderón,
es un escritor de culto, trató el tema de la violencia, con obras inolvidables
para nosotros: “El cristo de espaldas”, “Siervo sin tierra”, “Manuel
Pacho”, novelas escritas con una prosa clásica, castiza, obsesionada con la
forma, pues este hombre culto abrevo en los clásicos españoles, fue un
apasionado de la obra de Proust, un humanista a carta cabal. En “ Siervo sin
tierra”, desde su personaje, un campesino de un pueblo de Boyacá, toca
uno de los problemas más graves del país, generador de violencia, la tenencia
de la tierra, la explotación de los campesinos por parte de los terratenientes
y la violencia de los partidos políticos de las décadas del cuarenta, cincuenta
y sesenta del siglo pasado. En “El cristo de Espaldas” el tema de
la violencia es presentado de otra manera, como se vive en los pueblos colombianos,
revela la injerencia de la iglesia, las perversidades de la clase política. En
una tesis memorable de Pía Paganelli, se describe textualmente: “La novela El
cristo de Espaldas al ser del año 1952 se desarrolla en pleno conflicto
bipartidista en la región rural andina, representado en términos de una disputa
familiar. Entre ambas familias lideradas por gamonales, se encuentra el pueblo
encarnado en la figura sufriente del campesino, como rehén de un conflicto
dentro del cual participa sin conciencia ni beneficios, casi por inercia.
Teniendo en cuenta esos actores sociales, la novela pretende dar cuenta desde
un estilo más descriptivo y reflexivo, de las consecuencias que tuvo la
violencia política desatada en la zona rural, tales como, la des-organización
familiar, la migración forzosa de poblaciones enteras, la usurpación de tierras
indiscriminadamente tanto por parte de liberales como de conservadores, la
desarticulación de la clase dirigente, y el surgimiento de grupos armados de
autodefensa campesina como respuesta a la acción punitiva de “pájaros”, es
decir, de asesinos a sueldo”. Está claro, que Caballero, muestra la
violencia rural del país, desde perspectivas diferentes, pero en cabeza del
campesinado, del personaje inerme que vive entre fuerzas por fuera de su
capacidad y que lo afectan implacablemente en todos sus sentidos.
“Manuel Pacho”
resulta la expresión más viva de lo que denominamos literatura de la violencia,
pues en esta obra el autor asume la responsabilidad de entregarnos un cuadro
vivo de la impotencia del hombre frente a este fenómeno que lo avasalla. En una
reseña de editorial norma, de la mano de Alexander Peña Saenz, me encontré con
esta descripción lúcida: “Su protagonista, representa los testigos silenciosos
e impotentes de las atrocidades que los villanos políticos acometieron en todos
los campos colombianos: Manuel Pacho, encaramado en un árbol de mango, ve cómo
sus familiares y todo lo que posee desaparece bajo la sangre y el fuego, a
excepción del cuerpo muerto de su padre, para quien busca la bendición de un
sacerdote que, por los azares del destino, se encuentra lejos. Nos dice el
autor, en el epílogo, que la intención del libro es “revelar que hasta el
hombre más anodino puede tener cualquier día su momento de heroísmo y sublime
generosidad”.
En un mes continuare con
esta mirada a la novela de la violencia en Colombia. Entre tanto seguiremos
comentando nuestras lecturas.