Hace un año vivo en la
Floresta, un barrio tradicional de Medellín de la más vieja estirpe, conserva
casas de los años cincuenta, viejas pero de una belleza inclasificable, sus diseños son rurales, construcciones iguales a la de nuestras fincas cafeteras, ante-jardín con
mecedoras de vieja data, madera y mimbre, hechas para estar cómodos, sentarse sin afugias, para conversar en las
tardes cuando ya nada importa; techos de teja de barro, zaguanes anchos, ventanas amplias con barrotes de madera, y esa presencia de vieja arrogante a la que el tiempo no
le hace mella, como diciendo aquí estoy.
Mi cuadra ya ha sido trasformada, producto de la ola de cambios urbanísticos de la modernidad, edificios a granel, suplen la necesidad de una explosión demográfica sin parangón que no para desde los años 90 del siglo pasado, pese a ello, estas construcciones no le quitan su aire de cuadra tradicional, hay un híbrido entre lo viejo y lo nuevo que la hace inclasificable, llena de
árboles, grandes mangos abren sus copas altas, dándole sombra todo el día, en medio de casas re-modeladas, edificios pequeños, como injertos. En las tardes se dan corrientes de aire como aquellas que corren en la
costa en ciertas temporadas, muy mediterráneo y poco habitual en estos tiempos
de cambios climáticos y calores infernales.
El entorno es importante para el hombre. En la infinitud espacial, la vecindad como dicen los Mexicanos sigue siendo vital, es la célula urbana, además nuestro centro existencial, en este lugar brota el sentimiento de un
espacio común, de propiedad compartida. Una cuadra es el lugar más común
de nuestra vida, es el punto desde donde observamos el mundo en que vivimos con sus alegrías y tragedias. Parece un organismo vivo, tiene sus propios
hábitos, conserva la atmósfera que tienen nuestros pueblos. Todas las
mañanas hasta el final del día, se repiten los mismos actos, como si viéramos el mismo capitulo de alguna novela. Usted ve salir la misma gente
a una hora puntual, va conociendo por lo tanto sus
trajes, su manera de encarar el día, en esas aparentes y ociosas rutinas: Prender el carro, barrer al frente de la casa, comprar las cosas del desayuno,
rituales que se nos van volviendo lugares comunes. Con las mascotas, que constituyen un mundo absolutamente encantador, pasa algo
curioso, siempre las sacamos a una hora
exacta, no hay falla, me encuentro entre ellos, nos
saludamos con un sentido de camaradería inusual, hablamos de cada experiencia con
estos seres como si fueran personas, curiosamente a la gente se les olvidan que son perros, hay una especie de cofradía, se crea una solidaridad en tiempos de desconfianzas desmedidas, la mascotas nos humanizan, generan una cordialidad que no se da cuando estamos solos.
Los personajes de mi cuadra son
variopintos. Don Orlando, el dueño de la casa donde vivo, es un señor jubilado, su figura es muy italiana, como
aquellos personajes del Padrino, se sienta afuera en su silla con una altivez contagiosa, denota siempre la satisfacción de la labor
cumplida, su anecdotario es rico y extenso, cada relato suyo tiene moralejas,
evoca nombres y recuerdos como si nosotros viviéramos en los espacios y lugares en su pueblo natal San Jerónimo, que evoca más como sueños que como recuerdos, cuando habla lo mete a uno en su vida como un buen escritor: Cerca del parque, en la tienda del viejo Matías, dice y ahí se va yendo en sus añoranzas, llevándonos
por su pasado en relatos interminables, llenos de nostalgia pero nunca de infelicidad, más bien reflejan mucho orgullo. Cuando salgo a las 6 Am me encuentro con mi
vecina, que barre con un juicio irredimible la calle, es alegre, sin un ápice
de resentimiento, sin los prejuicios de la sociedad del éxito que nos venden los agentes de mercadeo y los gurues del comercio, presión que nos fatiga y agobia, ella es pletórica por naturaleza, de una humildad sin cortapisas, por fuera de las presunciones de la juventud de ahora, acepta la finitud de la vida sin mayores consideraciones metafísicas, sus irremediables
injusticias, el tiempo corto, lo sabe de antemano y no le preocupa para nada, vivió con sobrecargas de trabajo como educadora con verdadera pasión, a pesar que solo le servia para compensar las
necesidades primarias, levantar los hijos y no esperar más, así fue llevando la vida, como todos, terminará en soledad en medio de los encantos de la vejez que nos hace lentos y olvidadizos, mi vecina me ha enseñado más que muchos textos.
Veo siempre a Juan, muy a las 6 Am, un constructor que está terminando un edificio de
apartamentos al frente de mi casa, esa mole rompe con la tradición del barrio, pero no contradice para
nada el espíritu de la cuadra, más bien la engalana. Su estilo es moderno, líneas
rectas, grandes ventanas y una estética minimalista exenta de todo barroquismo. Juan es un
hombre amable, con una filosofía de la vida sin mayores
complicaciones ni teorías complejas. Le he venido comprendiendo en medio de tratos muy cortos. No se complica para nada, pese a que ha tenido muchas dificultades, sabe que la única manera de salir adelante es con responsabilidad y honradez. Lo he visto con su hermosa
hija, en esos momentos refleja todo el sentido de trascendencia de su vida, se le ve orgulloso, delata mucho amor por su familia, cuando está con su hija veo en sus sus ojos el inconmensurable amor que lo motiva, cómo diciéndonos, los esfuerzos valen la pena. Su socio, es
un ingeniero Civil joven, aplicado, pragmático a morir y de pocas palabras, lo
que no quiere decir que no sea cortes, es un hombre perspicaz por naturaleza. Tiene una esposa joven, bella, de buenas maneras, siempre con una sonrisa espontanea y sincera. Son dos profesionales, reflejan
esa juventud que de hecho es muy diferente
a mi generación. Representan el porvenir que nos enaltece, me traen a colación a
mis tres hijos quienes igualmente salen en la mañana a devorar los días y sus
responsabilidades, su presente es solo futuro. Se van formando con una
religiosidad y cierto temor producto de una sociedad implacable y llena de
competitividad, más bien cruel, pero saben que no hay tregua.
Son muchos los
personajes: Jubilados, retirados, exitosos, cesantes, sabios silenciosos, resentidos, negociantes frustrados, seres itinerantes, sin apuros, han vencido a la vida de alguna manera. Otros son más relevantes para la vida y la rutina propia del lugar. Jhonny con su tienda bien surtida producto de una dedicación
inenarrable, negocio que vende todo lo que un hogar necesita, es un ser amable, con un humor negro cortante, conoce a todo el
mundo por estos lados, vive en contacto con la gente a diario, sabe todas las historias de esta cuadra, la vida le exige mucha discreción y sabiamente la tiene y la maneja. Nolasco, es un señor diferente a todo lo que he visto, su lógica es producto de un escepticismo bárbaro, lacerante, su socio, es un hombre de familia, más coloquial, de finca, un
negociante que triunfó y sobrevivió a las mentiras de esta sociedad hipócrita y falsa, tienen una oficina al lado de la tienda, allí se pernota y sobrevive sin perder nunca la alegría. Ellos dos son puntuales de sobremanera, abren a las 8 de la mañana, no fallan en el horario pese a que son sus propios jefes. Después, toman la prensa, básicamente el crucigrama y empieza el galimatias de sus días, siempre sin sobresaltos. A estos dos personajes se
suma, una caterva de viejos que nos sentamos en la esquina a conversar cosas insustanciales, manteniendo una vigencia impertérrita, contradiciendo
esas implicaciones del tiempo que nos delatan, reflejamos cansancio, pero no agotamiento, alguna sabiduría
práctica, como los perros viejos, los años en su azarosa tragedia no han enseñado más que todos los libros. Esta es la vida. Estos son los días que van
pasando y nos acercan a la muerte. Con el tiempo nadie nos recordará. Eso está
descontado. La cuadra nos sobrevirá.
CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
CESAR HERNANDO BUSTAMANTE