La mirada estética en sus
diversas expresiones artísticas siempre es permeada por la realidad social. Es
muy difícil que se den expresiones cuyos nexos, conexiones, influencias y
contextos no sean producto del entorno en que se desenvuelve el artista. Este
crea a partir de ellos: objetos, narrativas, metáforas, pinturas, conceptos, nuevos, los cuales se suman
a la realidad e incluso contribuyen a configurarla, constituyen
interpretaciones particulares que generan nexos, miradas, cuyo valor en
términos de lo que entendemos por arte, va agregándose como patrimonio del
conglomerado social sometido a su influencia. La novela colombiana de los
últimos años ha tocado el tema de la violencia recurrentemente. La academia y
ciertos críticos muy serios, tienen sendos estudios sobre el tema.
Ahora que estamos en pleno cierre del acuerdo con la hablamos del fin
del conflicto armado a propósito de los acuerdos de la Habana entre el gobierno
Colombiano y la FARC, traigo a colación el tema de la relación entre la narrativa colombiana de los últimos 60 años y la violencia, por la importancia que tiene en el marco general de nuestra
literatura. Miremos apenas un concepto y una realidad de nuestra historia,
el de la victimas de la violencia. Tomas González, para citar un ejemplo, ha
dibujado magistralmente en sus novelas la tragedia interna que vive una persona
víctima de la violencia, el sufrimiento
y la des-ubicación, como queda inerme frente a situaciones de facto de esta índole, la cual nunca entiende del todo,
simplemente la padece. Este tema ha sido recurrentemente tratado por la crítica: “A lo largo de más de cuatro décadas de trabajo los
críticos han ido desarrollando múltiples aproximaciones a la literatura
asociada al fenómeno de la Violencia de los años cincuenta y sesenta en
Colombia. Estas aproximaciones son de variada índole y de distinta calidad, y
en su mayoría aportan a un mejor conocimiento del mencionado fenómeno literario
y de sus relaciones con la historia del conflicto”[1]. Hay un capitulo exhaustivo, amplio y no
divulgado de la crítica sobre la novela de la violencia en Colombia. “la
expresión de la Violencia en la literatura nacional fue, y aún hoy es, de
grandes magnitudes. En este punto cabe aclarar que, si bien la época de la
Violencia fue retratada en cuentos y poesías, lo cierto es que la
representación de la misma se ha dado, en gran medida, bajo la forma de novela.
En Colombia se han publicado más de sesenta novelas al respecto, convirtiendo
así el tema de la Violencia en un género de la literatura nacional, género que
sin lugar a dudas también ha despertado el interés de la academia”[2]. Recuerdo la lectura de “La mala hora” de
Gabriel García Márquez, “Manuel Pacho” y “El Cristo de Espaldas” de Eduardo
Caballero Calderón, Mejía Vallejo, Osorio, Gardeazabal, Jorge Franco, para solo
citar algunos de los más relevantes[3].
Es preciso realizar la
aproximación sobre la narrativa de la violencia en Colombia cambiando de óptica,
atendiendo al lector, como ha sido esta recepción de su parte en la
construcción de esta estética, mirada
que debe hacer parte integral del corpus literario, incluyo en este ítem a la crítica
por su puesto, para indagar cual ha sido su producción y focalización al respecto. Este tópico lo definió
con lucidez Alejandro Rodríguez, esta sería
la mirada que guiara este recorrido: “En general, sería posible afirmar
que la literatura posmoderna asume como punto de partida que la escritura es el
modelo del mundo, su realidad; es consciente de que si bien lo real está más
allá de los textos y de las escrituras, sólo es accesible por textos y
escrituras. Ahora bien, la literatura
posmoderna opera bajo las consecuencias de una "estética de las fuerzas",
según la cual, la obra literaria la hace el lector. Un panorama de esta estética de las fuerzas
en la novela posmoderna, obliga a reconocer críticamente fenómenos tales como
la exigencia de nuevas competencias en el lector: doble productividad,
capacidad de determinación de la indeterminación, relaciones no ligadas al
sentido o a la idea, grado cero de la interpretación, etc.”[4].
Quiero hacer la
aproximación desde una esclerótica muy personal, tendremos en cuenta el tema
generacional, pero no será una camisa de fuerza (Juan Gabriel Vásquez: «La
escritura de novelas no es una actividad sindical: no tiene por qué haber
acuerdo entre todos, ni siquiera entre dos») y más bien recurriendo a ciertas
obras emblemáticas que aluden a la violencia, abrevando en la crítica que ha
sido muy abundante. Antes agregaré algunas apreciaciones necesarias para
contextualizar el tema:
“En las últimas décadas,
una parte significativa de los textos que se han escrito sobre Colombia, en
campos como la literatura, la crónica, la historia y las ciencias sociales,
otorgan a la “violencia” un papel central en la configuración de la vida
social, política, económica y cultural del país. Las razones de esta
recurrencia resultan evidentes. La violencia en Colombia ha tenido efectos
catastróficos sobre la configuración social del país y sobre las vidas
individuales de la gran mayoría de sus habitantes”[5]. Podría decir que desde “La Mala hora” de
Gabriel García Márquez hasta las novelas de Jorge Franco, el incremento de las
novelas con esta temática es considerable.
Pero es importante establecer el contexto de esta gravidez: “Las
palabras de Arango Ferrer nos suenan hoy demasiado ingenuas y las de Cobo Borda
―más cercanas a nuestra contemporaneidad― nos evidencian el cambio de paradigma
estético que se dio en el campo literario colombiano a partir de finales de la
década de 1950 y, sobre todo, durante toda la década de 1960. "Este cambio de
paradigma obedece a seis causas principales: 1) el surgimiento de una nueva
mirada acerca del lenguaje usado en las obras literarias, distanciada del
gramaticalismo que caracterizó el siglo xix y las cuatro primeras décadas del
siglo xx; 2) el advenimiento de una perspectiva crítica que se alejaba de la
consideración sobre la novela como expresión de un “pueblo” para empezar a
verla como expresión “del hombre”; 3) la aparición de un nuevo público lector
que empezó a preferir el consumo de la prosa sobre la poesía; 4) el surgimiento
de premios de novela por iniciativa de entidades privadas; 5) el aumento en el
grado de diferenciación de las actividades intelectuales; 6) la elaboración de
la realidad cercana en las obras narrativas”[6].
Esta realidad es una violencia desborda que se puede contextualizar en los
siguientes periodos: “ Con la inevitable
-aunque ambigua y desigual- exposición de los efectos de la violencia
partidista que vivió Colombia durante las décadas del 50 y 60 (el hecho
socio-político e histórico más impactante que ha vivido el país en este siglo),
surgió en la literatura colombiana una tradición de escritura que se inicia
como puro testimonio y logra con el tiempo afianzarse como una opción estética
en la que la fuerza de lo temático va dando paso a la elaboración de obras de
gran alcance y valor artísticos”. Tomaré
como referencia como punto de partida la muerte del caudillo popular Jorge
Eliecer Gaitán el 9 de abril de 1948 hasta 1960, después el periodo entre este
año 1980 y por último desde esta última fecha hasta nuestros días, partiendo de
que la violencia en estas fechas tiene connotaciones diferentes y cada una está
alimentada por factores especiales muy diferenciadores".
Uno pensaría que frente a nuestra avasallante realidad, tarde o
temprano un autor colombiano terminaría tocando el tema de la violencia en su
obra, partiendo del hecho contundente que
nuestro entorno está cargada de hechos violentos múltiples y concomitantes,
siempre nos están tocando de alguna manera. Mire lo que escribió Gabriel García
Márquez hace más de sesenta años frente al compromiso del autor de tocar el
tema, lo asume desde una perspectiva política: “Las personas de temperamento
político, y tanto más cuanto más a la izquierda se sientan situadas, consideran
como un deber doctrinario presionar a los amigos escritores en el sentido de
que escriban libros políticos. Algunos, tal vez no más sectarios pero si menos
comprensivos, se sienten obligados a descalificar, más en privado que en
público, a los escritores amigos cuyos trabajos no parecen políticamente
comprometidos de manera evidente. Tal vez ninguna circunstancia de la vida
colombiana ha dado más motivo a ese género de presiones, que la violencia
política de los últimos años. Una pregunta oyen con frecuencia los escritores:
“¿Cuándo escribe algo sobre la violencia?” O también un reproche directo: “No
es justo que cuando en Colombia ha habido 300.000 muertes atroces en 10 años,
los novelistas sean indiferentes a ese drama.” La literatura, suponen sin
matices preguntantes y reprochadores, es un arma poderosa que no debe
permanecer neutral en la contienda política.
Conozco a algunos escritores que están de acuerdo en principio con ese
punto de vista. Pero en la práctica —para utilizar los mismos términos que
suelen movilizarse en las tertulias sobre el tema— acaso no hayan podido
resolver su más aguda contradicción: la que existe entre sus experiencias
vitales y su formación teórica. Conozco escritores que envidian la facilidad
con que algunos amigos se empeñan en resolver literariamente sus preocupaciones
políticas, pero sé que no envidian los resultados. Acaso sea más valioso contar
honestamente lo que uno se cree capaz de contar por haberlo vivido, que contar
con la misma honestidad lo que nuestra posición política nos indica que debe
ser contado, aunque tengamos que inventarlo. He oído decir a algunos escritores
y es preciso creerles a los escritores cuando revelan secretos de su profesión,
que la invención tiene que ver muy poco con las cosas que escriben. Consideran
que ninguna aventura de la imaginación tiene más valor literario que el más
insignificante episodio de la vida cotidiana. Y no lo creen por principio, sino
porque la práctica diaria, el esfuerzo de varios años, el haberse trasnochado
frente a la máquina de escribir y haber roto mucho y publicado poco, y el haber
tenido por eso mismo oportunidad de saber que escribir cuesta trabajo, los ha
arrastrado —digamos por la fuerza— a ese convencimiento”[7].
Las posiciones de este tipo terminan siendo poco importantes frente a la
realidad, casi todos los escritores nuestros han tocado el tema de la
violencia.
La primera novela que he
escogido curiosamente es “La mala hora” de Gabriel García Márquez. Se publicó en el 61 del
siglo pasado, pero la temática está referida a la violencia de los 50,
partidista, trazada por la política.
Esta es una de las novelas
que mejor ha tratado el tema de la violencia, es de una factura perfecta,
estructurada con un orden argumental al propósito del tema; el ambiente y la
atmosfera de violencia que se va sucintado a lo largo de las paginas termina contaminándonos,
nos abarca, los miedos constituyen el eje central de la trama, en esta novela
cada personaje responde a una simbología especifica, el cura, el alcalde, el
político, el poder en toda sus envestiduras, al estilo de Gabo, cada uno descrito
magistralmente. Miren el primer dialogo entre el cura y quien es encargado del
negocio del cine los domingos en el pueblo, este se produce después del
asesinato de Pastor por Cesar Montero, con el que empieza la trama del texto:
“.-Ya he aceptado la cuestión de los toques -dijo- porque es cierto que
hay películas inmorales. Pero ésta no tiene nada de particular. Pensábamos
darla el sábado en función infantil. El padre Ángel le explicó entonces que, en
efecto, la película no tenía ninguna calificación moral en la lista que recibía
todos los meses por correo. -Pero dar cine hoy -continuó- es una falta de
consideración habiendo un muerto en el pueblo. También eso hace parte de la
moral. El empresario lo miró. -El año pasado la misma policía mató un hombre
dentro del cine, y apenas sacaron al muerto se siguió la película exclamó.
-Ahora es distinto -dijo el padre-, el alcalde es un hombre cambiado. -Cuando
vuelva a haber elecciones volverá la matanza replicó el empresario,
exasperado-. Siempre, desde que el pueblo es pueblo, sucede la misma cosa.
-Veremos -dijo el padre”[8].
“Los acontecimientos
ocurren en un momento de tregua entre las guerrillas de ese período que se ha
venido llamando en Colombia la Violencia. Se presentan en orden cronológico
durante un período que va de un martes, 4 de octubre (pág. 7), a un viernes, 21
de octubre (pág. 197). El protagonista colectivo es el pueblo mismo que se
perfila a través de una serie de episodios en que el autor presenta en detalle
las acciones de los habitantes. Entre los personajes individuales que desfilan
por la obra se destacan el alcalde y el Padre Ángel”[9]. La
estructura está constituida por un trípode de hechos que confluyen como
factores emblemáticos que describen desde la línea argumental la violencia
imperante: “La estructura, fragmentada y suelta, responde a la intención del
autor de narrar la vida cotidiana de un pueblo en un momento dado de su
historia. Comprende esencialmente tres historias: a) la aparición de unos
pasquines que publican secretos de varios habitantes, secretos por cierto bien
conocidos; b) un diluvio que anega al pueblo y hace que los pobres de las
tierras bajas se muden a los altos del municipio; y c) las actividades del
alcalde, que se relacionan tanto con la primera como con la segunda historia.
Los temas que García Márquez desarrolla a lo largo de la novela se entretejen
en los diversos sucesos para dar a la obra cohesión interna, no obstante su
estructura episódica”[10].
“A nuestro parecer, la
estructura de la obra está concebida en dos planos: la externa, que corresponde
a la realidad inmediata y minuciosa en que se mueven los personajes, y la
interna, que revela las motivaciones psicológicas que influyen en las acciones
de los mismos. En su creación del plano externo el autor se vale de una visión
episódica y fragmentada que abarca las tres historias que hemos señalado. Entre
éstas la más importante es el relato de los pasquines que ponen en movimiento
las acciones y agitan la vida emocional del pueblo”[11].
Con esta obra se inició la renovación de la prosa en Colombia, renovación que se va
consolidando paulatinamente, tomó todas las herramientas posibles del periodismo, como cronista itinerante del país conoció nuestra situación, se subsume en
la realidad, desde la novela hace una transposición estética de la violencia. Gabo descibe la violencia que sufre
la provincia, la cual vive los efectos directos de la política capitalina. Desde este
pueblo, que no es Macondo, como las ondas que produce una piedra al ser tirada
al agua, su historia refleja una realidad que los abarca, del contexto nacional, está narrada desde los personajes en apariencia sin importancia. Parece un
libreto. Meticuloso en sus descripciones:
“César
Montero retrocedió. El alcalde continuó con el dedo tenso en el gatillo. No se
movió un solo músculo de su cuerpo, hasta que César Montero bajó la escopeta y
la dejó caer. Entonces el alcalde se dio cuenta de que estaba vestido apenas
con el pantalón del pijama, de que estaba sudando bajo la lluvia y de que la
muela había dejado de doler. Las casas se abrieron. Dos agentes de policía,
armados de fusiles, corrieron hacia el centro de la plaza. La multitud se
precipitó tras ellos. Los agentes saltaron en una media vuelta y gritaron con
los fusiles montados: -Atrás. El alcalde gritó con la voz tranquila, sin mirar
a nadie”
Estos hechos que parecen aislados en el principio, están conectados con una violencia política por fuera de su alcance,de cualquier posibilidad de manejo, irresoluta, como impuesta por un destino que se sale de sus manos, me refiero a esa violencia política, partidista irracional que se va regando por el país como una plaga, contaminando todo lo que toca.
Estos hechos que parecen aislados en el principio, están conectados con una violencia política por fuera de su alcance,de cualquier posibilidad de manejo, irresoluta, como impuesta por un destino que se sale de sus manos, me refiero a esa violencia política, partidista irracional que se va regando por el país como una plaga, contaminando todo lo que toca.
En otra entrega continuare con el análisis de esta novela y después trataremos a Manuel Mejía Vallejo.
[1]
Seis estudios sobre la novela de la violencia en Colombia. Oscar Osorio.
[2]
Novela de la violencia: una herramienta para la
construcción de memoria histórica en Colombia.
1946-1959. Pag 15. LAURA MILENA NIEVES GONZÁLEZ.
[3]
Como podemos ver la violencia ha sido parte transversal de
la historia de Colombia, tal vez por ello, la violencia es uno de los fenómenos
más novelados en la historia de la literatura colombiana. En Colombia contamos
con más de una centena de obras cuya diégesis se construye sobre el referente
de la Violencia. Escobar Mesa, limitándose al tramo entre 1949 y 1967, hizo la
lista de 70 obras de la novelística sobre la violencia [4] y Arango [5], por
otro lado, clasificó 74 obras publicadas entre 1951 y 1972. El Tolima ha
contribuido con varias de estas obras, entre las que podemos citar al libro de
cuentos La violencia diez veces contada, y las novelas Sin tierra para morir de
Eduardo santa, El sargento matacho de Alberto Machado Lozano, Los peregrinos de
la muerte de Alirio Vélez Machado y El jardín de las Hartmann de Jorge E.
Pardo. Muchas de estas obras salen en los años 60’s y 70´s. Según Luz Mary
Giraldo[6] esto se debió a “el compromiso político e ideológico del escritor”. Algunos
rasgos de la novela de la violencia presentes en las obras No morirás de German
Santamaría y El jardín de las Hartmann de Jorge Eliécer Pardo.
[4]
Jaime Alejandro Rodríguez -
Narrativa colombiana de fin de siglo. http://www.javeriana.edu.co/narrativa_colombiana/contenido/bibliograf/jar_narrativacol/intro.html
[5] Nación y narración
de la violencia en Colombia (de la historia a la sociología). María Helena Rueda.
[6]
La novela colombiana ante la historia y la crítica literarias (1934-1975).
Paula Andrea Marín Colorado.
[8]
“La mala hora”. Gabriel García Márquez. Pág 13.
[9]
Leydi Hazera. Estructura y temática de la mala
hora. Pag 472.
[10]
Ibidem.
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