Hay una
responsabilidad del escritor con su entorno, con su presente. Su oficio y las
tribulaciones del mundo le generan una tensión, que no es fácil de superar, las
que revela, somete y en ocasiones aliviana. Camus dilucidó en algunos ensayos
esta línea tan frágil. El nivel de conciencia hace parte y es pertinente a la
racionalidad expuesta en el ensayo, la ficción o la poesía, el mundo creativo
también tiene exigencias morales y por supuesto políticas.
El lector,
quien no es un simple espectador, también tiene responsabilidades de las que
poco se habla. Pocas veces me he encontrado con el itinerario de un lector.
Cuando tengo un diario, bien sea los dos tomos de Robert Musil, los apuntes de
Canetti, los diarios de Byo Casares con Borges, para citar algunos de los más
connotados, los que prácticamente son una cronología íntima de las lecturas y
encuentros de estos escritores con otros autores y por supuesto muchas cosas de su vida, me pregunto, por el papel de
la lectura en el mundo contemporáneo, como se da el intercambio entre los
autores y los lectores, cuál es la medida de esta relación, cuando estamos en
un mundo globalizado y súper conectado.
Es un hecho,
contrario a lo que muchos pensaban, el libro físico mantiene una vigencia
total. La soledad que es la constante del hombre contemporáneo, en la era de la
información, en la que paradójicamente estamos cada vez más solos, el libro se ha vuelto
nuestra mejor compañía. Cuando abrimos un libro, entramos en la conversación
con un autor específico y como arte de magia emprendemos un diálogo que nos
conecta con su universo, con una visión contenida en el texto.
Todos los
días leo tres páginas de los diarios de Byo y Borges, de los encuentros con el círculo
íntimo de sus amistades. Es extraordinario este texto. De la mano de estos dos
sabios, de Silvina Ocampo, de muchos personajes del viejo Buenos aires, pareciera
que hacemos un viaje por la literatura universal en comentarios muy profundos hechos
por lectores mayores, sin ninguna arrogancia, esclarecedores, develan el
itinerario de muchas lecturas y descubrimientos. Como si entraramos en una
conversación.
Dice en uno
de sus apartes este diario. Fecha, 1947. Miércoles 21 de mayo, empecé el
diario. Domingo 28 de diciembre: “Conversación con Silvina. Dice que cada uno
de nosotros tiene un tema, al que siempre vuelve: Borges, la repetición
infinita; Ella los diarios proféticos; yo la evasión a unos pocos días de
felicidad, que eternamente se repiten: La invención de Morel; el perjurio de la
nieve, la novela (O cuento) que ahora escribo (De los tres días y tres noches
de carnaval) Le conté que referí a Borges el otro laberinto, en una versión muy
tosca, hacia 1935, mientras caminábamos por
la calle Vicente López, cerca del cementerio de la Recoleta; el me habló de Berkely square, film basado en the sense of the past, después empecé -y
abandoné- la novela pasado mortal y
en dos o tres meses de 1945, escribí “El
otro laberinto” “.
Cada entrada
de este diario es un diálogo sobre literatura. De la mano de Borges, Silvina,
en ocasiones Sábato, por los temas más variopintos, pero con la lucidez de dos
hombres que solo se deben a las letras, realmente son un faro para los amantes
de la literatura.
Héctor Abad
Facio Lince, el escritor colombiano acaba de publicar sus diarios. En Colombia son muy pocos los escritores que
tienen memorias o han escrito este tipo de textos. Empecé su lectura. El tono
afable, la prosa suelta, como si uno estuviera tomando tinto con el escritor, hace de su lectura un trasegar por el itinerario de sus de sus lecturas y la
formación como escritor. De igual manera hay infinidad de datos y narraciones
sobre el sucedáneo de su vida con todas sus complicaciones y virtudes. Conocemos
el lado íntimo del escritor, la escritura sin pretensiones literarias, este
ejercicio constituye una especie de meditación alimentada por el sentido de trascendentalidad de las mínimas rutinas,
y el reconocimiento del ser desde la
otredad.
Recuerdo los
primeros libros de Sábato, “Heterodoxia”, “uno y el universo”, “El escritor y
sus fantasmas” que tenían ese sabor de intimidad y conversación suelta. Los
lectores también tenemos una responsabilidad. No me cabe la menor duda. Me ha gustado mucho lo poco que he leído del texto de Héctor Abad.
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