domingo, 18 de noviembre de 2018

DOS POETAS LATINOAMERICANOS PARA DOS PREMIOS


He querido exaltar la obra de dos poetas quienes han sido reconocidos en tres sendos premios, Darío Jaramillo con “El Federico García Lorca” de la ciudad de Granada España, que es justo homenaje a una obra y una vida y el de Ida Vitale, poeta Uruguaya de 95 años, ganadora del premio Cervantes de literatura de este año y el premio de la FIL en Guadalajara, el primero, es el más importante de Hispanoamérica. Traigo una introducción que hizo Quirarte de una antología de Darío que me parece extraordinaria y de Ida, un artículo y una entrevista del periódico “El país” de España. El artículo es una síntesis magistral de lo que ha significado para las letras la poesía de Ida, describe su trayectoria y aportes.  Después entregaré mis impresiones en artículos especiales para cada autor  CESAR HERNANDO BUSTAMANTE.

IDA VITALE: “ANTES LOS POETAS HABLABAN DE HÉRCULES; AHORA, DE BATMAN”


JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
21 ENE 2015 - 18:03         COT


La escritora uruguaya recuerda las enseñanzas de su maestro, José Bergamín, habla de su obsesión por corregir y afirma que la poesía ha cambiado de referentes culturales

Ida Vitale es, con 91 años, una de las grandes maestras de la literatura latinoamericana viva, pero disfruta, más que hablando de su obra, recordando a aquellos que, ilustres o anónimos, le enseñaron a leer y escribir. Entre los anónimos había, en el Montevideo de su infancia, una profesora que le hacía imitar el estilo de Azorín, de Gabriel Miró, de Ortega o de Rafael Barrett: “Cada mes, un autor distinto. Era una buena práctica: te obligaba a mirar de modo diferente”. Entre los ilustres estaba José Bergamín, verso suelto de la Generación del 27. “Fue un excelente maestro”, cuenta. “No sé si acá se tiene la imagen del Bergamín profesor a tiempo completo. Sabía mucho de literatura española, pero también del romanticismo alemán. Era de los que decían: ‘Tienen que leer este libro’, y te lo regalaba. Perdió su biblioteca al marchar al exilio tras la guerra y había resuelto que la solución era el desinterés completo”. La autora de Reducción del infinito (Tusquets) recuerda la soledad del escritor español en Uruguay hasta que llegaron sus hijos: “Decía que era el último orejón del tarro. No era muy halagador para nosotros, pero era verdad. Terminábamos cenando con él después de las clases. Era joven pero lo veíamos como un viejito”.
Su maestro en la poesía fue, sin embargo, un enemigo íntimo de Bergamín, Juan Ramón Jiménez, a quien también conoció cuando pasó por Montevideo. Con él comparte la obsesión por corregir: “De Juan Ramón me impresionó que le dieran un libro para que lo firmara y se dedicara a corregir los poemas. Decía que un poema hay que escribirlo y guardarlo hasta que a uno se le olvide. Yo lo he seguido en la medida de lo posible”.
Ida Vitale se marchó a México en 1974 con su marido, el poeta Enrique Fierro. La dictadura militar empezó persiguiendo a los tupamaros y luego a todos los que parecieran remotamente izquierdistas: "Nosotros no estábamos en eso, pero andábamos entre libros, algo que siempre inquieta a los militares”. Adiós a un Uruguay que, según la poeta, fue durante décadas “la democracia perfecta”: laico, con una gran educación pública gratuita, sin grandes desigualdades sociales y sin nacionalismo alguno. “¿Qué nacionalismo iba a haber si éramos la mitad italianos y la mitad españoles?”.
Desde 1989 vive en Austin (Texas) aunque viaja con regularidad a su país, a México —“fueron muy generosos con nosotros”—, e incluso a España. En Madrid formó parte del jurado que concedió el último Premio Loewe al chileno Óscar Hahn. “Había libros tremendos de gente que uno nota que tiene en la poesía la última esperanza”, cuenta sobre su experiencia en un jurado por el que ya pasó su amigo Octavio Paz. “Uno busca lo literario, pero a veces se pone en el alma de quien escribió esos versos y empieza a pensar en el ser humano, no en el escritor. Al final hay que ponerse de nuevo en el frío cargo de lector desinteresado”. Otra de las conclusiones de esa experiencia es que los referentes de la poesía están cambiando: “Las alusiones mitológicas se han ido perdiendo. Antes los poetas hablaban de Hércules; ahora, de Batman. No digo que eso dé una poesía inferior, pero marca una orientación distinta, sobre todo por los mundos que arrastran y lo que uno y otro te permiten entender”.
Más intensa que extensa, su poesía es, sin embargo, escasa en referencias. Las palabras son nómadas y los malos poemas las vuelven sedentarias, dicen unos versos suyos. ¿Cómo reconocer ese cambio de estado? “Instintivamente. En la medida en que son nómadas las sujetamos o seguimos su movimiento natural. ¿Por qué hay palabras que nos gustan y otras que no? No sé. A mí me choca profundamente constatar. Sin embargo, procrastinar me gusta”. Traductora de autores como Gaston Bachelard, Simone de Beauvoir o Luigi Pirandello, Ida Vitale cuenta que traducir le ha enseñado a mantener la atención aunque “la traducción conspira contra la poesía porque es un trabajo muy absorbente”. La poeta uruguaya publicó Mella y criba (Pre-Textos) en 2010 y ya tiene un libro nuevo. “Uno no, varios, y eso es lo peor”, aclara riendo. La prosa le divierte —la suya ha dado lugar a maravillas como Léxico de afinidades (El Cobre) y De plantas y animales (Paidós)—, pero sabe que la extrema esencialidad de sus versos podría terminar por llevarla al silencio, “la reducción total”. Con todo, huye de la metafísica —“estas cosas, cuando se sintetizan, quedan dramáticas”— para meterse en la cocina de la escritura: “A veces me sale un poema largo, más hablado de lo necesario, pero mi tendencia natural es abreviar. Aunque admiro profundamente a los que se dejan llevar por esa locura ingobernable, cada uno nace no con un guion sino con una escuadra a mano, y la mía es borrar y borrar. Corregir es como arreglar cajones: sacas lo que está de más".
POEMAS
AGOSTO, SANTA ROSA
Una lluvia de un día puede no acabar nunca,
puede en gotas,
en hojas de amarilla tristeza
irnos cambiando el cielo todo, el aire,
en torva inundación la luz,
triste, en silencio y negra,
como un mirlo mojado.
Deshecha piel, deshecho cuerpo de agua
destrozándose en torre y pararrayos,
me sobreviene, se me viene sobre
mi altura tantas veces,
mojándome, mugiendo, compartiendo
mi ropa y mis zapatos,
también mi sola lágrima tan salida de madre.
Miro la tarde de hora en hora,
miro de buscarle la cara
con tierna proposición de acento,
miro de perderle pavor,
pero me da la espalda puesta ya a anochecer.
Miro todo tan malo, tan acérrimo y hosco.
¡Qué fácil desalmarse,
ser con muy buenos modos de piedra,
quedar sola, gritando como un árbol,
por cada rama temporal,
muriéndome de agosto!

Fortuna


Por años, disfrutar del error
y de su enmienda,
haber podido hablar, caminar libre,
no existir mutilada,
no entrar o sí en iglesias,
leer, oír la música querida,
ser en la noche un ser como en el día.
No ser casada en un negocio,
medida en cabras,
sufrir gobierno de parientes
o legal lapidación.
No desfilar ya nunca
y no admitir palabras
que pongan en la sangre
limaduras de hierro.
Descubrir por ti misma
otro ser no previsto
en el puente de la mirada.
Ser humano y mujer, ni más ni menos.



IDA VITALE: “EL HUMOR ES ESENCIAL PARA SOBREVIVIR”


La poeta Ida Vitale recibe este sábado el gran premio de la FIL de Guadalajara. La escritora, distinguida la semana pasada con el Cervantes, prepara la comida en su casa de Montevideo y habla de su vida y su trayectoria.
ENRIC GONZÁLEZ
23 NOV 2018 - 11:55      COT
Ida Vitale es una figura señera de la poesía contemporánea. Tiene 95 años. Acaba de recibir el Premio Cervantes, en España, y el Premio Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en México. Uno espera encontrarse con una persona más o menos hierática, grave, consciente de su importancia. O con una persona decrépita. El visitante no cuenta en ningún caso con que Ida Vitale sea esta persona que baja sonriente a abrir el portal y cuenta entre risas que ayer, cuando volvía de Punta del Este con su hija, el auto se quedó sin gasolina. Lo que sigue no puede considerarse una entrevista, sino una conversación mientras la gran poeta cocina, sirve el almuerzo, come y bromea.

Para Vitale, Jorge Luis Borges es “el gran escritor de América”. Esto lo dice una mujer que formó parte, junto a autores como Mario Bene­detti y Juan Carlos Onetti, de la llamada generación de 1945. Tal vez la afirmación sobre Borges le parece demasiado solemne. Para recuperar su tono preferido, cuenta cómo conoció al gigante de las letras argentinas.

“En México, rápidamente encontré trabajo y amigos, no conozco un país más generoso”

“No recuerdo cuándo ocurrió, probablemente en los años sesenta. Un día le vi parado en una esquina, al lado de la Intendencia, aquí en Montevideo, junto a una mercería. Yo venía cargada con una máquina de coser que le había prestado a una cuñada, buscaba un taxi para volver a casa. Y, claro, pensé: ¿qué está haciendo ahí Borges? Sabía que ese día daba una conferencia, pero me extrañó que estuviera tan quieto, con la cabeza casi metida en la vidriera de la mercería. Pensé que no se atrevía a cruzar la calle y disimulaba. Me acerqué y le dije: ‘Perdón, Borges, ¿está usted perdido?’. ‘No, no’, respondió, ‘¿quién es usted?’. Me preguntó como 20 veces quién era yo. Finalmente me explicó que tenía que dar una conferencia y que le gustaba caminar por la Rambla, el paseo marítimo. Pero estaba como a ocho cuadras del mar. Le dije que no podía acompañarle hasta la Rambla porque iba muy cargada con una máquina de coser, pero que podíamos tomar un taxi. Volvió a preguntarme quién era yo y allí se quedó, quieto. Estuve toda la tarde pendiente de si llegaba a la conferencia. Llegó. Los ciegos deben tener un ángel de la guarda”.

Uno se imagina perfectamente a Vitale cargada con una máquina de coser, igual que ha cargado toda la vida con la máquina de escribir, ahora el ordenador: le da pereza, o pudor, exhibir su erudición, su dominio de varios idiomas (es una extraordinaria traductora) y su conocimiento del mundo. La poeta que se dispone a recibir el gran premio de Guadalajara y que aún no ha pensado en su discurso de aceptación del Premio Cervantes se va a la cocina. “¿Le gusta el bacalao?”, pregunta. Prepara una sopa de verduras, una ensalada y un bacalao muy sabroso. Hay pan negro. Y un par de botellines de vino de los que sirven en los aviones. Y dos dedos de jerez seco en una botella que encuentra en un armario.
La conversación va y viene, al ritmo de sus idas y venidas de la mesa a la cocina. No permite que el invitado ayude. Lamenta que la enseñanza se haya vuelto menos exigente en cuanto a nivel académico, tanto para alumnos como para profesores. Se pregunta cómo es posible que alguien como Donald Trump (“el monstruo rubio”, le llama) haya alcanzado la Casa Blanca. Se pregunta también qué va a pasar con la columna de migrantes que ha llegado ya a México y espera pasar a Estados Unidos. Se horroriza con la historia de un submarino argentino que desapareció un año atrás y acaba de ser localizado en una sima marítima, sin duda con 44 cadáveres a bordo. Habla de su amor por las palabras, por los animales y por las plantas. Y ríe, ríe muchísimo. Ella suele ser el blanco de sus propias bromas.

Ida Vitale nació en una familia ilustrada de origen italiano. Su padre se llamaba Publio Tesio: con ese nombre, lo normal es que uno se interese por la historia y la literatura. Sus primeros recuerdos: una lamparita azul, el recuerdo más remoto; los cuatro diarios, dos de mañana y dos de tarde, que llegaban a casa; el tío médico que le caía muy mal; la tía pedagoga que le caía muy bien. Su tía Débora Vitale D’Amico fundó la sección femenina del colegio nacional José Pedro Varela y luego un colegio femenino con el mismo nombre. “Ahora es un colegio mixto, ¡qué tontería separar a los chicos y las chicas!”, comenta. Ida Vitale estudió con su tía, quien le descubrió las primeras lecturas. Luego siguió descubriendo por su cuenta, en la biblioteca. Novelas, muchas novelas: “No habría cambiado ningún poema por Los tres mosqueteros”. Sigue leyendo más prosa que poesía.

“A veces el humor se refleja en una actitud de tolerancia que debe empezar por uno mismo”

Tardó en percibir el encanto del verso. Todo comenzó en el colegio, con la lectura de un poema de Gabriela Mistral. Empieza a recitarlo de memoria: “La hora de la tarde, la que pone su sangre en las montañas…”. (Conviene hacer un inciso: no soporta la poesía declamada, sino la que se dice con naturalidad, como lo hacía su querido y admirado Juan Ramón Jiménez o como lo hacía el gran actor italiano Vittorio Gassman). “Era quinto curso y no entendí nada de ese poema de Mistral, algo entreví en sexto, y ya en Liceo ese poema me pareció evidente”, explica. “Poco a poco fui dedicándome a la poesía, quizá como un juego conmigo misma; vas trabajando, sabes que lo que haces va a ser juzgado y procuras hacerlo lo mejor posible”. Así de simple, según ella. Cuando escribe, prefiere renunciar a la completa perfección formal si a cambio logra aportar al lector un cierto enigma, un punto de misterio. Escribe, despoja lo escrito de elementos superfluos, poda una y otra vez hasta quedarse con la esencia. Deja el trabajo en un cajón hasta tenerlo casi olvidado y entonces, cuando le parece obra de otra persona, relee y juzga.

Esta mujer de educación exquisita, que guarda muy buen recuerdo de sus profesoras de francés e italiano y muy mal recuerdo de su profesora de inglés, se casó con el crítico y ensayista Ángel Rama. Tuvieron dos hijos, Amparo, la arquitecta con la que el día antes se había quedado sin gasolina, y Claudio, economista en Buenos Aires. Formaban parte de la élite cultural uruguaya. En una de sus idas y venidas de la cocina muestra una foto del mítico Felisberto Hernández acompañado por su esposa del momento (tuvo cuatro, una de ellas una espía del KGB), gran amiga de Ida. “Aquí Felisberto era joven y aún estaba delgado, luego se puso muy gordo”, comenta. No debe haber muchas personas que puedan hacer ese tipo de comentario, entre afectuoso y displicente, sobre alguien como el pianista, poeta y novelista Felisberto Hernández.
En 1974 cayó el viejo régimen liberal uruguayo, el juego de alternancia entre rojos y blancos, y llegó la dictadura. Un día apareció en casa la policía buscando a su hija. La familia (ella se había casado ya con su segundo marido, el poeta y crítico Enrique Fierro) dejó el país. Con más de 50 años, Ida Vitale comenzó su exilio en México. Colegas izquierdistas como Onetti y Benedetti la previnieron contra el mexicano Octavio Paz, un hombre que a ella le pareció formidable. Igual que México. “Rápidamente encontré trabajo y amigos, no conozco un país más generoso que México”, recuerda. Dio clases, tradujo, pronunció conferencias, publicó numerosísimos artículos y ensayos. En 1984, con la dictadura ya agonizante, Vitale y Fierro volvieron a Montevideo. “Nos pareció que teníamos que colaborar en lo posible en la restauración de la democracia”, explica. Fierro fue nombrado director de la Biblioteca Nacional, donde pasó cuatro años “infernales”. “La dictadura había colocado a su gente y el pobre Enrique tuvo que lidiar con ellos, lo pasó muy mal”. En 1989, a Fierro le ofrecieron un puesto en la Universidad de Austin, Texas, y la pareja volvió a emigrar para instalarse en Estados Unidos.

Ida Vitale muestra un ejemplar de Quiero ver una vaca, un poema de Enrique Fierro que se ha convertido en celebérrimo cuento para niños: “Enrique acabó maldiciendo ese poema, temía pasar a la historia por una obra que no representaba en absoluto su estilo”.

Texas no es México. Ida Vitale no se sintió tan cómoda allí, en parte porque su inglés (lo domina, ha traducido obras inglesas y alemanas) no es tan fluido como su francés o su italiano: culpa de nuevo a aquella mala profesora en el colegio. Pero no tenía previsto volver. Hasta que murió su marido, hace dos años. Las fotografías de Enrique están por todas partes y su ausencia resulta perceptible, pero Vitale no es persona de quejas o lamentaciones. Su hija la convenció para que regresara a Montevideo y le arregló el moderno apartamento donde vive ahora, muy cerca de la Rambla marítima (o fluvial, según se mire) que le gustaba a Borges. Se instaló hace unos meses. Aún está ordenando los libros.

La poesía de Ida Vitale es sobria, elegante, con un punto de ironía. “Los poetas de mi juventud eran gente importante que escribía poesía narrativa, de tono bíblico, casi sacramental, sin ningún humor”. Ella hace lo contrario. “¿Dice usted que en mis libros hay humor? El humor es esencial para sobrevivir, y no me refiero a los chistes: a veces el humor se refleja simplemente en una actitud de tolerancia que debe empezar por uno mismo”. A diferencia de varios de sus colegas de generación, no ha mezclado sus versos con la política. “Respeto mucho La Marsellesa, a la que pusieron una música muy bonita, pero yo hago otra cosa. Sí me he referido a ideas como la libertad, generalmente en piezas que luego no he recogido…”. Vitale ha publicado abundantemente, pero ha desechado mucho y tiene mucho guardado. Incluyendo novelas.

Ha llegado el fotógrafo y toma imágenes mientras Vitale habla. “Oiga”, se encrespa en broma, “me está sacando siempre con gafas”. La escritora se quita las gafas y exhibe sus ojos azules. Quizá no se trata de un gesto de coquetería: siempre fue muy bella, tanto como para relacionarse de forma relajada con su aspecto. “Me interesa más la ética que la política”, afirma. Alguna vez sí se ha referido a la política. En Reducción del infinito, uno de sus libros más celebrados, escribe: “A veces verás la hoz / aparejada a un cintillo. / Escarapela y martillo / acompañando a la hoz / suman su fuerza feroz / disfrazada de tristeza, / trayéndonos de cabeza / a quienes nos rebelamos / al ver que los mismos amos / vuelven por la misma presa”.


Ida Vitale ignora aún qué dirá en su discurso de aceptación del Cervantes. “Buscaré alguna fórmula no muy gastada de dar las gracias. Me angustia la gente que se sentirá postergada, gente que probablemente merecía el premio más que yo”, comenta. Y, como de costumbre, se quita importancia: “Cuando me dieron el Premio Reina Sofía, alguien me advirtió de que vendrían otros premios, y parece que funciona así: estás en una especie de escalafón y piensan en ti, esa señora mayor ya premiada por otros, y te conceden un honor para evitar riesgos”.


SOBRE DARIO JARAMILLO

VICENTE QUIRARTE



Uno es el ser humano que vive. Otro, el poeta que crea. Cuando ambos se fusionan en una sola criatura, cuando la persona es la máscara y la máscara adquiere más realidad que quien la porta, estamos en presencia de alguien que combate con éxito la frase de que el poeta es el ser más antipoético del mundo. Tal es el caso de Darío Jaramillo. Debajo de su poesía de aparente sencillez, palpita el deber moral y estético de quien se arriesga a titular a una recolección de sus textos Libros de poemas o atreve la peligrosa y difícil definición de Poemas de amor.
Conocimos a Darío Jaramillo en un encuentro de poesía en la Ciudad de México, en octubre de 1989. Un par de meses atrás había perdido una pierna a causa la violencia civil de su natal  Colombia, elemento que hermana a nuestras dos naciones, devastadas por la violencia pero redimidas por la herencia de su historia, sus respectivas cadencias, sus criaturas de palabra, sus inverosímiles y admirables paisajes. Conocer y querer a Darío fueron dos verbos simultáneos. Acudo a la primera persona del plural porque varios éramos quienes en ese momento entramos en el conocimiento de su persona y estuvimos de acuerdo en esa emoción inmediata.
El nombre del hotel Casablanca, donde se alojaban los poetas invitados, era igualmente una coincidencia afortunada. Al final de ese auto sacramental que es la película Casablanca, Rick dice al policía francés que ha decidido ponerse de su lado: “Louie, creo que este es el principio de una hermosa amistad”. Con el paso del tiempo, Darío se ha convertido en el mejor, informal  y auténtico embajador de las dos naciones. Elena Poniatowska lo definió en una metáfora impecable: “arcángel de los mexicanos”.
Su simpatía natural, su amistad exigente y generosa, creció a la par que su trabajo como novelista, poeta y ensayista. Darío Jaramillo Agudelo ha demostrado que la transparencia no es enemiga de la inteligencia, ni la popularidad de la forma que desemboca en su claridad sin concesiones. Sus poemas de amor, inscritos de manera casi inmediata en la imaginación colectiva han llegado a ser, lo que es aún más difícil, patrimonio espiritual de la lengua. De ahí la importancia de su labor como antólogo y lector de escrituras de otros, como lo demuestra su notable Antología de crónica latinoamericana actual o el tratado que lo pinta de cuerpo entero: Poesía en la canción popular latinoamericana.

El viaje propuesto en los poemas que integran esta antología es una exploración del mundo a partir del carácter sedentario de su autor. Observador de los gatos, Darío sabe, como Baudelaire, que quien no es capaz de poblar su propia soledad tampoco podrá estar solo en medio de la multitud. Otro gran solitario, Luis Cernuda, dijo que la soledad sólo podría ser poblada por ella misma. Esta aceptación por parte del poeta colombiano no entraña un alejamiento sino una entrada profunda en el oficio de vivir. Por esa razón, su poesía es contundente, elemental y enemiga de la retórica o de fuegos de artificio. La presente antología es una muestra de las cartas de identidad de su autor: el amante, el gato, el mango, la piedra o la cama aparecen no en su elementalidad pura sino en su significación plena. Esta capacidad para hallar en la vida diaria los elementos de su poética hacen de la aventura verbal de Jaramillo una de las más honestas y por esa razón convincentes de las letras actuales.
 “¿Para qué las palabras si es posible el silencio?”. Alguien que formula semejante declaración de fe tiene la obligación de afinar las palabras en el esmeril siempre renovado del mundo. Que den todo de sí para volver a su origen. De ahí que en los poemas de este libro no haya una sola palabra ociosa y los adjetivos esenciales actúen como puntos de apoyo para afianzarse en la realidad y llegar a la cima.
Oriundo de Santa Rosa de Osos, también lugar de nacimiento del poeta Porfirio Barba Jacob, otro intenso y gran amigo de México, Darío es un antioqueño puro, sobrio animal de costumbres. Cuando alguien que no lo conocía lo interrogaba sobre su labor cotidiana, respondía sin titubear: “Trabajo en un banco”, lo cual era rigurosamente cierto, aunque no explicaba que era el subgerente cultural del Banco de la República y que bajo su responsabilidad estaban algunas de las entidades culturales más nobles y queridas de Colombia. Desde hace tiempo alejado de esos deberes, vive de su pluma, anima proyectos heroicos como la editorial Luna Libros y escribe su adictivo boletín Gozar leyendo, que cuenta con miles de seguidores en el espacio cibernético. El año 2014, Ediciones Era dio a la luz una antología personal de la poesía de Darío Jaramillo Agudelo, bajo el título Basta cerrar los ojos. Es un orgullo para la UNAM que ahora sus palabras ingresen al catálogo de Material de lectura y de tal modo puedan llegar a las manos y los ojos del lector que les dará nueva vida.
Cada uno de los poemas de este pequeño gran libro que el lector tiene en sus manos es una bomba contra el tiempo. La obtusa y permanente violencia humana no impedirá que las notas del poeta sigan sonando a través de los años. Me gusta imaginar estos poemas en su voz, con la limpia honestidad de su camisa de algodón blanco y disfrutando del lujo mayor de cada tarde cuando el crepúsculo entra a raudales por su ventana y tiñe de colores cambiantes las montañas frente a su departamento de Bogotá, donde da la bienvenida a la soledad para estar más intensamente con nosotros.
VICENTE QUIRARTE

POEMAS
POEMAS DE AMOR
Ese otro que también me habita,
acaso propietario, invasor quizás o exiliado en este cuerpo ajeno o de ambos,
ese otro a quien temo e ignoro, felino o ángel,
ese otro que está solo siempre que estoy solo, ave o demonio
esa sombra de piedra que ha crecido en mi adentro y en mi afuera,
eco o palabra, esa voz que responde cuando me preguntan algo,
el dueño de mi embrollo, el pesimista y el melancólico y el
                                                                        inmotivadamente alegre,
ese otro,
también te ama.


POEMA DE AMOR 3

Algún día te escribiré un poema que no mencione el aire ni la noche;
un poema que omita los nombres de las flores, que no tenga jazmines o magnolias.
Algún día te escribiré un poema sin pájaros ni fuentes, un poema que eluda el mar
y que no mire a las estrellas.
Algún día te escribiré un poema que se limite a pasar los dedos por tu piel
y que convierta en palabras tu mirada.
Sin comparaciones, sin metáforas, algún día escribiré un poema que huela a ti,
un poema con el ritmo de tus pulsaciones, con la intensidad estrujada de tu abrazo.
Algún día te escribiré un poema, el canto de mi dicha.

NOCTURNO, VALS, MAZURKA, POLONESA

Con este piano conozco la dulzura única de un tiempo mío,
tiempo sin fecha y sin memoria,
todo fue, todo es, todo será
este flujo, este juego, esta caricia del piano.
Tiemblo de emoción, aplaudo el encore de Malcuzinski
y vitoreo y aún floto,
alucino entre valses y nocturnos.
Germán a mi lado tiene 16 o 17 años
y yo soy eterno ya,
mortal y eterno como Germán mi amigo de la infancia.
¿Es tan ridículo llorar de la alegría?
¿Puedo confesar este perfume de violetas,
admito mi cielo azul adentro, mi agua fresca en el alma?
Mañanas tranquilas bajo un sol indulgente:
se oye correr el agua, el piano muestra bosques,
verdes campos de cultivo, vacas mudas con ubre generosa.
Chopin hace el milagro.
Chopin detiene minutos y hemorragia.
Chopin es un sedante, sólo este piano y los restos de vida.
El piano, el tres por cuatro del vals atándome a la vida,
Chopin en mi oído anunciándome la lejanía de la muerte.
La música me lleva de la mano
por fuera del tiempo y por dentro,
por encima de mí,
viéndome otro me lleva de la mano,
soy uno que se aburre, uno que llora,
otro -el más miserable- que con ansias espera:
ninguno de ellos mientras el vals me lleve de la mano,
el vals sopla brisas de paz en mis entrañas,
me enseña a transcurrir,
todo llega, me repite el vals irrepetible siempre,
el vals irrepetible me cuenta la historia de otro más sereno que seré,
en una clave sin acosos me repite algo que todavía ignoro,
otro aprendizaje elemental que no percibo,
que el piano apenas insinúa.

* * * * *