PRIMER RELATO
Ahora estaba lamentándome
por todas las cosas que no hice para salvarle la vida frente a un cáncer
implacable, después de cuatro meses de correr entre procedimientos clínicos
lentos, torpes, en medio de un sistema de salud lleno de protocolos independientes,
sin articulación, reflejo de una burocracia inhumana, lo que al final terminó siendo una locura total. Fue una angustia diaria, medida en segundos, viendo a
la persona que más ame en esta vida con un dolor inmanejable, en una impotencia
lacerante, muriéndose lentamente. La vida se le fue yendo sin tregua alguna, en
la presencia de sus hijos, lo que resultaba ser un contrasentido, ellos nunca comprendieron estos
hechos intempestivos y crueles que terminaron llevándose a su madre. Hoy solo sentimos su ausencia, esta constituye la medida de la tragedia.
Son muchas las cosas que
quedaron en el tintero. Me torturan las culpas irredimibles, los abrazos que no
se dieron, los momentos felices que aparecen como cortos de una película en
blanco y negro, se repiten a cada momento, unas veces me entristecen y
otras me dicen que todo lo nuestro valió la pena, entre silencios largos y
la soledad impuesta. Con su muerte me vi enfrentado a la paradoja de la finitud
de la existencia, la cual trabaje en muchos textos académicos. Ahora, después
de este hecho fatal, pienso que vivimos como si fuéramos eternos, se nos olvida que
sólo existe el presente, no debiéramos seguir dándole tanta importancia al
futuro, perdemos mucho tiempo entre aplazamientos, esperas, planificaciones. No hay que olvidar que nuestra finitud es la única certeza, nos define de manera absoluta.
En medio de citas médicas, al principio muy absurdas, me preguntaba, qué es el cáncer. Esta enfermedad en la mayoría de los casos es hereditaria,
pese a todos los avances de la ciencia, sigue teniendo un índice de mortalidad
muy grande. Siempre me han interesado los temas científicos, soy muy curioso.
La célula, que es un universo y es el componente principal de nuestro cuerpo, guarda
todo el código genético y ahí están inscritas en lo absoluto las instrucciones
de la vida. El cáncer puede empezar casi en cualquier lugar del cuerpo humano,
el cual está formado de trillones de células. Normalmente, las células humanas
crecen y se dividen para formar nuevas células a medida que el cuerpo las
necesita. Cuando las células normales envejecen o se dañan, mueren, y células
nuevas las remplazan. Sin embargo, en el cáncer, este proceso ordenado se
descontrola. A medida que las células se hacen más y más anormales, las células
viejas o dañadas sobreviven cuando deberían morir, y células nuevas se forman
cuando no son necesarias. Estas células adicionales pueden dividirse sin
interrupción y pueden formar masas que se llaman tumores. Muchos cánceres
forman tumores sólidos, los cuales son masas de tejido. Los cánceres de la
sangre, como las leucemias, en general no forman tumores sólidos. Los tumores
cancerosos son malignos, lo que significa que se pueden extender a los tejidos
cercanos o los pueden invadir. Además, al crecer estos tumores, algunas células
cancerosas pueden desprenderse y moverse a lugares distantes del cuerpo por
medio del sistema circulatorio o del sistema linfático y formar nuevos tumores
lejos del tumor original. He visto y leído mil veces el proceso de
descubrimiento del genoma humano. Esto parecía para mí la panacea de la ciencia
en materia de salud. Incluso con Ana, vimos muchas veces programas de este tema
con un entusiasmo total sin imaginar que se volvería de suma importancia para nosotros.
Hay dos cosas que ahora me marcan. Casi todo el mundo, por estos tiempos, dice
ser apolítico y no quiere saber nada de estos temas, que siempre lo tocan en
todo caso, nada en la vida, ni siquiera la sexualidad escapa a su espectro.
Cuando aparece una enfermedad de este tipo que requiere del sistema, el tema
político aparece con todas sus implicaciones, constituye el eje que desde los hilos del poder maneja todo. Es un hecho, otros deciden por nosotros, uno se pregunta cuando el sistema de salud no funciona por ningún lado, en manos de quien estamos, este tópico es imposible no tenerlo en cuenta cuando sus efectos nos tocan tanto. El otro punto que se suma a este cumulo, es el
desconocimiento absoluto que tenemos de ciertas enfermedades que son un verdadero
flagelo para la humanidad, una amenaza latente para cada uno de nosotros.
Ana Nació en Manizales, una
ciudad Colombiana con condiciones muy especiales. Amaba su ciudad natal y era
una fiel representante del talante de su gente. No lo digo como cumplido, es muy
cierto. Esta es una ciudad joven y pese a eso, ha ganado un lugar muy
importante en el país. Su gente por mucho tiempo vivió del café, durante muchos
años fue el primer exportador de este producto, la actividad le dio mucha
estabilidad y generó un desarrollo que estuvo por encima del promedio nacional,
se formó una clase rica, privilegiada y preparada, que abrevaron condiciones
muy particulares. Esta ciudad preferentemente es culta, muy educada en su
trato, son amables por excelencia y con mucha cultura, se caracterizan por
tener una autoestima enorme, está por encima de lo natural. Mi esposa es fiel
representante de esta clase, fue sencilla, recatada y reservada en exceso. Fue una lectora consumada, de muy pocas amigas y absolutamente dedicada a sus
hijos. Hasta hace poco, su condición de salud no despertaba ninguna alerta. Venía
sintiendo desde hace dos años dolores muy fuertes. Los asimilaba a los
problemas del Colon, los cuales la afectaban de vez en cuando desde muy joven,
cuando le llegaba alguna crisis sufría mucho, se auto-medicaba y esperaba que
le pasara el dolor, una vez lo mitigaba, no volvía a preocuparse. Recuerdo que un día después de las vacaciones
de julio del 2015, se paró de la cama muy temprano y me dijo
intempestivamente…Cesar voy a pedir cita al médico…Eso me dejo impertérrito,
sabía que algo grave le estaba pasando, para que ella cediera de esa manera,
pues le había rogado hace un año por esa cita. Ana nunca fue infiel a sus
rutinas, pero evitaba ir al médico, sí ahora lo consentía, era porque presentía
cosas malucas. La conocí hace 19 años y sabía perfectamente su forma de ser
pese a sus reservas en todo lo que hacía. Nosotros llevábamos 17 años de
convivencia y tuvimos dos años y medio de novios, pese a las crisis que
tuvimos, todas naturales, siempre fuimos unidos y solidarios, supimos guardar
nuestras diferencias y con el tiempo nos conocimos tanto que superamos cada una
de las cosas que nos incomodaban basados en el respeto por el otro, fue una
especie de estrategia para sobrevivir a los embates que nos impone la convivencia.
Puedo decir sin temor a equivocarme que nos amamos mucho.
He tratado desde muchas ópticas el tema de la muerte. Ahora recuerdo un libro
que me marcó siendo muy joven: “El libro tibetano de la vida y la muerte”,
desde el día del deceso de Ana, vivo preguntándome que puede pasar después de
la muerte, he sido un escéptico frente a todo lo religioso, soy un positivista, agnóstico, con la muerte de
mi esposa pareciera que hubiese hecho tabula rasa. Empece de nuevo a indagar lo que realmente sucede, el tema no es fácil, sobre todo cuando se
está tan comprometido, pera no deja de ser cautivante…………..A mis hijos les
hable del espíritu de una persona. En el
caso de Ana, cada cosa que hacemos está marcado por su orden, su manera de
pensar, nuestra casa fue ella, les enseñó a mis hijos, la concepción de la vida,
la manera de comportarse, el respeto, la puntualidad que para ella era sagrada, estos son hoy su carta de navegación. Ana está aquí, respetamos todo lo
que nos dejó para ser mejores, de hecho ahora frente a este legado somos
categóricos, no transamos, en este sentido su presencia es viva y constructiva
en medio del dolor de su ausencia. Todos los días la recordamos necesariamente.
Cuando alguien muere se
dicen muchas cosas, las personas cercanas de pronto son más reflexivas de lo
normal, sienten la necesidad de expresarse. Siempre medito sobre lo sucedido y
al final logro comprender muy poco. Recuerdo su resistencia, los dolores eran muy fuertes y exponenciales, de pronto se impacientaba, a cada minuto sus ojos
grandes interrogaban exhaustos por lo que le pasaba,
veía impotente cómo iba perdiendo las esperanzas; me decía suplicante: los
niños por favor, tengo que ser capaz. El cáncer no cede, sobre todo cuando está
muy avanzado. Ahora entiendo eso que los médicos llaman: medicina paliativa.
Que paradójico, la vida está lleno de paliativos, lo trascendente, aquello que
nos apasiona lo vamos aplazando, vivimos entre placebos.
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