domingo, 14 de junio de 2020

MARI



Tiene unos ojos negros hermosos, un color de piel acanelado, de estatura media como buena latina, mucha gracia que se devela siempre con una sonrisa intempestiva, inteligencia, apuntes inteligentes, repentistas, matizados con carcajadas estridentes. Nació a las cuatro de la mañana en la ciudad colombiana de Manizales hace 22 años y el miércoles se gradúa de comunicadora social después de un periplo por instituciones educativas, 16 años de formación, donde cumplió a cabalidad y nunca perdió una materia. Esta es la historia rosa de mi hija. Podría agregarle que se preocupa más de lo normal, que ciertos retos se le vuelven angustia, que ser directa y franca, muchas veces le trae problemas y que no acepta dobleces ni hipocresías en una sociedad que está diseñada para asumir estos insumos tan nefastos de manera cotidiana. Ana Isabel, su  madre que murió hace cuatro años después de un cáncer que sinuosamente apareció y que no le dio tregua, se dedicó con una pasión desmedida a formar sus hijos y de hecho esta sería su semana, el logro de tantas mañanas y días, los siete días de la semana y los 365 de todos los años formando a su hija, enseñándole la responsabilidad y aplicándole el antibiótico emocional como regla, no se deje robar la alegría de nadie ni de nada, cero miedos, lo que nos ponga la vida, lo podremos superar. Uno podría afirmar que la actitud moral y la honradez, al estilo de Kant, fueron para Ana, categorías morales, deberes indeclinables.   
Esta sociedad, la que nos tocó, está cargada de servidumbres, nos obliga a cumplir con formalismos y ciclos para ser competitivos y para sobrevivir al darwinismo económico avasallador que nos imponen, aspecto que genera en la formación de un hijo muchas dicotomías, angustias y una incertidumbre total. Enseñarles a ser inteligentes para no dejarse consumir por arribismos, para enseñarles que la vida no puede ser sólo de resultados, es lo pertinente. Conocemos las reglas que imperan: Lo económico es vital para sobrevivir, no hay otro medio. Es bueno por ello recordar que la vida es una afirmación de fe no fundamentada en bases concretas, llena de belleza, magnificencia, gracia e infinita hondura de sensibilidad.  El hombre es más que maquina o una serie de actos reflejos. Cómo los poetas románticos, hay que vivir todos los días, con grandeza. Ser más inteligentes que las circunstancias y no olvidar por lo urgente lo importante, es lo ideal. Cómo dice Epitecto, Compórtate en tu vida como en un banquete. Si algún plato pasa cerca de ti, cuídate mucho de meter la mano. En cambio, si te lo ofrecen, coge tu parte. Haz lo mismo con tus riquezas, amigos, parejas, familia o cualquier otro aspecto. Si puedes lograrlo, serás digno de sentarte a la mesa de los dioses. Y si eres capaz, incluso, de rechazar lo que te ponen delante, tendrás parte de su poder.
Disfrutar el presente es un antídoto eficaz contra las tristezas que nos impone la vida. El presente, el hoy de mi hija es un logro, su grado, premio a muchos esfuerzos, de muchas mañanas corriendo para su universidad como si fuera a perder una guerra por unos segundos embolatados entre los avatares de la rutina; de lágrimas y alegrías en cada batalla ganada, de momentos de soledad e incomprensión y de la firmeza que camino se hace al andar y la vida es un reto irrenunciable.
También es la alegría de muchos quienes siempre le dieron ayuda, sobre todo en los momentos más adversos. De su madre, de sus hermanos, de sus abuelas, de sus tías, de sus primas y primos, de sus amigas. De igual manera de las azarosas circunstancias y articulaciones de un destino que no siempre manejamos y que permitió que llegara a este logro y sobre todo de su perseverancia.

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