La vida está llena de
rutinas, en apariencia sin ningún significado, se no va diluyendo en actos que
pareciera no tienen importancia, pero al
final estos son los que más nos roban el tiempo, que es lo único que tenemos. Las personas están marcadas por ellas y la manera como las asumen, hacen parte de la
huella indeleble que refleja de alguna manera, eso que llamamos personalidad,
pocos hablan de estos hechos consuetudinarios de la vida personal. Ana, tenía
una manera especial de llenar sus días, con un orden impecable que ahora en su
cumpleaños recordé con una mezcla de alegría y nostalgia, en ese claro-oscuro
con el que vivo después de su imprevisible partida.
despertaba muy temprano
y prendía el radio de inmediato, fue una mujer actualizada
en exceso,presente en el mundo, las noticias para ella eran como el pan de cada día, las oía, las leía, las comentaba e incluso, peleaba con los protagonistas de turno, era una
interlocutora que sentía el mundo con absoluto compromiso y responsabilidad. Leía la prensa indefectiblemente en las mañanas, la ojeaba apenas se levantaba, situaciones que nunca le impidieron estar pendiente de las obligaciones con sus hijos que fueron su razón de
ser. El internet constituyó un sol para su curiosidad infinita y su manera de ser y la lectura fue siempre su eterna compañera.
Todos tenemos una bitácora de nuestras rutinas, una forma especial de empezar el día, es un programa que vamos incorporando en la memoria, esto lo heredamos de nuestros padres y poco a poco le vamos incorporando cosas nuevas, se va haciendo una manera de encarar el día y la vida, con el tiempo, eso que pareciera que no tiene trascendencia, casi nadie habla de estos hechos nimios, se va volviendo de suma importancia, carga a la vida de sentido desde la perspectiva del tiempo. Muchas veces me pregunte como eran las rutinas de los grandes escritores, como encaraba la vida un hombre como, Gabriel García Marquéz, Borges, Balzac o un científico como Einstein, cual es el primer acto y pensamiento del presidente de Colombia en medio de tantas realidades que lo atribulan. Ana, a las siete y media de la mañana de todos los días, estaba siempre arreglada, impecable, como si fuera a cumplir un horario de oficina, pese a que la mayoría de veces estaba sólo pendiente de sus hijos, de su casa, lo mismo sucedía cuando encaraba tareas que tenían que ver con sus proyectos personales. Nunca vi a mi esposa por fuera de esta línea, desayunaba a una hora exacta, se arreglaba con celo y orden, mientras se iba enterando de lo que pasaba en su país y el mundo, comentaba, organizaba el día, fue una mujer cumplida en exceso, empezaba con todo el cronograma que se había impuesto de acuerdo. En apariencia una rutina es un hábito arraigado, una costumbre de hacer las cosas siempre de la misma manera llevados por la práctica, una forma automática de pasar el tiempo sin razonar ni pensar. Pienso que la sumatoria de nuestras rutinas hace parte del sentido de transcendencia que le damos a la vida, aquello que nos conmueve en la vida, cuando no tenemos un proyecto que nos apasiona, la rutina se hace insustancial, cuando existe un motivo, un motor que nos alienta, estas cotidianidades adquieren mucha importancia. Emanuel Kant, un filósofo que es recordado no solo por la importancia de su obra, ahora todos son Kantianos, sino por el hecho que nunca salió de Königsberg, en la Prusia oriental, fue el individuo de hábitos más fijos y ordenados que uno se pueda imaginar, sus horarios eran exactos y repetitivos, pasaba a la misma hora por el mismo sitio, todos los días de su vida. Sin embargo, la obra que escribió es profundamente revolucionaria. En la historia del pensamiento hay un antes y un después de Kant, Kant fue un gran ilustrado. Perteneció al Siglo de las Luces, el siglo XVIII, y él mismo se preguntó y estudió qué podía querer decir ser ilustrado. «La minoría de edad —escribe Kant— estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad, cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la Ilustración.
Todos tenemos una bitácora de nuestras rutinas, una forma especial de empezar el día, es un programa que vamos incorporando en la memoria, esto lo heredamos de nuestros padres y poco a poco le vamos incorporando cosas nuevas, se va haciendo una manera de encarar el día y la vida, con el tiempo, eso que pareciera que no tiene trascendencia, casi nadie habla de estos hechos nimios, se va volviendo de suma importancia, carga a la vida de sentido desde la perspectiva del tiempo. Muchas veces me pregunte como eran las rutinas de los grandes escritores, como encaraba la vida un hombre como, Gabriel García Marquéz, Borges, Balzac o un científico como Einstein, cual es el primer acto y pensamiento del presidente de Colombia en medio de tantas realidades que lo atribulan. Ana, a las siete y media de la mañana de todos los días, estaba siempre arreglada, impecable, como si fuera a cumplir un horario de oficina, pese a que la mayoría de veces estaba sólo pendiente de sus hijos, de su casa, lo mismo sucedía cuando encaraba tareas que tenían que ver con sus proyectos personales. Nunca vi a mi esposa por fuera de esta línea, desayunaba a una hora exacta, se arreglaba con celo y orden, mientras se iba enterando de lo que pasaba en su país y el mundo, comentaba, organizaba el día, fue una mujer cumplida en exceso, empezaba con todo el cronograma que se había impuesto de acuerdo. En apariencia una rutina es un hábito arraigado, una costumbre de hacer las cosas siempre de la misma manera llevados por la práctica, una forma automática de pasar el tiempo sin razonar ni pensar. Pienso que la sumatoria de nuestras rutinas hace parte del sentido de transcendencia que le damos a la vida, aquello que nos conmueve en la vida, cuando no tenemos un proyecto que nos apasiona, la rutina se hace insustancial, cuando existe un motivo, un motor que nos alienta, estas cotidianidades adquieren mucha importancia. Emanuel Kant, un filósofo que es recordado no solo por la importancia de su obra, ahora todos son Kantianos, sino por el hecho que nunca salió de Königsberg, en la Prusia oriental, fue el individuo de hábitos más fijos y ordenados que uno se pueda imaginar, sus horarios eran exactos y repetitivos, pasaba a la misma hora por el mismo sitio, todos los días de su vida. Sin embargo, la obra que escribió es profundamente revolucionaria. En la historia del pensamiento hay un antes y un después de Kant, Kant fue un gran ilustrado. Perteneció al Siglo de las Luces, el siglo XVIII, y él mismo se preguntó y estudió qué podía querer decir ser ilustrado. «La minoría de edad —escribe Kant— estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad, cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la Ilustración.
En algún texto de filosofía leí que La
figura del "sujeto" es, en consecuencia, una "metáfora" y
una "interpretación" determinadas por las relaciones sociales, yo
agregaría que por sus propias rutinas. Ana, quien dejó unos hijos con un
sentido de responsabilidad y respeto absoluto, que ven la vida con optimismo, que
saben que solo dependen de lo que ellos realicen, ahora que sienten el peso de su
ausencia, las consecuencias de lo irremplazable, se deben a su ejemplo, siento
que fueron tomando no solo los grandes
consejos de su madre, sino como testigos de sus días, en estas rutinas, asumiendo la vida de una
manera que implicaba la trascendencia de una ética que se fue imponiendo, ellos,
se fueron llenando de sentido, aprendieron al final en el marco de estas rutinas. Ella sabía que somos lo que dejamos en el día día. Aní cumplía a cabalidad con su bitácora,
almorzaba exactamente a las doce del día, nunca hizo siesta, en la tarde leía
mucho y veía algún programa de televisión, a las seis y media en punto comía y
a las siete estaba en su cama con sus hijos intercambiando ideas. Siempre les
ayudó en sus tareas, les impuso un horario signado al cumplimiento de sus
responsabilidades. En medio de estas rutinas iba aplicando sus sentencias,
odiaba que alguien mintiera, no aceptaba la deslealtad, fue un ser político en
esencia, quiero decir que nunca abandonó sus responsabilidades como ciudadana,
pensó y sufrió su país. Amo su hogar como nadie y lo defendió contra viento y marea,
sus hijos fueron la razón de ser de sus últimos años.
En
el último año, cuando la opacidad se nos vino encima con los hechos más
dolorosos que aún marcan nuestras vidas, un hecho me dejo ver lo grave de su situación
de salud, supe que Ana estaba enferma, cuando comenzó a abandonar sus rutinas,
cuando la enfermedad le fue ganando a la vida las pequeñas cosas, cuando ya no se levantó a la
misma hora, el dolor le fue robando sus horas y de pronto todo aquello que constituía su esencia, se fue perdiendo con un celeridad lacerante. Ahí queda el recuerdo de los días que marcaron su existencia, nunca se irán de nuestra mente, están presente en cada cosa que
hacemos. Ana nunca ha dejado de estar en este hogar, siempre nos acompaña.
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