Es difícil explicar por qué escribo sobre una persona con la que nunca he hablado más allá de quince minutos en cada encuentro y muy a pesar de ello, queda una profunda impresión, un mundo de connotaciones e incluso de interrogantes que resuelvo con imaginarios, por locos que sean, tienen algo de realidad, me dejan ver el otro que la habita, una vida de círculos, unas veces concéntricos y otras como espirales de altos y bajos.
La pecosa es bajita, con un cuerpo bien alineado a la geometría corpórea, proporcionado, las pecas elegantes que adornan una piel hermosa son un elemento estético que marca diferencias en un mundo donde todos son iguales para parecer diferentes. Es pelirroja, lo que se adiciona a una belleza absolutamente rara. Habla siempre de manera pausada, en un tono que no agrede, pero tampoco aburre. Escucha y dicta sentencias, siempre dejando la grata impresión que el interlocutor es importante.
Recordé una novela emblemática sobre una mujer extraordinaria: "Violeta" de Isabel Allende. Es la historia de Chile del siglo XX contada a través de éste personaje. Es poseedora de mucha pasión, determinación y un sentido del humor inolvidable que le sirven para palear una vida turbulenta y difícil,
Berkeley el gran filósofo expresa que solo existe lo que percibimos, después del registro, el objeto o la persona percibida parece no contar. Esto para justificar este escrito que parte de lo que me deja esta hermosa mujer.
Podría agregar que cada uno de sus logros son batallas ganadas con esmero en un mundo cruel, excesivamente competitivo y cosificado, que nos impone siempre metas más altas, con el único objetivo de ser reconocidos, lo que nunca pasa. Somos consumidores compulsivos, la pecosa parece huir de este síndrome obsesivo y más bien como los buenos budistas, prefiera observar, dejarse alimentar por espacios y tiempos más pausados y sin presiones. No está sola, pero ama esa soledad que nos alimenta y nos ayuda a revelarnos, sabe que no solo somos personas, somos el otro, las estrellas, el mar, la penumbra y el ocaso, reconoce la multiplicidad del ser. Sus amores contrariados son cosa del pasado y las apuestas nuevas las hace como un buen jugador de póker, pensadas más en el presente que en ilusiones que terminan siendo apuestas al vacío.
No puedo decir que su vida sea un libro abierto, pero no es mujer de imposturas, sincera hasta donde se puede y más que la felicidad busca la armonía en medio de una coherencia que la exalta. La pecosa nunca pasa desapercibida, eso está claro. Estar con ella siempre tiene el halo de lo que perdura y nunca se olvida.
Terminaré regalándole un poema de Alfonsina Storni.
FRENTE AL MAR
Oh mar, enorme mar, corazón fiero
de ritmo desigual, corazón malo,
yo soy más blanda que ese pobre palo
que se pudre en tus ondas prisionero.
Oh mar, dame tu cólera tremenda,
yo me pasé la vida perdonando,
porque entendía, mar, yo me fui dando:
“Piedad, piedad para el que más ofenda”.
Vulgaridad, vulgaridad me acosa.
Ah, me han comprado la ciudad y el hombre.
Hazme tener tu cólera sin nombre:
ya me fatiga esta misión de rosa.
¿Ves al vulgar? Ese vulgar me apena,
me falta el aire y donde falta quedo,
quisiera no entender, pero no puedo:
es la vulgaridad que me envenena.
Me empobrecí porque entender abruma,
me empobrecí porque entender sofoca,
¡bendecida la fuerza de la roca!
Yo tengo el corazón como la espuma
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