Siempre leo sus columnas. Aparece el Domingo en el periódico "El colombiano" de Medellín, lo tomaba e iba directo a sus artículos, muy frescos, escritos con cierto tono intimista, pero con la distancia para sentirse invitado a escuchar sus opiniones e historias, cómo viendo desde una ventana privilegiada. Alguna vez escribió algo de sus libros y empecé a indagar por los mismos. Me encontré con una escritora excelente, con una narrativa muy original, cuando se empiezan sus libros, se siente que hay una narradora a carta cabal, escritos con un tono en apariencia seco, pero es siempre conmovedor, nos muestra un mundo con pocas respuestas y muchas preguntas. Apenas empecé a leer su obra, creo que no ha publicado más de cuatro novelas y realmente me cautivo de sobremanera.
Carolina Isasi Vocondoa, se expresa de esta manera sobre su personalidad y obra: "Sus libros, traducidos a varios idiomas, son celebrados en festivales internacionales como si fuera una estrella del rock. En su última novela, 'El cielo está vacío' (Lumen, 20025) vuelve a hacer de la intimidad un espejo colectivo en el que siempre interesa mirarse. Hablamos con la autora sobre símbolos, sexualidad y desarraigo".
Así la presenta: "Sara Jaramillo Klinkert (Medellín, 1979) no teme hurgar en lo que otros callan. Desde su debut con 'Cómo maté a mi padre' (2019, Lumen), en el que narró con desarmante naturalidad el asesinato de su padre, hasta 'El cielo está vacío' (2025, Lumen), su obra ha hecho de la intimidad un espejo colectivo. Entre medias publicó 'Escrito en la piel del jaguar' (2020, Lumen) y 'Donde cantan las ballenas' (2022, Lumen), confirmando una voz que combina crudeza, ternura y humor. Sus libros, traducidos a varios idiomas, son celebrados en festivales internacionales como si fuera una estrella del rock. En su última novela, Jaramillo escribe como vive: con la certeza de que la literatura es su modo de pensar y con la obsesión por los símbolos —las orquídeas de su madre, el fuego interior— que pueblan sus páginas".
Transcribiré una entrevista hecha por la misma crítica a la escritora:
P: En tu última novela cuentas tu año en Londres. ¿Qué te llevó a convertirlo en literatura?
R: Tenía esa historia muy guardada, incluso me daba pena pensarla. En 'Cómo maté a mi padre' ya apareció un capítulo sobre un amante inglés y a partir de ahí la curiosidad fue creciendo. Descubrí un patrón en mí: siempre me han atraído los hombres mucho mayores. Al escribirlo entendí que buscaba un padre, el que me faltó.
P: Dices que fue el año más formador de tu vida. ¿Por qué?
R: Porque me mostró de qué estaba hecha. Fue la primera vez que me sentí una mujer independiente: resolviendo dónde vivir, trabajando de niñera o limpiando casas, sobreviviendo a los estigmas de ser colombiana. Ese año me enseñó que podía con todo, que era libre para decidir sobre mi vida y mi sexualidad.
P: Uno de los hilos centrales de tu novela es esa relación con un hombre mayor. Hablas de edadismo, pero también de deseo.
R: Sí, porque lo primero que una se pregunta es: ¿cómo será ese cuerpo? ¿Qué significa tocar la piel de alguien mayor? A mí me perturbaba mucho. Y al mismo tiempo había un sexo maravilloso. En aquel momento lo ocultaba con vergüenza, ahora puedo analizarlo: toda relación es transaccional. No existe relación sin interés, incluso con los padres o los amigos.
P: Esa afirmación puede sonar dura.
R: Lo es, pero es real. Nos han enseñado que el amor es puro, desinteresado. Yo creo que eso es una idealización peligrosa. El amor tiene muchas formas, muchos intereses mezclados. Reconocerlo no lo hace menos bello, al contrario: lo hace más humano.
P: Tus escenas de sexo han sido muy comentadas. ¿Cómo fue escribirlas?
R: Difícil. Mi editora me advirtió que era lo más complicado. Yo no quería ser cursi ni bestia, quería mostrar la pasión con delicadeza. Me ayudó mucho mi novio, que es mi primer lector: le mostraba las escenas y él me decía si estaban exageradas o si faltaba algo.
P: ¿Por qué sigue siendo tan difícil hablar de sexo en la literatura?
R: Porque nos enseñan a callarlo, sobre todo a las mujeres. Pero el deseo es parte de la vida, igual que la soledad o la muerte. Yo no quiero escribir desde el pudor, sino desde la honestidad.
Herencia materna y escritura
P: Tu madre aparece mucho en tu obra. ¿Qué aprendiste de ella?
R: Todo. Quedó viuda con 40 años y cinco hijos, tres de ellos trillizos de seis. Nunca buscó otro hombre. Nos enseñó que una mujer no necesita a nadie. Esa fortaleza me marcó pero también me dejó una herencia simbólica: sus orquídeas. Ella las cuidaba con una paciencia infinita, en un ejercicio casi místico de fragilidad y resistencia. Crecí viéndola ganar concursos con esas flores imposibles de mantener, y entendí que la vida se parece mucho a una orquídea: difícil, frágil, pero capaz de florecer si se le da tiempo y cuidado.
P: ¿Esa dureza también te empujó a escribir?
R: Sí. Escribir exige valentía. Si uno se preocupa por lo que va a pensar la abuela o el novio, no puede hacer autobiografía. Yo no tengo vergüenza. Creo que esa valentía me la dio mi madre: verla sobrevivir me enseñó que se puede atravesar cualquier cosa. La escritura es mi manera de hacerlo.
P: ¿Cómo es tu proceso creativo?
R: Me gusta aislarme en cabañas sin señal de celular, rodeada de naturaleza. Allí puedo escribir un mes entero sin interrupciones. Tengo una capacidad de trabajo enorme: cuando entro en flujo, no hay quién me pare.
P: ¿Qué papel juega la disciplina en tu escritura?
Muchísimo. La gente cree que cuando me voy a esas cabañas estoy descansando. No: trabajo como una bestia. Puedo pasarme el día entero sin comer ni ducharme, tan concentrada estoy en la escritura. Tengo un fueguito interno que me empuja, y si no lo obedezco siento que se apaga algo vital en mí.
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