Después de vivir catorce horas muy diferentes a todo lo que me ha pasado en los últimos
dos años, que por cierto no han sido nada fáciles, tengo anclados recuerdos inenarrables de un encuentro furtivo con una mujer, Claudia, quien sólo había visto una sola vez. Tengo imágenes fijas como pequeñas fotografías, postales: Esa manera encantadora de hablar; Su ojos pequeños, sin ser orientales absolutamente expresivos, su misteriosa mirada, llena de
encanto y de alusiones, con cierto
encubrimiento, como si guardara una ira contenida por tanta injusticia; sus labios hermosos,
parecen delineados por un pintor impresionista; sus manos, con movimientos sutiles, matizando actitudes pedagógicas cargadas de cariño;. Muy pronto comprobé que desea cambiar el mundo, odia las servidumbres
que le imponen implacablemte al ciudadano de a pie, dice: “Este mundo es una
mierda”, lo expresa cerrando los ojos, con cierta impotencia “Es una
mierda” y lo dice basada en experiencias concretas, trabaja con una fundación que le permite palpar una realidad lacerante. Otro recuerdo que me quedó plantado: su manera de conducir, confiada,
desprevenida en apariencia, con alguna locura, no corre riesgos, menos genera sustos ser su copiloto, curiosamente me recordó un cuento de Harukami
del texto “Hombres sin mujeres”, exactamente “Drive may car”[1].
La conocí de manera muy casual, en un café muy tradicional de Medellín, famoso
por ser un museo vivo del tango, cada
cosa que hay, las personas que lo atienden, el orden, gira alrededor de esta música. Tiene una historia de peso, llena de recuerdos, personajes y por su puesto
vivencias, ratifican el amor de esta ciudad por este generó. Gardel murió tragicamente en Medellín hace muchos años, la ciudad tiene un inconmensurable amor por este hombre, guarda una especie de deuda, para los tangofilos este lugar es sagrado. Nadie nos
presentó, la vi arreglando un día cualquiera unas banderas, lo hacía con un
cariño excesivo, con solemnidad. La observé por mucho tiempo y no resistí las
ganas de hablarle, de saber para que fueran, intuía en todo caso que eran muy
especiales. Todos los encuentros casuales causan una especie de estupor, pensamos que seremos rechazados, es un miedo inexplicable que de alguna manera superamos. Cuando menos imaginé, estábamos hablando
desaforadamente, descubrí gratamente muchas afinidades: El amor por las experiencias positivas con la gente, por la lectura, por la
sociología y el pensamiento social, en fin, todas aquellas cosas que ya casi no importan a nadie. Me suscitó alivio saber que existe una mejor de tantos quilates, entendí que no estaba tan loco y ratificaba que las utopías
aún valen la pena, enfatizamos los dos con alegría: No somos
tan locos, valen la pena todas nuestras luchas. En este encuentro quede gratamente sorprendido y de
hecho le dije que si podíamos vernos de nuevo. A los ocho días estábamos en el
mismo sitio, hablamos con más calma pero con la misma pasión y
encanto. De pronto supe que nada iba a ser igual en mi vida en adelante, qué todo cambiaría,
como si empezara una búsqueda de la
verdad como fuerza liberadora, como si encontrara el soporte ético imprescindible para
sobrellevar el transcurso de mi trágica existencia, como si ella me diera alas para volar, para realizar todo lo
que hasta ahora fue un proyecto,
ser feliz, volver a mirar a los ojos a una mujer, intentar de nuevo compartir.
No se la razón, pero recordé los textos de Sandor Maria, a Rosa Montero. Claudia,
como buena mujer prevenida, recibió los encuentros con esa psicología propia de ellas, llena de esperanzas, pero con la prevención propia que le han dado los golpes de la vida, siempre se aprende a punta de dolor. Estuvimos 14 horas exactas compartiendo, hablamos como locos sin parar. No puedo asegurar nada de lo que
pasará, pero conocerla confirma aquello de que una persona en muy poco tiempo te puede cambiar la mirada de la
vida…las puertas siempre se abren. Así como existe la muerte,
existe la vida. Lo confirmo todos los días. Hoy más que nunca.
Mario Benedetti
HAGAMOS UN TRATO
Cuando sientas tu herida sangrar
cuando sientas tu voz sollozar
cuenta conmigo
cuando sientas tu voz sollozar
cuenta conmigo
(de una canción de CARLOS PUEBLA)
Compañera
usted sabe
puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo
usted sabe
puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo
si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo
si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar
conmigo
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar
conmigo
pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted
es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo.
yo quisiera contar
con usted
es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo.
Mario Benedetti
[1]
Harukami Haruki. Hombres sin mujeres. Editorial Tusques.
Hasta entonces, Kafuku se
había subido a un coche conducido por una mujer
en varias ocasiones y, a su
modo de ver, la manera de conducir de las mujeres
podía clasificarse básicamente
en dos tipos: o un poco demasiado brusca o un
poco demasiado prudente.