La relación entre el
hombre y el perro está suficientemente documentada. Quiero hablar desde mi
experiencia personal. Esos dos seres vivos, mis mascotas, son dulce compañía de
absolutamente todo lo que hago en mi vida, con ellos tengo una sinergia y amor especial, una
relación al margen, suelen depararme experiencias por fuera de lo común, han abierto el espectro de mis amistades de una manera bastante generosa y me han
enseñado más sobre la naturaleza que todos los libros de ecología que he leído.
Compartir con un perro es recibir cien veces lo que damos. También es una forma de ocultar egoísmos y suplir esa incapacidad para
relacionarnos con los demás. Vivo en un Barrio de clase media en Medellín
Colombia. Se llama los Colores. Ubicado cerca del estadio y de un cuartel militar, atravesado por dos calles, como largas lanzas y varias carreras en un desorden inexplicable, en cuadrantes de ochenta metros, los que constituyen el último rescoldo de la cuadratura
española tradicional desde donde fueron creciendo nuestras ciudades: Casas amplias de
dos pisos, de muchos años de construcción, generosas, con espaciosos
antejardines. Conjuntos cerrados con más de cuarenta años, con apartamentos igualmente
amplios, llenos de zonas verdes y grotescamente, ganando cada vez más terreno,
torres nuevas, imponentes, producto de un acelerado crecimiento que se olvidó de
los espacios, hechos para reducir la convivencia a su mínima expresión,
pensados solo para obtener ganancias, sin un ápice de humanismo y carentes de zonas
verdes proporcionales al número de apartamentos y personas, son como guetos que
ocultan tal condición por la magia de la publicidad y el mercadeo que embruja a
las personas. El barrio guarda en todo caso su vieja semblanza, fue diseñado por constructores de otro tiempo, tal vez por ello está lleno de parques y zonas verdes. En ellos siempre hay gente en compañía de sus mascotas, panorama que se parece a esas pinturas del expresionismo, de parques floridos y gente que marcaba una época, reflejan lugares y costumbres
emblemáticas de Paris del siglo XIX. Las personas le dedican mucho tiempo a sus mascotas, tienen
una rutina implacable todos los días, con horas precisas. Mis salidas son de un rigor miliciano, en ellas reconozco a
mis pares, amos con perros de todas las razas, engalanados, descuidados, pequeños, grandes, bravos, consentidos,
juguetones, indiferentes, cansados….tengo dos horas exactas para sacar a Tony,
un viejo schnauzer, que lleva once años conmigo, sabio, lento, recatado e
indiferente y Lost, un joven de la misma raza que recogí de la calle, impetuoso, locuaz, atrevido sin
ser agresivo, juventud en efervesencía. Salgo a las 6 Am y a las 5 de la tarde. Hay algo
curioso e inexplicable, los perros se parecen a sus amos y estos a sus perros, reflejan en sus
locuaces movimientos las actitudes del amo. Podría decir que conociendo al
perro se conoce a su amo o a la inversa. Algo me impresiona de esta relación, los perros nos hacen ser más cordiales, más comunicativos, dispuestos, que
es mucho decir en estos tiempos de tantos egoísmos. Cuando salgo me encuentro
con Verónica, una ejecutiva que sale con sus dos perros, clara y directa, la comunicación con
sus mascotas la hace como si fueran dos personas. Ha vivido toda la vida en este barrio
y es de esos personajes que une, relaciona y siempre suma, con una constante,
sus mascotas son el eje pese a que su belleza sería suficiente razón para uno acercarse. Para tener su amistad es necesario e indefectible conquistar a sus
perros. Me encuentro en estos recorridos puntualmente con una socióloga recién egresada que tiene dos mascotas y está siempre acompañada de una amiga o de su madre, uno de sus perros es un viejo que debe alzar pues los años ya no le dan para
estos paseos y su compañero más joven que se somete con suma paciencia a esperas tediosas por la condición de su viejo amigo. A la misma hora también sale una señora, súper bien vestida, su soledad solo es mitigada por la relación con su mascota, habla con su perra
como si fuera su pareja, le gesticula y le manotea incesantemente, la perrita, consentida de sobremanera, sólo
tiene ojos para su ama, los demás no importamos. Mis perros me han aportado
muchos amigos. Ellos suplen una soledad sólo alivianada por el amor de mis
hijos. En toda relación del amo con su
perro hay siempre una ausencia, nosotros suplimos con estos seres muchas
carencias. Es un hecho, ellos nos ayudan a ser felices. Un perro es nobleza y puro
agradecimiento. En mi barrio, hay una especie de cofradía alrededor de las
mascotas. Las charlas casuales en el parque comienzan necesariamente por el tema de los perros, después se podrá hablar de
lo que sea, el a priori de la comunicación es lo que nos está pasando con las
mascotas. Mis perros en esta pasarela natural son de la peor apariencia: despeinados, alborotados, parecen rokeros de los años sesenta, muy anacrónicos para
estos tiempos de tanto glamour, con una constante, están siempre alegres. Quería hablar, de lo
que pasa cuando salgo con mis perros…es todo un acontecimiento pese a que es un acto que repito todos los días, no lo dudo, mis mascotas me ayudan a ser más humano.
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