sábado, 28 de noviembre de 2020

EL NOVELISTA

 

Son muchos los mitos alrededor de algunos novelistas connotados, cómo ejercieron el oficio y las condiciones subjetivas del mismo. Detrás de la novela siempre está el novelista. El novelista es un gran lector. Vive a la caza de un tema y después de hallarlo viene la estructuración, requiere de disciplinas para ponerlo sobre el papel, cada escritor genera sus propios mitos.

Gabriel García Márquez, que fue un gran periodista se movió en dos disyuntivas. Desde pequeño tenía historias de la mano del mundo maravilloso de su abuelo y las tías en Aracataca y por el otro sus lecturas y el oficio del periodismo siendo muy joven.  Fue disciplinado como el que más. Escribió mejor en el ambiente del Caribe y si lo hacía en climas fríos, se encargó de crear el clima de su Barranquilla del alma. Desde los 17 años fue armando la novela de su vida, cada texto que publicaba era un ejercicio en esa vía, de la mano de las historias de la literatura universal, desde la tragedia griega hasta la novela norteamericana. Al principio lo hizo en el colegió de Zipaquirá, después en la fría Bogotá y en la costa caribeña. El ejercicio del periodismo le enseñó mucho de los trucos que usufructuaria en sus ficciones. El reto someter al lector, no dejarlo que este abandone el interés por el texto. Utilizó los trucos del periodismo en favor de la literatura y después a la inversa. Gabo escribía preferiblemente en la mañana. Investigaba mucho antes de plasmarlo en el texto, su experiencia con “El general en su laberinto” es un buen ejemplo de este rigor.

Rene Gira en “Mentira romántica y verdad novelesca escribe: “Quiero, Sancho, que sepas que el famoso Amadís de Gaula fue uno de los más perfectos caballeros andantes. No he dicho bien fue uno: fue él solo, el primero, el único, el señor de todos cuantos hubo en su tiempo en el mundo… Digo… que cuando algún pintor quiere salir famoso en su arte procura imitar los originales de los más únicos pintores que cabe; y esta misma regla corre por todos los oficios o ejercicios de cuenta que sirven para adorno de las repúblicas, y así lo ha de hacer y hace el que quiere alcanzar nombre de prudente y sufrido, imitando a Ulises, en cuya persona y trabajos nos pinta Homero un retrato vivo de prudencia y de sufrimiento, como también nos mostró Virgilio, en persona de Eneas, el valor de un hijo piadoso y la sagacidad de un valiente y entendido capitán, no pintándolo ni describiéndolo como ellos fueron, sino como habían de ser, para quedar ejemplo a los venideros hombres de sus virtudes”. Gabo abrevo en la poesía del romancero español, en su bachillerato leyó toda la poesía que encontró en la biblioteca de su colegio.

Hemingway escribe siempre sobre una mesa a la altura del pecho, donde tenía sus libretas y una máquina de escribir. Era un hábito que tuvo desde el principio. El autor de Fiesta empezaba todos sus relatos con un lápiz y un papel blanco. Fue un periodista consumado y trágico, se metía en los temas y los vivía con una pulsión irrefrenable. Después todo quedaba plasmado el relato, había una trasferencia, una pasión intacta. Indudablemente hay un aprendizaje, “el escritor citaba entre sus maestros a Mark Twain, Flaubert, Stendhal, Bach, Tolstoy, Dostoyevsky, Chekhov, Kipling, Thoreau, Shakespeare, Mozart, Quevedo, Dante, Virgilio, San Juan de la Cruz, Góngora, Tintoretto, Goya, Cézanne, Van Gogh, Gauguin… Incluía a pintores porque de ellos también aprendió a escribir. En sus cuadros le enseñaron de composición, contraposición y armonía tanto como los escritores. De su tiempo y de otras épocas, porque, a su juicio, «los escritores vivos pueden aprender mucho de los muertos»”.

Vargas Llosa es un hombre de disciplinas y rigor. Es un lector de mil horas, infatigable. Escoge un tema y lo investiga hasta agotarlo. En sus primeros textos, sin descartar las influencias, hubo una especie de catarsis, todos aquellos problemas que le agobiaban los resolvió desde la ficción. Así nacieron los “Cachorros”, “Los jefes” y “La ciudad y los perros” sus primeros relatos.

José Luis Lobrera cita estas palabras una elucidación de Cortázar sobre las diferencias entre el relato breve y el largo desde la perspectiva del oficio, devela sus preferencias: Confieso que soy un reciente converso al relato breve, un formato que siempre había menospreciado por la errónea noción de que sus autores no tenían suficiente estatura intelectual para expandirse en una novela. Mi esnobismo literario se desinfló tan pronto me puse a escribir ficción y descubrí que no todas las historias tienen piernas para correr maratones de 300 páginas y que, no por eso, dejan de ser menos cautivadoras o inquietantes. En decálogo del cuentista perfecto expresa: “No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento”.

Jorge Luis Borges, lo había leído todo, vivió de tiempo completo para la ficción, dictaba en sus últimos treinta años, que nunca será lo mismo que sentarse a escribir,      sus temas fueron recurrentes, el tiempo, los laberintos, los personajes literarios, el eterno retorno. Borges creó su propio mito, el Borges de la ficción, difícil acceder a conocerlo en su dimensión real. En uno de sus textos más citados, Jorge Luis Borges confiesa en la primera línea que “Al otro, a Borges, es a quien le suceden las cosas”. Nos enseñó como la ficción afecta a la realidad, la intertextualidad, la literatura fantástica.

 impresionantes las historias del ruso Fiódor Dostoyevski, sus obras fueron escritas bajo una presión de miedo, siempre perseguido por las hostilidades de sus acreedores y editores avaros, en medio de circunstancias muy difíciles, en todo caso fue exitoso y sus novelas es imposible dejarlas a medias, le queremos leer hasta el final. 

 

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