Conocí a mi
esposa en circunstancias especiales hace 24 años. Ella necesitaba trabajo y de
mí dependía su oportunidad, yo elegiría quién iba a realizarlo y ella tenía la
necesidad del mismo. Trabajaba en Manizales la tierra adorada de Ana Isabel, este era su nombre, y
el suscrito era subgerente de la empresa del tío Eduardo, de arquitectura, con
proyectos de interés social en Villamaría Caldas. Habíamos ganado el premio
nacional de publicidad, mi tío Eduardo Huertas es un gran pintor y decidimos comercializar el afiche del premio,
en la ciudad dibujada desde una perspectiva muy particular.
La idea era vender vallas publicitarias que le permitían a las empresas aparecer
en ellas y obtener afiches para regalar a los clientes. Necesitábamos un gerente,
la idea era vender unos ciento veinte mil ejemplares. Doña Ana Emilia, su
madre era cliente de nuestros apartamentos. Fue hacer un reclamo y de súbito me
dijo: Tengo una hija, está buscado trabajo, cualquier cosa me dices. Le respondí
de inmediato, claro, me mandas la hoja de vida.
Ana fue una Manizaleña
hermosa, de grandes ojos negros, contenida, con unas piernas perfectas, confiable,
solía nunca hablar de nadie y le producía disgusto que alguien lo hiciera. La otra virtud, su inteligencia. Podía confiársela cualquier secreto y nunca hacía revelaciones, menos
infidencias. había estudiado cuatro años derecho, otros años de comunicación
social, no se graduó, pero conocía de contratos y sabía más de lo que uno pudiera
imaginar. Fue gerente de un club de tenis en Bogotá, trabajó en una empresa aérea:
ACES y fue secretaria privada de la gerencia de la segunda empresa aseguradora
del país. Complementa la hoja, con los trabajos donde su tía Beatriz, quien tuvo una pequeña empresa familiar de costura. Con ella vivió en Bogotá. Su
mama, mi suegra, después me reveló que dicha estadía costo un Potosi, sostener
la universidad fue un verdadero galimatías.
Mí tío me
preguntó, cómo le fue con las entrevistas. Le dije bien. Volvió y repico: A a
quién escogió. Le dije una niña inteligentísima y bella, Ana Isabel. Cómo la ve……..ideal
para el trabajo, le respondí. Así conocía, la madre de mis hijos con la que
compartí por más de 19 años, gozos, virtudes y desgracias.
Ana era la típica
Manizaleña. Tienen un orgullo emblemático, una dignidad sin arrogancias, un
ideal de señorío, siempre aducen ser diferentes a todo el mundo que, en todo
caso, no incomoda, tienen clase, sus mujeres son bellas, amables, muy naturales, visten
con gusto, alegres por naturaleza y con una capacidad de expresión por fuera del común,
no importa la condición social. Se creen, de alguna manera, mejor que todos y de verdad que lo son. Manizales, es culta de sobremanera, ciudad de
conciertos y lectores rigurosos, son los ricos del país, tienen una élite dueña
del café, nuestro gran producto y por efecto del mismo es una sociedad
super-educada. De hecho, siempre ha sido la ciudad universitaria. Su clima frio
la hace perfecta para el estudio.
Ana al
principio, hablo del primer año, nunca me le puso cuidado a mis coqueteos. La perseverancia
vence hasta en el amor. Fuimos novios un año, nos fuimos a vivir juntos y en el mismo tiempo nació nuestra primera hija.
Fueron muchas
las alegrías, las tristezas y cómo toda unión tuvimos crisis. Siempre
nos amamos…por primera vez encontraba la mujer ideal para mí. Pese a la crisis económicas que tuvimos, nunca me dijo,
no compre el periódico, siempre compraba tres al día y los leía de cabo a rabo.
La casa se fue llenado de libros, hasta que ya no había sino, biblioteca. De
alguna manera vivimos en excelentes lugares.
Después de
Mariana nació Santiago y después en Medellín Isabella. Está es síntesis la historia
en blanco y negro de mi amor y mi familia.
Cuando mi
hija tenía 16 años, como todas las vacaciones, se fueron a Manizales, hablo de la época del mundial de futbol de Brasil si memoria no me
falla, disfrutaba cada partido, desde la eliminatoria, se ponía camiseta y no había quien la pudiera vencer en
materia de datos. Igualmente se sabía todas las baladas, no le gustaba el tango,
pero por su madre, que era una aficionada compulsiva, se los aprendió todos.
Ana era de muy buen genio, cuando se trataba de sus hijos, se salía de la ropa, si las cosas no estaban bien.
Circunstancias muy especiales hicieron que nos trasladáramos a Medellín. Mis
hijos tenían 6 y 4 años e Isabella nació en tierra de la eterna primavera. Ellos siente esta ciudad como suya y la defienden a capa y espada.
Hasta aquí un
cuento de rosas. Hace cinco años, se fue en junio para Manizales. Estaba Colombia
en las eliminatorias de futbol para el mundial. Iba con sus hijos y cómo
cosa excepcional, me quedé en Medellín. El problema era que no había con quien
dejar al perrito. Ana cuando sentía algún dolor o molestia, siempre se automedicaba, tenía una resistencia excepcional para
el dolor, ir al médico nunca. sufría del Colon, ella lidiaba con ello sin consultar al médico. En su juventud, me lo contó, tuvo muchas crisis.
Cuando llegó
me dijo, quiero ir al médico. Me pareció extraño. Está fue
la primera alarma. Ana tenía un cuerpo perfecto, la vi como con barriga muy pequeña, de hecho preferí no decirle nada, ella rebajaba en días, eso nunca fue problema, su cuerpo era perfecto y ahora de súbito parecía tener un embarazo, como en los primeros meses. Nunca le pregunte nada y sacamos cita de inmediato, por el dolor. Lo más absurdo fue que, casi no nos atiende, el medico general fue displicente e irresponsable y de paso le obligó a unos exámenes absurdos, para enviarla a un especialista, que fue peor, por estos hechos, perdimos tiempo valioso, puedo decir que esto le costo la vida.
Después de toda esta película, estábamos con el que era, el oncologo. Nos envió a una tomografía. Ana tenía unos dolores fuera de
serie, uno nota cuando un medico se preocupa de sobremanera. Ana nunca se quejaba por dolor alguno, en cambio ahora presentía algo grave. Aunque uno siempre
piensa en los malos augurios, guarda la esperanza que todo son falsas alarmas y que al final superara el impase. En estos casos, siempre actuamos cómo si fuéramos eternos, rehuimos
el tema de la muerte, que es la tragedia existencial tácita por excelencia.
Cuando el hombre descubre la muerte, siente que la finitud es su peor tragedia.
Nunca salimos de esta crisis, la evitamos tal vez, pero está siempre al acecho.
Vivimos entonces la tragedia
de nuestro sistema de Salud ante la declaración de un cáncer avanzado. Es un galimatías. De súbito, nos dieron la cita
para la tomografía. El médico, simplemente debe pasarnos al especialista y
entregar el examen. Fuimos puntuales y al terminar, no llamó y nos dijo, mirando a Ana : Usted
le quedan minutos de vida, disfrute estos pocos meses de vida y nunca se haga una quimioterapia,
ya no hay tiempo. Salí furioso. Me parecía un arrogante y presentía que nunca llegaríamos al tratamiento ideal, donde el especialista cumple un papel vital. Al final, se nos citó con un oncólogo Bogotano, fue el único
sincero, profesional.
Ana, con esos
ojos negros inmensos que hablaban, no necesita decir nada para expresar algo, su belleza aún
estaba intacta, me dijo con lagrimas: Yo lo presentía. A partir de ese momento los hechos
son inenarrables, la realidad supera cualquier narrativa.
Doña Ana
Emilia, su madre, al otro día estaba en Medellín. Ana se disminuía día adía. Su
madre, como un ángel, siempre, siempre, estaba a su lado junto conmigo y sus
hijos. Ana se fue enflaqueciendo con una rapidez que no dio tregua. La salud en Colombia
nunca funciona a cabalidad, ir al médico siempre fue una tragedia. Adoraba a mi
esposa y todo lo que era se lo debía a ella. Mis hijos eran inteligentes y
conscientes de todo lo que pasaba. Eran seres muy perspicaces.
Todos los
días hablábamos y yo pasaba la noche entera rascándole la espalda, mitigando esos dolores infranqueables. Su mama no
se despegaba en todo el día. Pasó el
primer mes y veíamos que nada mejoraba. El sufrimiento de su madre fue total, el de Ana ni hablar. Por
supuesto el de sus hijos. Se fue disminuyendo, era un cuerpo lacerado por el cáncer,
que avanza implacablemente, el dolor se impone, va asediando todo el cuerpo. Al
final, ella no quería sino evitar el dolor. Su familia fue super solidaría.
Estuvo la tía Amparo, Norma, el hermano Jorge, quien vino del Ecuador.
Cuando estas cerca
de la muerte la preocupación mayor son los hijos, su madre y por supuesto el
esposo. Cada día recibes recomendaciones entre los estertores de la enfermedad,
el dolor lacerante y la fatiga y angustia que le produce a ella por no entender
bien lo que está sucediendo. Al final sólo era lúcida para sus hijos y los consejos propios de quien sabe que no existirá dentro de poco. Nosotros sufríamos de otra manera, presentíamos su ausencia y sufríamos por ella y todo lo que le pasaba.
Así pasaron
tres meses. En él último Ana estaba totalmente disminuida. Le aplicaban morfina
dos veces al día. El oncólogo, un Bogotano de pura sepa, no había dicho, no la sometan
a la quimio. La rutina era la misma. Ella sólo esperaba a los hijos, los
recibía, les preguntaba cómo les fue y se quedaba dormida. Todos los días se consumían de esta manera.
En las noches me daba las
indicaciones sobre todo lo que debería hacer con mis hijos, con un dolor del alma absoluto. Está era su verdadera preocupación. Las personas que
llegan a este punto, solo piensan en mitigar el dolor. No son conscientes de
nada. Ella atendía a los hijos, a su madre, a mí y a Zuli una
niña que nos ayudaba desde hace mucho tiempo y quien era como dela casa y a nadie más. La tía Amparo fue una acompañante dedica a todo lo que tenía que ver con sus cuidados más puntuales.
Hubo un
doctor que cualquier día nos visitó de súbito. Parecía de otro planeta, de hecho,
le envió exámenes de laboratorio casi absurdos y pidió una droga de urgencia. Mi suegra le
dijo: Doctor usted está loco. Mi esposa estaba en el sillón que le había
comprado toda la familia, dormida. Doña Ana Emilia, en todo caso, diligente como siempre, salió a
Unicentro por la droga. De pronto llegó la doctora de la morfina. Mi esposa para este momento estaba completamente disminuida, era sólo huesos, verla aumentaba nuestro dolor e impotencia. Cuando llegó la doctora, llegaron mis hijos,
que inexplicablemente habían salido muy temprano. Ana, llamó a Mari, la mayor, cómo le había ido, ella contestó que muy bien y su madre sonrió en esos acuerdos tácitos que sólo se dan entre una madre y un hijo, códigos
que nunca se extinguen. De pronto, llame a Zuli, El médico salió como desesperado y se fue sin despedirse, la doctora que aplicaba la morfina nos acompañaba. De pronto Ana tomó la mano de Zuli, me miró, como entregándose, Zuli con la voz entrecortada me dijo, don Cesar, Doña Ana se está muriendo. De súbito cerró los
ojos, miró cómo al cielo y murió. Esos ojos negros ya no existían. Ana se nos
había ido en medio del más incompetente de los médicos y en la ausencia de su
madre, que estaba en Unicentro por culpa de un doctor mediocre, nunca pude comprender a cabalidad lo que sucedió.
Santiago mi hijo, se
metió al baño y lloró a gritos, Mariana se quedó en un silencio sepulcral, mi
hija pequeña, testiga impotente, no sabía qué hacer, sufría lógicamente, pero
en un silencio lleno de misterio, tácita, triste de sobremanera. Se nos fue lo
que más adorábamos. Sabíamos que nunca más la veríamos. Pese a que todos los días
esperamos que llegue, nunca va a pasar.