Hoy se cumplen 24 años de
la muerte de mi padre en un accidente absurdo a la edad de 64 años. Estoy
curiosamente leyendo una novela de Paul Auster o una especie de relato, así son
los textos de este grande de las letras americanas, sobre la muerte de su
padre. Empieza narrando, como recibió la noticia y como al recoger sus cosas y
visitar su casa, se fue encontrando con un ser extraño, además, por lo que
habían compartido en sus últimos años, llevaba una existencia en apariencia, sin
sentido.
He lamentado profundamente
los últimos años de la relación con mi padre. El vivía en la costa Colombiana y por razones de mi matrimonio y traslado a
Bogotá estuve muy alejado en los momentos en que más necesitaba de mí, pues vivía
en medio de muchos problemas que no cabe la pena enunciar. Compartimos mucho y
de pronto las circunstancias de la vida nos alejaron.
Los hijos tenemos un
momento en la vida en que hay una comunicación muy especial con nuestros
padres. Procede en esos años, en que empezamos a ser mayores y vamos
descubriendo al ser que nos dio la vida en medio de las tribulaciones propias
de la vida, más humanas, menos heroicas, sentimos la grandeza de un ser muy
real, de un amigo.
En estos tiempos, los hijos
se alejan de los padres muy pronto, la tecnología tiene responsabilidades muy
serias al respecto, de hecho las cosas han cambiado sustancialmente. Con mi
padre podríamos conversar por horas, difícilmente pasa hoy, además compartimos el
gusto por la lectura, que nos unió profundamente.
Mi padre era un ser
político por naturaleza, en el concepto más Aristotélico posible. Se levantaba
a leer los periódicos, tenía el país en la cabeza siempre y sus análisis no tenían
que envidiarle nada a cualquier politólogo serio. Vivía inmerso en todas las
discusiones de actualidad.
Mi generación hoy cuenta entre
54 y 60 años. Ahora que nadie recuerda a mi padre, que se ha diluido para
muchos, me pregunto cuál fue su capacidad de trascender y cuál será la nuestra.
Mis sobrinos tienen un recuerdo muy vago de su vida, el viejo no representa
nada para ellos. Nosotros, en un mundo mediático, después de nuestra muerte también
caeremos en el olvido, ningún recuerdo serio fungiría como ejemplo, para los
nietos seremos remotos recuerdos, no habrá ni siquiera una imagen, posiblemente seremos simples alusiones, después nada.
En la edad que tengo, 54
años, ahora que me preocupo por conservar algunos recuerdos, en medio de un
mundo gaseoso, de relaciones muy frágiles, me pregunto cómo terminara la institución
familiar, hoy los hijos están alejados gravemente desde que les compramos un
celular, en adelante estarán siempre en otro lado. Como hacer para no
solamente estar cerca, sino para compartir. Como aprovechar esos escasos
momentos que la vida nos regala estar cerca de ellos. Con los años las cosas cambiarán sustancialmente y al final caeremos en
el olvido.
La soledad y la depresión son
las enfermedades de este tiempo. El teléfono y el televisor se convirtieron en la única compañía. Volver a buscar el lado más humano de nuestra
existencia deber ser la mayor responsabilidad en las actuales circunstancias. Por ahora, me basta saber
que las pocas cosas buenas que tengo se las debo a mi padre y a mi madre por su
puesto. Estuvieron ahí, cuando más los necesite.
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