jueves, 6 de agosto de 2020

INSTANTES


Conocí a mi esposa en circunstancias especiales hace 24 años. Ella necesitaba trabajo y de mí dependía su oportunidad, yo elegiría quién iba a realizarlo y ella tenía la necesidad del mismo. Trabajaba en Manizales la tierra adorada de Ana Isabel, este era su nombre, y el suscrito era subgerente de la empresa del tío Eduardo, de arquitectura, con proyectos de interés social en Villamaría Caldas. Habíamos ganado el premio nacional de publicidad, mi tío Eduardo Huertas es un gran pintor y decidimos comercializar el afiche del premio, en  la ciudad dibujada desde una perspectiva muy particular. La idea era vender vallas publicitarias que le permitían a las empresas aparecer en ellas y obtener afiches para regalar a los clientes. Necesitábamos un gerente, la idea era vender unos ciento veinte mil ejemplares. Doña Ana Emilia, su madre era cliente de nuestros apartamentos. Fue hacer un reclamo y de súbito me dijo: Tengo una hija, está buscado trabajo, cualquier cosa me dices. Le respondí de inmediato, claro, me mandas la hoja de vida.

Ana fue una Manizaleña hermosa, de grandes ojos negros, contenida, con unas piernas perfectas, confiable, solía nunca hablar de nadie y le producía disgusto que alguien lo hiciera. La otra virtud, su inteligencia. Podía confiársela cualquier secreto y nunca hacía revelaciones, menos infidencias. había estudiado cuatro años derecho, otros años de comunicación social, no se graduó, pero conocía de contratos y sabía más de lo que uno pudiera imaginar. Fue gerente de un club de tenis en Bogotá, trabajó en una empresa aérea: ACES y fue secretaria privada de la gerencia de la segunda empresa aseguradora del país. Complementa la hoja, con los trabajos donde su tía Beatriz, quien tuvo una pequeña empresa familiar de costura. Con ella vivió en Bogotá. Su mama, mi suegra, después me reveló que dicha estadía costo un Potosi, sostener la universidad fue un verdadero galimatías.

Mí tío me preguntó, cómo le fue con las entrevistas. Le dije bien. Volvió y repico: A a quién escogió. Le dije una niña inteligentísima y bella, Ana Isabel. Cómo la ve……..ideal para el trabajo, le respondí. Así conocía, la madre de mis hijos con la que compartí por más de 19 años, gozos, virtudes y desgracias.

Ana era la típica Manizaleña. Tienen un orgullo emblemático, una dignidad sin arrogancias, un ideal de señorío, siempre aducen ser diferentes a todo el mundo que, en todo caso, no incomoda, tienen clase, sus mujeres son bellas, amables, muy naturales, visten con gusto, alegres por naturaleza y con una capacidad de expresión por fuera del común, no importa la condición social. Se creen, de alguna manera, mejor que todos y de verdad que lo son. Manizales, es culta de sobremanera, ciudad de conciertos y lectores rigurosos, son los ricos del país, tienen una élite dueña del café, nuestro gran producto y por efecto del mismo es una sociedad super-educada. De hecho, siempre ha sido la ciudad universitaria. Su clima frio la hace perfecta para el estudio.

Ana al principio, hablo del primer año, nunca me le puso cuidado a mis coqueteos. La perseverancia vence hasta en el amor. Fuimos novios un año, nos fuimos a vivir juntos y en el mismo tiempo nació nuestra primera hija.

Fueron muchas las alegrías, las tristezas y cómo toda unión tuvimos crisis. Siempre nos amamos…por primera vez encontraba la mujer ideal para mí. Pese a la crisis económicas que tuvimos, nunca me dijo, no compre el periódico, siempre compraba tres al día y los leía de cabo a rabo. La casa se fue llenado de libros, hasta que ya no había sino, biblioteca. De alguna manera vivimos en excelentes lugares.

Después de Mariana nació Santiago y después en Medellín Isabella. Está es síntesis la historia en blanco y negro de mi amor y mi familia.

Cuando mi hija tenía 16 años, como todas las vacaciones, se fueron a Manizales, hablo de la época del mundial de futbol de Brasil si memoria no me falla, disfrutaba cada partido, desde la eliminatoria, se ponía camiseta y no había quien la pudiera vencer en materia de datos. Igualmente se sabía todas las baladas, no le gustaba el tango, pero por su madre, que era una aficionada compulsiva, se los aprendió todos.

Ana era de muy buen genio, cuando se trataba de sus hijos, se salía de la ropa, si las cosas no estaban bien. Circunstancias muy especiales hicieron que nos trasladáramos a Medellín. Mis hijos tenían 6 y 4 años e Isabella nació en tierra de la eterna primavera. Ellos siente esta ciudad como suya y la defienden a capa y espada.

Hasta aquí un cuento de rosas. Hace cinco años, se fue en junio para Manizales. Estaba Colombia en las eliminatorias de futbol para el mundial. Iba con sus hijos y cómo cosa excepcional, me quedé en Medellín. El problema era que no había con quien dejar al perrito. Ana cuando sentía algún dolor o molestia, siempre se  automedicaba, tenía una resistencia excepcional para el dolor, ir al médico nunca. sufría del Colon, ella lidiaba con ello sin consultar al médico. En su juventud, me lo contó, tuvo muchas crisis. 

Cuando llegó me dijo, quiero ir al médico. Me pareció extraño. Está fue la primera alarma. Ana tenía un cuerpo perfecto, la vi como con barriga muy pequeña, de hecho preferí no decirle nada, ella rebajaba en días, eso nunca fue problema, su cuerpo era perfecto y ahora de súbito parecía tener un embarazo, como en los primeros meses. Nunca le pregunte nada y sacamos cita de inmediato, por el dolor. Lo más absurdo fue que, casi no nos atiende, el medico general fue displicente e irresponsable y de paso le obligó a unos exámenes absurdos, para enviarla a un especialista, que fue peor, por estos hechos, perdimos tiempo valioso, puedo decir que esto le costo la vida. 

Después de toda esta película, estábamos con el que era, el oncologo. Nos envió a una tomografía. Ana tenía unos dolores fuera de serie, uno nota cuando un medico se preocupa de sobremanera. Ana nunca se quejaba por dolor alguno, en cambio ahora presentía algo grave. Aunque uno siempre piensa en los malos augurios, guarda la esperanza que todo son falsas alarmas y que al final superara el impase. En estos casos, siempre actuamos cómo si fuéramos eternos, rehuimos el tema de la muerte, que es la tragedia existencial tácita por excelencia. Cuando el hombre descubre la muerte, siente que la finitud es su peor tragedia. Nunca salimos de esta crisis, la evitamos tal vez, pero está siempre al acecho.

Vivimos entonces la tragedia de nuestro sistema de Salud ante la declaración de un cáncer avanzado. Es un galimatías. De súbito, nos dieron la cita para la tomografía. El médico, simplemente debe pasarnos al especialista y entregar el examen. Fuimos puntuales y al terminar, no llamó y nos dijo, mirando a Ana : Usted le quedan minutos de vida, disfrute estos pocos meses de vida y nunca se haga una quimioterapia, ya no hay tiempo. Salí furioso. Me parecía un arrogante y presentía que nunca llegaríamos al tratamiento ideal, donde el especialista cumple un papel vital. Al final, se nos citó con un oncólogo Bogotano, fue el único sincero, profesional.

Ana, con esos ojos negros inmensos que hablaban, no necesita decir nada para expresar algo, su belleza aún estaba intacta, me dijo con lagrimas: Yo lo presentía. A partir de ese momento los hechos son inenarrables, la realidad supera cualquier narrativa.

Doña Ana Emilia, su madre, al otro día estaba en Medellín. Ana se disminuía día adía. Su madre, como un ángel, siempre, siempre, estaba a su lado junto conmigo y sus hijos. Ana se fue enflaqueciendo con una rapidez que no dio tregua. La salud en Colombia nunca funciona a cabalidad, ir al médico siempre fue una tragedia. Adoraba a mi esposa y todo lo que era se lo debía a ella. Mis hijos eran inteligentes y conscientes de todo lo que pasaba. Eran seres muy perspicaces.

Todos los días hablábamos y yo pasaba la noche entera rascándole la espalda, mitigando esos dolores infranqueables. Su mama no se despegaba en todo el día.  Pasó el primer mes y veíamos que nada mejoraba. El sufrimiento de su madre fue total, el de Ana ni hablar. Por supuesto el de sus hijos. Se fue disminuyendo, era un cuerpo lacerado por el cáncer, que avanza implacablemente, el dolor se impone, va asediando todo el cuerpo. Al final, ella no quería sino evitar el dolor. Su familia fue super solidaría. Estuvo la tía Amparo, Norma, el hermano Jorge, quien vino del Ecuador.

Cuando estas cerca de la muerte la preocupación mayor son los hijos, su madre y por supuesto el esposo. Cada día recibes recomendaciones entre los estertores de la enfermedad, el dolor lacerante y la fatiga y angustia que le produce a ella por no entender bien lo que está sucediendo. Al final sólo era lúcida para sus hijos y los consejos propios de quien sabe que no existirá dentro de poco. Nosotros sufríamos de otra manera, presentíamos su ausencia y sufríamos por ella y todo lo que le pasaba.

Así pasaron tres meses. En él último Ana estaba totalmente disminuida. Le aplicaban morfina dos veces al día. El oncólogo, un Bogotano de pura sepa, no había dicho, no la sometan a la quimio. La rutina era la misma. Ella sólo esperaba a los hijos, los recibía, les preguntaba cómo les fue y se quedaba dormida. Todos los días se consumían de esta manera.

En las noches me daba las indicaciones sobre todo lo que debería  hacer con mis hijos, con un dolor del alma absoluto. Está era su verdadera preocupación. Las personas que llegan a este punto, solo piensan en mitigar el dolor. No son conscientes de nada. Ella atendía a los hijos, a su madre, a mí y a Zuli una niña que nos ayudaba desde hace mucho tiempo y quien era como dela casa y a nadie más. La tía Amparo fue una acompañante dedica a todo lo que tenía que ver con sus cuidados más puntuales.

Hubo un doctor que cualquier día nos visitó de súbito. Parecía de otro planeta, de hecho, le envió exámenes de laboratorio casi absurdos y pidió una droga de urgencia. Mi suegra le dijo: Doctor usted está loco. Mi esposa estaba en el sillón que le había comprado toda la familia, dormida. Doña Ana Emilia, en todo caso, diligente como siempre, salió a Unicentro por la droga. De pronto llegó la doctora de la morfina. Mi esposa para este momento estaba completamente disminuida, era sólo huesos, verla aumentaba nuestro dolor e impotencia. Cuando llegó la doctora, llegaron mis hijos, que inexplicablemente habían salido muy temprano. Ana, llamó a Mari, la mayor, cómo le había ido, ella contestó que muy bien y su madre sonrió en esos acuerdos tácitos que sólo se dan entre una madre y un hijo, códigos que nunca se extinguen. De pronto, llame a Zuli, El médico salió como desesperado y se fue sin despedirse, la doctora que aplicaba la morfina nos acompañaba. De pronto Ana tomó la mano de Zuli, me miró, como entregándose, Zuli con la voz entrecortada me dijo, don Cesar, Doña Ana se está muriendo. De súbito cerró los ojos, miró cómo al cielo y murió. Esos ojos negros ya no existían. Ana se nos había ido en medio del más incompetente de los médicos y en la ausencia de su madre, que estaba en Unicentro por culpa de un doctor mediocre, nunca pude comprender a cabalidad lo que sucedió.

Santiago mi hijo, se metió al baño y lloró a gritos, Mariana se quedó en un silencio sepulcral, mi hija pequeña, testiga impotente, no sabía qué hacer, sufría lógicamente, pero en un silencio lleno de misterio, tácita, triste de sobremanera. Se nos fue lo que más adorábamos. Sabíamos que nunca más la veríamos. Pese a que todos los días esperamos que llegue, nunca va a pasar.