sábado, 13 de marzo de 2021

LA CRITICA LITERARIA EN COLOMBIA

 


Me pregunto si existe una verdadera crítica en Colombia y la verdad, fuera de los grandes aportes de la academia, es difícil encontrar críticos rigurosos en la prensa y los medios de comunicación. Recordemos que ya no existen ni siquiera en la prensa escrita los famosos magazines del domingo, sobreviven muy pocos, eran un bálsamo, nos informaban lo que pasaba en materia de narrativa, fueron eliminados, las razones, nunca nos la dijeron. Sobrevive una sección cada mes en el periódico “El tiempo”, llamada lecturas, el colombiano todos los domingos pública en su magazín “Generación”, el periódico Espectador dedica unas cuantas páginas y pare de contar.

La crítica es muy importante, no solo escruta autores y obras, sino que constituye una incitación a la lectura. Colombia tuvo excelentes críticos. Los artículos de la academia son puntuales, verdaderos ensayos, rigurosos. Las facultades de literatura producen excelentes textos, muchas veces los aprovechan solo los alumnos pese a que se encuentran en la red, existe un problema de divulgación y análisis, imposible desconocer su labor, Pablo Montoya, escribió y escribe artículos y ensayos desde la revista de la universidad de Antioquía.

Baldomero Sanín Cano es el padre de la crítica literaria en Colombia. Después aparecen Luis Tejada, Marroquín, Hernando Téllez, Zalamea, Moreno Duran, Zuleta, Rafael Gutiérrez Girardot, Ramón Vinyes, Valencia Goelkel, entre el 30 y 70 del siglo XX,  cumplieron con una labor crítica encomiable, realmente fueron una pléyade de críticos que no ha vuelto a aparecer. Los mas destacados después de esta generación fueron Moreno Duran (Quien falleció muy joven), Gustavo Cobo Borda, William Ospina, Carolina Sanín, entre otros.

Julio Cesar Londoño, excelente escritor Valluno escribió al respecto: “Algunos piensan que la historia de la crítica en Colombia tiene tres hitos cosmopolitas: que empieza con esa catedral de la lengua que Rufino José Cuervo erigió en París (El diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana), se vuelve sofisticada y mundana en Buenos Aires con Baldomero Sanín Cano (Divagaciones filológicas) y toma la forma de una sinfonía babilónica en siete idiomas en México D. F. a través de la bífida lengua de Fernando Vallejo (Logoi). Estos tres polígrafos creían ser críticos, pero en realidad eran filólogos, id est, aplicados notarios de la lengua. Es por esto que aún erran extraviados en los eruditos laberintos de las declinaciones y las gramáticas comparadas. Yo creo que el ensayo literario empieza en serio a principios del XIX con Luis Tejada; con El humo, La nariz, La cola, El traje del hombre débil, Biografía de la corbata, La canción de la bala… son piezas brevísimas publicadas primero como columnas de periódico y compiladas luego bajo el rótulo de “crónicas” porque nadie sabía cómo llamarlas. A Tejada no le bastó la originalidad: agregó especulación, ternura y síntesis en proporciones exactas, y salpimentó la mezcla con una pizca de discreta perversidad. En su elogio a la gente simple, Los que lloran en el teatro, Tejada se compadece del crítico, muy avisado para conmoverse en el teatro y demasiado sensible para disfrutar las tragedias reales de la vida, “actos que solo algunos muy raros asesinos refinados saben apreciar”.

Escrute casi todos los periódicos de este tiempo, me refiero a Colombia indudablemente, pocas veces me encontré con comentarios adversos a una obra, siempre son elogiosas, no deja de ser paradójico, pareciera que trabajan para las editoriales. Hablan de su labor. Carolina Sanín, Antonio Caballero, Pablo Montoya, William Ospina, Julio Cesar Londoño cumplen un papel importante en esta materia.

Pablo Montoya se hace una pregunta pertinente y muy esclarecedora al respecto del tema: Hace más de medio siglo, Baldomero Sanín Cano hizo un pronóstico inquietante: en Colombia no existía crítica literaria. En breves pero justas explicaciones, Sanín Cano ponía en su sitio las pretensiones de muchos escritores de diversa índole. Todos ellos sospechaban, en realidad algunos estaban convencidos de ello, que eran críticos literarios en un país cuya literatura apenas alcanzaba los honores maltrechos de ser menor. Sanín Cano constataba, en el artículo “El ocaso de la crítica”, y apoyándose en lo que sucedió en la Francia y la Inglaterra decimonónicas, que una portentosa crítica literaria no tiene por qué surgir al lado de una portentosa narrativa o de una portentosa poesía. Esta última, concluía, se presenta por lo general años después y en pequeñas cantidades. Sin embargo, en el caso de Colombia habría que plantearse otra cuestión: ¿Cómo puede haber crítica literaria madura en un país dueño de una literatura de bajos niveles? Y más todavía: ¿Cómo puede desarrollarse favorablemente este género en un medio social ajeno a la práctica de la lectura?.  



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