sábado, 27 de noviembre de 2010

JULIO CESAR LONDOÑO


Este autor quien ganó el premio de cuento Juan Rulfo en París, hace ya un tiempo, noticia que para sus amigos fue apenas una confirmación a su dedicación y talento, acaba de publicar “Por qué es negra la noche”, libro de pequeños ensayos, que se suma al texto del mismo corte “Por qué las moscas no van a cine”, cuya lectura tiene el encanto, del conocimiento enciclopédico, entregado con la exquisitez de un experto, quien supera la simple información y le da el toque especial, que lo hace agradable, actual, con un prosa depurada, de lector apasionado y por lo tanto de quien conoce perfectamente los secretos de un buen texto.  Igual puede hablarnos de la piel, el sentido por excelencia, sobre inventos notables, de Kepler, el sexo, siempre desde un ángulo diferente que supera la simple información.
Dice en su blog: Vivo en una pieza de una casa de Palmira. Todas las mañanas viajo hasta el patio, donde construí un estudio junto al palo de chirimoyas. Allí escribo cuentos, ensayos y artículos de prensa. Gozo de cierto prestigio en la cuadra desde que gané el Premio Juan Rulfo en París (1998). Escribo en todos los medios nacionales, y en todos me pagan una miseria por mi trabajo. Por fortuna no saben que me divierto tanto escribiendo que estaría dispuesto a pagarles porque me dejaran hacerlo. Doy gracias a la vida por ser esa cosa exótica, pedante y casi feliz, un hombre de letras".

En el portal del centro virtual Jorge Isaac del Dpto del Valle del Cauca Colombia, está descrito en toda la dimensión de su obra y vida, podriamos decir que tiene una profesión en vía de extinción, el de la contemplación, la vida intelectual y la escritura, esto resulta un ejemplo para aquellos que vivimos en el desmesurado mundo, de las urgencias y el capitalismo voraz, sin tiempo para mirar la vida detenidamente. Dice, el articulista, quien no firma la nota: "Londoño es un hombre versado y versátil, punzante, mordaz, con una imaginación casi ilimitada, con un conocimiento enciclopédico y con la extraña habilidad para hacerlo accesible a los legos hombres de a pie. Es un escritor inteligente, crítico y muy bien informado, dominador de una técnica y un tono fluido y seductor. No se trata de una apología premeditada, estamos frente a un prosista reconocido entre los "ocho grandes de la literatura vallecaucana de todos los tiempos", que hacen que quizás los anteriores calificativos continúen siendo reductores frente a la particular personalidad de este escritor.

Julio Cesar, no oculta su preferencia por el ensayo, pese a tener novelas en su inventario creativo. En el prologo dice: “El ensayo es un juego de equilibrio, una manera de reflexionar que oscila entre el rigor y la especulación, entre la memoria y el olvido. Me explico: un buen ensayista es alguien que previamente investiga en profundidad pero que debe olvidar casi todo para no fatigar al lector con esa hojarasca de nimiedades con quien fatigan al lector biógrafos locuaces y los tratadistas exhaustivos. Debe olvidar cierto rigor, claro, pero la cualidad clave es la opuesta: Su capacidad de especular. Un ensayista que renuncia a la especulación es como un pájaro que renunciará a sus alas y se arrastrara, de manera penosa, a punta de silogismos.” Remata diciendo: “un ensayista debe ser claro, sintético, literario y especulativo”.

El portal citado reseña: “Efectivamente vive en Palmira, Valle del Cauca, ciudad en la que nació el 1º de noviembre de 1953 y de la que no ha podido desprenderse. Fue allí donde aprendió las primeras letras y números de la instrucción de su madre, Graciela Londoño, y es en el patio de su casa en esta ciudad mediana, con aspecto de pueblo, vecina de Cali, donde continúa escribiendo. Goza de prestigio, en efecto, el cual trasciende los límites geográficos de su cuadra, así su modestia (o su ironía) atestigüe otra cosa. Mucho de tal prestigio lo ha ganado por su genialidad, por su prosa impecable y por su versatilidad, y otro poco por su irreverencia y su facilidad por provocar, por despertar escándalo, por llevar la contraria en muchos temas intocables o sobre los cuales el común considera que ya se dijo la última palabra. Escribe cuentos, ensayos, artículos de prensa y columnas de opinión para, si bien quizás no todos los medios nacionales, al menos sí, para la mayoría o para los más reconocidos e importantes. Si le pagan una miseria no nos consta, lo que si parece evidente es la complacencia y la felicidad que encuentra en aquella suerte de quehacer que él denomina encarnar un "hombre de letras.

Recomendar este libro es un acto de absoluta responsabilidad, por su calidad y su agradable lectura, esperamos, tenga los lectores que el esfuerzo del autor amerita.



domingo, 21 de noviembre de 2010

RAYMOND CARVER



La calidad literaria de Carver nunca ha estado en cuestión, es un escritor de culto, la controversia suscitada por el papel del editor, a propósito de la publicación de sus últimos cuentos, sigue vigente:

“En 1998, diez años después de la muerte de Carver, un artículo en la revista New York Times Magazine suscitó polémica al alegar que su editor Gordon Lish no sólo dio consejos a Carver, sino que reescribió párrafos enteros de sus cuentos, hasta el punto de cambiar el final innumerables veces. En el caso de los relatos del libro De qué hablamos cuando hablamos de amor, Lish llegó a reducir a la mitad el número de palabras originales y reescribió 10 de los 13 finales de los cuentos del libro. Por ejemplo, el cuento "Diles a las mujeres que nos vamos" ("Tell The Women We're Going") gana una dimensión más abstracta en manos de Lish, que suprime las relaciones de causa y efecto que llevan a dos adultos a matar a dos adolescentes, y añade torpeza, profundidad y silencio donde antes había — según D.T.Max, autor del artículo— demasiadas palabras.

Es notable también el caso de "Parece una tontería" ("A Good Thing, Small Thing"), con el que Carver ganó el premio O. Henry en 1983. La versión original del relato sobre un niño en coma se ve reducida a la mitad, tiene el título cambiado a "El baño" ("The Bath") y la muerte del niño al final de la versión de Carver se convierte en un final abierto, donde el lector no sabe si el niño vive o no. "El baño" fue publicado en De qué hablamos cuando hablamos de amor (What We Talk About When We Talk About Love) (1981) y "Parece una tontería" vio la luz posteriormente en Catedral (Cathedral) (1983).

Según el escritor Alessandro Baricco, quien revisó los manuscritos anotados que sirvieran de base para el artículo del New York Times (véase este artículo publicado en La Repubblica), Carver «construía paisajes de hielo pero luego los veteaba de sentimientos, como si tuviera necesidad de convencerse de que, a pesar de todo aquel hielo, eran habitables.» La opinión de Baricco es que las versiones de Carver —en un momento u otro edulcoradas por emociones que Lish sistemáticamente suprimía— añadían humanidad a los personajes y permitían vislumbrar en Carver algo «terrible pero también fascinante.»”

En letras libres el tema igualmente fue tratado por uno de sus colaboradores:

“Desde que murió Raymond Carver (1938–1988), a los cincuenta años, víctima de un cáncer de pulmón, se sabía que en su obra, la culminación “minimalista” del cuento norteamericano, había gato encerrado. Después, a las habladurías las sustituyeron los hechos: Carver, autor de títulos bien conocidos en español –¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, Catedral, De qué hablamos cuando hablamos de amor, Rosas amarillas– había sido víctima y beneficiario de lo que se conjeturaba sería, para decirlo con prudencia, hipercorrección. Gordon Lish, su editor en la revista Esquire y en McGraw Hill, solía modificar casi todos los cuentos de Carver en un rango que iba del 9 al 78%. Más allá de que en algunos casos las modificaciones impuestas por Lish distaron de ser beneficiosas –según leo en el comentario de James Campbell aparecido en el Times Literary Supplement del 31 de julio de 2009–, estamos ante algo distinto: un caso en que el editor transforma (y mucho) la personalidad artística del autor.

¿Carver fue el cantante y Lish el productor?, se pregunta Campbell en el TLS. O, como argumentó la gente de Alfred Knopf, casa que publica a Carver, no hay por qué escandalizarse: a Carver lo corrigió Lish como a Eliot lo corrigió Pound o a Kafka, Max Brod. ¿Por qué no entonces, digo yo, hacer a Lish compartir la autoría con Carver, como se lo permitió Joseph Conrad a su amigo y corrector (el polaco, no el inglés, fue la primera lengua de Conrad) Ford Madox Ford?

Esta historia ya se conocía gracias a la poetisa Tess Gallager, segunda esposa de Carver, quien emprendió una larga batalla por restaurar la obra de su marido y ofrecer sus cuentos, “ur–Lish”, es decir, tal cual eran antes de que el ya célebre lápiz azul de Lish descendiera sobre ellos. Tras conatos de pleito, al final hubo, al parecer, un acuerdo: no sólo la casa inglesa Jonathan Cape publicó las primeras versiones de los cuentos en Inglaterra (Beginners, 2009) sino The Library of America ha lanzado una edición salomónica de Collected Stories (2009), recogiendo los libros conocidos del público y ofreciendo, como apéndice crítico, algunas de las primeras versiones escritas por Carver como las de De qué hablamos cuando hablamos de amor, las más polémicas. Esta edición cuenta con la bendición de Gallager y fue hecha por sus escuderos, William L. Stull y Maureen P. Carroll, comprometidos desde hace rato en la presentación de un Carver “verdadero”.”

Ahora de seguro se publicaran los cuentos en su versión original, que será otra forma de vender y para nosotros de acceder a su obra, tal como se la entrego a sus editores. El tema va mucho más allá de lo anecdótico, pero por ahora, solo conociendo las dos versiones, podremos tomar partido en el tema. Esperaremos pacientemente el momento de las publicaciones.