He querido
con una maliciosa intención traer este artículo de Borges escrito para el periódico
“El país” de España a propósito de una charla que daré sobre Borges en la biblioteca pública del barrio la floresta de Medellín Colombia,
con el único afán de constatar una vez más, la calidad y lucidez de una obra que alucina y que
definitivamente cambió la relación entre lector y la escritura para bien de la
literatura universal. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
JORGE LUIS BORGES
Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 9 de febrero
de 1986.
Gustav Spiller escribió que los sueños corresponden al plano más bajo de
nuestra actividad mental. No comparto ese concepto que, a mi parecer, tiende a
subestimar al arte. Todas las artes son acaso una forma de sueño. Ist es mei
Leben getraümt oder ist es wahr? ¿He soñado mi vida o fue verdadera?, se
pregunta espléndidamente el poeta austriaco Walter von der Vegelweide.La
literatura inglesa y los sueños guardan una antigua relación. Beda el Venerable
refiere que Caedmon, el primer poeta de Inglaterra, compuso su primer poema en
un sueño. Stevenson confiesa que soñó la transformación de Jekyill en Hyde y la
escena central de Olalla. Un triple sueño de palabras, de arquitectura y de
música dictó a Coleridge el admirable fragmento de Kubla Khan. Los casos del
sueño como tema son innumerables en la historia de la literatura. Pero sin duda
los más ilustres se hallan en los libros que nos ha dejado Lewis Carroll.
Alicia sueña con el rey Rojo, que está soñándola, y alguien le advierte que si
el rey se despierta ella se apagará como una vela, porque no es más que un
sueño del rey que ella está soñando. Los dos sueños de Alicia bordean la
pesadilla. Las ilustraciones de Tenniel (que ahora son inherentes a la obra y
que a Carroll no le gustaban) continuamente acentúan la sugerida amenaza. A
primera vista, las aventuras de Alicia parecen irresponsables o casi
arbitrarias; luego comprobamos que encierran el secreto rigor del ajedrez y de
la baraja, que asimismo son aventuras de la imaginación. Carroll, según se
sabe, fue profesor de matemáticas en la universidad de Oxford; las paradojas
logico-matemáticas que la obra nos propone no impide que ésta sea una magia
para los niños.
En el trasfondo de los sueños de Lewis Carroll acecha una resignada y
sonriente melancolía; la soledad de Alicia entre sus monstruos refleja acaso la
del célibe que tejió la inolvidable fábula. La soledad de un hombre que no se
atrevió nunca al amor y que no tuvo otros amigos que algunas niñas que el tiempo
fue robándole, ni otro placer que la fotografía, menospreciada entonces. Queda
otra zona, que mi incapacidad no entrevé y que algunos entendidos desdeñan: la
de los pillow problems que urdió para poblar las noches del insomnio y para
alejar (él mismo lo confiesa) los malos pensamientos que lo acosaban. El triste
Caballero Blanco, artífice de cosas inservibles, es un autorretrato deliberado
y una proyección, tal vez involuntaria, de aquel provinciano que trató de ser
Don Quijote. Un Quijote o Quijano que nunca sabe si es un pobre sujeto que
sueña ser un paladín cercado de hechiceros o un paladín cercado de hechiceros
que sueña ser un pobre sujeto. Recuerdo ahora que Martin Gardner, a propósito
de estos sueños recíprocos, nos habla de cierta obesa que pinta a una pintora
flaca, que pinta a una pintora obesa que pinta a una pintora flaca, y así hasta
lo infinito.
De todos los episodios de Alicia, el más inolvidable es el adiós del
Caballero Blanco. Quizá el Caballero está conmovido, porque no ignora que él
también es un sueño de Alicia, como Alicia fue un sueño del rey Rojo, que está
a punto de esfumarse. El Caballero es el propio Carroll que se despide de los
queridos sueños que poblaron su soledad.
Quien escribe para los niños corre peligro de quedar contaminado de
puerilidad; el autor se confunde con los oyentes. Tal es el caso de Jean de La
Fontaine, de Robert Louis Stevenson y de Rudyard Kipling. Se olvida que
Stevenson escribió A child's garden or verses, pero también The master of
Ballantrae; se olvida que Kipling nos ha dejado las Just so stories y los
relatos más complejos y trágicos de nuestro siglo. En lo que a Carroll se
refiere creo que los admirables libros de Alicia pueden ser leídos y releídos,
según la locución hoy habitual, en muy diversos planos.
Esos sueños forman parte de nuestra felicidad; ojalá compartan esa
felicidad quienes, más allá de los años y la repetida vigilia, siguen, como yo,
volviendo sus páginas.
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