domingo, 14 de enero de 2024

LYDIA DAVIS (ENSAYOS I)

 La literatura de los Estados Unidos siempre ha sido un referente de suma importancia para mi. De hecho para la literatura universal y especialmente para Latinoamérica. El Boom es un ejemplo relevante. Escritores como Gabriel García Márquez, Onetti, Vargas Llosa, Fuentes, Cortázar y Borges son ejemplo de creadores que abrevaron en los grandes escritores americanos entre los treinta y cincuenta del siglo XX. Lo mismo pasa con la crítica y la poesía. Para nadie es un misterio, la pasión que despertaba Whitnman en Neruda y Octavio Paz.  "A Sangre fría" de Truman Capote y "El viejo y el mar" de Hemingway son libros capitales en el marco de mi formación literaria. Igual pasó con la "Uvas de la ira" de John Steimbeck y "El guardián en el Centeno" de Salinger.

Lydia Davis, es una escritora Norteamericana muy connotada, sobre todo, en círculos académicos, la crítica y aficionados a la literatura. Es una autora de culto. Nunca me había acercado a sus textos por el orden de prioridades que me he impuesto y por mis relecturas que son muchas.

Dentro de las novedades que aconsejaba la biblioteca "Virgilio Barco" de Bogotá se encontraba este libro de ensayos suyo. Siempre he dicho que hay autores y libros que lo buscan a uno. O bien por que en las librerías se le aparecen como recomendados, o por estar siempre aludidos en la mejores revistas de literatura en español.

Tomé con cierta prevención el texto, no por su calidad, sino por las lecturas que estaba teniendo a la fecha. Algún amigo lector me había hablado de los relatos cortos de esta autora, de su concisión narrativa y el manejo directo y simple de la sintaxis y la construcción narrativa. Los dos primeros ensayos del libro son una construcción de su itinerario creativo en los primeros años de formación. La verdad, se aprende mucho y parecemos asistiendo a un taller creativo, desde la perspectiva de una gran narradora. Algunos consejos suyos aludiendo a lo que tomó de Beckett,  aplicables a nuestro idioma:

a.- El uso preciso y sonoro del léxico Anglosajón. En particular, como este ejemplo, cómo le dan a una palabra tan conocida  como dint (Fuerza).

b.- La aliteración como recurso literario.

c.-El empleo de la sintaxis compleja, intricada al extremo de lo imposible, pero correcta, empleada por puro placer, como una reflexión sobre el proceso de composición.

d.- El dominio de la imagen y del humor.

e.- El equilibrio entre el ritmo, la sonoridad y la aliteración.

f.- El factor psicológico en el relato, por corto que sea. 

La comparación entre las formas tradicionales y de composición narrativa y las experimentales. Es un capitulo excelente, Lo mismo el tratamiento dado a la lectura de los diarios de Kafka desde la perspectiva creativa. 

También realiza ensayo sobre el orden y los finales en una narración con mucha agudeza en un capitulo denominado la practica creativa. De sus traducciones y este ejercicio creativo, existen artículos y ensayos muy lúcidos. Tradujo al ingles a Proust y Rimbaud. 

Realmente este texto da para mucho y es necesario en otra entrada ampliarlo. He aquí dos relatos cortos:

Amigos aburridos

Sólo conocemos a cuatro personas aburridas. El resto de nuestros amigos nos parecen muy interesantes. A pesar de eso, la mayoría de nuestros amigos interesantes creen que somos aburridos: para los más interesantes somos los más aburridos. Los pocos que andan en algún  lugar intermedio, con quienes tenemos un interés recíproco, nos provocan desconfianza: en cualquier momento, sentimos, pueden pasar a ser demasiado interesantes para nosotros o nosotros demasiado interesantes para ellos.

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Hombres

También hay hombres en el mundo. A veces se nos olvida, y pensamos que solo hay mujeres –colinas y llanos interminables de mujeres sumisas. Hacemos pequeñas bromas y nos consolamos entre nosotras y nuestras vidas pasan rápidamente. Pero de vez en cuando, es cierto, un hombre se eleva inesperadamente entre nosotras como un pino y nos mira de manera salvaje y hace que cojeemos de vuelta entre pantanos para escondernos en nuestras cuevas y barrancos hasta que él se haya ido.

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martes, 9 de enero de 2024

GUILLERMO ALVAREZ (MEMO)

 La familia Alvarez de Manizales es emblemática para mí, especial, no solo por el hecho de venir esta relación, de mi esposa Ana Isabel, sino por la singularidad de sus miembros. En este blog hay varios escritos al respecto, todos nacidos del corazón  y  siempre tienen una pretensión narrativa con cierta universalidad. Ante ayer partió Memo, tío de mi esposa, lo conocí incluso antes de ella. El fue un personaje de la ciudad de Manizales, hablo de ciertos círculos intelectuales. Fue un hombre reconocido en ellos, conversador excelso y de verdad que, sus puntos de vista constituían ejes diferenciados del comun, como agujas, puntuales y acertados. Buen lector, como nadie conocía esa fase relevante de la vida de algunos escritores de la ciudad, de poetas y narraba con lujo de detalles sobre algunos mitos cotidianos. La visita de Ernesto Sábato o Pablo Neruda al festival de teatro de Manizales, festival que entre otras cosas es de suma importancia en Latinoamérica.  Gracias a él leí "Risaralda" la novela de Bernardo Jaramillo, ella, es una obra maestra de la literatura Colombiana, escrita por un personaje excepcional de Caldas en 1935. 

Memo era mucho más que eso. Con Hugo su hermano, de una sensibilidad mayor para la música y la poesía, constituían la garantía para tertulias interminables y gozosas. Pero Guillermo apostó por su familia y fue un padre a carta cabal. Se entregó a ella con una devoción absoluta, a su esposa y esta fue su prioridad a la que nunca renunció.

Memo tenía una admiración y fue lector privilegiado de Juan Rulfo, de Cortázar por encima de Borges, de Gabo. Esto no le impedía ser crítico mordaz. Su lecturas se centraron en algunos escritores de su predilección. Admire siempre su perspectiva, su locuocidad para los conceptos y la firmeza en ellos. Hace tiempo no le veía y de hecho su partida me duele mucho. Asumir la muerte en la conciencia no significa tomar nota de la muerte, es pensar quienes somos, cuales son las virtudes de la vida que ameritan ser reconocidas, estar dispuestos a afrontarlas con el claro conocimiento de lo bello. Lo sabía Memo sin duda. En cada partida de alguien importante, pienso en lo que legamos y está claro que este hombre dejó sentencias que perdurarán. Acompaño de corazón a su familia en este evento



sábado, 6 de enero de 2024

BORGES LECTOR ( CARLOS GAMERRO)

  Son muchos los libros sobre la obra de Borges o la recopilación de textos suyos entorno a temas específicos. Una cosa está clara, la importancia del escritor Argentino como lector e interprete inigualable de textos y temas que, ahora, se conocen como Borgianos, gracias a sus ensayos lúcidos y absolutamente diferentes, que lo han hecho uno de los hombres más leídos del mundo y mas estudiados y referenciados. Público este prologo del libro "Borges Lector" sobre algunas conferencias del autor de este libro en Buenos Aires, de absoluta coherencia y que son un radiografía perfecta del lector a que nos enfrentamos cada vez que lo leemos a Borges y el cual cambió en mucho sentido la idea general sobre estos autores clásicos a que se refiere. Espero mis lectores lo disfruten.

CESAR HERNANDO BUSTAMANTE.


PROLOGO


 Es posible que Borges no haya sido el escritor más importante del siglo XX. Hay candidatos más fuertes, como Joyce, Kafka o Proust, por mencionar apenas a las tres personas de la Trinidad. Sin embargo, pocos se atreverían a discutir que Borges fue el lector más intenso e interesante del siglo  XX. Ahora, ¿qué queremos decir cuando decimos «un gran lector»? En primer lugar, un gran lector es quien logra transformar nuestra experiencia de los libros que ha leído y que nosotros leemos después de él. Es bastante evidente, a esta altura del partido, que Borges ha cambiado la manera en que nosotros podemos leer a Homero, a Dante, a Shakespeare o a Cervantes, para mencionar solamente a cuatro de los autores que trataremos. Pero en el caso de Borges ese «nosotros» va más allá de los argentinos o sudamericanos. Que Borges modifique la lectura de Homero o de Dante para los lectores argentinos no es una hazaña tan, por lo menos, inédita. Sí lo es que Borges haya modificado la tradición literaria italiana de los italianos, como ha hecho con sus lecturas del Dante y como han reconocido, entre otros, Ítalo Calvino;[1] o que haya cambiado la relación de los ingleses con su propia literatura, notablemente en sus reescrituras de la antigua literatura anglosajona. Y esto tiene una decidida importancia no solo estética sino también política: la teoría de la dependencia, hoy bastante desvirtuada en el terreno económico, sigue teniendo vigencia en el cultural: si un profesor inglés o estadounidense escribe sobre nuestra literatura o nuestra historia, nos sentimos obligados a leerlo, consideramos su saber no solo válido sino imprescindible. Ahora, si un profesor argentino escribe sobre historia inglesa o literatura inglesa, no genera ninguna obligación condigna —salvo si se trata de Borges—. Borges es un autor sudamericano que ningún escritor, crítico, profesor o lector culto del país que sea puede ignorar, no solo cuando habla de la gauchesca, el tango o el peronismo, sino cuando se ocupa de Homero, la Biblia o el gnosticismo. Un gran lector no se agota en los placeres de la lectura solitaria; debe comunicar sus lecturas. Y esto es algo que hace de diversas maneras: escribiéndolas, sea en ensayos críticos, sea en la creación literaria; enseñándolas, como puede hacer un profesor, o traduciéndolas. Borges descolló en todos estos campos. Un gran lector no solo cambia nuestra manera de leer y de entender a los clásicos ya establecidos; también reorganiza y reestructura el canon literario, sacando y poniendo: el prestigio de autores como R. L. Stevenson o G. K. Chesterton entre nosotros, y también en Inglaterra, le debe mucho a las lecturas y reescrituras que Borges hizo de sus obras; la influencia de Las palmeras salvajes de Faulkner en la literatura del boom latinoamericano se debió en gran medida a su traducción.

El crítico estadounidense Harold Bloom define al canon literario de manera muy sencilla en su libro El canon occidental: [2] son los libros que todo lector culto debería leer en el transcurso de su vida. La medida del canon, la cantidad de libros que pueden entrar en él, está determinada por la extensión de la vida lectora, que es algo más breve que la ya de por sí breve vida humana. Y si bien este tiempo se ha ido extendiendo —gracias a los avances de la medicina, no de las técnicas de lectura, por cierto, ya que seguimos leyendo ahora con tanta rapidez o lentitud que cuando se inventó el alfabeto— sigue siendo un tiempo acotado, y el canon acumula clásicos a mayor ritmo que nosotros acumulamos años. En una imagen a la vez sugerente y precisa, Bloom imagina el canon como un barco en el cual los libros viajan hacia la inmortalidad; como el tamaño de ese barco es limitado, a medida que se agregan libros nuevos, clásicos modernos, otros deben ser arrojados por la borda.

Porque el canon no es algo que nos llegue ya prefijado, y que debamos aceptar sin más. Se define siempre en el presente. Que un libro se haya convertido en clásico en un determinado momento, y lo haya sido a lo largo de varios siglos, no garantiza que lo siga siendo para siempre. Pareciera que algunos están para quedarse: la Ilíada, la Odisea, la Divina comedia, la Eneida. Pero otros con parecida vocación de inmortalidad, como el Orlando furioso, y a pesar de los denodados esfuerzos del mismo Borges por salvarlo, ya viajan rumbo al olvido, salvo quizás en su país de origen. El canon no es algo que el pasado nos lega y nos impone, sino todo lo contrario: es lo que nosotros, en el presente, decidimos que vale la pena leer. El canon es, de alguna manera, la memoria de la literatura. Y la memoria, tengamos en cuenta, transcurre en tiempo presente. El acto de recordar es un acto que sucede ahora.

La pregunta del millón, cuando de cánones y canonizaciones se trata, es la de quién decide o fija qué libros componen el canon. Harold Bloom, al final de El canon occidental, tuvo el atrevimiento de proponer una lista de libros canónicos y casi al punto el mundo puso el grito en el cielo, porque había incluido a tal y había dejado afuera a cual, o viceversa. Merecido castigo por no haber seguido sus propias reglas: tanto en La angustia de las influencias como en El canon occidental Bloom afirma que quienes deciden, en cada momento, y revisan constantemente, la composición del canon no son ni los profesores, ni los críticos, ni los lectores, sino los escritores decisivos del presente; y que no lo hacen dando su opinión o haciendo sus propias listas, sino simplemente escribiendo. Es en su propia escritura y reescrituras que mantienen con vida a estos textos del pasado, o les dan vida nueva.

Cuando Joyce, por dar un ejemplo, decide basar su Ulises, episodio por episodio, en los de la Odisea, no solo está diciendo que la Odisea sigue siendo un texto que está vivo, que debemos leer: está haciendo que lo sea. No porque la Odisea esté viva yo escribo Ulises, sino más bien al revés: porque yo escribo mi Ulises, la Odisea está viva. Está viva porque yo estoy dándole vida nueva. Y lo mismo puede pensarse en relación a las puestas teatrales. Shakespeare está más vivo que Lope de Vega porque todo el tiempo lo estamos actualizando en versiones nuevas, en escrituras nuevas, en nuevas traducciones y puestas teatrales. Es en este sentido que vamos a leer estos ensayos, estos poemas y estos cuentos de Borges que toman como base, como punto de partida, como tema, los textos de Homero, de Dante, de Shakespeare y de Cervantes, y los convierten en textos actuales en lugar de exhibirlos como monumentos del pasado.

En «Kafka y sus precursores», un ensayo de Otras inquisiciones, Borges toma nota de una serie de autores anteriores a Kafka, de distintas épocas, geografías y lenguas, en los cuales percibe cierto aire kafkiano, todos ellos, aclara, autores que Kafka probablemente no leyó. Es decir, no son precursores de Kafka en el sentido estricto del término. Y sin embargo solo podemos asignarles esa cualidad de kafkianos una vez que Kafka escribió su obra y que esa obra se convirtió en una obra profusamente leída, fundamental, necesaria. Borges establece que no solo esos autores no se parecían a Kafka antes de que Kafka escribiera (cosa obvia), sino que tampoco se parecían entre sí. No es que Kafka descubrió el parecido o nosotros descubrimos el parecido gracias a Kafka. Ese parecido no existía porque esos textos, antes de que Kafka escribiera, eran distintos:

"Si no me equivoco, las heterogéneas piezas que he enumerado se parecen a Kafka; si no me equivoco, no todas se parecen entre sí. Este último hecho es el más significativo. En cada uno de esos textos está la idiosincrasia de Kafka, en grado mayor o menor, pero si Kafka no hubiera escrito, no la percibiríamos; vale decir, no existiría. El hecho es que cada escritor crea a sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro".

De manera análoga, nosotros leeremos a Borges y su trabajo de modificación de estos grandes autores del pasado, comenzando por Homero.

lunes, 1 de enero de 2024

LA SOLEDAD ENCANTADORA DE ANA

Cuando la vi estaba como siempre, impecable, su sonrisa intempestiva y contagiosa, su figura hermosa me recuerda a Hannah Arendt, vestida con orden y colores que le dan a su rostro una vivacidad exuberante, como aquellos personajes que solo el cine crea con sus majestuosos artificios. Oculta una recóndita tristeza convertida en la mejor carta para navegar en el próximo futuro, en cada expresión delata un optimismo rampante, más aferrada a sus hijos y amigos que nunca. Ana es una mujer especial y diferente, directa, paisa de sobremanera, hasta las groserías le suenan bien, son guturales.

La conocí en el parque de los iconoclastas en el barrio los Alcázares de Medellín. Siempre camina por uno de sus andenes, el del costado, por la esquina de Cesar, muy apurada hacía la tienda de don Joaquín por cigarrillos. Tiene gemelas hermosas y un hijo entregado a Dios con un amor inconmensurable y lúcido, guarda disciplinas que pocos entienden. Ahora hablo con Ana con verdadero fervor que solo la amistad aporta. Ama a su madre y es muy condescendiente con su hermano.

Su niñez fue hermosa. Conserva la mayoría de sus amigos de esta época. Su cerebro es muy masculino, realmente poco se entiende con las mujeres, el conocimiento de su propia naturaleza le basta para saber cómo son las féminas y por qué es preciso ciertas distancias con ellas.

La escritora francesa, ganadora del nobel de literatura, Annie Ernaux, es el personaje central de sus propias novelas. La vida de sus padres, las crisis familiares, su adolescencia, sus primeras experiencias sexuales, su embarazo, son temas de sus novelas. Ana daría para todo esto, en pequeñas novelas cortas de una hondura y profundidad que expresaría temas muy universales. 

Los amores contrariados de Ana se podrían narrar desde la tragedia que implicó sus vivencias con cada pareja, desde una naturaleza femenina muy rebelde y absolutamente iconoclasta. Su vida sexual, por fuera de los matices de la sociedad patriarcal antioqueña que le tocó inevitablemente, debe ser rebelde y por fuera de los imperiosos dictados de una sociedad clerical. Cómo sí la mujer tuviera que manejar el deseo con guante de seda, lleno de protocolos y por fuera de la locura que solo la pasión despierta, tema exclusivo de los machos hasta hace poco. Definitivamente las cosas han cambiado y la vida es para gastarla.

Igual pasa con su niñez y adolescencia, más cercana a los amigos que a los conciabulos de mujeres, al aquelarre habitual. Su adolescencia y los primeros amores constituyen un bello recuerdo entre parques, arroyuelos de barrio y juegos inolvidables. La vida alrededor de padres y de sus hijos la marcó, bien sea para rebelarse o para tomar lo mejor. Ella es experta en toda la protocolización, venta y escrituras de bienes inmuebles. Se mueve como pez en el agua y de seguro en esta materia su futuro es alentador.

La conocí cuando estaba con su última pareja. Todo giraba en torno al hogar, ese era el proyecto vital, la razón de su hacer diario y, con dos inteligencias de ese talante lo previsible era un futuro halagador. Pero todo combate en el amor está condenado al fracaso o a la simulación en pro de intereses mutuos, al consumo de los días en propósitos solo para sobrevivir, horas banales de mierda. La pasión pasa y quedan las rutinas, o lo peor, los celos mutuos agrietan cualquier relación, son como llagas incurables y cualquier confianza se pierde, sin ella nada prospera en materia de amor y convivencia. Nada es lo que parece entonces. Al final, para ella, la soledad es de las mejores compañías. Cero engaños.

Ahora, Ana es Ana. Expresiva, suelta, locuaz, inteligente, sin imposturas y con los riesgos de volverse a enamorar. Está claro que en el fondo es una mujer de hogar, antioqueña neta. Me agradó verla, oírla cantar, dicharachera y siempre alegre. Sé de antemano que saldrá adelante, viajará mucho y en cualquier recodo del azaroso destino encontrará todo lo que la hace feliz. Verla me recordó a muchos personajes literarios y una alegría que habla del cariño que siento por ella.



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jueves, 14 de diciembre de 2023

LOS LIBROS Y LAS LECTURAS DEL 2023

 La lectura es un universo infinito de sabiduría, compañía, grandes encuentros. Un bálsamo para la vida entre incertidumbres, alegrías y tragedias. Leer ha sido la constante en mi vida y el eje de mi existencia en un país de mil violencias y desesperanza. Quiero hablar de mis libros en este año, de mis lecturas. Empezaré por aquellos sitios donde abrevo cotidianamente. "Letras libres" es un revista mexicana excelente, mensual, con páginas y textos de literatura, sociología, escrutando siempre en la dinámica social de nuestros pueblos, para descifrarla y entenderla entre los marcos de una globalización asfixiante. El portal de revistas de la UNAM de México está lleno de revista científicas de toda índole, siempre con el toque académico e investigativo con absoluto rigor.  EZLN, es un revista dirigida al análisis de las comunidades desde una perspectiva histórica, tiene los grupos sociales como eje, en sus cohesiones o  rupturas, las problematizaciones desde ópticas múltiples en contraste con las visiones académicas que  las interpretan. Son muchas las revistas de este portal: De historia, humanidades, arte.....Igual pasa con el portal de revistas de la universidad nacional de Colombia, algunas como "El jardín de Freud" son de mis lecturas predilectas, para no citar el suplemento "Babelia" del periódico "El país" de España, o "Ñ" del periódico "Clarín" de Buenos Aires.

Antes de hablar de algunas novelas quiero hacerlo con algunos libros científicos que ameritan leerse. De Sergio Torres Arzayusus, el libro "El Big Bang" Aproximación al universo y la sociedad. Es la descripción del origen del hombre y su paulatina relación con los astros, con el universo, desde la aparición de  Ardipitecus ramidus, el primer simio que bajó de los arboles. Volví a leer "El hombre y sus demonios" de Carl Sagan, artículos o pequeños ensayos, para ser entendidos por los no legos, texto cautivante de sobremanera, cada tema es auscultado desde una perspectiva académica y pedagógica. De historia, releo el primer tomo de "Historia de la vida Privada", de Fillippe Ariés y Georges Duby, desde el imperio Romano hasta el año 1000 de nuestra era. Cada capitulo me asombra, infinidad de cosas que no conocemos y que tienen que ver con lo más cotidiano, lo que no obsta su importancia. Empieza con la familia, su entorno, siempre con lujo de detalles. Muchas de las figuras legales de hoy, costumbres y modas están descritas al detalle en sus genealogías más importantes. Leí el primer tomo de "Historia doble de la Costa" del sociólogo colombiano Fals Borda, rescata  nuestro caribe tan olvidado por años por la academia y ahora, tal vez, gracias a este pensador, están hoy en pleno estudio por una generación importante de investigadores costeños.

Novelas. Aconsejaría leer la última del escritor norteamericano Jonathan Franzen, "Encrucijadas", toma  una familia para describir la caótica sociedad americana: La historia de los Hildebrandt, ellos buscan la libertad, cada uno de sus miembros parece coartar la del otro y en este galimatías parecen perderse. Igualmente me pareció cautivante "Las voces de Adriana" de Julia Navarro. Cómo enfrentamos una muerte, en el proceso de catarsis  como se reordena el mundo, sobre todo quienes precedieron al evento, el universo del pasado expresado en el presente. Adriana, la protagonista enfrentas varios duelos mientras cuida a su padre enfermo. Es la voraz espectadora y analista de la vida de los demás. La mezcla entre lo que fuimos y somos genera un panorama extraordinario que dice que la vida es más que presente. 

"Cartas abiertas" de Juan Esteban Constain realmente es una novela corta extraordinaria. Empieza con el encuentro de Jünger y Graves en polos opuestos en una batalla, quienes hacen una tregua para compartir un cigarrillo. Tiene como eje, el armisticio entre el estado de Tunja que le declaró la guerra a Bélgica, a través de un personaje italiano, historia y ficción, receta que le sirve para narrar hechos con absoluta inteligencia, en una prosa depurada, lejos de cualquier exceso, con una economía narrativa propia de este gran escritor colombiano.   

Leí y aconsejo hacerlo, un texto singular: "Los Simpson y la filosofía", muy serio y riguroso, contrario a lo que en principio pensé. Las actitudes excéntricas de los personajes de la serie las contrapone a filósofos y escuelas con rigor y mucha seriedad conceptual. La compilación la hacen tres editores con lujo de temas que develan en gran medida la crisis del mundo moderno desde la perspectiva filosófica de esta serie americana, que denosta de todos y todo.  

Antes del 31 de diciembre de este año, escribiré sobre el excepcional escritor colombiano Mario Mendoza.

Estoy leyendo y releyendo algunas novelas de Mario Mendoza, para realizar un ensayo alrededor de este excepcional escritor colombiano. Espero en una nueva entrada ahondar en este trabajo. En otro artículo me referiré a otros libros. 



martes, 12 de diciembre de 2023

DE VUELTA A MIS ANCESTROS




Después de mucho tiempo regresé a Bogotá. He vuelto a revivir ese caos eterno del que se quejan todos sus habitantes, la sensación de inseguridad absoluta que los vuelve oscos, el sentimiento inevitable de  llegar siempre tarde a cualquier encuentro, por importante que sea la cita y por supuesto la felicidad de encontrarme con buena parte de mi familia. Todo parece estar en obra, a medias, las avenidas están cercadas por cintas amarillas que hacen su transito imposible. No es la ciudad apacible del poeta Silva a finales del siglo XIX, ni la de hombres vestidos de negro que encontró Gabo, ni la diseñada por la dictadura de Rojas, menos, la ilusionada por Peñalosa. Es la ciudad de Mario Mendoza, la de sus novelas negras, cargadas de sangre y entroncadas historias nefastas, oscuras y frías, trágicas, que me traen a Conan Doyle, de corte policiaco. Esta urbe la recorrí haciendo política con Luis Carlos Galán hace más de 30 años, líder carismático, asesinado por el narcotráfico. El hecho aún me duele profundamente y sus sentencias son como una espada de Damocles, como una condena infinita para un país que no sale de sus violencias circulares. Aquí ha vivido mi hermana en los últimos 40 años, murió mi madre y mi hermano mayor ejerció su profesión de arquitecto con éxito. Es la ciudad de mi hija Laura, de mi nieta Alicia, de mis sobrinos.   

Todos los encuentros de esta índole son felices y rememoran muchos hechos dulces y algunos trágicos. Einstein decía que la distinción entre pasado, presente y futuro es una ilusión obstinadamente persistente. Expresaba con vehemencia: Pasamos demasiado tiempo dándole importancia a lo que fue y lo que vendrá.  Gabriel García Márquez decía que la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos y, gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado. Ver a mis hermanos: Nayibe y Edgar fue sobrecogedor y de alguna manera una catarsis a mis locuras, un pulso a tierra. Llegar es siempre alentador. Se rescata de súbito la atmosfera de hogar que construyó mi madre Myrian con tanto encono. La raíz, la huella de familia que siempre perdurará pese a los caminos que nos separan indefectiblemente. Después me encontré con mi cuñada Patricia y mis sobrinos. Al final, por gracia de las virtudes navideñas, alguien me expresó que dentro de poco había un asado, nos reuniríamos con toda la familia de Patricia, la esposa de Sergio mi sobrino y su hermana, Adriana, sus hijos y su esposo Jairo, Miguel y Álvaro con sus respectivos pares. Hay muchas películas connotadas sobre encuentros familiares, recuerdo con agrado "La familia de mi novia" con Robert De Niro, siempre nos traen sorpresas, nuevas impresiones.

El día llegó y por gracia de alguien que, siempre planifica milimétricamente, estábamos en una terraza en el Barrio Carvajal, un barrio tradicional de Bogotá, en  ciudad Kennedy, sitio donde llegó el presidente de los Estados Unidos, le dio su nombre en los sesenta del siglo pasado. 

Estaba al portas de un excelente asado. Cristian, meticuloso, con las cuentas claras y la bitácora del día perfectamente arbitrada. Su esposa, silenciosa pero excelente copiloto. Patricia y Edgar dispuestos, el primero con la cerveza que nunca abandona, y ella, sabia, sabe todo lo que va pasar, solo disfruta por encuentros excepcionales y gratos como este que, tal vez no se repitan. Sergio y su esposa, jóvenes, llenos de expectativas. Miguel Ángel el anfitrión, con el dejo de los personajes calentanos, santandereano a carta cabal, su esposa diligente y atenta. Jairo, canoso, parece un técnico de futbol que lo ha ganado todo, pese que nadie sabe como fueron sus batallas. Adriana, su esposa, alegre, dispuesta, su hijo Juan Pablo, silencioso, la mayor de las virtudes que se puedan tener. Álvaro,  Inteligente, aplicado cristiano, persuasivo y doctrinal, feliz, líder carismático a pesar del dogma, su esposa e hija, reservadas por naturaleza y amables. Todos con la carga que imponen los años, con las vivencias típicas de un país loco y exuberante, luchadores impenitentes por sobrevivir para cuando les digan que viva para sí la luz perpetua, sientan que han cumplido, por lo menos con los mínimos. 

Cada quien con lo suyo. Los discursos son más ponderados, la vida nos va enseñando a ser cautos. No importa lo que haya pasado con ella, ahí estamos. Cada uno tiene huellas indelebles, alegrías, fracasos, cargas y logros que la azarosa vida no puede robarnos. Borges lo expresa con absoluta sabiduría en un poema llamado "La recoleta": Solo la vida existe. Estos encuentros me enseñan más que muchos libros, aprender a escuchar, saber que todos buscamos la felicidad tan esquiva en ocasiones. Cada vez se nos va alguien valioso, pero también presenciamos llenos de esperanza la juventud de los hijos y sobrinos en la impetuosa lucha por encontrar su camino.  Es un hecho, nos vamos volviendo viejos, la sonrisa con más arrugas, no nos apena, nos enaltece. Ojala no perdamos la costumbre de planear estos gratos encuentros.





  

sábado, 25 de noviembre de 2023

CURSO DE LITERATURA EUROPEA (INTORDUCCION DE JOHN UPDIKE)

     Nabako no solo es un gran novelista, es también un gran ensayista y lúcido crítico literario. Siempre he abrevado en los cursos de literatura Europea y los impartido y escritos sobre el Quijote. En la introducción hecha por Jhon Updike, de excelente factura, con muchos datos biográficos de este aristócrata que explican su cultura, es también un elucidación minuciosa de su formación literaria, influencias y libros que son un bocado de cardinale para cualquier amante de su obra. Quiero reproducir esta introducción por encontrarla muy valiosa. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE.

Vladimir Vladimirovich Nabokov nació en 1899, aniversario del nacimiento de Shakespeare, en San Petersburgo (hoy Leningrado), en el seno de una familia rica y aristocrática. Tal vez su apellido deriva de la misma raíz árabe que la palabra nabab, introducida en Rusia por el príncipe tártaro del siglo XIV, Nabok Murza. Desde el siglo XVIII, los Nabokov habían ocupado distinguidos cargos militares y gubernamentales. El abuelo de nuestro autor, Dmitri Nikolaevich, fue ministro de justicia durante el reinado de los zares Alejandro II y Alejandro III; su hijo, Vladimir Dmitrievich, renunció a ciertas perspectivas de futuro en los círculos de la corte para incorporarse, como político y periodista, a la lucha infructuosa por la democracia constitucional en Rusia. Fue un liberal valeroso y combativo que sufrió la cárcel durante tres meses en 1908; él y su familia inmediata mantuvieron sin temor una lujosa vida de clase alta repartida entre la casa de la ciudad, construida por su padre en la Admiralteiskaya, elegante zona de San Petersburgo, y la finca de Vyra, aportada al matrimonio por su esposa —quien pertenecía a la inmensamente rica familia Rukavishnikov— como parte de la dote. El primer hijo que les vivió, Vladimir, recibió, en nombre de sus hermanos, una generosísima cantidad de amor y cuidado paternos. Fue precoz, animoso, enfermizo al principio y robusto después. Un amigo de la familia lo recordaba como un «chico esbelto, bien proporcionado, de cara alegre y expresiva, y unos ojos penetrantes e inteligentes que le brillaban con destellos de burla». 

V. D. Nabokov era algo anglofilo, y cuidó de que sus hijos recibieran una formación tanto inglesa como francesa. Su hijo declara en su autobiografía Speak, Memory: «Aprendí a leer en inglés antes de que supiese leer en ruso», y recuerda una temprana «sucesión de niñeras e institutrices inglesas», así como un desfile de prácticos productos anglosajones: «De la tienda inglesa de la Avenida Nevski llegaba en constante procesión toda clase de dulces y cosas agradables: bizcochos, sales aromáticas, barajas, rompecabezas, chaquetas a rayas, pelotas de tenis». De los autores tratados en este volumen, probablemente fue Dickens el primero que conoció: «Mi padre era experto en Dickens, y hubo un tiempo, siendo nosotros niños, en que nos leía en voz alta páginas de este autor, en inglés, naturalmente». Cuarenta años después, Nabokov escribía a Edmund Wilson: «Quizá el que nos leyera en voz alta, durante las tardes de lluvia en el campo, Grandes Esperanzas… cuando era yo un chico de doce o trece años, me impidió mentalmente releer a Dickens más tarde». Fue Wilson quien atrajo la atención de Nabokov hacia Casa Desolada en 1950. Sobre las lecturas de su niñez, Nabokov comentó a un entrevistador de Playboy: «Entre los diez y los quince años pasados en San Petersburgo, debí de leer más novelas y poesías —inglesas, rusas y francesas— que en ningún otro período de cinco años del resto de mi vida. Disfruté especialmente con las obras de Wells, Poe, Browning, Keats, Flaubert, Verlaine, Rimbaud, Chejov, Tolstoi, y Alexander Blok. En otro plano, mis héroes eran Pimpinela Escarlata, Phileas Fogg y Sherlock Holmes». Este último tipo de lecturas puede contribuir a explicar la sorprendente aunque simpática inclusión de una obra como el brumoso relato gótico-victoriano de Stevenson El Dr. Jekyll y Mr. Hyde, en su curso sobre clásicos europeos.


Una institutriz francesa, la robusta y recordada Mademoiselle, fue a residir a casa de los Nabokov cuando el joven Vladimir tenía seis años, y aunque Madame Bovary no estaba incluida en la lista de novelas francesas que ella tan ágilmente leía en voz alta («su fina voz corría y corría sin flaquear, sin la menor dificultad o vacilación») para los niños que tenía a su cargo —«lo teníamos todo: Les Malheurs de Sophie, Le Tour du Monde en Quatre Vingts Jours, Le Petit Chose, Les Misérables, Le Comte de Monte Cristo, y muchas más»—, el libro de Flaubert estaba indudablemente en la biblioteca de la familia. Tras el absurdo asesinato de V. D. Nabokov en Berlín en 1922, «un compañero suyo de estudios con el que había hecho un viaje en bicicleta por la Selva Negra, le envió a mi madre, viuda, el volumen Madame Bovary que mi padre había llevado consigo entonces, y en cuyas guardas había escrito: “Perla insuperable de la literatura francesa”, juicio que aún sigue siendo válido». En otro pasaje de Speak, Memory, Nabokov refiere su entusiasmo al leer la obra de Mayne Reid, escritor irlandés de novelas del Oeste americano, y comenta a propósito de los impertinentes que tiene una de las heroínas sitiadas de Reid: «Esos impertinentes los encontré después en manos de Madame Bovary; más tarde los tenía Anna Karenina, y luego pasaron a ser propiedad de la dama del perrito faldero, de Chejov, la cual los perdió en el muelle de Yalta». En cuanto a la edad en que leyó por primera vez este estudio clásico del adulterio, sólo podemos suponer que fue temprana; leyó Guerra y paz por primera vez cuando tenía once años, «en Berlín, en un sofá de nuestro piso rococó de Privatstrasse, que daba a un jardín sombrío, húmedo, negro, con alerces y gnomos que se han quedado en ese libro, como una vieja postal, para siempre». 

A esta misma edad de once años, Vladimir, tras haber recibido toda su instrucción en casa, fue matriculado en el colegio relativamente progresista de Tenishev, San Petersburgo, donde sus profesores le acusaron «de no ajustarme a mi ambiente; de “presumir” (sobre todo de salpicar mis apuntes rusos con términos franceses e ingleses, que me salían espontáneamente); de negarme a tocar las toallas sucias y mojadas de los lavabos; de pegar con los nudillos en mis peleas, en vez de emplear el gesto amplio del puñetazo con la parte inferior del puño, como hacen los camorristas rusos». Otro alumno del Tenishev, Osip Mandelstam, llamaba a los estudiantes de ese centro «pequeños ascetas, monjes recluidos en su propio monasterio infantil». El estudio de la literatura rusa ponía el acento en el Ruso medieval —la influencia bizantina, las crónicas antiguas— y proseguía con un minucioso estudio de la obra de Pushkin, hasta llegar a las obras de Gogol, Lermontov, Fet y Turgueniev. Tolstoi y Dostoyevski no estaban en el programa. Al menos un profesor, Vladimir Hippius, «poeta de primera fila aunque algo esotérico a quien yo admiraba bastante», dejó honda huella en el joven estudiante: a los dieciséis años, Nabokov publicó una colección de poemas; Hippius «llevó a clase un ejemplar, y provocó un delirante estallido de risas entre la mayoría de mis compañeros de clase, dedicando su feroz sarcasmo (era un hombre colérico de pelo rojizo) a mis versos románticos».


Nabokov terminó los estudios secundarios cuando su mundo se estaba derrumbando. En 1919, su familia emigró: «Se dispuso que mi hermano y yo fuéramos a Cambridge, con una beca concedida más para compensar las tribulaciones políticas que en reconocimiento de los méritos intelectuales». Estudió literatura rusa y francesa, como en el Tenishev, jugó al fútbol, escribió poesía, cortejó a diversas jovencitas, y no visitó ni una sola vez la biblioteca de la universidad. Entre los recuerdos sueltos de sus años universitarios está el de «P. M. entrando en tromba en mi habitación con un ejemplar de Ulises recién traído de contrabando de París». En una entrevista para Paris Review, Nabokov nombra a su condiscípulo Peter Mrosovsky, y admite que no leyó el libro entero hasta quince años después, aunque le «gustó enormemente». En París, a mediados de los años treinta, él y Joyce se vieron unas cuantas veces. En una de esas ocasiones Joyce asistió a un recital de Nabokov. Éste sustituía a un novelista húngaro repentinamente indispuesto, ante un auditorio escaso y heterogéneo: «Un consuelo inolvidable fue ver a Joyce sentado, con los brazos cruzados y las gafas relucientes, en medio del equipo de fútbol húngaro». En otra desafortunada ocasión, en 1938, cenaron juntos con sus mutuos amigos Paul y Lucie Léon; Nabokov no recordaba nada de su conversación; Vera, su mujer, contaba que «Joyce preguntó los ingredientes exactos del myod, “aguamiel” rusa, y que cada cual le dio una receta distinta». Nabokov desconfiaba de estas reuniones sociales de escritores, y en una carta anterior a Vera le refería una versión del único, legendario e infructuoso encuentro entre Joyce y Proust. ¿Cuándo leyó Nabokov a Proust por primera vez? El novelista inglés Henry Green, en su biografía Pack my Bag, dice del Oxford de principios de los años veinte que «cualquiera que pretendiese tener interés por escribir bien y supiese francés conocía a su Proust». Probablemente, en Cambridge las cosas no eran muy distintas, aunque de estudiante, Nabokov estuvo inmerso en su propio rusianismo hasta un grado obsesivo: «El miedo a perder o corromper, por influencias extrañas, lo único que yo había salvado de Rusia —su lengua—, se me volvió decididamente patológico…». En cualquier caso, con ocasión de la primera entrevista concedida, en 1932, al corresponsal de un periódico de Riga, Nabokov llega a decir, rechazando la insinuación de cualquier influencia alemana en su obra durante sus años en Berlín: «Sería más adecuado hablar de una influencia francesa: me entusiasman Flaubert y Proust». 


Aunque Nabokov vivió más de quince años en Berlín —para el elevado nivel de sus conocimientos lingüísticos—, no llegó a aprender nunca el alemán. «Hablo y leo muy mal el alemán», dijo al entrevistador de Riga. Treinta años más tarde, en una entrevista filmada para la Bayerischer Rundfunk, se extendía sobre el particular: «Al mudarnos a Berlin, me acometió un miedo espantoso de que se me estropeara mi precioso sustrato ruso aprendiendo alemán con soltura. Mi aislamiento lingüístico se vio facilitado por el hecho de vivir en un círculo cerrado de amigos rusos emigrantes, y leer periódicos, revistas y libros exclusivamente rusos. Mis únicas incursiones en la lengua local se reducían a los saludos que intercambiaba con mis sucesivas patronas y patronos, y a las necesidades rutinarias de las compras: Ich möchte etwas Schinken. Ahora siento haberlo hecho tan mal; lo siento desde el punto de vista cultural». Sin embargo, conocía desde la niñez obras de entomología en alemán, y su primer éxito literario fue la traducción de algunas canciones de Heine para un cantante de conciertos ruso. Su mujer sabía alemán; con su ayuda, años más tarde revisó las traducciones de sus propias obras a dicha lengua, y se atrevió a mejorar, en sus clases sobre La metamorfosis, la versión inglesa de Willa y Edwin Muir. No hay motivo para dudar de lo que afirma en su introducción a la traducción de su novela bastante kafkiana, Invitado a una decapitación: que en la época en que la escribió (1935), no había leído nada de Kafka. En 1969 dijo al entrevistador de la BBC: «No sé alemán, así que no pude leer a Kafka antes de mil novecientos treinta y tantos, en que apareció La métamorfose en La nouvelle revue française»; dos años más tarde declaraba a una emisora bávara: «Leí a Goethe y a Kafka en regard, como hice con Homero y Horacio». 


La autora que encabeza este curso es el último de los estudios incorporados por Nabokov. Podemos seguir con cierta precisión dicho acontecimiento en The Nabokov-Wilson Letters (Harper & Row, 1978). El 17 de abril de 1950, Nabokov escribió a Edmund Wilson desde Cornell, donde acababa de obtener un puesto académico: «El año que viene voy a dar un curso titulado “Novelística europea” (siglos XIX y XX). ¿Qué escritores ingleses (de novelas o relatos) me sugiere? Necesito al menos dos». Wilson contestó en seguida: «En cuanto a los novelistas ingleses, en mi opinión, los dos más grandes sin duda (dejando aparte a Joyce, puesto que es irlandés) son Dickens y Jane Austen. Intente releer, si no lo ha hecho ya, el Dickens de Casa Desolada o de La pequeña Dorrit. A Jane Austen merece la pena leerla entera: hasta sus fragmentos son admirables». El 5 de mayo, Nabokov le volvió a escribir: «Le agradezco su sugerencia respecto a mi curso de novelística. No me gusta Jane; en realidad tengo ciertos prejuicios contra todas las escritoras. Están en otra categoría. No soy capaz de ver nada en Orgullo y prejuicio… pondré a Stevenson en lugar de Jane A.». Wilson replicó: «Se equivoca respecto a Jane Austen. Creo que debería leer Mansfield Park… Para mí, está entre la media docena de los mejores escritores ingleses (los otros son Shakespeare, Milton, Swift, Keats y Dickens). Stevenson es de segunda fila. No sé por qué le admira usted tanto; aunque, sin duda, ha escrito algunos relatos bastante buenos». Finalmente, cosa rara en él, Nabokov capituló, y escribió el 15 de mayo: «Voy por la mitad de Casa Desolada… avanzo despacio debido a las numerosas notas que tengo que tomar con vistas a las clases. Es muy buena… He adquirido Mansfield Park, y creo que la utilizaré también en mi curso. Gracias por sus utilísimas sugerencias». Seis meses más tarde, escribió a Wilson con cierto júbilo: 

«Pienso hacer la memoria de la primera mitad del curso sobre los dos libros que usted me aconsejó que abordara con mis estudiantes. Respecto a Mansfield Park, les he hecho leer las obras mencionadas por los personajes de la novela —los dos primeros cantos del Lay of the last Minstrel, The Task de Cowper, ciertos pasajes de Enrique VIII, el cuento de Crabbe The Parting Hour, algunos trozos de The Idler de Johnson, el discurso de Browne a A Pipe of Tabacco (imitación de Pope), el Viaje sentimental de Sterne (todo el pasaje de la verja y la falta de la llave procede de ahí… y el del estornino) y naturalmente, Lover’s Vows, en la inimitable (y mondante) traducción de la señora Inchbald… Creo que me he divertido más que mis alumnos». 

Durante sus primeros años en Berlín, Nabokov se ganó la vida dando clases en cinco materias inverosímiles: inglés, francés, boxeo, tenis y prosodia. En los años posteriores de exilio, los recitales públicos en Berlín y otros centros de emigrados como Praga, París y Bruselas, le dieron más dinero que la venta de sus obras en ruso. Así, salvo la falta de un título superior, no carecía de preparación, a su llegada a América en 1940, para desempeñar la función de profesor, actividad que iba a ser, hasta la publicación de Lolita, su principal fuente de ingresos. En Wellesley dio por primera vez (1941) una serie de conferencias, entre cuyos títulos —«La dura realidad en torno a los lectores», «Un siglo de exilio», «El extraño destino de la literatura rusa»— hay uno que se incluye en este volumen: «El arte de la literatura y el sentido común». Hasta 1948, vivió con su familia en Cambridge (en Craigie Circle, 8; el domicilio que conservó más tiempo, hasta que el Hotel Palace de Montreux le acogió definitivamente en 1961), distribuyendo su tiempo entre dos cargos académicos: el de profesor residente del Wellesley College, y el de investigador del Departamento de Entomología perteneciente al Museo de Zoología Comparada de Harvard. Trabajó intensamente en esos años, y fue hospitalizado dos veces. Además de inculcar los rudimentos de la gramática rusa en la cabeza de las jovencitas, y estudiar las minúsculas estructuras de los órganos genitales de las mariposas, se dio a conocer como escritor americano, publicando dos novelas (una escrita en inglés en París), un libro excéntrico e ingenioso sobre Gogol, y varios relatos, recuerdos y poemas de una originalidad y un impulso asombroso que aparecieron en The Atlantic Monthly y The New Yorker. Entre el creciente grupo de admiradores de sus obras en inglés estaba Morris Bishop, virtuoso del verso chispeante y director del Departamento de Lenguas Románicas de Cornell quien organizó una eficaz campaña para que contratasen a Nabokov y lo sacaran de Wellesley, donde su cargo de profesor residente no era ni remunerador ni seguro. Según evoca Bishop en «Nabokov at Cornell» (TriQuarterly, n.º 17, Invierno 1970: número especial dedicado a Nabokov en el septuagésimo aniversario de su nacimiento), Nabokov fue nombrado profesor adjunto de Lengua Eslava, y al principio daba un curso medio de literatura rusa y un curso superior sobre un tema especial, normalmente Pushkin o el movimiento modernista en la literatura rusa… Como sus clases de ruso eran inevitablemente reducidas y pasaban casi inadvertidas, se le asignó un curso en inglés sobre los maestros de la novelística europea. Según Nabokov, el mote de «Literatura Sucia» por el que se conocía la clase de Literatura 311- 312, «era un chiste heredado: se lo habían aplicado a la clase de mi inmediato antecesor, un colega melancólico, amable y aficionado a la bebida que estaba más interesado en la vida sexual de los autores que en sus libros». 


Un antiguo estudiante del curso, Ross Wetzsteon, colaboró en el número especial de la revista TriQuarterly con una evocación afectuosa de Nabokov como profesor. «“¡Acariciad los detalles”, decía Nabokov, haciendo vibrar la r, y su voz era como la áspera caricia de la lengua de un gato, “los divinos detalles!”». El profesor insistía en los cambios que aparecían en cada traducción, y garabateaba un caprichoso diagrama en la pizarra rogando con ironía a sus estudiantes que copiasen «esto exactamente como lo trazo yo». Su pronunciación hacía que la mitad de la clase escribiese «epidramático» donde él decía «epigramático». Wetzsteon concluye: «Nabokov fue un gran profesor, no porque enseñara la materia bien, sino porque daba ejemplo e inculcaba en sus estudiantes una actitud profunda y afectuosa hacia ella». Otro superviviente de Literatura 311-312 cuenta que Nabokov empezaba el curso con las palabras: «Los asientos están numerados. Desearía que cada uno eligiese un sitio y lo conservase siempre. Lo digo porque quiero asociar vuestras caras a vuestros nombres. ¿Estáis todos a gusto con el que habéis elegido? Bien. No habléis, no fuméis, no hagáis punto, no leáis el periódico, no durmáis y, por el amor de Dios, tomad apuntes». Antes de un examen, decía: «Todo lo que necesitáis es una cabeza despejada, un cuaderno de ejercicios, tinta, pensar, abreviar los nombres evidentes —por ejemplo, Madame Bovary—. No infléis de elocuencia la ignorancia. A menos que me presentéis un certificado médico, no dejaré salir a nadie al servicio». Como profesor, era entusiástico, electrizante, evangélico. Mi mujer, que asistió a sus últimas clases —los cursos de primavera y otoño de 1958—, antes de que se enriqueciera de repente con la publicación de Lolita y se tomara unas vacaciones que ya no terminarían, se sentía tan hondamente fascinada que un día asistió a clase con una fiebre lo bastante alta como para ingresar en la enfermería a continuación. «Yo sentía que podía enseñarme a leer. Estaba convencida de que podía darme algo que me duraría toda la vida… y me lo dio». Hasta hoy, no es capaz de tomar en serio a Thomas Mann, y no ha cedido un ápice en el dogma central que adquirió en Literatura 311-312: «El estilo y la estructura son la esencia de un libro; las grandes ideas son idioteces». 

Sin embargo, hasta su rara estudiante ideal podía ser presa de la picardía de Nabokov. Cuando nuestra señorita Ruggles, tierna joven de veinte años, fue al fondo de la clase a recoger su cuaderno de ejercicios de entre el revoltijo de exámenes allí desparramados, no lo encontró, de modo que tuvo que acudir al profesor. Nabokov estaba de pie en la tarima, aparentemente abstraído, ordenando sus papeles. Ella le pidió perdón y le dijo que su cuaderno no estaba entre los demás. Él se inclinó, con las cejas levantadas: «¿Cómo se llama?». Se lo dijo, y con una rapidez de prestidigitador sacó el cuaderno de detrás de él. Tenía la nota 97. «Quería ver», le dijo a la muchacha, «cómo era un genio». Y la miró fríamente de arriba abajo, mientras ella se ruborizaba; eso fue todo lo que hablaron. A propósito, mi mujer no recuerda haber oído llamar a esta clase «Literatura Sucia». Entre los estudiantes se decía simplemente «Nabokov». 

Siete años después de retirarse, Nabokov recordaba esta clase con sentimientos encontrados: «Mi método de enseñanza me impedía un auténtico contacto con los estudiantes. Todo lo más, regurgitaban unos cuantos trozos de mi cerebro en los exámenes… Yo trataba en vano de sustituir mis apariciones ante el atril por cintas grabadas para que las escuchasen en la radio de la facultad. Por otro lado, me divertían mucho las risitas de apreciación en tal o cual lugar del aula, en tal o cual pasaje de mi conferencia. Mi mayor compensación está en aquellos estudiantes míos que diez o quince años después aún me escriben para decirme que ahora comprenden lo que yo les pedía cuando les enseñaba a visualizar el peinado mal traducido de Emma Bovary, o la disposición de las habitaciones en casa de los Samsa…». 


En más de una entrevista transmitida en tarjetas de 8 x 11 cm desde el Montreux-Palace, prometió la publicación de un libro basado en sus clases de Cornell; pero (debido a que trabajaba en otras obras, como su tratado ilustrado sobre Butterflies in Art y la novela Original of Laura), el proyecto todavía estaba en el aire cuando la muerte sorprendió a este gran hombre, en el verano de 1977. 


Aquí están ahora las maravillosas conferencias, todavía con un fragante olor a clase, olor que una revisión rigurosa podría haber eliminado. Lo que hemos oído y leído sobre ellas no nos hacía prever su asombroso y envolvente calor pedagógico. La juventud y, en cierto modo, la feminidad del auditorio han penetrado en la voz ardiente e incisiva del profesor. «El trabajo con este grupo ha supuesto una asociación especialmente agradable entre la fuente de mi voz y un jardín de oídos: unos abiertos, otros cerrados, muchos de ellos muy receptivos, unos pocos meramente ornamentales, pero todos humanos y divinos». Nabokov nos leerá largos párrafos, como le leyeron al joven Vladimir Vladimirovich su padre, su madre, y Mademoiselle. Durante estos trozos de citas, debemos imaginarnos el acierto, el placer contagioso y retumbante, el poder teatral de este profesor que, aunque ahora grueso y calvo, fue en otro tiempo atleta y compartió la tradición rusa de la presentación oral apasionada. Por lo demás, la entonación, el guiño, la sonrisa, el zarpazo excitado, están presentes en la prosa, una prosa oral y transparente, ágil y brillante, propensa a la metáfora y al retruécano; manifestación deslumbrante, para aquellos afortunados estudiantes de Cornell de los remotos años cincuenta, de una sensibilidad artística irresistible. La fama de Nabokov como crítico literario, hasta ahora circunscrita, en inglés, a su laborioso monumento a Pushkin y a sus arrogantes rechazos de Freud, Faulkner y Mann, se ve beneficiada con el testimonio de estas generosas y pacientes apreciaciones, ya que abarcan desde la descripción del estilo «hoyuelo» de Jane Austen y su propia y sincera identificación con el gusto de Dickens, a su reverente explicación del contrapunto de Flaubert y su forma encantadoramente sobrecogida — como el chico que desarma su primer reloj— de poner al descubierto el tictac de las afanosas sincronizaciones de Joyce. Desde muy pronto, Nabokov disfrutó hondamente con las ciencias exactas, y sus horas dichosas pasadas en la quietud luminosa del examen microscópico se reflejan en su delicado análisis del tema del caballo de Madame Bovary o en los sueños entretejidos de Bloom y Dedalus; el estudio de los lepidópteros le situó en un mundo más allá del sentido común, en el que en el ala trasera de una mariposa «una gran mancha redonda imita una gota de líquido con tan misteriosa perfección que la raya que cruza el ala se desvía ligeramente al atravesarla», donde «cuando la mariposa debe adoptar el aspecto de una hoja, no sólo tiene bellamente representados todos los detalles de la hoja, sino que muestra generosamente señales que imitan los agujeros causados por las larvas». Así pues, pedía a su propio arte y al de los demás algo extra —un toque de magia mimética o de engañosa duplicidad—, que era sobrenatural y surreal en el sentido riguroso de estas palabras degradadas. Cuando no existía este cabrilleo de lo gratuito, de lo sobrehumano, de lo no utilitario, se mostraba violento e impaciente, con unos términos que denotaban una falta de humanidad y una inflexibilidad propias de lo inanimado: «Hay muchos autores reconocidos que no existen sencillamente para mí. Sus nombres están grabados sobre tumbas vacías, sus libros son ficticios…». Cuando descubría ese cabrilleo capaz de producir un estremecimiento en la espina dorsal, su entusiasmo llegaba mucho más allá de lo académico, y se convertía en un profesor inspirado, y desde luego inspirador. 


Unas conferencias que se presentan a sí mismas con tanto ingenio y agudeza, y que no ocultan sus prejuicios y sus supuestos, no necesitan más introducción. Los años cincuenta, con su énfasis en el espacio particular, su actitud desdeñosa respecto a los intereses públicos, su sensibilidad para el arte solitario y libre de todo compromiso, y su fe neocriticista en que toda información esencial está contenida en la obra misma, fueron un marco más apropiado para las ideas de Nabokov de lo que habrían podido ser los decenios siguientes. Pero el enfoque de Nabokov habría parecido radical en cualquier época, pues supone una separación entre la realidad y el arte. «La verdad es que las grandes novelas son grandes cuentos de hadas… y las novelas de esta serie lo son en grado sumo… La literatura nació el día en que un chico llegó gritando el lobo, el lobo, sin que ningún lobo lo persiguiera». Pero el chico que gritaba «el lobo» provocó la ira de su tribu, y ésta dejó que pereciera. Otro sacerdote de la imaginación, Wallace Stevens, llegó a afirmar que «si queremos formular una teoría precisa de la poesía, será necesario examinar la estructura de la realidad, dado que la realidad es un marco de referencia esencial para la poesía». Para Nabokov, en cambio, la realidad no es una estructura, sino más bien un esquema o hábito engañoso e ilusorio: «Todo gran escritor es un gran embaucador; pero también lo es la architramposa Naturaleza. La Naturaleza engaña siempre». En su estética, presta poca atención al placer humilde del reconocimiento y a la virtud obtusa de la verdad. Para Nabokov, el mundo —materia prima del arte— es en sí mismo una creación artística, tan inconsistente e ilusoria que parece dar a entender que una obra maestra puede hacerse a base de un soplo tenue, merced a un puro acto de la voluntad imperial del artista. Sin embargo, obras como Madame Bovary y Ulises brillan con el calor de la resistencia que la voluntad de manipular encuentra en objetos banales, pesadamente reales. La amistad, el odio, el amor desamparado que damos a nuestros cuerpos y destinos se unen en esos escenarios transmutados de Dublin y de Rouen; lejos de ellos, en obras como Salambô y Finnegans Wake, Joyce y Flaubert ceden la palabra a su yo elegante y soñador, y son devorados por sus propias aficiones. En su lectura apasionada de La metamorfosis, Nabokov acusa de «mediocridad que rodea al genio» a la familia burguesa y filistea de Gregor Samsa, sin reconocer, en el núcleo mismo del patetismo de Kafka, lo mucho que Gregor necesita y adora a estos habitantes de lo mundano, posiblemente estúpidos, pero también vitales y concretos. La ambivalencia omnipresente en la rica tragicomedia kafkiana no tiene sitio en el credo de Nabokov; sin embargo, en la práctica artística, en una obra como Lolita abunda con una formidable profusión de detalles: «Percibid los datos seleccionados, impregnados, agrupados», dice su propia fórmula. 


Los años en Cornell fueron fecundos para Nabokov. Al llegar allí completó Speak, Memory. Fue en un patio trasero de Ithaca donde su mujer le impidió quemar los difíciles principios de Lolita, que terminó en 1953. Los relatos alegres de Pnin fueron escritos enteramente en Cornell, en sus bibliotecas llevó a cabo las heroicas investigaciones para su traducción de Eugene Onegin, y Cornell se refleja afectuosamente en el ambiente universitario de Pale Fire. Cabe imaginar que su traslado doscientas millas al interior de la costa este, con sus frecuentes excursiones de verano al lejano Oeste, le ayudaron a encontrar un asidero más sólido en su «hermoso, soñador, e inmenso país» de adopción (según palabras de Humbert Humbert). Nabokov contaba casi cincuenta años cuando llegó a Ithaca, y tenía sobrados motivos para encontrarse artísticamente agotado. Había sido exiliado dos veces, de Rusia por los bolcheviques y de Europa por Hitler; y había escrito un brillante conjunto de obras en lo que no era ya sino una lengua moribunda, destinadas a un público de emigrados que iba desapareciendo inexorablemente. Sin embargo, en su segundo decenio americano logró aportar una audacia nueva a la literatura americana, y ayudar a revivir la vena nativa de la fantasía, cosa que le supuso la riqueza y la fama internacional. Es grato suponer que las relecturas a que le obligó la preparación de este curso a comienzos del decenio, y las amonestaciones y entusiasmos repetidos en las explicaciones de cada clase, contribuyeron espléndidamente a redefinir la fuerza creadora de Nabokov, y a descubrir en su prosa de esos años, algo de la delicadeza de Austen, del brío de Dickens, y del «delicioso sabor a vino» de Stevenson, incorporado al inimitable brebaje del propio Nabokov. Sus autores americanos favoritos eran, según confesó una vez, Melville y Hawthorne, y es de lamentar que no llegara a abordarlos en sus cursos. Pero agradezcámosle las clases que vuelven a cobrar vida y que ahora están aquí de forma permanente: Son unas ventanas asomadas a siete obras maestras, tan llamativas como «el diseño arlequinado de los cristales de colores» a través de los cuales Nabokov, de niño, en la época en que le leían en el porche de su casa de verano, se asomaba al jardín familiar. 

JOHN UPDIKE