Este crítico peruano fue de suma importancia para entender la obra del
Boom y para su divulgación, escribió ensayos profundos, bien hilvanados y
esclarecedores de la obra de cada uno de sus escritores y especialmente de
Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, además de muchos libros sobre algunos escritores de este movimiento, excelentes trabajos. Este es uno
de sus últimos artículos, escrito para “Letras libres” es un pequeño homenaje a
propósito de su muerte, solo me tomo un tiempo para publicar un texto sobre lo
que significó su presencia para la literatura latinoamericana. CESAR HERNANDO
BUSTAMANTE HUERTAS.
No me resulta
nada fácil escribir sobre Fernando de Szyszlo y su esposa Lila: fueron mis
amigos durante más de medio siglo y compartimos por aquí y allá una serie de
gratas aventuras, encuentros, hechos trágicos (la muerte de su hijo Lorenzo, la
de su primera esposa, la poeta Blanca Varela, y la de amigos íntimos como Luis
“Cartucho” Miró Quesada), descubrimientos intelectuales y un indeclinable
afecto mutuo. Es innegable que, como artista plástico, “Gody” (ese es el apodo
que usábamos en el estrecho círculo de amistades que lo rodeaban) es la figura
clave del siglo XX y de la actual, en los que trabajó con una tenacidad
ejemplar y una maestría que pocos han alcanzado en nuestro continente y aún
fuera de él. Su vastísima obra está marcada por dos rasgos capitales: la
lección estética y moral de la vanguardia –especialmente la del surrealismo que
descubrió de primera mano en sus años juveniles europeos– y, al mismo tiempo,
las formas del antiguo arte peruano, en particular las de las culturas
preincaicas que florecieron en la costa. Esto sintetiza la paradójica fusión de
lo moderno y lo ancestral, lo novedoso y lo primitivo, alianza que hallamos en
pintores de la talla de Picasso, Klee y Max Ernst, entre tantos otros.
La
extraordinaria elegancia de sus formas jugaron siempre con esa alianza que creó
y recreó en busca de la difícil perfección, que, como él bien sabía, es tal vez
inalcanzable. Gody solía reírse del vocabulario consabido del lenguaje crítico
dominante entre nosotros, lleno de frases que nos hacían sonreír (como “valores
cromáticos” y “texturas simbólicas”). Era un convencido de que la mejor crítica
de arte no era la que usaban los especialistas, sino la de los que trataban de
desentrañar el misterio de las formas visuales usando el lenguaje poético. No
es extraño, por eso, que uno de sus críticos favoritos fuese Octavio Paz.
Gody era un
gran lector de poesía y novela, desde el desgarrador canto fúnebre por la
muerte del Inca Atahualpa que tradujo admirablemente José María Arguedas, hasta
Proust, Borges, Neruda, Cortázar, Eielson, Rimbaud y tantos otros que descubrió
para él mismo y para nosotros sus amigos. La mención a Proust es significativa
no solo para él, sino también para Lila, quien, como nos enteramos por las
admirables páginas de las memorias de Szyszlo, La vida sin dueño (Alfaguara,
2017), obtuvo un premio sobre ese autor convocado en París, dato que pocos
conocían fuera del Perú.
Aparte de la
silenciosa presencia de Lila mientras trabajaba en su taller, Gody pintaba
sumergido en el estímulo musical de Mozart, cuyas composiciones escuchaba sin
cesar en la colección completa que editó Deutsche Grammophon. Creo que Gody
escuchaba a Mozart como un cántico contra la muerte que se correspondía con el
tono cada vez más luctuoso de su obra plástica y con sus imágenes, cuya tensión
aludía sin duda a la de la vida misma, breve relámpago que ilumina nuestra
propia destrucción. Es una dolorosa ironía saber que Gody y Lila murieron
juntos al tropezar y caer desde la escalera que daba al living del primer piso.
Recuerdo perfectamente esa escalera que era casi aérea, es decir, sin
contrapaso y con solo una pala prehispánica de navegación fijada como baranda
para apoyar la mano, y que a mí me producía vértigo de solo mirarla. Los
cuerpos fueron hallados inertes y tomados de la mano. Creo que cabe recordar
aquí que Gody era sobrino carnal de Abraham Valdelomar, elegante poeta peruano
de la época modernista, cuyo soneto “Tristitia” Gody podía repetir de memoria.
Valdelomar murió a los 31 años al caer de lo alto de la escalera de un hotel.
Trágicas ironías de la vida y de la muerte.
JOSÉ MIGUEL
OVIEDO
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