Toda relación con la madre es de dependencia, de hecho no
importa cuánto crezcamos, no cambia, siempre será complicada lo que no quiere
decir que no pueda ser feliz. Cuando vi a mi mamá en cuidados intensivos de la
clínica Shaio de Bogotá después de un viaje intempestivo desde Medellín,
conectada a todo tipo de aparatos, disminuida físicamente, postrada diría,
confirmé que las llamadas de urgencia no eran exageraciones y que realmente
estaba muy mal. A las ocho de la mañana de un sábado de septiembre de dos mil
diez y siete (2017), empezó esta reflexión que me llevó a escribir este relato
por los sucesos que tanto me afectan. Un día después de mi llegada,
estuve cuarenta y cinco (45) minutos con
ella en cuidados intensivos, a solas, en un silencio cómplice, expectante y
misterioso, estaba completamente sedada. Realizaba movimientos
bruscos, involuntarios, efecto de una lucha interna inexplicable. Me impresionó como en estos eventos está uno a merced de los médicos, inerme, nadie en el
fondo sabe que pasa en el cuerpo, ellos están en una búsqueda tenaz por
entenderlo, leyendo los síntomas,
analizando las reacciones, basados en la infinidad de datos vitales con los que
se evalúa el estado de la persona, oteando para poder proceder. Se parece a esas novelas
policíacas donde se busca entender todo alrededor de un evento específico. Mi
madre tiene 80 años, su vida no ha sido para nada fácil, ha sido una guerrera y siempre ha resuelto
cada problema que se le presenta con una tenacidad admirable. La tragedia fue y
continúa siendo una constante en su vida, es complicado entender como ha resistido a tanta pérdida y dolor. A las familias
siempre las unen estos hechos. Cuando me llamaron me dijeron está muy grave, en
un tono cómo queriendo decir, de esta no va a pasar. Hace casi un mes y medio
habíamos estado en el matrimonio de uno de sus nietos, Camilo, en una fiesta
inolvidable que nos congregó después de muchos años. Hoy paradójicamente, nos reuniremos muchas personas, gracias a este triste
suceso, vendrán a la clínica personas que no veía desde hace más de
veinte (20) años y paradójicamente cada una de ellas tiene una relación especial
con mi madre. Miraba su rostro en la
soledad de de una habitación de urgencia en medio de mil aparatos y no asimilaba el momento, tal vez lo entendía prefigurando conceptos de sentido común: la
edad, ya no puede más, sería un pre-infarto, en últimas me preguntaba, cómo ese cuerpo que alguna vez
fue bello, lleno de vida, alegre, resuelto, vital en todo, terminó en un
estado de vulneralidad tan desmesurado, lacerante y difícil de manejar. Nunca
a pesar de lo inexorable imaginamos que todos somos candidatos fijos a estos
estados. Pensaba de nuevo en los límites. En nuestra existencia se nos
dificultad entender los limites. La vida es un tránsito hacía la muerte, a la
vejez. Nacemos y empezamos a morir.
Mi madre vive hace mucho
tiempo con mi hermana Nayibe, ella tiene dos hijos, han compartido su vida en una buena convivencia, sus nietos son una de las alegrías más
grandes. Mi cuñado Rubén de igual manera tiene una relación especial con mi madre y nunca ha tenido
resistencia a su estadía en su casa. Son más de veinte (20) años de una
convivencia total con acuerdos tácitos muy bien resguardados. De hecho el día de la crisis se encontraban Iván y Rubén, ellos
cumplían con sus rutinas habituales. En este apartamento las rutinas son muy
marcadas, todos tienen un trabajo y unos cronogramas muy puntuales. Curiosamente
pasa lo mismo con Nayron el perro
consentido de ellos, sabe cuándo se van a ir, a qué hora se arreglan, los siente llegar a metros, en fin,
es plena compañía, incondicional, pero sometido a rutinas como a todos y por su puesto consentido por la familia en pleno, especialmente por mi
madre. Estoy convencido que la felicidad de una familia se le debe más a las alegrías pequeñas que
se van juntando con los días, que a los
hechos de trascendencia que consideramos sustanciales, casi nunca valoramos nuestras rutinas que son
la constante. De pronto Iván, desde su pieza contigua a la de mi madre, sintió
un toser raro y como un atoramiento. Se acercó y lo que encontró fue una
persona desgonzada, morada y colapsando, casi sin signos vitales. Con mi cuñado en una actitud lúcida, pese al evento tan grave e intimidante, la llevaron de inmediato alzada al carro y la
trasladaron a la clínica. La evaluación de los médicos fue que este acto de
alguna manera le salvó la vida. Pensaba ahora viéndola dormida que no he sido un buen hijo, en momentos como este es imposible evadir las
culpas remozadas, des-hacer lo vivido. Siempre le he agradecido a mi hermana la
constancia y perseverancia en sus cuidados con mi madre, su atención, el estar
ahí siempre. Suplió mi ausencia y como dice Freud, los actos fallidos que hoy
no me enaltecen. La síntesis del sentido de la existencia es perversa. Tengo la certeza por hechos como este, que no hemos entendido el verdadero sentido de la vida. Nos batimos y
amargamos en cosas que al final no tienen importancia. Olvidamos lo esencial.
A las diez de la mañana después de verla, de hablar con la
enfermera jefe, de tomarme un tinto, pensé que lo único que tenemos es tiempo,
pese a que es poco, realmente no le
damos la importancia que tiene esta realidad Es un hecho después de la muerte inexorablemente
nos vamos diluyendo en la memoria de todos los seres que nos conocieron,
incluso de las personas más cercanas. Después de irnos seremos un vano recuerdo,
una cita apenas, una anécdota, una nostalgia, el peso de una ausencia que se desvanecerá.
La sumatoria de las pérdidas de mi madre son muchas. Las tragedias incontables
y sus resistencias aún más memorables.
A las diez de la mañana comenzaron a llegar los parientes más cercanos y las personas que
de alguna manera tuvieron una relación vital con ella. Después de ver
semejante romería entendí que con cada una tuvo una relación muy especial.
Detrás de cada persona hay una historia. Hay una constante en todas estas historias particulares. Ella siempre sirvió en el momento preciso y con cada
persona que convivió tuvo una relación vital, la vida les cambió a partir de
algunos hechos muy especiales. No hablo de dinero, me refiero a esa persona que
resulta ser fundamental para uno en la existencia, después de ella, la vida será otra cosa. Miryan, como se llama mi madre, lo
fue para cada una de ellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario