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FERNANDO SAVATER
Cuando Martin Heidegger
renunció al rectorado de la universidad de Friburgo y regresó a su tarea
docente, escarmentado pero no arrepentido de su colaboración con los nazis, un
colega le preguntó con ironía: “¿Qué tal tu viaje a Siracusa?”. Aludía al
intento de Platón de convertir a Dionisio, tirano de Siracusa, en un rey-filósofo,
aventura fracasada que casi le cuesta la vida. Los intelectuales de todos los
tiempos siempre han tenido la tentación de meterse en política, consiguiendo
muchas veces que fuese la política la que se metiera con ellos. Algunos les han
reprochado este afán, como Julien Benda en La trahison des clercs (aunque
él mismo no se privó de ejercerlo también), otros en cambio no han cesado de
exigirles ese compromiso… para luego afeárselo si no elegían su bando
preferido. Una excelente crónica de episodios a lo largo de la historia de la
relación entre intelectuales y poder político se encuentra en el libro de César
Antonio Molina La caza de los intelectuales(Destino). El autor
visitó también Siracusa (fue ministro de Cultura, quizá junto a Jorge Semprún
el más generosamente culto de todos) y tiene recuerdos agridulces de esa
excursión, de modo que sabe de lo que habla…
Sobre el tema escribió con
su penetración habitual Tony Judt, centrándose en los ejemplos franceses, desde
Voltaire y Zola los intelectuales par excellence. En Pasado
imperfecto (Taurus) se ocupa del periodo entre 1944 y 1956, cuando la
definición de cada cual se establecía según su postura ante el comunismo y la
Unión Soviética. EnEl peso de la responsabilidad (Taurus) estudia
sólo tres figuras emblemáticas —Léon Blum, Albert Camus y Raymond Aron— que
fueron ejemplares intelectual y moralmente, cada cual con sus fragilidades o
inconsecuencias, a los que conviene lo que Bertrand Russell dijo de Thomas
Paine: “Muchos hombres son detestados por sus vicios; él lo fue por sus
virtudes”. Ninguno de ellos compartió ese dogma digamosguillotinante (según
Judt proviene de la Revolución Francesa) tan extendido, que “todo cambio real
se produce y sólo se puede producir de resultas de una ruptura única y tajante.
Todo lo que no llegue a ser esa ruptura resulta inadecuado y por tanto
fraudulento”. Es una actitud antipolítica, porque la política es esa actividad
en la se negocian las diferencias sin la expectativa final de abolirlas alguna
vez definitivamente. Los tres autores mencionados fueron denostados
políticamente por intentar ser políticos real e intelectualmente.
Ayer se llamaba
“mediáticos” a los intelectuales que escribían en la prensa o salían a veces en
televisión. Hoy, lo más parecido a un intelectual mediático es probablemente
Belén Esteban (aunque ahora haya surgido de las pantallas algún otro Príncipe
del Pueblo para hacerle competencia). A algunos se les censura haberse vendido
al poder, entendiendo por tal el gobierno o los oligarcas. ¡Ingenuos! El verdadero
poder al que hoy ceden los intelectuales es otro, bien descrito por Alan
Fienkielkraut: “En los tiempos democráticos, todas las autoridades se hacen
sospechosas, salvo la autoridad de la opinión. No hay ningún poder que la
sociedad no recuse, excepto precisamente el poder social” (L’identité
malhereuse, Stock). Este es el poder irresistible y ante él conozco
gente ilustre que responde como aquel político venal descrito por Flaubert, que
“pagaría por venderse”.
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