Voy hablar de dos
libros publicados en español hace mucho tiempo de esta excelente novelista,
ensayista y pensadora Estadounidense, a la que he vuelto de nuevo: “Cuestión de
énfasis” y “Estética del silencio”, volví a disfrutar una prosa exquisita,
rigurosa, de una factura llevada casi a la perfección, Susan fue un hito para
las letras norteamericanas y para el mundo, sus posiciones como intelectual son de mucha valía: Opinó
sobre lo divino y humano, sus aportes como ensayista aún son un
referente de suma importancia, no han perdido vigencia por supuesto.
“Cuestión de énfasis” reúne varios ensayos de
literatura, uno que otro de cine y sobre algunos
autores de su predilección. Será siempre grato encontrarse con una escritura
de tanta hondura y sabiduría.
Tomemos el primer ensayo como ejemplo. En él saltan a la vista las dotes de crítica excelsa. Se llama: “La prosa de un poeta”. Empieza con una frase
lapidaría: “Yo nada sería sin el siglo XIX Ruso”, frase pronunciada por Camus
en una carta de homenaje a Pasternak. Ella lo expresa de otra manera: “El siglo
XIX que cambio nuestras almas fue hazaña de prosistas. Su siglo XX ha sido,
casi por entero, hazaña de poetas; si bien no solo en poesía”. Ratifica adelante:
“Los poetas sostuvieron las opiniones más apasionadas de su propia prosa: todo
ideal de seriedad inevitablemente bulle de desprecio". Empieza a elubricar
desde diferentes ópticas la relación y diferencias entre la prosa y la poesía
en una época especifica, debate que tiene muchas articulaciones, realmente se ha suscitado desde hace mucho tiempo, no por ello es carente
de importancia. Expresa refiriéndose al siglo XX de los poetas rusos: “Fue
característico que los poetas se entregaran a una definición de poesía como un
empeño de tal inherente superioridad ( la meta más eminente de la literatura,
la condición más eminente del lenguaje) que toda obra en prosa se volvía una
empresa inferior; como si la prosa fuese siempre una comunicación, una
actividad de servicio”. Trae a colación
la posición de Tsvietáieva, dice la poesía en cuanto cúspide del empeño
literario, lo cual supone la
identificación de todo gran escrito,
aunque se trate de prosa, con la poesía”. Brodski, otro gran poeta ruso lo dice
de otra manera: “En contraste con el modelo más exaltado y perceptivo de la
poesía (cuyo verdadero objetivo son los
objetos y los sentimientos absolutos), es obligado tener al poeta por
aristócrata de las letras y al prosista por burgués o plebeyo; sí la poesía es
la fuerza aérea; la prosa es la infantería”. Valery citado por la autora
expresa: “La prosa es la poesía, lo que el andar a la danza: la supuesta
superioridad inherente de la poesía en los románticos apenas se limita a los
grandes poetas rusos”. El contraste no sólo se refiere a la velocidad, desde
luego, sino a la masa: la naturaleza compacta de la poesía lírica frente a la
cabal extensión de la prosa”. Un poeta casi siempre escribe en prosa sin
problemas, en cambio un prosista difícilmente puede hacer poesía. “Pero el meollo sin
duda no es que escribir poesía sea menos rentable que escribir prosa, sino que
es singular; la marginación de la poesía y su público, lo que antaño se tenía
por un oficio común como tocar un instrumento musical, parece en la intimida
coto de lo difícil e intimidante”. Ya no se escribe poesía con la misma pasión
ni generalización. Es tarea de muy pocos. Por eso ser poeta “Es definirse, y
persistir en seguir siéndolo”. De igual manera el poeta que ejerce la actividad
crítica sigue siéndolo, al prosista le es casi imposible hacer poesía. Al final dice:
“Los límites de la prosa y la poesía se
han vuelto mucho más difusos, unificados por el ethos maximilista propio del
artista moderno; crear una obra que alcance sus propio extremos”. La prosa a
evolucionado: impaciente, ardiente, elíptica, en general en primera persona;
que a menudo emplea formas discontinuas o quebradas, y sobre todo, obra de
poetas”. Remata: “La prosa de un poeta es la autobiografía del ardor”.
LA ESTÉTICA DEL
SILENCIO
Así comienza: “Cada
época debe reinventar para sí misma el proyecto de “espiritualidad”.
(Espiritualidad = planes, terminologías, ideas sobre cómo comportarse para
resolver las dolorosas contradicciones estructurales inherentes a la condición
humana, a la consumación de la conciencia humana, a la trascendencia). En la
época moderna, una de las metáforas más trajinadas para el proyecto espiritual
es el “arte”. Una vez reunidas bajo esta denominación genérica (innovación
bastante reciente), pintar, hacer música, escribir poesía, bailar, entre otras,
han demostrado ser un ámbito particularmente adaptable para montar los dramas
formales que acosan a la conciencia, puesto que cada obra de arte individual es
un paradigma más o menos astuto que sirve para regular o conciliar estas
contradicciones. Por supuesto, es indispensable renovar continuamente dicho
ámbito. La meta que se adjudica al arte, cualquiera que sea, termina por surtir
un efecto restrictivo cuando se la coteja con las metas más vastas de la
conciencia”. El ensayo, habla del arte como expresión de conciencia, qué papel
juega y como se renueva en sus objetivos frente a lo que representa la
dimensión humana, en tiempos tan convulsos y diferentes?: “. El período moderno
del arte comienza en el momento en que nace el “arte”. A partir de entonces,
cualquiera de las actividades incluidas en él se convierte en una actividad
profundamente problemática, y es lícito poner en tela de juicio no sólo todos
sus procedimientos sino también, en última instancia, su derecho mismo a
existir”. Remata: “La elevación de las artes a la categoría de “arte” genera el
mito principal sobre el arte, a saber, el que concierne a la “naturaleza
absoluta” de la actividad del artista. En su primera versión, más irreflexiva,
el mito abordaba el arte como expresión de la conciencia humana: la conciencia
en busca de su propio conocimiento”. El arte entonces no es simple expresión,
la toma de conciencia y la posición del artista expresada en la obra v mucho
más allá de lo meramente artístico. Lo dice de otra manera: “Así como la
actividad del místico debe concluir en una vía negativa, en una teología de la
ausencia de Dios, en un anhelo de alcanzar el limbo de lo desconocido que se
alberga más allá de lo conocido, y en el silencio que se encuentra más allá de
la palabra, así también el arte debe orientarse hacia el anti-arte, hacia la
eliminación del “sujeto” (del “objeto”, de la “imagen”), hacia la sustitución
de la intención por el azar, y hacia la búsqueda del silencio”. La crisis se
traduce en muchas ópticas, expresiones y maneras de materializarse en la obra.
No desconoce los problemas: “Pero la versión más moderna, en la cual el arte
forma parte de una transacción dialéctica con la conciencia, plantea un
conflicto más profundo, más frustrante: el “espíritu” que busca corporizarse en
el arte choca con la naturaleza “material” del arte mismo. Se desenmascara la
gratuidad del arte, y la misma condición concreta de los instrumentos del
artista (y, sobre todo en el caso del lenguaje, su historicidad), se presentan
como una trampa”. Al final, la autodestrucción, la obra, el arte y por ende el
artista se niegan.
La entrada al silencio
como factor fundamental de expresión también cuenta: “Rimbaud ha ido a Abisinia
para enriquecerse con el tráfico de esclavos. Wittgenstein, después de
desempeñarse durante un tiempo como maestro de escuela en una aldea, ha optado
por un trabajo humilde como enfermero de hospital. Duchamp se ha dedicado al
ajedrez. Al mismo tiempo que renunciaba de manera ejemplar a su vocación, cada
uno de estos hombres proclamaba que sus logros anteriores en el campo de la
poesía, la filosofía o el arte habían sido triviales, habían carecido de
importancia”. El silencio no anula la obra, le da portento”. Al final no es
el silencio sino la ruptura, la toma de
conciencia que implica no hablar, no expresarse, no aparece: “La finalidad
característica del arte moderno, la de ser inaceptable para su público,
expresa, a la inversa, que para el artista es inaceptable la presencia misma de
un público, en el sentido moderno de un conjunto de espectadores voyeuristas.
Por lo menos desde que Nietzsche comentó en The Birth of Tragedy que
los griegos no tenían la idea del público tal como la conocemos nosotros, la de
personas presentes a las que los actores hacen caso omiso, gran parte del arte
contemporáneo parece sentirse estimulado por el deseo de eliminar al público
del arte, empresa que a menudo se manifiesta como una tentativa de eliminar por
completo el “arte”. (¿En beneficio de la “vida”?)”. Ahora con las instalaciones, con el arte conceptual, con la toma de posiciones expresadas en muchas obras de vanguardia entorno al mundo y su tragedia, el arte toma la palabra de otra manera, sienta posición.
No queda más que leer
este excelente ensayo y discutir con una autor que está más viva que nunca
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