Son muchos
los mitos alrededor de algunos novelistas connotados, cómo ejercieron el oficio
y las condiciones subjetivas del mismo. Detrás de la novela siempre está el
novelista. El novelista es un gran lector. Vive a la caza de un tema y después
de hallarlo viene la estructuración, requiere de disciplinas para ponerlo sobre
el papel, cada escritor genera sus propios mitos.
Gabriel
García Márquez, que fue un gran periodista se movió en dos disyuntivas. Desde
pequeño tenía historias de la mano del mundo maravilloso de su abuelo y las
tías en Aracataca y por el otro sus lecturas y el oficio del periodismo
siendo muy joven. Fue disciplinado como
el que más. Escribió mejor en el ambiente del Caribe y si lo hacía en climas
fríos, se encargó de crear el clima de su Barranquilla del alma. Desde los 17
años fue armando la novela de su vida, cada texto que publicaba era un
ejercicio en esa vía, de la mano de las historias de la literatura universal,
desde la tragedia griega hasta la novela norteamericana. Al principio lo hizo
en el colegió de Zipaquirá, después en la fría Bogotá y en la costa caribeña.
El ejercicio del periodismo le enseñó mucho de los trucos que usufructuaria en
sus ficciones. El reto someter al lector, no dejarlo que este abandone el interés
por el texto. Utilizó los trucos del periodismo en favor de la literatura y
después a la inversa. Gabo escribía preferiblemente en la mañana. Investigaba
mucho antes de plasmarlo en el texto, su experiencia con “El general en su
laberinto” es un buen ejemplo de este rigor.
Rene Gira en
“Mentira romántica y verdad novelesca escribe: “Quiero, Sancho, que sepas que
el famoso Amadís de Gaula fue uno de los más perfectos caballeros andantes. No
he dicho bien fue uno: fue él solo, el primero, el único, el señor de todos
cuantos hubo en su tiempo en el mundo… Digo… que cuando algún pintor quiere
salir famoso en su arte procura imitar los originales de los más únicos
pintores que cabe; y esta misma regla corre por todos los oficios o ejercicios
de cuenta que sirven para adorno de las repúblicas, y así lo ha de hacer y hace
el que quiere alcanzar nombre de prudente y sufrido, imitando a Ulises, en cuya
persona y trabajos nos pinta Homero un retrato vivo de prudencia y de
sufrimiento, como también nos mostró Virgilio, en persona de Eneas, el valor de
un hijo piadoso y la sagacidad de un valiente y entendido capitán, no
pintándolo ni describiéndolo como ellos fueron, sino como habían de ser, para
quedar ejemplo a los venideros hombres de sus virtudes”. Gabo abrevo en la
poesía del romancero español, en su bachillerato leyó toda la poesía que
encontró en la biblioteca de su colegio.
Hemingway
escribe siempre sobre una mesa a la altura del pecho, donde tenía sus libretas
y una máquina de escribir. Era un hábito que tuvo desde el principio. El autor
de Fiesta empezaba todos sus relatos con un lápiz y un papel blanco. Fue un
periodista consumado y trágico, se metía en los temas y los vivía con una
pulsión irrefrenable. Después todo quedaba plasmado el relato, había una
trasferencia, una pasión intacta. Indudablemente hay un aprendizaje, “el
escritor citaba entre sus maestros a Mark Twain, Flaubert, Stendhal, Bach,
Tolstoy, Dostoyevsky, Chekhov, Kipling, Thoreau, Shakespeare, Mozart, Quevedo,
Dante, Virgilio, San Juan de la Cruz, Góngora, Tintoretto, Goya, Cézanne, Van
Gogh, Gauguin… Incluía a pintores porque de ellos también aprendió a escribir.
En sus cuadros le enseñaron de composición, contraposición y armonía tanto como
los escritores. De su tiempo y de otras épocas, porque, a su juicio, «los
escritores vivos pueden aprender mucho de los muertos»”.
Vargas Llosa
es un hombre de disciplinas y rigor. Es un lector de mil horas, infatigable.
Escoge un tema y lo investiga hasta agotarlo. En sus primeros textos, sin
descartar las influencias, hubo una especie de catarsis, todos aquellos
problemas que le agobiaban los resolvió desde la ficción. Así nacieron los
“Cachorros”, “Los jefes” y “La ciudad y los perros” sus primeros relatos.
José Luis
Lobrera cita estas palabras una elucidación de Cortázar sobre las diferencias
entre el relato breve y el largo desde la perspectiva del oficio, devela sus
preferencias: Confieso que soy un reciente converso al relato breve, un formato
que siempre había menospreciado por la errónea noción de que sus autores no
tenían suficiente estatura intelectual para expandirse en una novela. Mi
esnobismo literario se desinfló tan pronto me puse a escribir ficción y
descubrí que no todas las historias tienen piernas para correr maratones de 300
páginas y que, no por eso, dejan de ser menos cautivadoras o inquietantes. En
decálogo del cuentista perfecto expresa: “No pienses en tus amigos al escribir,
ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera
interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste
haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento”.
Jorge Luis
Borges, lo había leído todo, vivió de tiempo completo para la ficción, dictaba
en sus últimos treinta años, que nunca será lo mismo que sentarse a escribir, sus temas fueron recurrentes, el tiempo,
los laberintos, los personajes literarios, el eterno retorno. Borges creó su
propio mito, el Borges de la ficción, difícil acceder a conocerlo en su
dimensión real. En uno de sus textos más citados, Jorge Luis Borges confiesa en
la primera línea que “Al otro, a Borges, es a quien le suceden las cosas”. Nos
enseñó como la ficción afecta a la realidad, la intertextualidad, la literatura
fantástica.
impresionantes las historias del ruso Fiódor
Dostoyevski, sus obras fueron escritas bajo una presión de miedo, siempre
perseguido por las hostilidades de sus acreedores y editores avaros, en medio
de circunstancias muy difíciles, en todo caso fue exitoso y sus novelas es
imposible dejarlas a medias, le queremos leer hasta el final.
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