Murió George Steiner el último de los grandes humanistas. Leerlo es un deleite.
Fue un sabio a carta cabal, políglota, hablaba cinco idiomas, además del griego
y el latín, coherente, escudriñó y descifró en sus textos la condición histórica
del hombre y su relación con el lenguaje con una lucidez absoluta. Amaba los textos
clásicos, los griegos por supuesto, el siglo de la ilustración y los grandes
autores. Escribió ensayos y libros sobre la traducción, el lenguaje y la
literatura.
“Pasión Intacta” fue el primer texto que leí hace más de veinte cinco
años, editado por editorial norma de Colombia. Recuerdo sus posiciones frente a
la posmodernidad y la deconstrucción, a las que enfrento de sobremanera, estas
representaban la moda intelectual de la época, los deconstructivistas
estudiaban el lenguaje frente al poder, la fragmentación del mismo, pretendían
acabar con el autor y el texto en la referencia hasta ahora conocida, desde
posiciones iconoclastas. Derrida era el centro de este tsunami, su posición era
una manera de descifrar la relación del hombre con la historia, la
interpretación y el poder desde lenguaje. No era fácil enfrentarse a este movimiento.
“El deconstructivismo, que exige lecturas subversivas y no dogmáticas de los
textos (de todo tipo), es un acto de descentralización, una disolución radical
de todos los reclamos de “verdad” absoluta, homogénea y hegemónica. Sus
orígenes no sólo se encuentran en las redes neuronales de Derrida mismo, sino
radican en el pensamiento de Nietzsche, quien relativizó la centralidad
poderosa de las verdades filosóficas y teológicas”. Steiner asumió una defensa
del sentido clásico de la interpretación, que me dejo anonadado por su coherencia
y sabiduría.
Su libro póstumo, “Para la tercera cultura” es un estudio relacionado
con la temática de las “dos culturas”.
El diario “El país” de España lo recordó de esta manera: “intelectual y
un hombre de letras cuya influyente crítica a menudo abordaba la paradoja del
poder moral de la literatura, ha muerto este lunes en su casa en Cambridge,
Inglaterra, según ha informado su hijo. Steiner tenía 90 años. Ensayista,
escritor de ficción, profesor y crítico literario, sucedió a Edmund Wilson como
crítico de libros para The New Yorker desde 1966 hasta 1997. Durante este
periodo, deslumbró a sus lectores por su profundidad analítica, convirtiéndose
en un gran maestro de lo que se dio en llamar “literatura comparada”. Su
defensa del canon y la crítica al relativismo y a la banalización técnica
fueron los ejes de su obra”.
Es extraordinario la forma como Steiner ordenaba sus argumentaciones, la
recurrencia a la cita pertinente, el conocimiento de la historia de la
filosofía que le permitía darle siempre la vuelta a la tuerca del tema que
tocara, se apoya en sustratos históricos, el lenguaje como eje de su
construcción narrativa y argumentativa, suma de virtudes que hacían de cada
ensayo una pieza excepcional.
El año pasado murió también Harold Bloom, el gran crítico americano
experto en Shakespeare, autor del “Canon de occidente”, un lector y estudioso
de la literatura sin parangón. Dejó una obra
extensa y pedagógica. Steiner y Harold representan toda una escuela.
En la “Nostalgia de lo absoluto” donde trata de dilucidar algunos
aspectos en la crisis que se suscitó con la pérdida de vigencia
del relato religioso, reemplazado por un racionalismo voraz, escribió al respecto: “A menos que yo lea de manera errónea la evidencia, la
historia política y filosófica de Occidente durante los últimos 150 años puede
ser entendida como una serie de intentos más o menos conscientes, más o menos
sistemáticos, más o menos violentos de llenar el vacío central dejado por la
erosión de la teología. Este vacío, esta oscuridad en el mismo centro, era
debida a «la muerte de Dios» (recordemos que el tono irónico, trágico, de
Nietzsche al utilizar esta célebre frase es con mucha frecuencia mal interpretado).
Pero pienso que podemos plantearlo con mayor precisión: la descomposición de una
doctrina cristiana globalizadora había dejado en desorden, o sencillamente había
dejado en blanco, las percepciones esenciales de la justicia social, del
sentido de la historia humana, de las relaciones entre la mente y el cuerpo,
del lugar del conocimiento en nuestra conducta moral”. Se oponía a esta visión reduccionista.
Nadie mejor que el mismo autor para mostrarnos su preocupación mayor, en
el libro lenguaje y silencio expresa: “Es ante todo un libro, sobre el lenguaje
y la política, el lenguaje y el futuro de la literatura, sobre las presiones
que ejercen los regímenes totalitarios y la decadencia cultural, sobre el
lenguaje y otros códigos de significación (Música, traducción y matemáticas)
sobre el lenguaje y el silencio”. Duele la muerte de un autor tan
significativo. Sus libros quedan como legado, volver a ellos será una
satisfacción.
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