El titulo de las memorias de Gabo, no es casual: “Vivir para contarla”, como
todo en su obra literaria. Empieza con una frase lapidaria: “La vida no es la
que uno vivió, sino la que uno recuerda y como la recuerda para contarla”. El novelista más grande de los últimos
tiempos, le falla la memoria y empieza a olvidar. Paradójico pero natural. En sus diálogos era
un hombre de citas memorables y de una conversación fluida y llena de anécdotas
y entrecruzamientos entre sus experiencias y sus lecturas que son inolvidables. En estas conversaciones se
decantaba su talento para contar historias.
“En enero de 1983, sólo un mes después de haber recibido en Estocolmo
el Premio Nobel, Gabriel García Márquez escribió una remembranza de su primera
llegada a Ciudad de México, el 2 de julio de 1961. Allí, entre otras cosas,
decía: "La fecha no se me olvidará nunca, porque al día siguiente muy
temprano un amigo me despertó por teléfono y me dijo que Hemingway había
muerto". De inmediato, el Nobel colombiano escribió una nota sobre la
muerte, la vida y la obra de Hemingway, la cual apareció una semana más tarde
en una revista mexicana. Titulada: "Un hombre ha muerto de muerte natural", la
nota no volvió a aparecer en la prensa, ni en un texto hasta ahora, a proposito del centenario de Hemingway que se celebra este mes.”
Este articulo sobre Hemingway, es de una lucidez impresionante y a la
vez una remembranza a la ausencia de sentido en la vida, de quien lo vivió todo
de acuerdo a su propia naturaleza y como tal, fue un aventurero que no rehuyó a
su destino y su vocación de escritor. Cuando no pudo escribir una letra, no le
encontró justificación a la existencia, pues está era su verdadera pasión. Lo cito, pues en muchos de sus apartes parece escrito para sí mismo, ahora
que Gabo sufre del olvido, que es una especie de muerte precoz en medio del silencio
respetuoso de sus seres queridos.
Escribió Gabo:
“En realidad, Hemingway sólo fue
un testigo ávido, más que de la naturaleza humana de la acción individual. Su
héroe surgía en cualquier lugar del mundo, en cualquier situación y en
cualquier nivel de la escala social en que fuera necesario luchar
encarnizadamente no tanto para sobrevivir cuanto para alcanzar la victoria. Y
luego, la victoria era apenas un estado superior del cansancio físico y de la
incertidumbre moral.
Sin embargo, en el universo de
Hemingway la victoria no estaba destinada al más fuerte, sino al más sabio, con
una sabiduría aprendida de la experiencia. En ese sentido era un idealista.
Pocas veces, en su extensa obra, surgió una circunstancia en que la fuerza
bruta prevaleciera contra el conocimiento. El pez chico, si era más sabio,
podía comerse al grande. El cazador no vencía al león porque estuviera armado
de una escopeta, sino porque conocía minuciosamente los secretos de su oficio,
y por lo menos en dos ocasiones el león conoció mejor los secretos del suyo. En
El viejo y el mar -el relato que parece ser una síntesis de los defectos y
virtudes del autor- un pescador solitario, agotado y perseguido por la mala
suerte logró vencer al pez más grande del mundo en una contienda que era más de
inteligencia que de fortaleza.”
Gabo describía al personaje literario que tan profusa admiración le deparó
en sus años de formación literaria, no sólo por la calidad de la obra literaria
del escritor americano, de la cual tomó muchas técnicas, sino por su excéntrica
vida, que fue más interesante que todas sus novelas.
“La trascendencia de Hemingway
está sustentada precisamente en la oculta sabiduría que sostiene a flote una
obra objetiva, de estructura directa y simple, y a veces escueta inclusive en
su dramatismo.
Hemingway sólo contó lo visto por
sus propios ojos, lo gozado y padecido por su experiencia, que era, al fin y al
cabo, lo único en que podía creer. Su vida fue un continuo y arriesgado
aprendizaje de su oficio, en el que fue honesto hasta el límite de la
exageración: habría que preguntarse cuántas veces estuvo en peligro la propia
vida del escritor, para que fuera válido un simple gesto de su personaje.
En ese sentido, Hemingway no fue
nada más, pero tampoco nada menos, de lo que quiso ser: un hombre que estuvo
completamente vivo en cada acto de su vida. Su destino, en cierto modo, ha sido
el de sus héroes, que sólo tuvieron una validez momentánea en cualquier lugar
de la Tierra, y que fueron eternos por la fidelidad de quienes los quisieron.
Ésa es, tal vez, la dimensión más exacta de Hemingway. Probablemente, éste no
sea el final de alguien, sino el principio de nadie en la historia de la
literatura universal. Pero es el legado natural de un espléndido ejemplar
humano, de un trabajador bueno y extrañamente honrado, que quizá se merezca
algo más que un puesto en la gloria internacional.”
GGM fue fiel a su vocación y a su destino de
escritor. El primer capítulo de “Vivir para contarla” constituye un recuento
hermoso de la fidelidad a su vocación impertérrita.
Su madre, tratándole de cambiar la idea de ser escritor le preguntó cuando iban hacia Aracataca en plena juventud:
“Entonces que le digo a su padre”
Dígale que lo único que quiero en la vida es ser escritor, y que lo
voy a ser.”
Vaya, que lo fue: el más grande de todos. Como en el capitulo memorable
del insomnio de “cien años de soledad” lo ha olvidado todo. Pero de igual
manera, como los caramelos para recordar que vendía la india, su memorable obra
que todos los días nos hace más felices, conserva sus valores estéticos. No
importa que Gabo ya no recuerde. Su sonrisa guarda la alegría de siempre y esperamos que
sus últimos años esten llenos de felicidad entre el cariño de los suyos. Ahí estan sus novelas y textos para disfrutarlos, con ellos será eterno, esto está descontado.