La indagación
sobre el espectro de nuestras mejores escritoras (Esta es la segunda entrega),
aquellas que, en pleno auge del Boom estaban produciendo una obra valiosa, se
apoya para esta entrega de un trabajo hecho por la revista “Babelia” del periódico
“El país” de España, igualmente ha estado preocupado por este tema entre sus
últimas investigaciones.
1.-LA AMORTAJADA (1938). MARÍA LUISA BOMBAL
Conocí esta
novela siendo estudiante, como parte de las lecturas obligatorias. En un
contexto en el que se me enseñaba una literatura chilena exclusivamente escrita
por hombres, con un registro muy realista, de pronto apareció una voz que
jugaba con lo fantástico. Una muerta narraba su propio funeral y su historia
desde el ataúd. El relato rompía las lógicas racionales y temporales de la
causa y del efecto, cuestionando lo real, haciendo empeño por narrar el enigma,
por enunciarlo, por tocar lo invisible. Ana María, la protagonista, es una
mujer que debió responder a códigos femeninos estereotipados y conservadores.
Como todas las heroínas de la Bombal, encarna matrimonios y maternidades
mediocres, vidas llenas de frustración, escindidas entre lo que deben ser y lo
que desean ser. Hay algo ingobernable en estas mujeres que no encaja con lo que
se les exige socialmente. La grieta de lo fantástico, de lo onírico, de lo
irreal, es una vía de escape para tratar de sobrevivir. Es como si esos cuerpos
femeninos fuesen una especie de cárcel para esas mujeres fantasmagóricas de sus
escritos. En La amortajada, Ana María parece decirnos que solo muerta, con su
cuerpo a punto de ser enterrado, puede hacer una real reflexión de su vida.
Como si antes hubiera estado secuestrada. Fuera de sí misma. La lectura de
género es, sin duda, un punto de enfoque y de reactualización para leer esta
gran novela.
POR NONA FERNÁNDEZ SILANES. CHILE. AUTORA DE LA DIMENSIÓN DESCONOCIDA
POR NONA FERNÁNDEZ SILANES. CHILE. AUTORA DE LA DIMENSIÓN DESCONOCIDA
2.-CANCIÓN DE LA VERDAD SENCILLA (1939). JULIA DE BURGOS
Cuando tenía
14 años, mi maestra me puso este libro en las manos. No sabía yo que me
iniciaba en la lectura de un libro que cambió de manera radical mi vida y los
rumbos de la literatura escrita por mujeres en todo el hemisferio de las
Américas. Publicado por Julia de Burgos (poeta, ensayista, 1914-1953) a los 25
años, el poemario causó revuelos en todo el Caribe. Primero, porque con dicho
libro De Burgos se convirtió en la primera mujer puertorriqueña en ganar el
Premio Nacional de Literatura. Segundo, porque los poemas que componían el
libro eran y todavía son una exploración profunda e íntima de las luchas
superpuestas que confronta una mujer que se aleja del proyecto “doméstico” para
incursionar en la literatura y en “el mundo político”. En Canción de la verdad
sencilla, le da voz a esta marginalidad yuxtapuesta en poemas tales como ‘Yo
misma fui mi ruta’, ‘Ay, ay, ay de la grifa negra’ y ‘A Julia de Burgos’. En
muchos de sus textos, Julia propone un discurso que se quiebra en un yo
dividido entre la mujer social y la mujer “natural”, la mujer sexual, la
racializada y la mujer política. También muestra el conflicto de cómo se da el
amor en un mundo patriarcal, pero desde la cosmovisión, ética y estética de una
mujer. Junto a Gabriela Mistral, quien fue su maestra mientras Julia de Burgos
estudió en la Universidad de Puerto Rico, ambas poetas y sus obras abrieron las
puertas para todas las otras escritoras de todos los géneros en Latinoamérica.
Ciertamente, la abrió para mí. Canción de la verdad sencilla es lectura
obligada para todos aquellos que quieren explorar a fondo cómo se arma bloque a
bloque un canon de literatura latinoamericana inclusivo, justo. Y si quieren
oírla cantada, busquen las musicalizaciones de muchos de los poemas de Julia
que La Discreta ha hecho desde España.
POR MAYRA SANTOS-FEBRES. PUERTO RICO. AUTORA DE NUESTRA SEÑORA DE LA NOCHE
3.-LA MUJER DESNUDA (1950). ARMONÍA SOMERS
La mujer
desnuda es una novela deslumbrante, no sólo por su exquisita y a la vez rara
prosa, sino por su capacidad de conjugar lo fantástico con una perspectiva
feminista y filosófica en torno al eros. Tenemos a una protagonista, Rebeca
Linke, que se despierta en su cumpleaños número 30, se arranca la cabeza, se la
vuelve a poner, y se interna desnuda en el bosque. Esta mujer irá encontrándose
hombres, poblados, violencia, deseo, hambre, en una historia apoteósica,
publicada en 1950, que roza el delirio. Muy adelantada a su tiempo, algunos la
encontraron obscena, no tanto por su tratamiento de la sexualidad como por la
rabiosa crítica social que se hace a través de los tabús. La escritura poética
de Somers creó una atmósfera de exploración, miedo y emancipación. Rebeca se
decapita para cortar con las ideas sobre sí misma y su cuerpo impuestas por
otros, y se la coloca otra vez, pero asumiendo la dislocación y la cicatriz.
Luego se desnuda para entrar en lo primitivo y original, para desprenderse del
traje de la civilización, pero también de la vergüenza atávica por el cuerpo;
para quitarse “el velo de gracia” y ver su desnudez no como un castigo, sino
como una posibilidad de descubrimiento y reconocimiento: “Ven, toca, estoy
desnuda. Tomé mi libertad y salí. He dejado los códigos atrás, las zarzas
me arañaron por eso. (…) Y yo quisiera saber cómo soy, cómo seríamos en ti
las mujeres intactas que me habitan”. Somers es una de las grandes escritoras
latinoamericanas del siglo XX que fueron pasadas por alto o, mejor dicho,
ignoradas por el mundillo literario. Al final de su vida pudo encontrar
lectores fieles y buenas críticas, pero recién ahora su obra está traduciéndose
y valorándose por lo que realmente es: original, desafiante, experimental,
poética y plástica. Hay que leerla. Lo digo sin miedo: es un clásico a
descubrir.
POR MÓNICA OJEDA. ECUADOR. AUTORA DE MANDÍBULA
POR MÓNICA OJEDA. ECUADOR. AUTORA DE MANDÍBULA
4.-JARDÍN (1951). DULCE MARÍA LOYNAZ
Bárbara pegó
su cara pálida a los barrotes de hierro y miró a través de ellos. Automóviles
pintados de verde y amarillo, hombres afeitados y mujeres sonrientes, pasaban
muy cerca, en un claro desfile cortado a iguales tramos por el entrecruzamiento
de lanzas de la reja. Al fondo estaba el mar”. Jardín, la extraordinaria novela
de Dulce María Loynaz, escrita entre 1928 y 1935 en su mansión de la calle
Línea, El Vedado, describe lo que pocos han sabido narrar, los filosos y
complejos contornos interiores, enrejados y silenciados de una Habana que este
noviembre cumple 500 años. La casona de amplísimos patios con capilla familiar
y las fuentes naturales humedeciendo el caluroso escenario de la novela, La
Habana posando, siempre en segundo plano, haciéndonos quedar mal cuando
contamos que algo de este luminoso Caribe nos duele o nos molesta. ¿Qué puede
aquejar a esa Bárbara inadaptada que todo lo tiene? El paraíso visto como
cárcel, una trama centrada en sucesos empalmados en la cabeza delirante de una
mujer aislada, en un exilio interior que en ella duró toda la vida y en muchas
autoras cubanas parecería eternizarse. El epistolario de amor entre Bárbara,
Enrique de Quesada y Pablo Cañas, publicado por Ediciones Aguilar, España, en
1951 y en Cuba por Letras Cubanas, 1993, devela en clave de prosa poética la
misteriosa intimidad de Dulce María Loynaz, quien solo salió de su jardín tres
décadas más tarde, para recibir en Madrid el Premio Cervantes de Literatura de
1992.
Por wendy Guerra
5.- BALÚN CANÁN (1957). ROSARIO CASTELLANOS
No es
casualidad que Balún Canán haya sido reconocida por la crítica como una obra
fundamental de la literatura latinoamericana, pues reúne todas las
características que harían triunfar a otras novelas dentro de la corriente del
boom latinoamericano. Sin embargo, publicada a finales de la década de los
cincuenta, y además por una mujer, no corrió la misma suerte en el mercado
editorial que las obras de García Márquez y Vargas Llosa. El hecho de haber
debutado como poeta, y luego pasado a la narrativa con esta novela de tintes
autobiográficos, le permitió a Rosario Castellanos crear una atmósfera colmada
de metáforas, en la que confluyen elementos que no pierden vigencia: el poder,
la muerte, la soledad, la culpa, entretejidos magistralmente con la cosmogonía
indígena y los conflictos sociales, incluyendo el patriarcado. Balún Canán es
una historia de opuestos: lo indígena y lo blanco, la infancia y la adultez, el
sometimiento y la opresión, pero también es una historia de lo no dicho, lo
silenciado, lo invisible, desde la protagonista misma, que a los ojos de los
demás es “un grano de anís”. Creo firmemente que Balún Canán tiene mucha responsabilidad
en que yo de niña haya comenzado a escribir historias. Porque leyéndola pude
decir: “He conocido el viento”. Parte o no del boom, Rosario Castellanos logró
con esta novela recuperar lo que en las primeras líneas el personaje de la nana
refiere como despojo: “La palabra, que es el arca de la memoria”.
POR MARÍA EUGENIA RAMOS. HONDURAS. AUTORA DE UNA CIERTA NOSTALGIA
POR MARÍA EUGENIA RAMOS. HONDURAS. AUTORA DE UNA CIERTA NOSTALGIA
6.- LOS RECUERDOS DEL PORVENIR (1963).
ELENA GARRO
Casada antes
de cumplir la mayoría de edad con un poeta egocéntrico, Elena Garro padeció
muchas inseguridades y con frecuencia destruyó sus manuscritos. Debemos a la
hermana de la autora, quien la rescató de las llamas, la gran suerte de poder
leer Los recuerdos del porvenir. Dentro de los temas más interesantes que
aborda esta novela (junto con el abuso de poder, la circularidad de la
historia, la lucha entre el pueblo y el Estado) está la situación de las
mujeres. La novela retrata con minuciosidad la desigualdad de género y la
violencia doméstica, los feminicidios y la violación como forma de reprimir y
humillar a toda una comunidad. Isabel Moncada, la protagonista de esta
historia, es una mujer inconforme, que toda su vida deseó haber nacido varón
para poder ser libre como sus hermanos, estudiar, trabajar y no tener que
casarse. Le interesaban el teatro, la política y las luchas sociales. Sin embargo,
esos anhelos se vieron muy pronto truncados por las costumbres de su pueblo y
los valores de su familia. Los personajes masculinos luchan por convertir a las
mujeres en objetos de su propiedad, por controlar sus acciones y sus
pensamientos, pero ellas constantemente se liberan del yugo, aunque eso les
cueste la vida. Garro fue feminista antes de asumirse como tal. Debido también
a su identificación con los marginales, durante muchos años se le atribuyó una
supuesta locura y se la trató con un desprecio infinito. Los recuerdos del
porvenir, junto con Pedro Páramo, es probablemente la mejor novela mexicana
escrita en el siglo XX. Sin embargo, la historia de la literatura no ha dado
aún a la obra de Elena Garro el reconocimiento que le corresponde. Su brillo
seguirá emergiendo como lo ha hecho hasta ahora, paulatinamente.
POR GUADALUPE NETTEL. MÉXICO. AUTORA DE DESPUÉS DEL INVIERNO
POR GUADALUPE NETTEL. MÉXICO. AUTORA DE DESPUÉS DEL INVIERNO
Eisejuaz
(1971) es una novela escrita en estado de gracia. Sara Gallardo se instala en
las fisuras del lenguaje para crear a Eisejuaz, uno de los personajes más
enigmáticos e inolvidables de la literatura latinoamericana: un indio mataco
(wichí) que escucha la voz de Dios en una lagartija y que renuncia a todo para
seguir un llamado de consecuencias desastrosas para su comunidad. Es una novela
fronteriza en más de un sentido: se sumerge en el paisaje del norte argentino y
en el mundo indígena arrasado por el extractivismo, y evade los lugares comunes
del regionalismo a través de la creación de una lengua fascinante y llena de
alteraciones gramaticales (“No se comemos”, “nadie no me contestó”). Eisejuaz
“barbariza” el cristianismo con su cosmovisión indígena en la que Dios tiene
rostro animal; su yo es curiosamente descentrado y está compuesto por muchos
otros, pues “un animal demasiado solitario se come a sí mismo”. Gallardo se
inspiró en un viaje a Salta en 1967, al que partió buscando historias para su
columna en un semanario. En un hotel de Embarcación —a un costado del río
Bermejo— conoció al cacique wichí Lisandro Vega, con quien pasó horas
conversando y que le sirvió de modelo para Eisejuaz. Resulta inexplicable que
esta novela haya sido olvidada durante tantas décadas; afortunadamente, esa
injusticia ha sido reparada en los últimos años a partir de la reedición de los
libros de Gallardo y del renovado interés por su obra. Eisejuaz me impresionó
de tal modo que fue el libro por el que me hice editora.
POR LILIANA COLANZI. BOLIVIA. AUTORA DE NUESTRO MUNDO MUERTO
POR LILIANA COLANZI. BOLIVIA. AUTORA DE NUESTRO MUNDO MUERTO
Cuando la
puertorriqueña Rosario Ferré escribió Papeles de Pandora, pensó un subtítulo
provisional para la obra: Puta y señora. La primera edición de su obra, sin
embargo, se quedó sin ese sonoro apellido al aparecer publicada en 1976 gracias
a una editorial de México. Si lo pensamos bien, el subtítulo es lo de menos, la
obra ya es transgresora de por sí en cuanto a fondo y forma. Aunque puede
leerse como novela — una esencialmente sobre las hipocresías de la clase
burguesa—, también es una antología de poemas, de cuentos o de relatos más
extensos, escritos con desparpajo, con humor, con ira, y, hay que decirlo, con
una lengua un poco cabrona. Quiero pensar que a Ferré no le importaría que yo
la llame cabrona. A lo que me refiero es a su inteligencia: a su capacidad de
burlarse de quienes a menudo machacan a las clases obreras, a su manera de señalar
los comportamientos misóginos de la sociedad en la que creció, y también a su
ritmo delirante a la hora de trabajar el lenguaje, rompiendo también el
español, quizá en su gesto más transgresor. En España, por cierto, hemos tenido
que esperar hasta 2018 para que una de las obras más interesantes de la
literatura latinoamericana llegara a nuestras librerías de la mano de La Navaja
Suiza. Diría eso de que “la espera ha valido la pena”, pero no quiero que nadie
piense que la deliberada misoginia con la que se había ocultado a Ferré del
canon merece ovación.
POR LUNA MIGUEL. ESPAÑA. AUTORA DE EL COLOQUIO DE LAS PERRAS
POR LUNA MIGUEL. ESPAÑA. AUTORA DE EL COLOQUIO DE LAS PERRAS
Quizá
inventara el existencial femenino (o feminista) a base de soltar ante el espejo
abyecciones sobre sus orgasmos, sus vaciados uterinos y el movimiento de sus
intestinos, mientras se empeñaba en retorcer la tradición, la vanguardia, la
hegemonía, la norma sexual y moral, y en flagelar a un puñado de
contemporáneos, teóricos del ser y la nada, para fundar una lengua maldita como
se funda una habitación propia, o el nuevo mundo: “Algunos sufren su phatos lo
acarician lubrican con él / ¿El amoniaco de los pañales no es la lírica del
orín?”. Cuando un libro lo trasciende todo, lo transgrede todo, las que
vendrán, las que leerán, se habrán salvado, por lo menos, de la trivialidad.
Eso fue/es Noches de adrenalina (1981) para una generación de mujeres en Perú,
la rebeldía de la desnudez absoluta, la posibilidad del discurso y del poder:
“¿Por qué el psicoanálisis olvida el problema del ser o no ser gorda / pequeña
/ imberbe / velluda / transparente / raquítica / ojerosa…?”. La poeta sudaca
Carmen Ollé había limpiado demasiado baños parisienses para cuando encontró que
podía meter palabras como se mete la carne en una picadora. La carne era su
cuerpo y en esa consciencia desmenuzada, en esa identidad naciente, brota la
mística y la política del yo íntimo en su radical impureza. Como chutes de
adrenalina, hormona y neurotransmisor que alerta del peligro, las noches de
escritura son ejercicios indudables para la autodefensa. Porque en esos lugares
donde “todo se confabula para que otros hablen de nuestro deseo”, ya no íbamos
a ser más las “inválidas”, “presas fáciles” o “encantadoras hadas”. Estaba hace
mucho declarada la guerra a las que se miran, a las que hablan de sí mismas,
pero quedan todavía otros tantos campos minados por delante que solo podremos
sortear con la adrenalina de Ollé recorriéndonos enteras.
POR GABRIELA WIENER. PERÚ. AUTORA DE DICEN DE MÍ}
POR GABRIELA WIENER. PERÚ. AUTORA DE DICEN DE MÍ}
Amenudo se
nos olvida que Latinoamérica empieza no en el río Bravo, sino por ahí donde los
bosques de Nuevo Hampshire, y que Estados Unidos es en número de hablantes del
español el segundo país del mundo; en él viven más de 60 millones de
hispanoparlantes. La mayoría de esos hispanos son bilingües, y quizá
trilingües, si consideramos la convergencia del español y del inglés como el
principio quizá de una nueva derivación de la lengua. ¿A qué idioma pertenece
la frase “Se frizó la wata” (Se congeló el agua) o las palabras clecha, chorra,
hyna, güacha, yonka, safo? Sobre esa lengua y desde esa lengua escribe la poeta
y ensayista chicana Gloria Anzaldúa, cuyo obra Borderlands / La frontera (1987,
publicado en 2016 por Capitán Swing) es un libro poco leído en español, aunque
mucho más rico y complejo que, por ejemplo, El laberinto de la soledad, de
Octavio Paz, que habla también de la identidad híbrida de los mexicanos que
viven “del otro lado”. Borderlands / La frontera es un ensayo híbrido,
compuesto de pedacería: poemas, citas y una prosa a ratos llena de rabia, a
ratos nostálgica, a ratos llena de humor.
POR VALERIA LUISELLI. MÉXICO. AUTORA DE DESIERTO SONORO
Qué es
escribir si no esa disrupción de la experiencia, ese ir y venir entre lenguas,
esos cortes en el tiempo. Qué es escribir si no ese dar cuenta musicalmente de
la experiencia del destierro, de la experiencia de la infancia, de la
experiencia del deseo. Molloy escribe ese sujeto imposible con esa identidad
imposible que portamos todos como el saco de un condenado. Vivir entre lenguas,
relato autobiográfico escrito no en español sino desde el español, no rinde
culto al plurilingüismo, ni es condescendiente con los plurihablantes y el
cosmopolitismo, este libro no adopta la pose que conviene al ojo de la época
aunque parezca un libro muy contemporáneo. Vivir entre lenguas habita los
desvíos lingüísticos, los efectos catastróficos y paliativos de quien vive varias
lenguas a la vez desde la intimidad, porque escribir es siempre algo
vergonzante (¿honteux diría Molloy?). Este libro y toda la obra de Molloy me
parece fundamental porque da cuenta de la elección radical y definitiva que
tiene que hacer todo escritor: en qué lengua va a escribir, allí donde hierve
toda la verdad y toda la falsedad de la que es capaz, ahí donde sella su
destino. Este libro, como si desarmara un piano en medio de una sonata para ver
qué misterio hay ahí dentro, interroga cómo puede ser que algo como las
palabras y los fonemas, cómo puede ser que las estructuras gramaticales y los
neologismos nos permitan traer de nuevo a los muertos y tener otra vez siete
años.
POR ARIANA HARWICZ. ARGENTINA. AUTORA DE DEGENERADO
POR ARIANA HARWICZ. ARGENTINA. AUTORA DE DEGENERADO
12.-MARIANA ENRIQUEZ
Recomiendo
Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enriquez, porque me parece la
autora contemporánea más original y sólida. Mariana leyó todo lo que hay que
leer para ser una maestra de ese género en el que se mueve con solvencia, pero
que, en su caso, no es estrictamente el terror ni lo fantástico, sino el horror
tan característico de esta parte del mundo que — llevado a un borde que a veces
es imperceptible— desemboca en un territorio que se le escapa al raciocinio y
entonces se lo llama “sobrenatural”. En este libro hay historias, escenarios,
personajes que puedo reconocer incluso cuando tocan ese borde difuso. Para mí Mariana
es una escritora supremamente realista que se vale de un género y un lenguaje
que domina a la perfección para hablar de temas que le son muy cercanos. Una de
las virtudes que más respeto en un escritor es la de usar su oficio para dar
cuenta del tiempo que transita, y Mariana hace eso fabulosamente. Sin atajos,
sin exagerar, con sofisticación y simpleza nos habla de su tiempo, o mejor
todavía: nos habla del estado mental de su tiempo. Por eso (y por tanto más)
merece un lugar privilegiado en el canon de la literatura latinoamericana
actual, y en el de cualquier otra literatura.
POR MARGARITA GARCÍA ROBAYO. COLOMBIA. AUTORA DE PRIMERA PERSONA
POR MARGARITA GARCÍA ROBAYO. COLOMBIA. AUTORA DE PRIMERA PERSONA
Dice Brecht
que “el que se ríe no ha escuchado todavía las terribles noticias”, y por eso
en la novela Mandíbula, de Mónica Ojeda, nadie se ríe o, al menos, nadie lo
hace sin mostrar dientes canallas que brillan de amenazas. Ojeda tiene
colmillos en los ojos. No se explica de otro modo una forma de ver el mundo —y
escribirlo— tan cargada de intimidación. Los personajes de Mandíbula, larvas
violentas de mujeres violentas, tienen una capacidad de espeluznar que radica
precisamente en que son humanas y no monstruos (ah, el monstruo humano, señor
de las criaturas dañadas y dañinas). Ojeda tiene colmillos en las manos. No se
explica de otro modo que agarre a dentelladas lo más terrorífico de la poesía:
la sugerencia, bruma blanca que esconde todas las perversidades, y lo mezcle
con una narrativa que, de Mary Shelley a Lovecraft, pasando por Mariana
Enríquez y Stephen King, ya ha demostrado que apuñala donde hay que apuñalar.
Lo que se entrevé da más miedo que lo que se ve y las fronteras siempre son más
espeluznantes que los centros. Ojeda tiene colmillos en la boca y los usa con
brillantez. Roe poco a poco para que no nos demos cuenta de que de la epidermis
ya pasó al músculo y ha llegado al hueso, al tuétano del hueso, a lo blando de
lo impenetrable: su historia de jovencitas de un colegio de élite haciendo y
haciéndose daño en honor al Dios Blanco marca la carne como un mordisco. Ese
culto que inventan las niñas, digo, y que termina siendo terror sadomasoquista
(secuestro a profesora incluido, guiño a Misery), pasará a la historia de la
literatura latinoamericana como una de sus mejores novelas de terror.
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