Tiene unos ojos
negros hermosos, un color de piel acanelado, de estatura media como buena
latina, mucha gracia que se devela siempre con una sonrisa intempestiva, inteligencia,
apuntes inteligentes, repentistas, matizados con carcajadas estridentes. Nació
a las cuatro de la mañana en la ciudad colombiana de Manizales hace 22 años y
el miércoles se gradúa de comunicadora social después de un periplo por
instituciones educativas, 16 años de formación, donde cumplió a cabalidad y
nunca perdió una materia. Esta es la historia rosa de mi hija. Podría agregarle
que se preocupa más de lo normal, que ciertos retos se le vuelven angustia, que
ser directa y franca, muchas veces le trae problemas y que no acepta dobleces
ni hipocresías en una sociedad que está diseñada para asumir estos insumos tan
nefastos de manera cotidiana. Ana Isabel, su madre que murió hace cuatro años después de un
cáncer que sinuosamente apareció y que no le dio tregua, se dedicó con una pasión
desmedida a formar sus hijos y de hecho esta sería su semana, el logro de tantas
mañanas y días, los siete días de la semana y los 365 de todos los años
formando a su hija, enseñándole la responsabilidad y aplicándole el antibiótico
emocional como regla, no se deje robar la alegría de nadie ni de nada, cero
miedos, lo que nos ponga la vida, lo podremos superar. Uno podría afirmar que
la actitud moral y la honradez, al estilo de Kant, fueron para Ana, categorías morales,
deberes indeclinables.
Esta sociedad,
la que nos tocó, está cargada de servidumbres, nos obliga a cumplir con
formalismos y ciclos para ser competitivos y para sobrevivir al darwinismo económico
avasallador que nos imponen, aspecto que genera en la formación de un hijo muchas dicotomías,
angustias y una incertidumbre total. Enseñarles a ser inteligentes para no
dejarse consumir por arribismos, para enseñarles que la vida no puede ser sólo de
resultados, es lo pertinente. Conocemos las reglas que imperan: Lo económico es
vital para sobrevivir, no hay otro medio. Es bueno por ello recordar que la
vida es una afirmación de fe no fundamentada en bases concretas, llena de
belleza, magnificencia, gracia e infinita hondura de sensibilidad. El hombre es más que maquina o una serie de
actos reflejos. Cómo los poetas románticos, hay que vivir todos los días, con
grandeza. Ser más inteligentes que las circunstancias y no olvidar por lo urgente lo importante, es lo ideal. Cómo dice Epitecto, Compórtate en tu vida como en
un banquete. Si algún plato pasa cerca de ti, cuídate mucho de meter la mano.
En cambio, si te lo ofrecen, coge tu parte. Haz lo mismo con tus riquezas,
amigos, parejas, familia o cualquier otro aspecto. Si puedes lograrlo, serás
digno de sentarte a la mesa de los dioses. Y si eres capaz, incluso, de
rechazar lo que te ponen delante, tendrás parte de su poder.
Disfrutar el
presente es un antídoto eficaz contra las tristezas que nos impone la vida. El
presente, el hoy de mi hija es un logro, su grado, premio a muchos esfuerzos, de
muchas mañanas corriendo para su universidad como si fuera a perder una guerra por
unos segundos embolatados entre los avatares de la rutina; de lágrimas y alegrías
en cada batalla ganada, de momentos de soledad e incomprensión y de la firmeza
que camino se hace al andar y la vida es un reto irrenunciable.
También es la
alegría de muchos quienes siempre le dieron ayuda, sobre todo en los momentos
más adversos. De su madre, de sus hermanos, de sus abuelas, de sus tías, de sus
primas y primos, de sus amigas. De igual manera de las azarosas circunstancias
y articulaciones de un destino que no siempre manejamos y que permitió que
llegara a este logro y sobre todo de su perseverancia.
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