El oficio literario,
dedicarse de tiempo completo a la literatura, vivir dignamente de ella ya es
posible en Colombia, hasta hace poco constituía un privilegio de muy pocos escritores consagrados, después de un trasegar casi trágico en el oficio y
gracias a obras que se impusieron por su calidad y belleza. Pablo Montoya, Juan
Gabriel Vásquez y Carolina Sanín son un ejemplo de escritores consagrados,
reconocidos y exitosos en un país muy difícil.
Pablo acaba
de publicar “La sombra de Orión” una novela que se sale de los temas
tradicionales abordados en sus últimos textos, que toma un hecho concreto en
una ciudad especifica de Colombia, para narrar desde la ficción un suceso que
aún la historia no ha resuelto a cabalidad, para confrontarla, para darle voz a
resonancias que aún no tienen la vitalidad que merecen.
La toma de Orión
fue una acción del estado, con la ayuda de grupos paramilitares y de limpieza
social hecha en una comuna de Medellín con cicatrices profundas en una sociedad
fracturada desde los comienzos de la violencia partidista del país (1948-1970),
que generó verdaderos cordones de pobreza y desplazamiento, con el tiempo esta
sociedad (Década del 80 y 90 del siglo pasado) fue permeada por el narcotráfico
y las organizaciones criminales constituyéndose en un híbrido difícil de
interpretar y que a la vez refleja la profunda desigualdad e inequidad social
de Colombia. Esta novela es narrada en
tercera persona, va cruzando historias desde un epicentro urbano que refleja al
país entero, cada personaje desde su propio ámbito termina relacionado con esta
toma, la novela cuenta esas pequeñas tragedias individuales, lo que representó
vivir en una ciudad tomada por el narcotráfico, el escritor relaciona magistralmente como el ADN de un
lugar nos toca, nos afecta, nos compromete y no siempre resuelve a favor.
Medellín es
la ciudad donde vive Pablo Montoya, un académico estudioso y apasionado por
literatura, mentor de muchos jóvenes, además es un ensayista excelso. Es cierta la sentencia de Dubois para esta novela: “todo texto se compone a partir de una tradición y una norma, de
suerte que ésta termina por reproducir un gran texto” (p. 70). Al observar la
sociedad y las maneras en que circula el capital simbólico, es poco probable
preservar ese carácter de individualidad, ya que la institución reconoce que el
producto literario “se constituye a partir de varias instancias”.
Es inevitable
desconocer como las experiencias de nuestra propia existencia, se mezclan con
circunstancias sociales de tanta significación como la toma de Orión. En la ciudad existen igualmente realidades,
personas y situaciones que se confrontan a partir de lecturas muy distintas, sobre
todo cuando está atravesada por muchas violencias y con una fragilidad social
incuestionable. Está novela interpreta la realidad de un hecho concreto, para establecer en todo
caso, la historia siempre sobre-pasa el tópico personal, desde ópticas disimiles nos
cuenta una historia que refleja a un país que no ha superado las violencias múltiples, nunca
ha dirimido sus conflictos desde la palabra y la concertación. La toma de Orión
dejó cicatrices que aún no se cierran con mucha responsabilidad del estado y la
clase dirigente.
Juan Gabriel
Vásquez, publicó la novela “Volver la vista atrás” basada en la vida de Sergio
Cabrera el cineasta colombiano. En todo caso el escritor deja en claro que esta
es una obra de ficción. Abarca una época muy convulsa del mundo, desde la
guerra civil española hasta muy entrado el siglo XXI. Está escrita en tercera
persona. Recordé con esta novela una afirmación del escritor frente al papel de
la literatura: “Nunca he creído que la literatura sea capaz de cambiar el
mundo, pero sí cambia al individuo. Esa transformación se basa en una relación
especial que el lector establece con el texto; es una lectura en voz baja,
silenciosa, que ocurre en nuestras cabezas y nos pone en contacto con una
historia de una manera especial, a través un lenguaje interiorizado y no en un
lenguaje visto en el teatro o en la sala de cine. Pero esto depende de que el
lector pueda sentarse dos horas seguidas en contacto silencioso con las
páginas…eso se está transformando de maneras muy dramáticas: las nuevas
dinámicas de lectura permiten consultar el correo mientras se lee el destino de
Raskolnikov. Creo que eso va a tener un efecto en nuestra relación con los
textos de ficción y, por ahí, nos transformará como seres humanos si uno cree,
como yo, que la lectura de ficción nos ha inventado”. La vida de Sergio, la de
su padre y el contexto global con los avatares de un país muy difícil como el
de Colombia, le sirven a JGV, para escribir esta novela. Bien escrita, su
lectura es agradable, entre capitulo y capitulo vamos entendiendo lo que significa
el peso de ciertos acontecimientos externos en la vida. Así lo hizo saber JGV en una respuesta a una entrevista
donde describe la relación entre realidad y ficción:
- “Yo creo
que toda novela hace eso, pero unas de manera más consciente que otras. Siempre
me ha encantado la idea de difuminar esas fronteras para tratar de torturar un
poco a la realidad, para que diga cosas que antes no había dicho. La ficción
extrae de esa realidad significados y otras verdades que no había antes ahí y
eso se logra mediante ese juego entre la realidad y la ficción”. Muchas veces
la novela ha descrito mejor ciertos hechos históricos.
La novela
comienza con el exilio de su padre a Latinoamérica después de la guerra civil española,
periplo que termina Colombia, donde se radica y donde nace Sergio. Por este camino nos vamos enterando de los
hechos más connotados de Sergio, de su carrera como director de cine y de la
estrecha relación con su país.
Se tocan los temas muy álgidos del año 40 del siglo pasado hasta bien entrado este siglo XXI en Colombia, con la lucidez de un novelista que sabe entrecruzar los temas globales con los individuales con total habilidad, para irnos comprometiendo en la historia, llevándonos por esas decisiones y tragedias que constituyen una vida, desde la esclerotica de un creador como Sergio. Su padre fue un innovador del teatro en Colombia, absolutamente controvertido, un militante de tiempo completo. Desde hace dos décadas, la novela re-escribe la historia, la confronta desde la subjetividad propia de las historias individuales re-elaboradas desde la ficción, cuenta situaciones siempre complejas y de quienes las padecieron, en un país que tiende a manipular los hechos. Recordé a propósito de esta diatriba y encrucijada del arte, la relación del escritor con las obligaciones que le impone la sociedad, la afirmación la encontré en un ensayo sobre Roland Barthes:
El escritor no tiene elección: está obligado a significar el arte en su manera de escribir. La forma literaria, obligada a someterse al gusto de un público, está siempre marcada socialmente. La literatura, en este sentido, no existe fuera de la relación que enlaza al escritor con la sociedad. Es porque esa relación evoluciona, por lo que el lenguaje literario evoluciona. (Vincent Jouve, pág. 16, 1986). Esta concepción surgiría en cierta medida de la influencia conjugada de Sartre y de Brecht. La idea de que, a diferencia de Sartre, la literatura no es comunicación sino lenguaje y que la literatura es ante todo una actividad formal es la idea faro, sostiene Jouve, de la reflexión barthesiana que ya está presente en El grado cero, y permanecerá hasta los últimos escritos del crítico- ensayista. (Vincent Jouve, 1986, p. 17)
En la próxima
entrega hablaré de la última novela de Carolina Sanín.
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