En estos días editorial
alfaguara publicó la obra completa de Álvaro Cepeda Samudio que incluye su
labor periodística; la última columna de Mario Vargas Llosa, recordaba la actividad
de Hemingway como corresponsal de guerra y en cierta forma destacó su labor
periodística, el premio Nobel de este año, concedido a Esvetlena Allexiévich, fue un reconocimiento al periodismo como oficio literario por excelencia,
la primera vez que la academia Sueca destaca de frente este oficio; tópicos que
me llevan a volver a pensar en el tema de esta relación harto estudiada por la
academia.
Hablo desde mi perspectiva
personal. Lo primero que se me viene a la cabeza a propósito de esta relación, es el
riguroso trabajo de Gilard, sobre la obra periodística de Gabriel García
Márquez, que trata este tópico, estudio de mucha profundidad y lucidez. La
influencia recíproca entre el periodismo y la literatura en los últimos cien
años es intensa, la relación tiene su propia genealogía, tendríamos que empezar
con Herodoto, los evangelistas, leucipo, Julio Cesar, se dinamizó mucho en el
siglo 19 e intensamente a partir de los años cincuenta del siglo pasado con el
auge de la prensa escrita. No sabría decir que fue primero, pero la
incorporación de técnicas de la literatura en los textos periodísticos, le dieron
mucha fortaleza a la crónica, que cambió totalmente en sus aspectos formales, dándolo
a la manera de narrar y contar las historias en la prensa una fuerza y dinámica antes no vista. De igual manera aparecieron
novelas y obras de la literatura tomados de la labor periodística y con el
usufructo propio de sus técnicas, como “A sangre fría” de de Truman Capote, o de
manera inversa, crónicas trabajadas con técnicas de la literatura, como “Historia
de un Náufrago”, de Gabo, los textos de Tom Wolfe y por ende sus novelas. Estas
técnicas incorporadas al periodismo y de manera recíproca, hoy son estudiadas
como una escuela, que tiene obras emblemáticas a lo largo del planeta.
Encarnación Garcia de LeLa escribió
un trabajo excelente sobre el tema: “idea de unir periodismo y literatura no es
nueva. Daniel Defoe en su Diario del año de la peste (1722) construye un
impresionante relato a partir de entrevistas a supervivientes, datos y
encuestas reales de la epidemia de peste que asoló Londres en 1665, aunando de
este modo la exactitud y rigor informativo con el conseguido valor literario.
El otro gran ejemplo clásico de novela reconstruida retrospectivamente a modo
de reportaje es la Historia de la columna infame (1842) de Alessandro Manzoni,
que narra un memorable caso judicial. En ambos casos, la invención está
excluida. Los crímenes de la calle Morgue (1841) de E. Alian Poe o El misterio
de Marie Roget (1845), fundamentadas en hechos reales, según declaraciones del autor,
son interesantes antecedentes de la simbiosis periodismo-literatura. Germinal (1885)
de Zola, recoge un material esencialmente periodístico y construye una intriga
novelesca enmarcada en una exhaustiva documentación, al igual que Venté, cuya
fuente directa es el controvertido «Affaire Dreifus». J.Hersey con Hiroshima
(1946) es el primero que establece un sólido antecedente de las novelas reportaje
que proliferan en los años 50, 60 y 70. Con documentada veracidad, yuxtapone
testimonios de seis supervivientes de la explosión nuclear, añadiendo una
emoción no explícita que logra transmitir al lector. Hersey subordina la obra a
la exigencia de la verdad, herencia que recogerá luego Traman Capote. Norman
Mailer, Lilian Ross... Y como precedentes más cercanos en el tiempo, citaremos
a E. Hemingway, cuyos artículos sobre la Guerra Civil española no sólo son de
gran valor periodístico y literario sino que además los recrean en sus novelas,
o John Dos Passos que utiliza su material periodístico, como los reportajes
sobre el caso Sacco y Vanzetti y lo transmuta literariamente a la trilogía”[1].
Balzac y Sthandal, son modelos
perfectos y grandes precursores de la aplicación de los recursos periodísticos
en la novela. “La Peste” de Camus, es un ejemplo excepcional de este
concubinato. Es una novela, que utiliza todos los recursos de la
crónica, con una maestría excepcional. Hay otro aspecto que deseo
relevar, por encima de los aspectos
técnicos, es la relación personal de dos escritores con esta profesión.
Empecemos con Gabo.
Gabo, tomo la definición de Camus, quien dijo que el
periodismo es la profesión más bella del mundo, siempre se sintió periodista
por encima de su condición de prosista y novelista. El periodismo era para él
todo. No haber podido ejercer como reportero con entera libertad, por gracia de la fama, fue una
tragedia en lo personal. Gabo hizo sus primeros pinos en el periódico “El
Espectador” de Colombia, siendo muy joven, allí decanta su talento y se diluye
en una pasión que nunca abandona. Con el asesinato de Gaitán (1948) pasa a la
costa Caribe, escribe primero en el periódico “ El Universal” de Cartagena y
después en el Heraldo de Barranquilla, al final se traslada de nuevo a Bogotá, donde se consolida
como el mejor reportero de este país. La condición humana de
quien siempre está detrás del indicio y la verdad, es un factor que lo embelesa de esta profesión……Gabo
abrevo en una bohemia con intelectuales del grupo Barranquilla, en cafés de mala muerte de la capital, en los sótanos del periódico el espectador donde solían ocurrir los
consejos editoriales en los amaneceres capitalinos o en las noches de bolero de su amada Cartagena donde solían encontrarse con la noticia del día siguiente. Colombia fue un país de cultores del idioma, gramáticos y periodistas, que terminaron influyendo mucho en su trabajo como prosista.
Tiene una foto, con un cigarrillo, los pies en la mesa de su lugar de Trabajo, todo
de negro, la actitud propia del cazador de noticias en un país convulsionado
por mil violencias y en ciernes de una dictadura, que habla por sí sola, de la pasión y el orgullo que sentía por su profesión. Gabo nunca dejó de ser un
periodista y sus columnas son ejemplo de maestría en un género ( Me refiero a
los columnistas) que se volvió un lugar
común.
Vargas Llosa escribió una
excelente columna, como todas las suyas, sobre Hemingway y las guerras, a
propósito de una visita suya al museo abierto en los Estados Unidos en su
homenaje. Este hombre fue un reportero y
corresponsal de guerra a carta cabal, con una actitud especial para el peligro,
casi suicida, comprometido hasta los huesos con la profesión, siempre su actitud frente a la vida, fue la de un reportero, fue un corresponsal aventajado. Cuenta Vargas Llosa: “Sabía
que Hemingway escribía de pie, en un atril, como Víctor Hugo, pero no que lo
hacía con lápiz y en unos cuadernos rayados de escolar, con una caligrafía tan
tortuosa que hasta en la pantalla que aumenta varias veces su tamaño resulta
muy difícil descifrar sus manuscritos”. Agrega: “Su vida fue intensa, violenta,
rondando siempre la muerte, no solo en las guerras en las que estuvo como
corresponsal o combatiente, sino también en los deportes que practicaba —el
boxeo, la caza, la pesca en alta mar—, los viajes arriesgados, los desarreglos
conyugales, los placeres ventrales y los ríos de alcohol. Vivió todo eso y
alimentó sus cuentos, novelas y reportajes con esas experiencias, de una manera
tan directa que, por lo menos en su caso, no hay duda alguna de que su obra
literaria es, entre otras cosas, ni más ni menos que una autobiografía apenas
disimulada”. La película de Wody Allen sobre París, es un homenaje en cierta
forma a este escritor, sobre todo en su condición de periodista. Remata: “ En la exposición aparecen las famosas
instrucciones que daba a sus redactores el director del diario de provincias,
el Kansas City Star, donde Hemingway, en plena adolescencia, inició su carrera
periodística y que, según los críticos, fueron decisivas para la forja de su
estilo y su metodología narrativa: eliminar todo lo superfluo, ser preciso,
transparente, claro, neutral, y preferir siempre la expresión sencilla y
directa a la barroca y engolada. Todo esto es probablemente verdad pero no
suficiente, pues acaso el detalle central y maestro de su técnica, la elusión,
el dato escondido, que, desde la ausencia y la tiniebla impregna poderosamente
el relato y lo baña de sugestión y de misterio, lo inventó él mismo, el día que
decidió suprimir en el cuento que escribía el hecho principal: que, al final de
la historia, el personaje se mataba. Ninguno de los escritores de su generación
—una generación de gigantes, como Faulkner, Dos Passos, Scott Fitzgerald—
manejó como él esta omisión locuaz, el dato escondido, obligando al lector a
participar activamente con su imaginación a completar el relato, a redondearlo”.
Esto habla por sí solo, es preciso leer la novela “Por quién doblan las
campanas”, que nació de sus actividades como corresponsal en la guerra civil
española, que de hecho, tiene muchas películas al respecto. En artículo de la
BBC, trajeron está cita del escritor: El autor de "Fiesta" solía
decir sobre esta frecuente convivencia (pues muchos escritores comienzan su
carrera literaria o la simultanean por años con la actividad periodística) que
un novelista debe tener la capacidad de saber en qué momento de su trabajo
tiene que abandonar el periodismo como fuente de vida y dedicar su tiempo a la
escritura de su obra narrativa”[2].
Quiero escribir un trabajo
especial sobre Ryszard Kapuscinsky y por su puesto la nobel de literatura.