miércoles, 19 de noviembre de 2025

SARA JARAMILLO KLINKERT

 


Siempre leo sus columnas.  Aparece el Domingo en el periódico "El colombiano" de Medellín, lo tomaba e iba directo a sus artículos, muy frescos, escritos con cierto tono intimista, pero con la distancia para sentirse invitado a escuchar sus opiniones e historias, cómo viendo desde una ventana privilegiada. Alguna vez escribió algo de sus libros y empecé a indagar por los mismos. Me encontré con una escritora excelente, con una narrativa muy original, cuando se empiezan sus libros, se siente que hay una narradora a carta cabal, escritos con un tono en apariencia seco, pero es siempre conmovedor, nos muestra un mundo con pocas respuestas y muchas preguntas. Apenas empecé a leer su obra, creo que no ha publicado más de cuatro novelas y realmente me cautivo de sobremanera. 

Carolina Isasi Vocondoa, se expresa de esta manera sobre su personalidad y obra: "Sus libros, traducidos a varios idiomas, son celebrados en festivales internacionales como si fuera una estrella del rock. En su última novela, 'El cielo está vacío' (Lumen, 20025) vuelve a hacer de la intimidad un espejo colectivo en el que siempre interesa mirarse. Hablamos con la autora sobre símbolos, sexualidad y desarraigo".



Así la presenta: "Sara Jaramillo Klinkert (Medellín, 1979) no teme hurgar en lo que otros callan. Desde su debut con 'Cómo maté a mi padre' (2019, Lumen), en el que narró con desarmante naturalidad el asesinato de su padre, hasta 'El cielo está vacío' (2025, Lumen), su obra ha hecho de la intimidad un espejo colectivo. Entre medias publicó 'Escrito en la piel del jaguar' (2020, Lumen) y 'Donde cantan las ballenas' (2022, Lumen), confirmando una voz que combina crudeza, ternura y humor. Sus libros, traducidos a varios idiomas, son celebrados en festivales internacionales como si fuera una estrella del rock. En su última novela, Jaramillo escribe como vive: con la certeza de que la literatura es su modo de pensar y con la obsesión por los símbolos —las orquídeas de su madre, el fuego interior— que pueblan sus páginas".

Transcribiré una entrevista hecha por la misma crítica a la escritora:

P: En tu última novela cuentas tu año en Londres. ¿Qué te llevó a convertirlo en literatura?

R: Tenía esa historia muy guardada, incluso me daba pena pensarla. En 'Cómo maté a mi padre' ya apareció un capítulo sobre un amante inglés y a partir de ahí la curiosidad fue creciendo. Descubrí un patrón en mí: siempre me han atraído los hombres mucho mayores. Al escribirlo entendí que buscaba un padre, el que me faltó.

P: Dices que fue el año más formador de tu vida. ¿Por qué?

R: Porque me mostró de qué estaba hecha. Fue la primera vez que me sentí una mujer independiente: resolviendo dónde vivir, trabajando de niñera o limpiando casas, sobreviviendo a los estigmas de ser colombiana. Ese año me enseñó que podía con todo, que era libre para decidir sobre mi vida y mi sexualidad.

P: Uno de los hilos centrales de tu novela es esa relación con un hombre mayor. Hablas de edadismo, pero también de deseo.

R: Sí, porque lo primero que una se pregunta es: ¿cómo será ese cuerpo? ¿Qué significa tocar la piel de alguien mayor? A mí me perturbaba mucho. Y al mismo tiempo había un sexo maravilloso. En aquel momento lo ocultaba con vergüenza, ahora puedo analizarlo: toda relación es transaccional. No existe relación sin interés, incluso con los padres o los amigos.

P: Esa afirmación puede sonar dura.

R: Lo es, pero es real. Nos han enseñado que el amor es puro, desinteresado. Yo creo que eso es una idealización peligrosa. El amor tiene muchas formas, muchos intereses mezclados. Reconocerlo no lo hace menos bello, al contrario: lo hace más humano.

P: Tus escenas de sexo han sido muy comentadas. ¿Cómo fue escribirlas?

R: Difícil. Mi editora me advirtió que era lo más complicado. Yo no quería ser cursi ni bestia, quería mostrar la pasión con delicadeza. Me ayudó mucho mi novio, que es mi primer lector: le mostraba las escenas y él me decía si estaban exageradas o si faltaba algo.

P: ¿Por qué sigue siendo tan difícil hablar de sexo en la literatura?

R: Porque nos enseñan a callarlo, sobre todo a las mujeres. Pero el deseo es parte de la vida, igual que la soledad o la muerte. Yo no quiero escribir desde el pudor, sino desde la honestidad.

Herencia materna y escritura

P: Tu madre aparece mucho en tu obra. ¿Qué aprendiste de ella?

R: Todo. Quedó viuda con 40 años y cinco hijos, tres de ellos trillizos de seis. Nunca buscó otro hombre. Nos enseñó que una mujer no necesita a nadie. Esa fortaleza me marcó pero también me dejó una herencia simbólica: sus orquídeas. Ella las cuidaba con una paciencia infinita, en un ejercicio casi místico de fragilidad y resistencia. Crecí viéndola ganar concursos con esas flores imposibles de mantener, y entendí que la vida se parece mucho a una orquídea: difícil, frágil, pero capaz de florecer si se le da tiempo y cuidado.

P: ¿Esa dureza también te empujó a escribir?

R: Sí. Escribir exige valentía. Si uno se preocupa por lo que va a pensar la abuela o el novio, no puede hacer autobiografía. Yo no tengo vergüenza. Creo que esa valentía me la dio mi madre: verla sobrevivir me enseñó que se puede atravesar cualquier cosa. La escritura es mi manera de hacerlo.

P: ¿Cómo es tu proceso creativo?

R: Me gusta aislarme en cabañas sin señal de celular, rodeada de naturaleza. Allí puedo escribir un mes entero sin interrupciones. Tengo una capacidad de trabajo enorme: cuando entro en flujo, no hay quién me pare.

P: ¿Qué papel juega la disciplina en tu escritura?

Muchísimo. La gente cree que cuando me voy a esas cabañas estoy descansando. No: trabajo como una bestia. Puedo pasarme el día entero sin comer ni ducharme, tan concentrada estoy en la escritura.  Tengo un fueguito interno que me empuja, y si no lo obedezco siento que se apaga algo vital en mí.

El cielo vacío y los símbolos

P: El título viene de Sylvia Plath: "Hablo con Dios, pero el cielo está vacío". ¿Qué significa para ti?

R: Era el resumen perfecto: esa necesidad de un padre, de alguien sabio a quien llorarle y esa sensación de vacío, de no encontrarlo. Plath me acompaña siempre como una voz que entiende la herida, la soledad y la rabia.

P: Eres muy simbólica al escribir. ¿Qué papel juegan las orquídeas y el fuego en tu última novela?

R: La orquídea viene de mi madre, cultivadora apasionada de esas flores difíciles de mantener. Me servía para hablar de fragilidad y resistencia. El fuego apareció solo: en Londres hay obsesión con desconectar los enchufes para evitar incendios, y poco a poco entendí que el fuego era la protagonista, su fueguito interno, lo que la hacía seguir y resistir.
P: ¿Crees en fantasmas?
R: Soy muy incrédula, muy realista. Pero me gusta pensar que mi padre me acompaña de alguna manera. Una vez, en un momento sentí su presencia y le pregunté: "¿Dónde estás?". Y me respondió: "En todas partes". Fue hermoso, aunque sigo siendo escéptica.
P: ¿Qué lugar ocupa tu padre en tu literatura?
R: Un lugar central. Su ausencia marcó mi vida y, de alguna forma, todo lo que escribo dialoga con esa falta. Escribir es una manera de sostener una conversación imposible con él.
P: ¿Cómo entiendes hoy la literatura latinoamericana y tu lugar en ella?
R: Siento que estamos en un momento de enorme diversidad. Hay voces que se atreven a hablar de temas antes callados: violencia, deseo femenino, maternidades, política. Mi lugar es el de alguien que escribe desde la intimidad, pero con la esperanza de que esa intimidad resuene en lo colectivo. No me interesa escribir panfletos, pero sí que mis historias puedan ser espejos para otros.
P: En tus libros siempre hay un cruce entre autobiografía y ficción. ¿Cómo manejas ese límite?
R: No me obsesiona marcar la frontera. Creo que toda novela tiene mucho de autobiografía y todo testimonio mucho de ficción. Yo escribo para entender lo que me pasó, pero también para transformarlo en algo que ya no me pertenezca solo a mí.
P:  ¿Qué autores han marcado tu manera de narrar?
R: Muchos. De pequeña me impactó García Márquez, claro, pero también Sylvia Plath, Clarice Lispector, Marguerite Duras. De los contemporáneos admiro a Mariana Enriquez, Fernanda Melchor, Samanta Schweblin. Todos ellos me enseñan que se puede escribir con crudeza y belleza al mismo tiempo.
P: Tus novelas viajan mucho entre países y culturas. ¿Qué papel tiene el desarraigo en tu literatura?
R: Fundamental. Yo siempre he sentido que no encajo del todo en ningún lugar. Ese desarraigo se convirtió en un motor creativo. Londres, Colombia, México, cada sitio me da un material distinto, una manera de mirar el mundo. El desarraigo me da libertad.
P: Las heridas como motor de la escritura
R: Sara Jaramillo transforma las heridas en relatos, los silencios en palabras y los símbolos en brújulas íntimas. "La vida es dura, sí, pero también es infinita. Y escribir es la mejor manera que tengo de entenderla", dice antes de despedirse. En sus páginas, el cielo podrá estar vacío, pero su literatura arde.





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