sábado, 15 de octubre de 2022

EL CASO DE UN DESTINO TRAGICO (2 PARTE )

Lina en su exilió decidió estudiar una carrera técnica novedosa, asistente de periodismo en investigación de campo, solo eran tres años. Cuando llegó al aeropuerto de Barajas se sorprendió del orden, igual, de la displicencia con que era atendida, al abordar alguien le advirtió que los Españoles no eran muy amables con los sudacas. Madrid le pareció hermoso y por el sitio de habitación, cerca de la "Plaza del sol", en un caserón inmenso, lleno de habitaciones, prácticamente a una cuadra del sitió de estudio, le permitió conocer muy bien el centro de esta ciudad, para ser más concreto, de ahí hasta el parque del retiro, por ello, desde el principio ubicarse no fue problema.
Los primeros días fueron de una soledad inmensa, la añoranza de su Medellín le hacía llorar a cada rato, de su zona trece, del Coco y de toda la parafernalia que estos sitios emblemáticos representaban para ella. Aprendió como lo decían la mayoría de los escritores colombianos en el exilio, que se quiere y conoce el país mucho más de lejos, con el cumulo de recuerdos que se acumulan producto de la nostalgia. Se vuelve a vivir la realidad que dejamos atrás de otra manera distinta. 
Pensaba en todos sus amigos asesinados o muertos en balaceras por razones del destino y el azar, otros por la lucha territorial, por faltones, por encargos oprobiosos. Creció con todos esos muchachos, asistió con ellos a la escuela, de igual manera fue viendo cómo  se metieron con los capos de la mafia y empezaron a hacer mandados, camino que les impuso enemigos que ni siquiera conocían, mandados muy peligrosos. Fueron tiempos turbulentos decíamos, aprendimos a morir en silencio y sin dar razones, como fichas de ajedrez, que al final vuelven con otros nombres, muchachos cada vez más duros y fríos para los encargos.
Podría enumerar los más de treinta amigos muertos, hablaba de un sitio muy pequeño de la zona trece, una pequeña caldera dónde parecía reinar el diablo. Después de mucho trago y bareta, unos pases de coca, se iban al mirador a rematar, desde dónde se ve Medellín como una postal. Bailaban incansablemente, sonreían, se escondían detrás de los muros a hacer el amor como si estuvieran locos, hacían coreografías improvisadas, para esquivar la muerte, pero siempre la realidad se imponía y a cada rato una mala noticia los marcaba.
Un tiempo fue novia del tuso, el duro como se le solía llamar. Honor que imponía respeto en todo el barrio. Vio planear revueltas, intimidaciones, extorciones, la venta del vicio, la presentación de cuentas y los ajustes por descuadres seguidos. En ocasiones estuvo borracha por tiempos largos y padeció el aislamiento de la familia que ya no supo qué hacer con ella.
Saliendo de la cas mataron a Felipe, en la cancha de futbol en pleno partido a frijol, masacraron a tres en la escaleras de la cancha de basquetbol del coco, desaparecieron a más de diez amigos que luego los encontraron en bolsas, era como el infierno de Dante, eterno, lleno de angustias y siempre viendo caer al parche, como fichas de un tablero mortal.
Hasta que llegó Eliecer con su música y arte, con su rap, con los grafitis, habló por primera vez del milagro de la vida, del proceso de interiorización y comunicación como terapia con la composición musical. Fue la bandera blanca, que le hizo comprender a los muchachos que había otro manera de vivir pese a todas las vicisitudes. Lo conoció cuando se aburrió de la crueldad del tuso, de su brutalidad. Desde ese momento su vida cambio del todo y se llenó de esperanzas...................