Tomado de la Revista “Babel" del periódico "El país" de
España. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE.
MARC BASSETS
4 OCT 2019 - 17:26
COT
El galardón más prestigioso de las letras francesas, el Goncourt, marcó
un hito con ‘A la sombra de las muchachas en flor’, obra que propulsó a Proust
y a Gallimard.
No siempre el
talento y el esfuerzo bastan para fabricar un clásico. A veces un buen premio
en el momento adecuado ayuda.
Es el caso de
Marcel Proust. Hace un siglo, el 10 de diciembre de 1919, A la sombra de las
muchachas en flor, segundo volumen del ciclo novelesco En busca del tiempo
perdido, recibió el Goncourt. La elección, que desató una polémica virulenta,
propulsó a Proust a la condición de clásico vivo. Consagró al Goncourt como el
premio de los premios, estatus que todavía ostenta. Y colocó a Gallimard como
el sello de calidad que en las décadas siguientes contribuiría como ninguna
otra en Francia a confeccionar el canon.
“La fecha de
1919 es histórica para la historia literaria francesa”, resume el escritor
Pierre Assouline en un café cerca del Arco del Triunfo en París. “Fue el año
que lanzó a Proust, hasta entonces desconocido. Lanzó el Goncourt, el
autor¿premio? más prestigioso del palmarés. Y lanzó a Gallimard, que hasta
entonces había sido una editorial pequeña”.
Assouline es
un proustiano reconocido, biógrafo de Simenon y Hergé, y autor, entre otras
novelas, de Regreso a Sefarad, que la editorial Navona acaba de publicar en
castellano, en traducción de Phil Camino. Además, es uno de los 10 miembros de
la Academia Goncourt.
Después de la
conversación con Babelia, un primer martes de octubre, Assouline preveía
asistir al almuerzo mensual del Goncourt. Era un día especial, porque debía
reducirse a nueve la lista de obras finalistas. Todas son novelas publicadas
durante el año, la mayoría durante la rentrée, el inicio de curso en el que, de
golpe, aterrizan en las librerías 336, la cifra de 2019. El ganador se decidirá
el 4 de noviembre.
El poder de
estos jueces vitalicios y no remunerados era y es inmenso. En la época de
Proust, el premio, cuya dotación procedía de la herencia de los hermanos Jules
y Edmond de Goncourt y que se concedía desde 1903, constaba de 5.000 francos.
Hoy es un cheque de 10 euros. El verdadero premio son las ventas, que superan
los 100.000 ejemplares; traducciones a decenas de lenguas, las adaptaciones al
cine. Y el reconocimiento. Desde Proust, lo han obtenido Malraux, Beauvoir,
Modiano, Duras, Houellebecq, por citar a unos pocos. Pero muchos más son los
nombres que nadie recuerda. Hubo errores flagrantes, como el de 1932, cuando el
jurado prefirió Los lobos, de Guy Mazeline, a Viaje al final de la noche, de
Louis-Ferdinand Céline. Hoy el premio es multinacional. Existen 18 goncourts extranjeros,
con jurados formados por estudiantes de francés en cada país, además del
Goncourt de los estudiantes de instituto en Francia y el Goncourt de la primera
novela, del relato corto, de la poesía y de la biografía. Desde el Femina al
Renaudot, los premios que nacieron tras el Goncourt siguen definiendo gustos y
tendencias.
“No hay que
olvidar que recompensamos un libro, no toda una obra. Y somos responsables ante
los lectores y los libreros. Si recompensamos un libro muy difícil, o malo, la
sanción llega en seguida. No funciona”, subraya Assouline. “Aunque puede haber
libros como Brújula, de Mathias Enard, premiado en 2015, muy bueno y muy
exigente. Éramos conscientes de ello. Algunos estaban en contra, yo estaba a
favor. Decíamos: ‘Elevaremos a los lectores’. Al mismo tiempo, la cuestión de
saber si el premiado será un escritor o no, cuando se trata de un joven o de
una primera novela, es algo en lo que pensamos y de lo que hablamos, pero nadie
sabe nada”.
En 1919,
Francia salía de la Gran Guerra y todo conspiraba contra Proust: no era joven,
era rico y su novela retrataba un mundo obscenamente remoto tras cuatro años de
carnicería. Thierry Laget, estudioso de la obra proustiana, reconstruye el
episodio en Proust, Premio Goncourt. Un motín literario, que Ediciones del
Subsuelo publicará el 13 de noviembre en castellano, en traducción de Laura
Claravall.
Aquel 10 de
diciembre de 1919, las discusiones en el jurado —entonces, como hoy, reunido en
el restaurante Drouant— fueron encendidas. “Un Balzac degenerado”, le llamó
Léon Hennique. “Y lo viejo que es…”, dijo. El argumento era que, en su
testamento, Edmond de Goncourt había expresado la voluntad de premiar a autores
jóvenes. Proust tenía 48 años y vivía de rentas. ¿Para qué necesitaba el
dinero? Léon Daudet contraatacó: “Ustedes no tienen ni idea del testamento de
los hermanos Goncourt. Yo lo conozco y voy a sacarlo y leerlo. La cláusula no
precisa que hayan dejado el premio para un hombre joven. No, se trata de un
talento joven. Lo cual es exactamente el caso del señor Proust; porque, se lo
digo, es un escritor adelantado a su época en cien años”.
Proust obtuvo
seis votos. El finalista, Roland Dorgelès, cuatro. Dorgelès era excombatiente
en la Gran Guerra y su novela, Las cruces de madera, relataba las experiencias
bélicas. En una Francia traumatizada por la guerra recién terminada, para
muchos era una injuria que el Goncourt recayese en un hombre que retrataba un
mundo de balnearios y condesas de la belle époque, y que no había conocido las
trincheras.
Dorgelès se
vio recompensado dos días después por el Femina, que había nacido como réplica
al Goncourt con un jurado de mujeres. “Ayer la Academia de las Mujeres (…) dio
a la Academia Goncourt una lección de virilidad”, celebró un periodista. Más
hiriente, Robert de Montesquiou, en quien Proust se inspiró para el personaje
del barón de Charlus, escribió: “La sombra de las muchachas en flor derrotó a
la sombra de los héroes en sangre”.
A Proust le
acusaba la izquierda porque le veía como el hombre de Daudet, fundador del
diario ultra L’Action Française. Desde la derecha le acusaban de “onanismo
sentimental”. O escribían: “No, no pensaban, sentían, soñaban ni vivían así los
hombres que hicieron la Gran Guerra. Nuestra generación no se reconoce en estos
infantilismos pretenciosos”. Más allá de las ideologías, se le reprochaban las
“frases de seis leguas, pegajosas y sosas como macarrones demasiado cocidos”.
Causaba extrañeza el género inclasificable. Sus libros, escribió un crítico,
“no son novelas, aunque su autor se enfada cuando se le pregunta si son sus
memorias”.
Lo llamativo
no son estas valoraciones, sino que tantas voces contemporáneas detectasen su
genio, comenzando por el Goncourt. Algunas líneas divisorias de 1919 perviven
en 2019: la tensión entre la novela que documenta la sociedad contemporánea y
la novela introspectiva o con la mirada en el pasado (Houellebecq o Modiano),
las interpretaciones presentistas (la idea de la victoria de Proust como la del
partido reaccionario de Daudet) o los debates sobre la frontera entre géneros
(el año pasado, El colgajo, de Philippe Lançon, se descartó en seguida por no
ser novela).
Es difícil
encontrar herederos de Proust entre los escritores franceses, pero también a
quien escape a su sombra. Su vigencia se hace evidente en las conmemoraciones,
más aún al ser un autor que requiere tiempo y concentración en la época de la
brevedad y la aceleración. “Es la calidad de la obra la responsable de este
estado de las cosas. Y el contraste entre el genio de esta obra y una cierta
mediocridad de la literatura francesa contemporánea”, dice en su apartamento
del proustiano distrito XVI de París Jean-Yves Tadié, responsable de la edición
crítica de Proust en la selecta colección La Pléiade y autor de su biografía en
dos volúmenes. “Nadie alcanza este nivel. Proust concibió a la vez todo un
mundo, con más de 500 personajes y casi todos los temas que dominan la
existencia: la enfermedad, la muerte, la injusticia social, la guerra. Lo hizo
no contentándose de explicar historias, sino incluyendo una filosofía”, añade
Tadié, lector de escritores contemporáneos como Modiano, Marías o Le Carré. “Y
todo esto”, continúa, “con un estilo que forjó a partir de los ejemplos
clásicos. En el caso de Proust, la frase latina, que se encuentra en los
discursos de Cicerón, y la gran frase de Madame de Sévigné y de Saint-Simon,
nuestro gran memorialista que fue embajador en España. Este estilo tiene
algunos secretos: es a la vez la lógica y la poesía”.
El Goncourt a
Proust en diciembre de 1919 infló las ventas de A la sombra de las muchachas en
flor: 3.300 ejemplares antes del premio y un total de 23.100 hasta final de
1920. Pero fueron modestas y muy inferiores a las de Las cruces de madera, la
novela derrotada, en el mismo periodo: 85.158. Todo esto lo documenta Laget,
que ahora revela, en un café junto a la Asamblea Nacional, lo que más le ha
sorprendido en su investigación. “Yo no había entendido hasta qué punto este
acontecimiento tuvo una importancia casi metafísica para Proust”, dice. “Ante
el éxito, a veces uno se dice que se acerca a algo que le sobrepasa: no es amo
de su destino, el destino se acelera aunque lo haya deseado. Es lo que le
ocurrió”.
Proust
moriría tres años después. Cuando conoció la noticia del Goncourt, ya estaba
enfermo y vivía encerrado en su apartamento de París. Por única respuesta,
resalta Laget, el hombre de las frases interminables ofreció su frase más
breve: “¿Ah?”.
CURIOSIDADES
DEL PREMIO
1903. El
primero. John-Antoine Nau fue, con Fuerza enemiga, el primer laureado con un
galardón que premió a Marcel Proust en 1919, pero que en 1932 prefirió Los
lobos, de Guy Mazeline frente a Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand
Céline.
1951. El que
lo rechazó. Julien Gracq se lo llevó por El mar de las Sirtes pero lo rechazó.
En 1956 lo obtuvo Romain Gary por Las raíces del cielo. Repitió en 1975 con La
vida por delante, firmado con el seudónimo de Émile Ajar. La revelación de ese
dato causó un gran escándalo.
1984. Globalizado.
Marguerite Duras, nacida en la Indochina francesa, se convirtió en un éxito
planetario con El amante. En la década de los ochenta el premio se abrió
definitivamente a autores francófonos no nacidos en Francia, como el marroquí
Tahar Ben Jelloun, el martiniqués Patrick Chamoiseau, el libanés Amin Maalouf,
el ruso Andreï Makine, el afgano Atiq Rahimi, el estadounidense Jonathan
Littell o la franco-argelina-marroquí Leila Slimani. Ben Jelloun forma
actualmente parte de la Academia Goncourt, cuyo director es Bernard Pivot.
2010.
L’enfant terrible. Michel Houellebecq se llevó el premio por El mapa y el
territorio después de ser finalista en dos ediciones anteriores. El palmarés lo
cierra por ahora Nicolas Mathieu con Sus hijos después de ellos, recién publicado
en España por AdN. El nuevo ganador, que se llevará 10 euros, se conocerá el 4
de noviembre. Entre los finalistas figuran el argentino Santiago H. Amigorena y
la belga Amélie Nothomb.
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