Para Leo una gran mujer, me trae recuerdos insondables.
Acabo de ver las conferencias ofrecidas por el escritor colombiano
William Ospina sobre Borges, a propósito de su aniversario, 120 años de su
nacimiento, en un seminario preparado por la universidad nacional de Colombia.
Poco o nada es lo que se puede agregar a tan lúcidas disertaciones. Los videos
que están en este blog, son de la universidad nacional, solo quiero que mis
lectores los disfruten. Como lector de Borges, he gozado y abrevado en sus
textos y excelente poesía, desde la condición de un lector anodino, soy testigo
de la impresionante capacidad para sorprendernos, alucinarnos, con una
erudición (la que hace parte esencial de su narrativa) que no le quita un ápice
a la belleza a cada texto. Disfrute hace dos años de igual manera, las cuatro
conferencias de Piglia para la televisión argentina sobre Borges, nos brinda
otra manera de entender la obra y vida en su condición de lector lúcido, privilegiado y como
habitante memorable de Buenos aires.
Cómo un escritor de la periferia se convierte en un referente de la
cultura occidental?, que a la vez renueva la literatura desde ámbitos antes no
vistos. Borges se sintió más orgulloso como lector que como escritor. Encontró
en la lectura una manera de comprender y descifrar la naturaleza humana y su
relación con todas las cosas, auscultación que nunca se terminó de descifrar. Un texto suyo, es una experiencia inigualable. Sus escritos de manera especial parten del reconocimiento de lo
que otros escribieron, desde la humildad de un lector privilegiado que desde niño vivió entre libros, enciclopedias, su vida es una experiencia
textual.
Beatriz Sarlo expresa en una de las conferencias dadas en Cambridge hace
unos años: “Borges, desde aquellos lejanos años cincuenta cuando traducciones
de algunos textos suyos aparecieron en Les Temps Modernes, pasó a formar parte
de un reducido grupo de escritores, conocido (más conocido que leído, como
corresponde al trabajo actual de la fama) en el mundo entero. Fuera de las
condiciones que rodean a sus textos en la Argentina, Borges casi ha perdido su
nacionalidad: él es más fuerte que la literatura argentina, y más sugestivo que
la tradición cultural a la que pertenece. Si Balzac o Baudelaire, si Dickens o
Jane Austen parecen inseparables de algo que se denomina 'literatura francesa'
o 'literatura inglesa', Borges en cambio navega en la corriente universalista
de la 'literatura occidental. Escribió en un
encuentro de caminos. Su obra no es tersa ni se instala del todo en ninguna
parte: ni en el criollismo vanguardista de sus primeros libros, ni en la
erudición heteróclita de sus cuentos, falsos cuentos, ensayos y falsos ensayos,
a partir de los años cuarenta. Por el contrario, está perturbada por la tensión
de la mezcla y la nostalgia por una literatura europea que un latinoamericano
nunca vive del todo como naturaleza original. A pesar de la perfecta felicidad
del estilo, la obra de Borges tiene en el centro una grieta: se desplaza por el
filo de varias culturas, que se tocan (o se repelen) en sus bordes. Desestabiliza las grandes tradiciones occidentales y las que conoció de
Oriente, cruzándolas (en el sentido en que se cruzan los caminos, pero también
en el sentido en que se mezclan las razas) en el espacio rioplatense. Su obra muestra
el conflicto y este libro intentará leerla en esa dimensión desgarrada. He querido
mantener esta tensión que, según creo, atraviesa a Borges y constituye su particularidad:
un juego en el filo de dos orillas. Busco la figura bifronte de un escritor que
fue, al mismo tiempo, cosmopolita y nacional”. William nos recordó que la
muerte del autor fue evocada por Borges antes que los franceses, mucho antes
que la suscitara Foucault y la corriente deconstructivista”. Se educó en
hogar con dos ejes vitales para todo lo que haría después. El acceso a la
literatura en ingles de la mano de su abuela y la extensa biblioteca de su
padre con toda la tradición occidental, siempre vista desde una perspectiva
literaria, aceptando que la literatura no nació con nosotros, creamos a partir
de la conciencia de que somos parte de una tradición superior a cualquiera
individualidad, por eso, traer otros textos a sus narraciones nunca fue
problema, la república de las letras corresponde a un valor universal.
La ciudad de Buenos Aires, de compadritos y de inmigrantes de alguna manera fue
siempre cosmopolita. “En Argentina toda persona educada puede gozar de la
literatura francesa. Aun cuando tenga
dificultades para hablar con un camarero o para entenderse con un portero esta
persona no tendrá grandes dificultades para entendérselas con Voltaire, Hugo o
Verlaine, lo cual, evidentemente, es más importante”. Escribe por ello: “Mis hábitos son: Buenos
Aires, el culto de los mayores, la germanística, la contradicción del tiempo
que pasa y de la identidad que perdura, mi estupor de que el tiempo, nuestra
sustancia, pueda ser compartido. Camino por Buenos Aires y me demoró, acaso ya
mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel. Me gustan
los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las
etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson”. La obra de Borges
siempre navega en la tradición, la respeta y la enaltece. “Borges, desde aquellos lejanos años cincuenta
cuando traducciones de algunos textos suyos aparecieron en Les Temps Modernes,
pasó a formar parte de un reducido grupo de escritores, conocido (más conocido
que leído, como corresponde al trabajo actual de la fama) en el mundo entero.
Fuera de las condiciones que rodean a sus textos en la Argentina, Borges casi
ha perdido su nacionalidad: él es más fuerte que la literatura argentina, y más
sugestivo que la tradición cultural a la que pertenece. Si Balzac o Baudelaire,
si Dickens o Jane Austen parecen inseparables de algo que se denomina
'literatura francesa' o 'literatura inglesa', Borges en cambio navega en la
corriente universalista de la 'literatura occidental”(Beatriz Sarlo).
Desde el principio de sus primeras publicaciones fue un escritor de
culto. Sus textos, sorprendentes para quien acceda a ellos, cuando se leen por
primera, quedamos impertérritos, percibimos que sus textos son diferentes a todo lo
que hemos leído, siempre incitan a otras lecturas y otras realidades, son una
expresión alucinante de la cultura occidental y su inter-relación con oriente, abarcan la mitología, las religiones, la
historia y por su puesto la literatura, sus
ensayos son cuentos y sus cuentos son
ensayos, trae la filosofía en sus formulaciones desde perspectivas novedosas
que hacen parte de sus relatos. Consideró La filosofía y las religiones como grandes
meta-relatos de la literatura fantástica y por ello en sus textos hay elucidaciones
desde estos ejes. De igual manera se preocupó por lo cotidiano, por lo especifico,
William nos recuerda uno de sus poemas que lo refleja en este tópico, la
relación con las cosas:
Las cosas
El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,
un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde
una ilusoria aurora. ¿Cuántas cosas,
limas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido.
Borges expresó a una pregunta puntual en una entrevista con respecto a
su condición de escritor: “He consagrado mí ya larga vida a las letras, a la
cátedra, al ocio, a las tranquilas aventuras del diálogo, a la filología, que
ignoro, al misterioso hábito de Buenos Aires y a las perplejidades que no sin
alguna soberbia se llaman metafísica. Tampoco le ha faltado a mi vida la
amistad de unos pocos, que es lo que importa. Creo no tener un solo enemigo o,
si los hubo, nunca me lo hicieron saber. La verdad es que nadie puede herirnos salvo
la gente que queremos”. El poema de los dones lo describe aún mejor:
POEMA DE LOS DONES
Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden
las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.
De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.
Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.
Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.
¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?
Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.
Este aniversario llega en un momento de una crisis excepcional del mundo,
memorable por lo extraña, nos enseñó cuan vulnerables somos. Borges fue siempre
consciente de nuestra fugacidad. De lo efímeros: “Pero, al mismo tiempo,
resulta que nosotros también estamos hechos de esa “materia deleznable” que es
el tiempo: igual que aquello que nos rodea, el ser humano es una realidad que
deviene, como nos hizo ver Nietzsche, lo cual imposibilita el cumplimiento de
aquel dictado socrático de llegar a conocernos a nosotros mismos: como si el
“yo” fuese una especie de naturaleza fijada de antemano, algo perfectamente
coherente y nítido, una sustancia idéntica a sí misma que estuviese esperando a
ser “descubierta” en virtud de un ejercicio mayéutica o de nuestra introspección
infalible”. Le debo mucho como lector, no hay como pagar tan digna deuda.