martes, 24 de abril de 2018

JARRY/ UN LUNÁTICO O UN SANTO




Qué bien por Patricio Pron, esta reseña que traigo a mis lectores a propósito de una nueva edición en español de Ubú rey, es importante, no solo por la importancia del texto en mención, sino por la resonancia de este autor en escritores del siglo XX. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE.
Patricio Pron
Utah se convirtió en el cuadragésimo quinto Estado norteamericano en 1896; ese mismo año se celebraron en Atenas los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna y Rubén Darío publicó Prosas profanas; más importante para la Humanidad, sin embargo, es que ese año Alfred Jarry (Laval, 1873-París, 1906) estrenó con escándalo en el Théatre de L'OEuvre Ubú rey, que Catulle Mendés definió como una crítica "de la eterna imbecilidad humana, de la eterna lujuria, de la eterna glotonería, de la bajeza del instinto erigida en tiranía; de los pudores, de las virtudes, del patriotismo y del ideal de las gentes que han comido bien".

En La época de los banquetes. Orígenes de la vanguardia en Francia (Trad. Carlos Manzano. Madrid: Visor, 1991), Roger Shattuck compara a Jarry con "un lunático o un santo" y recuerda que, al igual que otros "miembros valerosos" de la escena artística, el creador de Ubú se propuso "ampliar el yo artístico y creativo hasta que desplazara todos los disfraces del hábito, la conducta social, la virtud y el vicio". Ubú tiene su origen en una tradición oral entre los estudiantes de Rennes sobre un histrión que era la "encarnación de todo lo grotesco que en el mundo hay", pero también es el resultado de un rechazo a la racionalidad decimonónica que encontró en Jarry y en algunos de sus contemporáneos (Erik Satie, Guillaume Apollinaire, Henri Rousseau) a sus principales valedores: de ellos parte una genealogía a la que pertenecieron (con todas sus diferencias) André Breton, Marcel Duchamp, Boris Vian, los dadaístas, Raymond Roussel, Bohumil Hrabal, Jaroslav Hašek, Eugène Ionesco, Samuel Beckett y César Aira. Ninguno de ellos existiría sin el humorismo salvaje con el que el inventor de la Patafísica pretendió deshacerse de todas las tiranías posibles, incluyendo la del lenguaje. La editorial Pepitas de Calabaza publica ahora la edición "definitiva" de su Ubú en español, la obra de un escritor que deseaba "vivir y no pensar", que alguna vez narró el calvario de Jesús como una carrera de bicicletas y que al morir pidió, a modo de última voluntad, que le alcanzaran un mondadientes.


Alfred Jarry
Todo Ubú 
Traducción, edición, prólogo y notas de Julio Monteverde
Pepitas de Calabaza, 2018






UN PASEO AMENO EN UNA MAÑANA SOLEADA



A propósito del premio Cervantes concedido a este gran escritor Nicaragüense, esta nota aparecida en Boomerang literario sobre el Quijote, me parece un buen homenaje a su pluma y a mis lectores, resulta diferente a todo lo que he leído sobre esta obra, se sale del canon. Espero les guste. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE

Sergio Ramírez
Un libro es como una casa de muchas habitaciones, cada una con un decorado diferente, y uno puede asomarse, primero desde fuera, a través de las múltiples ventanas, y, así seducido, entra a vivir en esas estancias cordiales y acogedoras, porque siempre hallará abiertas sus puertas. Y como estamos en abril, el mes de Cervantes, quiero recordar al libro de los libros, el que más ventanas, puertas, pasadizos y corredores tiene, El Quijote.

Si alguien pregunta por qué debe leerlo, y le respondemos que es imprescindible porque contiene una filosofía de la vida, o porque nos revela un mundo de enseñanzas morales, habremos perdido de seguro un lector de ese libro imprescindible sin el cual viviremos una vida disminuida. 
Por el contrario, debemos tener el valor de responder que se trata de un libro divertido, lleno de risa y disparates, acerca de un loco que anda por los caminos en busca de enfrentarse con los fantasmas de su imaginación, y ha convencido a un vecino suyo, simple, ambicioso y crédulo, que lo acompañe en sus aventuras de las que le promete va a sacar ventajas, entre otras nada menos que la gobernación de un país de mentira llamado Barataria.
En el camino el loco se dispone al combate contra molinos que cree un ejército de gigantes desaforados y espantables, y al atacar valeroso a uno de ellos ensarta su lanza en las aspas movidas por el fuerte viento que sopla, que para su imaginación descalabrada son los brazos del poderosísimo gigante, con lo que se hace "la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo".

Se topa con un carro donde llevan en unas jaulas dos leones africanos, hembra y macho, enviados de regalo al rey por el general de Orán, y se empeña en abrir la puerta de la jaula diciendo: "¿Leoncitos a mí? ¿A mí leoncitos, y a tales horas? Pues ¡por Dios que han de ver esos señores que acá los envían si soy yo hombre que se espanta de leones!".

No menos risible, descabeza a los títeres de un retablo donde se representa la huida de un caballero que rescata a su dama de entre los moros que salen en su persecución, y, de pronto, decidido a acudir en auxilio de los amantes, "con acelerada y nunca vista furia, comenzó a llover cuchilladas sobre la titerera morisma, derribando a unos, descabezando a otros, estropeando a éste, destrozando a aquél..."

Lo importante es que ese candidato a lector ande por el libro con pies ligeros, y se convenza de que no se le caerá entre las manos, la cabeza pesada de sueño. Hay que proponerle la lectura como un paseo ameno en una mañana soleada, no como una penitencia.
Solamente después, cuando haya terminado de leer, después que aquel triste hidalgo, de regreso a la cordura, muera en su cama, ya tendrá tiempo de lamentarse junto con Sancho: "no se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía...". Porque para entonces su deseo encandilado será que el libro debió seguir, que debió haber más aventuras de aquellas donde el caballero andante que don Quijote cree ser, se queda haciendo la penitencia de fingirse loco, él, que ya está loco, puesto cabeza arriba, con las nalgas al aire, mientras envía a Sancho con una carta para su dama, que es analfabeta, y siendo tan hermosa se ve reducida a criar cerdos por obra de malvados encantadores.

Y la nostalgia por lo leído llevará entonces a ese lector, así ganado, a emprender dos o tres relecturas, y luego muchas otras, porque aquel libro se le habrá vuelto infinito, en el sentido de que siempre estará recomenzando, y esas nuevas lecturas llegará a hacerlas ya no en el orden en que están puestos los capítulos, sino entrando por cualquier de ellos, que son sus múltiples puertas y no tienen cerrojo. 
[Publicado el 11/4/2018 a las 09:00]