martes, 21 de noviembre de 2023

MI MADRE MIRYAN


Escuchar mientras se lee.
Los muertos solo mueren sí dejamos que perezcan en nuestros corazones. Máxima que comparten los pueblos africanos. 

 Ayer a la una de la mañana sonó el timbre de la casa donde eventualmente me quedo en Bogotá. Desde hace más de cuatro meses y después de la muerte de mi madre, siento su compañía, es un hecho que continuamente vivo en este trance. Salí a mirar y no había nadie, sentí de nuevo su presencia. Platón creía en la inmortalidad del alma y sostuvo que el alma humana existe antes y después de la muerte. Me pregunto que es el alma?, sí cuando hablamos de alma y el espíritu  nos referimos a dos entes paralelos o iguales?. Pitágoras creyó siempre en la reencarnación. Las religiones monoteístas, veían a la muerte como el camino a una recompensa o un castigo del ser por sus actuaciones en la vida. Mi madre era católica, practicante y con una fe indomable. Hay religiones que asumen que no hay nada después de la muerte. Los Saduceos, si mi memoria no me falla, asumen irrestrictamente la fe de esta manera, como dice el poema "Sólo la vida existe". En el "Aleph" de Borges ese hermoso cuento fantástico se habla de un punto en el espacio que contiene todos los puntos del universo. En este hermoso relato el autor evoca cuando lo ve, en un instante, muchos sitios y objetos. Pienso, si el fervor popular es cierto, que en ese momento en que la vida se nos escapa, se repasan en un segundo los lugares y los hechos más relevantes de la vida. Me imagino que mi madre pensó en Puerto Salgar; en mi padre; en el barrio la soledad de Bogotá; en sus hermosos mueble Luis XV; en la bella casa en el barrio terrazas; un camión con un trasteo a la ciudad de Barranquilla que, marca una etapa nueva en su vida; en American Country; en sus decisiones férreas; las responsabilidades múltiples que nunca dejó de atender. Estoy seguro murió tranquila, había renunciado a sus batallas tiempo atrás, como los generales que saben que han ganado la guerra.

Pensando en su muerte no dejo de traer a la mente a "Pedro paramo" de Juan Rulfo, esa novela corta donde conviven vivos y muertos recordando la vida del padre de Juan Preciado en Comala, ese pueblo emblemático de la literatura mexicana. He sentido a mi madre, como si me diera sus consejos habituales, feliz talvez por mi juicio y preocupada por mis incertidumbres, confiada como solía decir: De mi inteligencia. Que pasa después de la muerte. La película 21 gramos, habla del peso que pierde el cuerpo con la muerte, como si el alma pesara este gramaje. Mi madre se preparó como buena cristiana para la muerte. Es un hecho que yo nunca lo hice para su ausencia que, me pesa mucho. 

Murió este año y no asistí a su entierro, las razones pueden ser muchas y ninguna. Mi vida disipada, sentirme en un cabildo abierto en el funeral, juzgado diría no por mis hermanos ni parientes cercanos en la ceremonia, más bien por aquellos que solo critican a raja tabla, los que nunca aparecen en momentos graves y cuando lo hacen, es solo para el sarcasmo mordaz. Puede que este equivocado y sólo sea una decisión que, sin lamentar, no tiene razón alguna. Mi madre me ha dado más tranquilidad frente al fenómeno de la muerte. Creo esperarla sin temores, convencido que es una etapa entre muchas de una realidad incomprensible, cierta metafísica indescifrable. Como Juan Preciado, estoy aprendiendo a vivir con mis muertos y no lamento ni un segundo todo lo que he vivido. Evoco muchos hechos trágicos que soportó mi madre de manera heroica y sin quejarse. Esas rutinas que le conciernen al ser humano y que para nada importan a los personas extrañas en nuestro entorno e inclusive cercanas. Todo lo vivió con entereza, altiva. Su carácter era fuerte y de seguro algunas personas tendrán reparos sobre el mismo. Leal a pesar de las consecuencias que ello le deparó. Una existencia se nutre de pequeños momentos, algunos se convierten en alegrías inolvidables o tragedias que dejan huellas irreparables. Esa es la  vida.






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