En el propósito de darle divulgación a los lanzamientos de la
feria del libro venimos publicando las entrevistas realizadas por la prensa en
ocasión a este gran evento. Constaìn es uno de los escritores más importantes,
este texto me parece de suma importancia, no solo por el tema, la muerte de
nuestro gran poeta Silva sino por la perspectiva desde donde lo asume.
Fue por casualidad, mientras leía una noticia en un periódico
argentino, que el escritor payanés y columnista de este diario Juan Esteban
Constaín se encontró la historia de un curioso proceso de canonización, que
alguna vez se discutió en los corredores del Vaticano, al genial escritor
británico G. K. Chesterton. Así nació 'El hombre que no fue Jueves', que se
lanza este domingo en la Feria Internacional del Libro de Bogotá.
El escritor andaba investigando sobre la Primera Cruzada y
sus personajes más excéntricos, pero la historia del autor inglés se fue
creciendo en su imaginación hasta obligarlo a sentarse a escribir sobre ese
frustrado camino a la santidad.
“Me pareció maravilloso, parecía como salido de una novela
del propio Chesterton. Era increíble: una petición, elevada por los seguidores
del maestro, para que la Iglesia iniciara el proceso de su canonización. ¡Y lo
mejor es que Roma estaba dispuesta a tomársela en serio! Un amigo me dijo
cuando estaba haciendo la investigación: ‘Falta el milagro’. Le respondí que
no, que allí estaba: ‘Qué más milagro que los libros y el arte de Chesterton’
”, anota Constaín. (Visite el especial multimedia de la 27a Feria del Libro de
Bogotá)
¿Qué tanto de real y qué tanto de imaginación tiene el libro?
Lo justo de cada cosa para que nadie lo sepa bien, ni
siquiera el autor. Están los hechos de la historia, la investigación, los datos
reales que salen de los libros y los documentos; pero también están la vida y
la invención: este mundo por el que caminamos todos a tientas, rodeados por
cosas tan absurdas que serían imposibles, por improbables, en una novela. En la
mía, como en la realidad, hay tanto de lo uno como de lo otro. Espero.
Dice el protagonista que Paolo Gabriele, otro personaje de su
novela, extrajo los secretos más oscuros de la Iglesia. ¿Fue así? ¿Quién era
este hombre?
Sí. Él era el mayordomo de Benedicto XVI, el famoso
‘Paoletto’. Parecía su sombra y luego se descubrió que se robaba los documentos
y los secretos del Vaticano. Aunque su argumento para defenderse fue muy bueno:
que estaba evitando una conspiración contra el papa. ‘Paoletto’ aparece en la
novela porque en ella, entre los documentos que se roba, está el viejo proceso
de la santidad de Chesterton.
Y detrás de esta figura gris subyace la idea del negocio.
¿Qué tan fuerte es ese tráfico de documentos históricos en Roma?
Pues ese mundo de las reliquias y los misterios siempre tiene
su mercado. Siempre habrá algún Dan Brown que acaricia un gato y está listo
para comprar truculencias y revelaciones. De eso hablo también en la novela,
pero bajo la misma clave de todos los demás temas: la de la parodia.
El libro coincide curiosamente con la reciente canonización
de dos papas. ¿Qué tan política es la creación de un santo? ¿Qué intrigas se
mueven detrás?
Nada que haga la Iglesia católica –o cualquier otra iglesia,
o cualquier persona– carecen de una dimensión política. Nada. Menos cuando hay
tanto en juego. En los procesos de canonización hay toda clase de motivos e
intereses y cálculos, y eso incluye a la política, por supuesto. A veces
incluye hasta a la santidad.
¿Existió detrás del proceso de Chesterton algún interés
particular?
Creo que es un testimonio de la gratitud de los lectores
católicos de Chesterton, quien se convirtió en 1922 y fue uno de los teólogos
más grandes de todos los tiempos. Es además un testimonio de gratitud por la
literatura: reconocer que la ficción y la poesía son también un milagro, y que
muchos podemos rezarle a un santo que tuvo la virtud del humor y de la
compasión y de la tolerancia. Ya el gran Fernando Vallejo santificó a Rufino
José Cuervo, y yo le rezo todos los días. A los tres.
Pero el verdadero proceso de canonización de Chesterton fue
el de Pío XI, ¿cierto?
Ahí está la trama de la novela: en los presuntos servicios
que Chesterton le prestó a Pío XI en el viaje que hizo a Roma en 1929.
¿Durante la investigación se encontró con otros procesos
curiosos de canonización?
Todos de alguna manera lo son, y hay muchos que con solo transcribirlos
parecerían sacados de una novela surrealista. Pero también suele pasar que va
uno en busca de la santidad –de su historia, digo–, y se encuentra con cosas
mejores: herejías y misterios, errores hermosos. Es que a veces no hay mayor
herejía que la santidad.
¿Es cierto que el enviado del proceso fue un cardenal
argentino de apellido Bergoglio (el papa Francisco)?
En mi novela sí. Pero hay un dato interesante de la realidad:
pocos días antes de ser elegido Papa, el obispo Jorge Bergoglio escribió una
carta a la Sociedad Chestertoniana de Argentina, o a alguno de sus miembros,
autorizando que se rezara, en privado, una oración que pide la canonización de
“San Gilberto”.
¿Alguien en particular inspiró el personaje de Cinzia, otra
de las protagonistas?
Sí: ella misma: Cinzia Crivellari, mi profesora en Venecia y
una de las personas más sabias que he conocido en la vida. Su método pedagógico
es el mejor que pueda haber, la pasión. La llamé y le dije que si me dejaba
ponerla en la novela, me respondió con su acento veneciano: “Llevo casi 60 años
soportando la realidad, ¿te parece que a estas alturas me va a importar la
ficción?”.
En un momento dado, el protagonista debe escoger el nombre de
Percy Thrillington. ¿Hay acá implícito un guiño particular suyo a alguien?
Sí. Es un seudónimo que se inventó Paul McCartney para lanzar
un disco instrumental, una joya, en 1977.
¿Cómo llegó a la estructura de un río que atraviesa grandes
lagos, que le permite al protagonista divagar sobre otros temas como Casanova,
los Beatles, Aby Warburg y Bernard Shaw?
Pues quería eso: contar una historia que atraviesa la novela,
que es la historia de la santidad de Chesterton y los milagros y la fe. Pero
con digresiones y saltos y extravíos todo el tiempo, para que el lector llegue tan
perplejo al momento de la perplejidad, que allí le parezca que ya nada es
increíble.
¿Cuál siente que fue el mayor desafío a la hora de lograr
esta estructura?
Soltar las riendas y luego volver a cogerlas para no
desbocarme. Es lo que intento hacer, y que está en muchos autores a los que
adoro: Miklós Szentkuthy, Álvaro Cunqueiro, Javier Marías, Aulo Gelio, Giorgio
Manganelli, por no hablar del propio Chesterton o de Cervantes. Pero al final,
más allá de la estructura, lo que importa es la historia, el cuento.
¿Qué produce en usted Italia, que sin duda atraviesa la
novela como telón de fondo, de una manera muy personal?
Italia es la otra mitad de mis orígenes: es el recuerdo de mi
nonna, todos los días. Y produce en mí una gran nostalgia, que es la tristeza
de cuando nos acordamos de una alegría.
¿Qué han significado los libros en su vida?
La mejor versión de la vida.
¿Cómo surgió esa extraña y deliciosa manía suya de catar los
libros a través de su aroma?
Cada libro tiene su olor, su alma, su cepa; como la gente. Y
a veces, no siempre, hasta el contenido de los libros se puede descifrar así. O
eso quiero creer.
Las palabras parecieran ser otra de sus fascinaciones. Como
‘ahotado’, a la que usted le rinde tributo a lo largo del relato. Fue este uno
de esos tesoros escondidos fascinantes que se encuentran los autores. Además de
libros antiguos, ¿también colecciona palabras?
Iba a escribir ‘agotado’ y digité mal, me salió esa. La
busqué en el diccionario y me gustó tanto que la dejé; quedó mejor, fue una
serendipia. Y sí: las palabras son nuestro tesoro más grande.
En una parte el protagonista, que es un profesor, se refiere
a unos nombres en particular: Alonso Quijano, Borges, Alfonso Reyes, Nicolás
Gómez Dávila y Aby Warburg. ¿Han sido ellos, también, una especie de guías
intelectuales en la formación de su pensamiento?
Sí. Aby Warburg fue el creador de la mejor biblioteca del
mundo, regida por el azar. Y los otros nombres son también presencias tutelares
en mi vida. Lo que escribo nace siempre de la gratitud por mis maestros. La
literatura es la mejor de las celebraciones: sobre eso también es mi novela.
¿Por qué ‘El hombre que no fue Jueves’?
Es un homenaje al título de una de las mejores novelas de
Chesterton: 'El hombre que fue Jueves'. Una novela que es sobre el bien y el
mal, pero también sobre la manera en que la ficción va invadiendo y
determinando a la realidad, hasta disolver la frontera tan tenue y risible que
separa a la una de la otra. Y al final nadie sabe dónde queda qué, nunca.
Tras los recovecos históricos
Juan Esteban Constaín (Popayán, 1979) es historiador con
énfasis en lenguas clásicas. En el 2003 publicó ‘Librorum’, obra filológica e
historiográfica sobre los textos antiguos del Colegio Mayor del Rosario de
Bogotá. También escribió la novela ‘¡Calcio!’, con la que obtuvo, en el 2010,
el Premio Espartaco de la Semana Negra de Gijón (España), a mejor novela
histórica. Allí aborda el cuándo y el dónde se jugó el primer partido de
fútbol. Es autor de ‘Los mártires’ (2004), un libro de relatos sobre
escritores, y ‘El naufragio del imperio’ (2007).
Relatos suyos han aparecido en las antologías ‘27 escritores
colombianos’ (Planeta) y ‘Calibre 39’.
Así mismo, es docente universitario, columnista de este
diario y conferencista.
¿Dónde y cuándo?
Juan Esteban Constaín presenta este domingo su nueva novela,
‘El hombre que no fue Jueves’, en el salón de Protocolo de Corferias. Allí
conversará con Roberto Pombo, director de EL TIEMPO, a las 5:30 p.m.
CARLOS RESTREPO
Redactor de EL TIEMPO
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