domingo, 21 de marzo de 2021

EL ULTIMO LECTOR

 


Este es el nombre de un texto de Piglia, una elucidación sobre el lector y la lectura del más profundo calado. Desarrolla lo esencial de la condición del lector en la búsqueda del sentido de un texto, los mecanismos de apropiación y como no hay autor sin lector. Expresa en uno de sus apartes: La pregunta «qué es un lector» es, en definitiva, la pregunta de la literatura. Esa pregunta la constituye, no es externa a sí misma, es su condición de existencia. Y su respuesta —para beneficio de todos nosotros, lectores imperfectos pero reales— es un relato: inquietante, singular y siempre distinto.

Afirma Piglia: "La lectura es un arte de la microscopía, de la perspectiva y del espacio (no solo los pintores se ocupan de esas cosas). Segunda cuestión: "la lectura es un asunto de óptica, de luz, una dimensión de la física. Las interpretaciones sobre el papel del lector son muchas, muchas veces los textos han convertido al lector en un héroe trágico (y la tragedia tiene mucho que ver con leer mal), un empecinado que pierde la razón porque no quiere capitular en su intento de encontrar el sentido. Hay una larga relación entre droga y escritura, pero pocos rastros de una posible relación entre droga y lectura, salvo en ciertas novelas (de Proust, de Arlt, de Flaubert) donde la lectura se convierte en una adicción que distorsiona la realidad, una enfermedad y un mal”. La relación del texto y la realidad está develada en esta disertación desde perspectivas múltiples. Recordé el libro de Unamuno "Cómo se hace una novela”, la potencialidad de la literatura, de la ficción, plasmada en el texto, para el lector no solo hay una labor hermenéutica, sino de conocimiento, “Existe una filosofía de la lectura, atados a la concepción de la vida como novela y la novela como vida”. Para Unamuno “Rastrear el modo en que está representada la figura del lector en la literatura supone trabajar con casos específicos, historias particulares que cristalizan redes y mundos posibles (Piglia)”. El camino de estos desciframientos son laberinticos. 

Hay una historia del lector, una genealogía de su papel frente a la ficción y a la realidad. No existe texto sin lector. “El primero que entre nosotros pensó estos problemas fue, ya lo sabemos, Macedonio Fernández. Macedonio aspiraba a que su museo de “la novela de la Eterna” fuera «la obra en que el lector será por fin leído». Y se propuso establecer una clasificación: series, tipologías, clases y casos de lectores. Una suerte de zoología o de botánica irreal que localiza géneros y especies de lectores en la selva de la literatura. Para poder definir al lector, diría Macedonio, primero hay que saber encontrarlo. Es decir, nombrarlo, individualizarlo, contar su historia. La literatura hace eso: le da, al lector, un nombre y una historia, lo sustrae de la práctica múltiple y anónima, lo hace visible en un contexto preciso, lo integra en una narración particular”. “«Tlón, Uqbar, Orbis Tertius» plantea los dos movimientos del lector en Borges: la lectura es a la vez la construcción de un universo y un refugio frente a la hostilidad del mundo”. El lector juega un papel preponderante, completa el sentido, la hermenéutica hará “entender el discurso tan bien como el autor, y después mejor que él”. Grandes lectores ratifican en parte esta contextualización. Borges, George Steiner y el propio Piglia son ejemplo de esta dinámica.

Hay un acápite importante sobre “Hamlet”.  “Luego del encuentro crucial con el fantasma de su padre, Hamlet, como hemos dicho, entra con un libro en la mano. Shakespeare hacía muy pocas acotaciones, pero desde las primeras ediciones figura la precisión: «Hamlet entra leyendo un libro». Señala adelante en el texto: “Hay una tensión entre el libro y el oráculo, entre el libro y la venganza. La lectura se opone a otro universo de sentido. A otra manera de construir el sentido, digamos mejor. Habitualmente es un aspecto del mundo que el sujeto está dejando de lado, un mundo paralelo. Y el acto de leer, de tener un libro, suele articular ese pasaje. Hay algo mágico en la letra, como si convocara un mundo o lo anulara”.

Lo mismo hace con Kafka en relación con la correspondencia a Felice Bauer: “Esa correspondencia es un ejemplo extraordinario de la pasión por la lectura del otro, de la confianza en la acción que la lectura produce en el otro, de la seducción por la letra. «¿Será cierto que uno puede atar a una muchacha con la escritura?», se preguntaba Kafka en una carta a Max Brod, seis meses antes de conocer a Felice. Y de eso se trata”.

El texto entra en una disertación extensa sobre Kafka, no sólo en su relación con Felice y las interpretaciones de esta correspondencia de la cual sólo se conocen las cartas enviadas por el escritor y no las de Felice, mujer que tan sólo vio una sola vez. Igualmente, aspectos de sus “Diarios” en relación con su obsesión por la derrota de Napoleón y el regreso de las tropas de Rusia en pleno invierno. Indaga realmente el papel de la escritura en Kafka y de alguna manera en cualquier escritor: En lugar de una interpretación, tenemos el relato de lo que está por venir; mejor, la interpretación se convierte en relato (de las múltiples conexiones inesperadas). La escritura es una cifra de la vida, condensa la experiencia y la hace posible. Por eso Kafka escribe un diario, para volver a leer las conexiones que no ha visto al vivir. Podríamos decir que escribe su Diario para leer desplazado el sentido en otro lugar. Solo entiende lo que ha vivido, o lo que está por vivir, cuando está escrito. No se narra para recordar, sino para hacer ver. Para hacer visibles las conexiones, los gestos, los lugares, la disposición de los cuerpos”. Esta misma relación la establece en el caso de “Carta al padre”.

En un solo comentario conecta estas interpretaciones en relación con el escritor y el lector, con datos y enunciados que ayudan a entender el proceso creativo de Kafka y su metodología, resultados que terminan en las manos del lector: “Para entender la conexión hay que narrar otra historia. O narrar de nuevo una historia, pero desde otro lugar, y en otro tiempo. Ese es el secreto de lo que hay que leer. Y eso es lo que la literatura, según Kafka, hace ver sin explicar”. Algunos datos son muy curiosos: “Kafka escribe a mano con lápiz o con tinta. ¿Son dos momentos del manuscrito? ¿Dos versiones? ¿Una es más definitiva que la otra? Difícil saberlo. Por ejemplo, las dos cartas encontradas en su escritorio luego de su muerte con la orden de quemar sus manuscritos —quizá los dos textos decisivos de Kafka como autor— están escritas, la primera, en 1921, con tinta, y la segunda, en 1922, con lápiz”. “Digamos que Kafka era muy consciente de los distintos pasos y transformaciones de la escritura: el manuscrito, los cuadernos, el original, la copia, las pruebas de imprenta. Pasos en la lectura de sus propios textos. La dificultad es, por supuesto, salir de la versión solitaria y nocturna hacia la versión final, ir del manuscrito al original y a la copia. (Joachim Unseld ha trabajado muy bien estos problemas en su libro Franz Kafka. Una vida de escritor)”. En el texto igualmente se cita la forma en que trabajo León Tolstoi y su esposa Sofía, que copio siete veces versiones de “La guerra Y La Paz”; Dostoievski que escribe a la vez “Crimen Y Castigo” y “El Jugador”, está última en tensiones con un acreedor por lo que contrata a una taquígrafa: “Entre el 4 y 29 de octubre de 1866 le dicta El jugador y el 15 de febrero de 1867 se casa con ella, luego de pedirle la mano el 8 de noviembre: una semana después de terminar el libro y un mes después de haberla conocido. Una velocidad dostoievskiana (y una situación kafkiana). La mujer seducida por el simple hecho de ver la capacidad de producción de un hombre. La mujer seducida mientras escribe lo que se le dicta”.

Recuerda la relación de Borges con las mujeres como lectoras y también como copistas. “Todos los escritores son ciegos —en sentido alegórico a la Kafka—, no pueden ver sus manuscritos. Necesitan la mirada de otro. Una mujer amada que lea desde otro lugar, pero con sus propios ojos. No hay forma de leer los propios textos sino es bajo los ojos de otro”.

 

Seguiré realizando en la próxima entrega los aspectos relevantes del texto de Piglia “El último lector”.

 

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