domingo, 9 de febrero de 2020

GEORGE STEINER



Murió George Steiner el último de los grandes humanistas. Leerlo es un deleite. Fue un sabio a carta cabal, políglota, hablaba cinco idiomas, además del griego y el latín, coherente, escudriñó y descifró en sus textos la condición histórica del hombre y su relación con el lenguaje con una lucidez absoluta. Amaba los textos clásicos, los griegos por supuesto, el siglo de la ilustración y los grandes autores. Escribió ensayos y libros sobre la traducción, el lenguaje y la literatura.
“Pasión Intacta” fue el primer texto que leí hace más de veinte cinco años, editado por editorial norma de Colombia. Recuerdo sus posiciones frente a la posmodernidad y la deconstrucción, a las que enfrento de sobremanera, estas representaban la moda intelectual de la época, los deconstructivistas estudiaban el lenguaje frente al poder, la fragmentación del mismo, pretendían acabar con el autor y el texto en la referencia hasta ahora conocida, desde posiciones iconoclastas. Derrida era el centro de este tsunami, su posición era una manera de descifrar la relación del hombre con la historia, la interpretación y el poder desde lenguaje. No era fácil enfrentarse a este movimiento. “El deconstructivismo, que exige lecturas subversivas y no dogmáticas de los textos (de todo tipo), es un acto de descentralización, una disolución radical de todos los reclamos de “verdad” absoluta, homogénea y hegemónica. Sus orígenes no sólo se encuentran en las redes neuronales de Derrida mismo, sino radican en el pensamiento de Nietzsche, quien relativizó la centralidad poderosa de las verdades filosóficas y teológicas”. Steiner asumió una defensa del sentido clásico de la interpretación, que me dejo anonadado por su coherencia y sabiduría.
Su libro póstumo, “Para la tercera cultura” es un estudio relacionado con la temática de las “dos culturas”.
El diario “El país” de España lo recordó de esta manera: “intelectual y un hombre de letras cuya influyente crítica a menudo abordaba la paradoja del poder moral de la literatura, ha muerto este lunes en su casa en Cambridge, Inglaterra, según ha informado su hijo. Steiner tenía 90 años. Ensayista, escritor de ficción, profesor y crítico literario, sucedió a Edmund Wilson como crítico de libros para The New Yorker desde 1966 hasta 1997. Durante este periodo, deslumbró a sus lectores por su profundidad analítica, convirtiéndose en un gran maestro de lo que se dio en llamar “literatura comparada”. Su defensa del canon y la crítica al relativismo y a la banalización técnica fueron los ejes de su obra”.
Es extraordinario la forma como Steiner ordenaba sus argumentaciones, la recurrencia a la cita pertinente, el conocimiento de la historia de la filosofía que le permitía darle siempre la vuelta a la tuerca del tema que tocara, se apoya en sustratos históricos, el lenguaje como eje de su construcción narrativa y argumentativa, suma de virtudes que hacían de cada ensayo una pieza excepcional.
El año pasado murió también Harold Bloom, el gran crítico americano experto en Shakespeare, autor del “Canon de occidente”, un lector y estudioso de la literatura sin parangón.  Dejó una obra extensa y pedagógica. Steiner y Harold representan toda una escuela.
En la “Nostalgia de lo absoluto” donde trata de dilucidar algunos aspectos en la crisis que se suscitó con  la pérdida de vigencia del relato religioso, reemplazado por un racionalismo voraz, escribió al respecto: “A menos que yo lea de manera errónea la evidencia, la historia política y filosófica de Occidente durante los últimos 150 años puede ser entendida como una serie de intentos más o menos conscientes, más o menos sistemáticos, más o menos violentos de llenar el vacío central dejado por la erosión de la teología. Este vacío, esta oscuridad en el mismo centro, era debida a «la muerte de Dios» (recordemos que el tono irónico, trágico, de Nietzsche al utilizar esta célebre frase es con mucha frecuencia mal interpretado). Pero pienso que podemos plantearlo con mayor precisión: la descomposición de una doctrina cristiana globalizadora había dejado en desorden, o sencillamente había dejado en blanco, las percepciones esenciales de la justicia social, del sentido de la historia humana, de las relaciones entre la mente y el cuerpo, del lugar del conocimiento en nuestra conducta moral”. Se oponía a esta visión reduccionista.
Nadie mejor que el mismo autor para mostrarnos su preocupación mayor, en el libro lenguaje y silencio expresa: “Es ante todo un libro, sobre el lenguaje y la política, el lenguaje y el futuro de la literatura, sobre las presiones que ejercen los regímenes totalitarios y la decadencia cultural, sobre el lenguaje y otros códigos de significación (Música, traducción y matemáticas) sobre el lenguaje y el silencio”. Duele la muerte de un autor tan significativo. Sus libros quedan como legado, volver a ellos será una satisfacción.