domingo, 11 de agosto de 2019

AUTO DE FE



Llevo mucho tiempo con los dos tomos de apuntes de Elías Caneti en mi mesa de noche, leyendo con la lentitud que merecen estos diarios íntimos, el itinerario creativo de uno de mis autores preferidos, desde hace tres semanas, con igual parsimonia estoy releyendo “Auto de fe” su novela. La leí muy joven, siempre la retomo para leer apartes sin ninguna pretensión. Recuerdo al señor Kien reflejo absoluto de un racionalismo desmedido, semiólogo, considerado el hombre más culto del mundo, experto en literatura china, con una inmensa biblioteca que referencia tácitamente al conocimiento.
La experiencia de releer esta obra, no vuelve a enfrentar con las grandes preguntas no resueltas por la filosofía, la política y la ética, es una indagación de la relación del ciudadano de a pie con el poder, indescifrable, esta novela trabaja desde la  naturaleza perversa de la naturaleza humana. La novela es de una factura impecable, el señor Kien representa la irremediable concepción de la razón que pretende reemplazar a la existencia, que al final es lo único real que tenemos y palpamos, la lectura de este texto constituye una alucinación, el encuentro con un escritor que es consciente del peso específico de la palabra en la vida y en la propia narración, todo en esta novela responde a una factura prefigurada, nada es casual, atiende a un orden narrativo programado de antemano, por ello su lectura desde la primera página nos genera mucha tensión, por la irresoluta condición de la vida que se mueve entre razón y locura.

Canetti quiso escribir la comedia humana en ocho novelas, al final nos dejó solo “Auto de fe”. “Cuenta en sus memorias que Auto de fe nació de una imagen que, como un pequeño demonio pertinaz, lo obsesionaba: un hombre que prende fuego a su biblioteca y arde junto con sus libros. Comenzó a escribir la novela en el otoño de 1930, en la Viena deslumbrante y preapocalíptica de Broch y de Musil, de Karl Popper y de Alban Berg, como parte de una «Comedia Humana de la locura», que iba a constar de ocho historias, cada una de las cuales tendría como protagonista a un hombre desmedido, en las fronteras de la sinrazón”[1]. Cuando le preguntaron a Canetti por esta obra respondió: «Un día se me ocurrió que el mundo no podía ya ser recreado como en las novelas de antes, es decir, desde la perspectiva de un escritor; el mundo estaba desintegrado, y sólo si se tenía el valor de mostrarlo en su desintegración era posible ofrecer de él una imagen verosímil.»

Estas páginas, donde los sucesos remiten a un proyecto simbólico que prefigura la inutilidad del conocimiento frente a la brutalidad humana, traducida en hecho reales, como el genocidio judío, las persecuciones continuas y las irracionalidades cometidas siempre en honor a una razón que termina justificándolas. Al señor Kien la sabiduría no le sirve para nada. “Porque nada de lo que sabe —de lo que aprende y piensa— revierte sobre los demás; más bien levanta una muralla de incomunicación entre él y su mundo. ¿Cuál es la razón de que se niegue a enseñar? ¿De que publique con tamaña avaricia? ¿De qué viva enclaustrado en esa biblioteca de 25.000 volúmenes a la que nadie más tiene acceso? El conocimiento, para Peter Kien, no es algo que deba compartirse, un puente entre los hombres; es una manera de tomar distancia y de alcanzar una superioridad vertiginosa sobre el común de las gentes, esos analfabetos cuyo «despreciable objetivo vital es la felicidad»[2].

La novela va mucho más allá de estas interpretaciones, su lectura no siendo fácil, crea un universo narrativo total alrededor de pocos personajes, pero reflejan la perversa naturaleza del hombre y en cierta forma lo absurdo que es vivir cuando no resolvemos los mínimos problemas de la convivencia, siempre insolidaria.

Hay una característica que encontré en la crítica y me parece lúcida: “La falta de sentimentalismo es un rasgo central en Auto de fe, así como en los ensayos y el teatro de Canetti”. Es como el buen trago a las rocas, su narrativa está exenta de meloserias.

Lorenzo Davalos en un ensayo expresó: “Auto de fé no es una alegoría, pero su narrativa poderosamente simbólica describe el drama de una Razón que a finales del Siglo XIX se había alejado de la piel, de la carne y del corazón del hombre. Elevada al nivel de diosa por el proyecto de la Ilustración, no fue capaz de aludir los riesgos de alejarse del corazón del hombre, y con ello del resto de sus sentidos, para quedarse sola, en una suerte de larga y aburrida conversación consigo misma”.

En el prologo del libro publicado por Planeta en Debolsillo se hace una alusión a una conversación entre Canetti y el crítico John Barley, el escritor de súbito le pregunta que opina de El rey Lear de Schakespeare, dijo el escritor, "Mis amigos dicen que el libro es insoportable. Por fortuna Barley acertó a entender que Canetti se refería a su novela".  Entonces Canetti afirmó: El rey lear, también es insoportable. "Son ciertamente insoportables.  Y lo son por motivos semejantes: El violento azote de locura con que sacuden al lector, y la constatación terrible de que esa locura brota del aislamiento del ser humano y de cómo el lenguaje, lejos de servir para vencerlo, puede contribuir para extremarlo".

Leerla sin pretensiones intelectuales es otra cosa, es gozar de una prosa bien facturada, con tono, ritmo y que siempre guarda sorpresas que tienen que ver con los problemas existenciales de la humanidad, son los mismos desde hace mucho tiempo, lo que no es capaz de asumir o lo que es peor, que vive eludiendo.







[1] https://www.criticadelibros.com/drama-y-elemento-humano/auto-de-fe-elias-canetti/
[2] Ibidem