domingo, 2 de febrero de 2025

GABO Y MERCEDES: UNA DESPEDIDA RODRIGO GARCIA

 


Entonces cruzó los brazos contra el pecho y empezó a oír las voces radiantes de los esclavos cantando la salve de las seis en los trapiches, y vio por la ventana el diamante de Venus en el cielo que se iba para siempre, las nieves eternas, la enredadera nueva cuyas campánulas amarillas no vería florecer el sábado siguiente en la casa cerrada por el duelo, los últimos fulgores de la vida que nunca más, por los siglos de los siglos, volvería a repetirse.

EL GENERAL EN SU LABERINTO


Este libro de Rodrigo García, sobre los últimos días de Gabriel García Márquez, su padre, es una crónica testimonial,  intimista, hermosa, que narra el sufrimiento silencioso del escritor al lado de su familia y los suyos: Fueron las personas más cercanas siempre;  sobre todo en estos días aciagos. Sufría una enfermedad muy cruel, la del olvido, para tomar un termino que fue vital en su obra.

El tono y ritmo del libro es delicado de sobremanera, evita los excesos y las confidencias mórbidas. La relación entre un hombre que no reconoce a casi nadie de los suyos, menos a su corte más cercana, la señora de Gabo, sus hijos, la personas que atienden los pormenores domésticos de la casa, su secretaria, su chofer, quienes no son ajenos a la dimensión del hombre que tienen al lado y que de alguna manera tenía al mundo en velo en estos momentos. Todos sabemos la fama que le rondaba, su enfermedad era un secreto a voces, la prensa siempre lo asedió. La suma de estos factores,  constituyen el eje de un texto que nos conmueve y de cierta manera, llama al dolor, pues la grandeza de Gabo literariamente hablando, nos acercó al escritor con una complicidad estética invisible e irrepetible. En el caso propio, estaba siempre pendiente de lo que le pudiese pasar al escritor y por supuesto de lo que publicaba y decía.

El texto escrito con una prosa impecable, nos va llevando de atrás hacía adelante, lo que sucede en estos días y los recuerdos que le rondan al hijo:

" A finales de sus sesentas, le pregunté qué pensaba de noche, después de apagar la luz. «Pienso que esto ya casi se termina». Luego agregó con una sonrisa: «Pero aún hay tiempo. Todavía no hay que preocuparse demasiado». Su optimismo era sincero, no solo un intento de consolarme. «Un día te despiertas y eres viejo. Así no más, sin aviso. Es abrumador», agregó. «Hace años escuché que llega un momento en la vida del escritor en que ya no puede escribir una extensa obra de ficción. La cabeza ya no puede contener la vasta arquitectura ni atravesar el terreno traicionero de una novela larga. Es cierto. Ya lo siento. Así que, de ahora en adelante, serán textos más cortos".

Para Gabo el respeto sublime entre la vida publica y privada fue siempre un dogma. El texto nos lo recuerda:

"De niños, nuestros padres invariablemente se referían a nosotros, con razón o sin ella, como los niños mejor portados del mundo, de modo que tenemos que cumplir la expectativa. Debemos responder a este reto, tengamos o no la fuerza necesaria, con cortesía y gratitud. Tendremos que hacerlo de manera que mi madre sienta que la línea entre lo público y lo privado, dondequiera que esté dadas las circunstancias, se respeta rigurosamente. Esto siempre ha tenido una enorme importancia para ella, a pesar de o tal vez debido a su adicción por los más escabrosos programas de chismes de la televisión. «No somos figuras públicas», le gusta recordarnos. Sé que no publicaré estas memorias mientras ella pueda leerlas".

Rodrigo es consciente de la tarea tan responsable que tiene con esta escritura:

Escribir sobre la muerte de un ser querido debe ser casi tan antiguo como la escritura misma, y sin embargo, cuando me dispongo a hacerlo, instantáneamente se me hace un nudo en la garganta. Me aterra la idea de tomar apuntes, me avergüenzo mientras los escribo, me decepciono cuando los reviso. Lo que hace al asunto emocionalmente turbulento es el hecho de que mi padre sea una persona famosa. Más allá de la necesidad de escribir, en el fondo puede acecharme la tentación de promover mi propia fama en la era de la vulgaridad. Tal vez sería mejor resistir al llamado, y permanecer humilde. La humildad es, después de todo, mi forma preferida de la vanidad. Pero, como suele ocurrir con la escritura, el tema lo elige a uno, y toda resistencia sería inútil".

Gabo decía que sobre el único evento que no podría escribir es sobre su muerte, por sustracción de materia, claro esta. Pero la "Hojarasca" es una novela de su juventud que narra magistralmente sobre este evento en la voz de un niño. 

Miren mis queridos lectores como Rodrigo nos narra momentos tensos: "A mi madre la reconoce y se dirige a ella de manera alternativa como Meche, Mercedes, La Madre, La Madre Santa. Hubo algunos meses muy difíciles, no hace mucho, en que recordaba a su esposa de toda la vida, pero creía que la mujer que tenía frente a él, asegurando tratarse de ella, era una impostora.

—¿Por qué está aquí esta mujer dando órdenes y manejando la casa si no es nada mía?

Mi madre reaccionaba con rabia.

—¿Qué le pasa? —preguntaba con incredulidad.

—No es él, mamá. Es la demencia".

Es texto no solo recorre los últimos días, sino ciertos eventos después de la muerte, los avatares típicos del funeral, en este caso, de un hombre de mucha grandeza, la llegada de algunos amigos después de conocer la noticia del deceso, la actitud sabía de Mercedes frente a lo inexorable y esperado y la reacción de las personas más cercanas, sus dos hijos, nietos, nueras y su corte.

El capitulo 16 me dejó impertérrito por sus revelaciones, no solo aquellos datos que sólo un hijo nos puede contar, sino por sucesos que solo ellos conocen:

"Es una sensación inquietante conocer el destino de un ser humano. Por supuesto, los años antes de que yo naciera son una mescolanza de cosas que me contaron él o sus hermanos o mi madre, o recontadas por familiares, amigos, periodistas y biógrafos y enriquecidas por mi propia imaginación. Mi padre cuando era un niño de no más de seis años jugando como portero en un partido de fútbol y sintiendo que estaba jugando muy bien, mejor que de costumbre, y sintiéndose orgulloso".

Sino datos de un valor literario incuestionable, secretos de su labor creativa y lo que le suscitan al escritor, en "Cien años de soledad" hay uno que me conmovió:

"Una tarde en Ciudad de México en 1966, subió a la habitación donde mi madre leía en la cama y le anunció que acababa de escribir la muerte del coronel Aureliano Buendía.

—Maté al coronel —le dijo, desconsolado.

Ella sabía lo que eso significaba para él y permanecieron juntos en silencio con la triste noticia".

También se refiere a los últimos días de Mercedes,  quien nunca dejó de fumar y fue la compañera fiel del escritor, con una discreción absoluta, pero con determinación en muchas decisiones del escritor.







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