Este articulo del blog de Roberto Herrscher, del boomerang literario de "El pais" de España, como casi todos los suyos, es de un encanto absoluto, espero lo disfruten mis lectores.
http://www.elboomeran.com/blog/1479/blog-de-roberto-herrscher/
A 400 años de su muerte, William Shakespeare está más vivo
que nunca: en los teatros, en el cine, en los libros, en los debates
intelectuales… y también en la ópera.
El crítico literario Harold Bloom lo “acusó” de haber
inventado “lo humano”, al hombre moderno. El idioma inglés le debe cientos de
palabras y una capacidad única para la precisión y la ironía. El teatro le debe
todo. Y la política, casi todo: sin él serían incomprensibles las campañas
electorales, las series de televisión. No se puede contar ni ejercer el poder
sin sus tragedias de reyes y emperadores.
No es extraño entonces que haya sido fuente de inspiración de
tantos músicos. La musicalidad de sus sonetos y monólogos parecen pedir
melodías, y muchas de sus obras, sobre todo las comedias románticas, incluyen
canciones. Pero fue a partir de Henry Purcell que los compositores empezaron a
excavar la profunda mina de su obra.
PRIMERO FARSA, DESPUÉS
TRAGEDIA
En 1692, a menos de un siglo de la muerte de Shakespeare, el más grande de los
compositores ingleses puso música incidental a una versión ligera del Sueño de
una noche de verano. The Fairy Queen se interna en lo fantástico, lo divertido
del juego de disfraces, la alegría del amor. Ritmos ágiles, melodías frescas y
un uso chispeante de los instrumentos de viento.
En 1976, Aribert Reiman compuso una ópera áspera, angulosa,
con un acusado sentido dramático que lamentablemente no abunda en la lírica
contemporánea. Lear fue estrenada con gran éxito en la Ópera de Múnich. Pocas
veces la música contemporánea sin melodía discernible ha sido capaz de
transmitir tanta emoción, de delinear con lentas punzadas musicales un puñado
de personajes marcados por la desesperación.
Entre estos dos extremos, más de una veintena de compositores
de todas las épocas y tradiciones sucumbieron al embrujo de Shakespeare.
Este año de aniversario presenta una muestra de esta riqueza
y variedad en los principales teatros de ópera de la península. En diciembre,
el tenor devenido barítono Plácido Domingo estrenó en el Palau de les Arts de
Valencia su personificación de uno de los más grandes papeles verdianos,
Macbeth, el “primer Shakespeare” del italiano. Dos meses más tarde, el Teatro
Real de Madrid estrenó una rareza de Wagner: Das Liebesverbot (La prohibición
de amar), su segunda ópera, basada en la comedia Medida por medida. Y en mayo,
el Liceu de Barcelona presentará una joya del bel canto, I Capuletti e i
Montecchi, la versión de Vincenzo Bellini sobre Romeo y Julieta.
BEL CANTO, VERDI,
¡WAGNER!
Sin duda, el compositor más marcado por el bardo fue Giuseppe
Verdi. Macbeth es su décima ópera, compuesta a los 33 años, y con ella los
especialistas dicen que comienza una nueva relación, más profunda y moderna,
con la dramaturgia.
Como Macbeth y Lady Macbeth, Domingo y la imponente soprano
rusa Ekaterina Semenchuk se sumergen en la locura del poder, el crimen y la
culpa en una puesta en escena oscura: una sucesión de paredes que se van
cerrando sobre la pareja protagonista. En esta versión, Macbeth es vencido más
por sus propios fantasmas y su fragilidad que por la fuerza de sus enemigos.
Verdi volvió a Shakespeare al final de su vida, en lo más
alto de su carrera: cuando ya consideraba cerrada su obra, el libretista y
compositor Arrigo Boito lo convenció para que volviera: a los 74 años compuso
Otello, su obra maestra. Y a los 80, Falstaff, la comedia llena de piedad y
empatía por las debilidades humanas, basada en el personaje del adorable
gordinflón lascivo que aparece en Enrique IV, Enrique V y en Las alegres comadres
de Windsor. El gran trágico Verdi se despide con una sonrisa comprensiva.
El gran rival de Verdi en la ópera en el siglo XIX, Richard
Wagner, está mucho más alejado del universo de Shakespeare. Por eso fue una
agradable sorpresa descubrir este año su segunda ópera, la única comedia que
había compuesto antes de Los maestros cantores de Nuremberg, que termina de una
forma tan wagnerianamente seria y solemne.
Das Liebesverbot (La prohibición de amar) es la historia de
un hipócrita gobernador que impone un código moral estricto y sentencia a
muerte a un joven que se acostó con su novia. Cuando la hermana del joven, una
monja, le ruega piedad, al gobernador se le despierta la misma libido que
castigaba en los otros, y ofrece a la monja clemencia a cambio de sexo. Todo
termina bien: en la obra original de Shakespeare, Medida por medida, el
gobernador es castigado por su superior, un duque. En la versión de un Wagner
revolucionario de 20 años, es el pueblo el que se rebela.
En el Teatro Real, como parte de la divertida puesta en
escena de Kaspar Holten, todo termina con un aquelarre final, con el gobernador
entrando disfrazado en el carnaval que él mismo había prohibido para
encontrarse con la religiosa que lo desvela. Los personajes aparecen en el
carnaval vestidos como los adustos héroes del Wagner maduro: el más desopilante
es el jefe de policía, que lleva larga peluca rubia y cuernos, como una
valquiria.
Para terminar con las celebraciones operísticas de
Shakespeare, el Liceu de Barcelona programa en mayo y junio una joya del bel
canto: I Caputelli e i Montecchi, de Vincenzo Bellini. Aunque para muchos
estudiosos el libreto de Felice Romani puede haberse basado en las mismas
leyendas renacentistas italianas en que se basó Shakespeare, al ojo y al oído
de hoy no hay duda: es el Romeo y Julieta de Shakespeare hecho ópera.
Y a diferencia de su “rival”, el Roméo et Juliette de Charles
Gounod, en el que Romeo es un tenor, aquí el joven enamorado está interpretado
por una mezzosoprano. En el estreno de
1830 fue la legendaria Giudita Grissi. En el Liceu lo interpretará la gran
mezzo de coloratura Joyce di Donato.
¿Y QUÉ LE APORTA LA
MÚSICA AL GRAN BARDO?
Shakespeare enriqueció enormemente el mundo de la lírica.
¿Pero qué aporta la ópera a las obras tan completas y redondas que el gran
dramaturgo inglés creó para el teatro hablado? ¿Qué les agrega la música
orquestal y el canto?.
Creo que tres cosas, que se ven patentes en Macbeth, en “La
prohibición de amar” y en Montescos y Capuletos. La primera, la más obvia, es
la inclusión del coro: nunca el teatro hablado tendrá un personaje coral tan
potente y locuaz. El coro es el pueblo que clama, grita e implora con una sola
voz en decenas de gargantas.
En la ópera, lo coral que bulle en los argumentos de
Shakespeare se magnifica: el pueblo escocés llora por su opresión y al final
celebra la caída de Macbeth. Wagner cambia el final de Medida por medida para
que al gobernador hipócrita no lo venza el duque que lo nombró sino el pueblo,
harto de sus arbitrariedades. Es el coro que triunfa sobre la injuticia. Y en
la versión de Bellini, Romeo y Julieta son antes que nada miembros de familias
rivales. No es extraño que esta obra tan coral se llame I Capuletti e i
Montescchi.
En segundo lugar, los personajes de Shakespeare detienen la
acción para hablar consigo mismos. El monólogo filosófico de Hamlet; el delirio
heroico de Falstaff; la confesión feroz de maldad de Iago. Los libretistas de
ópera transforman con facilidad estos momentos en grandes arias. Y los
compositores, en música sublime. Lo
mejor del desparejo Hamlet de Ambroise Thomas es el aria de la locura y muerte
de Ofelia, que enloquece cantando en una cascada aterradora de notas agudas,
con las que deslumbró hace una década la soprano Natalie Dessay en el Liceu.
Por último, las descripciones de estados de ánimo, las
tormentas y amaneceres y noches estrelladas, las escenas de alegría y tristeza
colectiva, las batallas… El paso del teatro al libreto de ópera elimina o
reduce muchas de las escenas en las que personajes secundarios cuentan lo que
pasa fuera de escena. Los compositores lo reemplazan por paisajes sonoros:
Otelo rumia en silencio sus celos y la música es el taladro de la duda
insidiosa dentro de su cabeza; el bosque encantado del Sueño de una noche de
verano florece en las cuerdas y los oboes de Purcell; en mundo se vuelve hostil
y maligno en la música angulosa e inquietante del Lear de Aribert Reimann.
En estas obras geniales, la música completa y acaricia las
palabras de Shakespeare.
No hay comentarios:
Publicar un comentario