He sido un lector compulsivo de la crónica latinoamericana, no solo por la
importancia histórica y el hecho que los escritores del Boom en su mayoría
fueron primero grandes cronistas, sino por la calidad de las mismas, nuestra
narrativa y literatura nació con los grandes cronistas. Estoy leyendo dos
excelentes libros. “Antología de la crónica latinoamericana actual” con prólogo
de Darío Jaramillo Agudelo, quien fue el compilador y los “Malditos” de Leila
Guerrero.
Recuerdo la antología en dos tomos de “La crónica colombiana” de Daniel
Samper Pizano. La traigo a colación por la importancia de la misma y el trabajo
investigativo que implicó este texto para Daniel, quien es uno de los grandes
cronistas y por el hecho que su lectura fue un deleite.
El prólogo de Darío Jaramillo es un excelente ensayo sobre la crónica
como género, no solo la define y la contextualiza, sino hace énfasis en lo que ha
representado para la narrativa latinoamericana.
La mayoría de los grandes novelistas del Boom latinoamericano fueron
grandes cronistas. Gabo decía que nuestra realidad supera cualquier ficción. Darío
Jaramillo lo expresa de otra manera: “Los cronistas latinoamericanos de hoy
encontraron la manera de hacer arte sin necesidad de inventar nada, simplemente
contando en primera persona las realidades en las que se sumergen sin la
urgencia de producir noticias”.
Cita Monsiváis, precursor del género en Latinoamérica: “Carlos Monsiváis
define la crónica como la «reconstrucción literaria de sucesos o figuras,
género donde el empeño formal domina sobre las urgencias informativas». Me
gusta comenzar con el nombre de Monsiváis. Es empezar con la invocación de uno
de los padres fundadores del periodismo narrativo latinoamericano del siglo
veintiuno. De encima, es él uno de los historiadores de un cuento que comienza
con las crónicas de los conquistadores españoles, un cuento que tiene sus alzas
y sus caídas”. Desde la conquista el género define a esta parte del mundo. “Después
de las crónicas de los conquistadores, la siguiente cima de esta historia se
encuentra en los cuadros de costumbres que pueblan buena parte del siglo
diecinueve. Y enseguida están las crónicas de los modernistas. Anota Daniel
Samper Pizano que «la crónica modernista es muy, pero muy distinta a la crónica
narrativa. Aquélla está representada por notas de corte
poético-filosófico-humorístico-literario, rara vez más extensas que una cuartilla
o una cuartilla y media, y ésta corresponde al relato tipo reportaje. La
diferencia es la misma que separa a Luis Tejada y Alberto Salcedo, o a Amado
Nervo y Villoro».
Para mí las crónicas de Gabo constituyen para Colombia y Latinoamérica
un muestra precoz y lúcida de lo que será este género. Las leí muy joven y revisando
la historia de las mismas, cuando fue reportero del periódico “El espectador”
en muchas de sus publicaciones mantuvo en vilo al país.
Tenemos excelentes cronistas. “García Márquez, Tomás Eloy Martínez,
Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis forman parte de ese parnaso de padres (¡y
madres!) fundadores reconocidos en todo el continente, para no hablar de
pequeños dioses locales que escribieron excelsas crónicas durante la segunda
mitad del siglo veinte, como Homero Alsina Thevenet y Enrique Raab en el Río de
la Plata o Germán Castro Caycedo, Daniel Samper Pizano y Alfredo Molano Bravo
en Colombia o los simpares Ana Lydia Vega y Luis Rafael Sánchez en Puerto Rico.
Esos dioses locales han sido importantes siempre: cada país tiene sus propios
autores de cuadros de costumbres durante el siglo diecinueve y sus celebridades
locales durante el modernismo”.
Esta es una excelente antología de las mejores crónicas en Latinoamérica.
Claro, en el prólogo Darío Jaramillo no se olvida de las grandes influencias: “La
fundación también ocurre desde fuera del idioma, con los nombres santos del
nuevo periodismo norteamericano, como Capote, Mailer, Talese, Thomas Wolfe,
desde antes, el padre reconocido de la crónica narrativa en Estados Unidos,
John Hersey, con su Hiroshima, que aparece en agosto de 1946 en The New Yorker;
con algunos ejemplares cronistas europeos, como Oriana Fallaci, Günther Walraff
y Ryszard Kapuchinski; con una latinoamericana que escribe en inglés, Alma
Guillermoprieto. Y, desde siglos antes, la presencia del Daniel Defoe de Diario
del año de la peste”.
Aquí se incluyen: Juan José Hoyos, Martín Caparros, Leila Guerrero, Juan
Villoro, Pedro Lemebel, Alberto Salcedo Ramos, Juan Villoro, Laura Castellanos,
entre otros. La segunda parte es un capítulo sobre los cronistas que escriben
sobre la crónica con crónicas de Villoro, Julio Villanueva Chang, Martín
Caparros, Leila Guerriero y Alberto Salcedo Ramos.
El texto “Los malditos” de Leila Guerriero está estructurado por 17
perfiles de escritores y personajes con un sino trágico, pese a ser especiales
y superdotados en lo que hacen, cada uno con un don especifico. “Todos los
escritores cuyos perfiles integran este libro son latinoamericanos (excepto
dos, uno nacido en Estados Unidos y otro en Polonia, que desarrollaron su obra
en Latinoamérica); están muertos (no antes del siglo XX pero sí después: uno se
arrojó al vacío en 2001, otro murió por sobredosis en 2010); tienen una obra contundente
(que, en la mayoría de los casos, aunque con notorias excepciones, está
olvidada y/o es inconseguible), y padecieron diversos grados de desdicha y de
devastación, ya sea por ejercer el sexo a contrapelo en el momento y el lugar equivocados, por
escribir en contra
(de su época,
de su circunstancia, de
su entorno), por vivir en contra (de su época, de su circunstancia, de
su entorno), por haber enfermado cuando no había cura, por no tener amor ni
patria ni padres ni hermanos ni casa ni rumbo ni consuelo. Vivieron en un mundo
que les resultaba demasiado
incomprensible o demasiado
despreciable o demasiado
hostil, y se enfrentaron a él
con hostilidad, con desprecio, con fragmentación, con fragilidad, con espanto”.
Excelentes libros, no me queda más que aconsejar su lectura. En el primero hable
sólo del prólogo, caso especial, son las
crónicas de la antología que son un bocado de cardenal.
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