Hace mucho tiempo he querido hablar de la obra de este gran escritor Colombiano, que gracias a su calidad empieza a tener reconocimientos muy serios en el mundo. En Colombia hay escritores excelentes que son desconocidos por la crítica acartonada de la capital, que sepulta talentos implacablemente por razones que nada tienen que ver con la literatura. Germán Espinoza toda la vida lucho con la crítica especializada de Bogotá quien nunca admitió su talento y la calidad de su obra, que tuvo sobrados reconocimientos a nivel mundial. Siempre fue mirado con desdén, por una elite que maneja el medio cultural y la prensa, para no hablar de toda la parafernalia que tiene que ver con conferencias, lanzamientos y charlas. Evelio Rosero, ha recibido un tratamiento similar. Como en el caso de Germán su obra ha sabido imponerse gracias a una calidad indiscutible.
El talento se impone. Evelio ha ganado muchos premios: De cuento,
de novela y fue publicado por los principales diarios Colombianos sin recurrir
a lagartearías, ni ha influencias. En
1979, a sus 21 años, el relato Ausentes le vale su primer reconocimiento
literario: el Premio Nacional de Cuento “Gobernación del Quindío”, publicado
por el Instituto Colombiano de Cultura en el libro 17 cuentos colombianos.
Tres años después, obtiene en México el Premio Iberoamericano de Libro de
Cuentos Netzahualcóyotl, así como el Premio Internacional de novela breve La
Marcelina, de Valencia, España, por Papá es santo y sabio. En este
punto, Rosero viaja a Europa, en donde reside primero en París y luego en
Barcelona. Se inicia en la novela con la trilogía Primera vez,
conformada por Mateo solo (1984), Juliana los mira ([[1986),
novela ya traducida a cinco idiomas, y El incendiado 1988), que ganó el
II Premio Gómez Valderrama a la mejor novela publicada en el quinquenio de
1988-1992. En este período también concluye una colección de cuentos en la que
venía trabajando hace un tiempo, Cuento para matar a un perro y otros
cuentos (1989). En 1991 publica la novela para niños Pelea en el parque;
esta incursión en la literatura infantil es seguida por el libro de cuentos El
aprendiz de mago (1992). Ese mismo año aparece su siguiente novela, Señor
que no conoce la luna, tras la cual vendrá un período de trabajo en los
géneros de cuento, Las esquinas más largas (1998), y teatro, Ahí
están pintados (1998). En el 2000 publica dos novelas más, Cuchilla
y Plutón, y luego, Los almuerzos ( 2001) y Juega el amor (2002).
Juliana los mira la comenzó en París y la terminó en Barcelona, dos
ciudades en las que vivió unos años difíciles, según ha contado: en la capital
francesa tuvo que "tocar la flauta, en el metro". En España
"viví tres años a punta de vino Pelión, como llamábamos con los
amigos al vino barato. El año 2006
se puede marcar como un punto de inflexión en su trayectoria: publica su novela
más aclamada y premiada hasta el momento, Los ejércitos, y el Ministerio
de Cultura le otorga el Premio Nacional de Literatura como reconocimiento a
toda una vida dedicada a la escritura. También en 2006 publica el poemario Las
lunas de Chía. Los ejércitos obtienen en 2007 el II Premio
Internacional de Novela Tusquets. La novela ha sido traducida a siete idiomas,
y, en 2009, el diario inglés The Independent le otorgó el Foreign Fiction
Prize, considerándola la mejor obra de ficción traducida al inglés”.
Lo primero que hay que decir es: sus novelas se dejan leer. cumplen con
aquella sentencia vital: la principal responsabilidad de un buen escritor: es agradar
al lector. Son de una factura impecable, están muy bien armadas. Casi
siempre el buen cuentista, es buen novelista. En la mayoría de veces, la voz narrativa la llevan sus protagonistas.
En su trilogía inicial son niños: Mateo solo, juliano los mira y el incendiado. Jaime Mejía Duque analiza
la construcción del narrador en Mateo solo, señala que los procesos que cumplen los distintos personajes se
entienden a partir de las observaciones de Mateo, dinámica dentro de la cual el
hecho de que el narrador sea un niño estaría ejerciendo una mediación. Por otro
lado, Mejía Duque dice que la narración se encuentra marcada por un
extrañamiento en la voz del narrador, que sería el resultado de una tendencia
cosificante en el trato que le brindan los demás personajes, de tal forma que
Mateo estaría ejerciendo un acto de resistencia a la cosificación en su
narración, lo cual vuelve al tema de la desidealización de la infancia.
Con el tiempo y gracias a su perseverancia y compromiso con la literatura, en un país donde es imposible vivir de la escritura, su prosa adquiere más solidez y a su experiencia inicial como
cuentista y novelista, se le suma su
trashumancia literaria por las principales capitales Europeas y la busqueda de la perfección textual en sus novelas. Con “los ejércitos “se consolida
como escritor y recibe todos los reconocimientos. El tema: La violencia en Colombia, recurrente en nuestra literatura. Desde “la mala hora” de Gabriel García Márquez hasta las últimas novelas de
la década del noventa de la generación pos-boom, ha sido tratada desde múltiples
opticas. Rosero no ha sido ajeno al mismo. En este libro el peso de la historia lo llevan las víctimas, pero estas la explican, cuando leemos la historia, vivimos la carga de violencia . En “Los ejércitos” es escritor tiene la virtud de situarnos
en el entorno y la situación de quienes está sometidos a vivir entre fuegos, repito, no para explicarla, sino para sentirla.
Cuando se empezó a reconocer la calidad literaria de su novela “los
Almuerzos” reeditada en España, esto expresó el escritor: “Al
igual que la mayoría de mis obras editadas en Colombia, Los almuerzos no tuvo
un solo comentario y menos crítica alguna: silencio absoluto alrededor, algo a
lo que ya estaba acostumbrado, pero que en todo caso era difícil asumir”,
y añade: “Con la reedición de Tusquets en España ha ocurrido todo lo contrario, y
eso, por supuesto, me reanima. Otra de mis obras, Señor que no conoce la Luna,
de hace 17 años, va a reeditarse en Mondadori. Igual, la primera de mis
novelas, Mateo Solo, aparecida hace 25 años, la publicó recientemente
Entreletras, su primera editorial. Eso conforta a cualquier escritor”.
En Colombia hay obras, que tienen una resonancia injustificada y otras en cambio
se ignoran inexplicablemente. Este es el
caso de esta novela.
La revista “Arcadia” publicó una excelente crónica a propósito del premio.
Allí se revelaron aspectos fundamentales de su vida que nos permiten identificar claves en su obra: “nació
en Bogotá, en 1958 y a los ocho años, me dice, vivía en Pasto con su madre y su
padre. En 1966 se había ido de Bogotá para la capital más al sur de Colombia.
"Los pueblos en donde pasábamos las vacaciones, o más bien cerca de ellos,
son los que se me grabaron en la memoria, y sus paisajes geográficos y humanos
fueron definitivos, alimentaron todas mis novelas de índole rural y campesina.
Consacá, a un lado de Bomboná, donde ocurrió una de las más cruentas batallas
de la independencia, Piedrancha, Ricaurte, en la vía a Tumaco, igual que
Barbacoas, Cumbal, son los epicentros reales donde se erigen los personajes
imaginarios de En el lejero y Los ejércitos". Su padre, un lector
fervoroso, le enseñó clásicos como los de Dickens y Daniel Defoe. Fue con Defoe,
devorado por la pasión por el náufrago más famoso del mundo, que comenzó a
escribir. Inventó un Robinson Crusoe que se enamoraba de la niña que le
gustaba. "Fue una novela de infancia, pero fue la primera.
Tiene obras novedosas desde lo
formal, sorprende que hayan sido desconocidas por la crítica especializada. “Cuchilla” y “lejeros”, son de una estructura
por fuera del canon y puede llamársele experimentales.
Capítulo aparte son sus cuentos, que ameritan otro
artículo. Es definitivo, con Rosero se confirma el hecho que la literatura
Colombiana está en un buen momento. No cabe duda que es un representante
fiel de este grupo de escritores talentosos. Hace un mes se publicó su novela
'La carroza de Bolívar.
Esto reseño Cristian Valencia en la revista “Arcadia “sobre esta obra: La primera masacre de civiles perpetuada en Colombia fue
ordenada por Simón Bolívar y ejecutada por el Mariscal Sucre un 24 de agosto de
1822 en Pasto. Aquello se conoció y se conoce como La Navidad Negra, y todavía
lo recuerdan algunos pastusos que heredaron relatos de boca en boca. De ese
hecho dieron cuenta algunos historiadores condenados en su época al escarnio
público, y sus obras fueron prohibidas o mandadas a quemar en plazas
principales. Uno de ellos, pastuso él, José Rafael Sañudo, tuvo el coraje de
publicar Estudios sobre la vida de Bolívar en 1925, cuando más sectaria y
cejijunta era la república conservadora. Y por supuesto despertó la ira
nacional en todo el país, porque la imagen de Bolívar se había convertido en un
baluarte de las buenas costumbres, del catolicismo y los principios
conservadores. Meterse con el Libertador en este país, en este continente, es
casi tan grave como meterse con la imagen de Cristo, porque los mitos están ahí
para eso, para que se los consuman distintas ideologías, los usen como marca
registrada en favor de sus principios, y para perpetuarlos en la memoria, sin
derecho a revisiones. Y por eso, precisamente, es tan valiosa —¿valiente?— la
última novela de Evelio Rosero: La carroza de Bolívar. Porque vindica la
memoria de José Rafael Sañudo y, de paso, la memoria de todo el pueblo pastuso,
acusado en todos los estrados de pro monárquico, afecto a la causa del Rey de
España, cuando se libraban todas las batallas independentistas en este
continente. Desde hacía mucho tiempo Evelio Rosero tenía ganas de escribir una
novela sobre la gesta de Agustín Agualongo, ese indio bravo que derrotó a
Bolívar en Bomboná, y que luego de la rendición de España proclamó la guerra
contra la República, en parte porque el ejército libertador le impuso a los
indígenas un régimen quizá peor que los de la corona. Y aunque esta novela no
lo deja satisfecho al respecto, siente que de alguna manera pagó su deuda: “La
idea de escribir esta novela es de hace mucho, pero siempre me estrellé contra
el gran obstáculo: ¿cómo enlazar literatura con historia? Yo no quería repetir
la historia novelada, a la que uno como lector se ha acostumbrado y, en cierto
modo, deplora. Ese reto me animó a emprender la obra. A principios de los 90
acometí un Agualongo, plenamente fallido. Y ya en el 2000, mientras escribía En
el lejero y Los Ejércitos, empecé a pensar otra vez en el tema del
Bolívar, y diría que de una manera inconsciente. Los asuntos que alimentan esas
dos novelas son consecuencia de lo ocurrido en la independencia”. Como les
parece: habrá que leerla.
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