La importancia literaria de Andrés Caicedo
empieza a ser reconocida y estudiada con mucha asiduidad y seriedad en
Latinoamérica y el mundo. Lógico que para una pléyade de críticos su
importancia y calidad no es gran novedad, son muchos los trabajos que confirman
este reconocimiento. Su vida, al igual que su obra, es una excelsa y armónica
obra de arte, trágica, llena de cine, de buena crítica, exponente fidedigno de
la generación de los setenta, vivió en pleno hipismo, en el nacimiento de la
tendencias ecológicas tan de moda hoy, Colombia empezaba la búsqueda incipiente
de la paz, la juventud disfrutaba el buen Rock, nacía una oposición a los
valores de una sociedad mojigata. Era urbano y citadino por excelencia. Nunca sintió la sombra de Gabo que opaco con su brillo a tantos escritores buenos. “lideró diferentes movimientos
culturales en Cali: El grupo literario los Dialogantes, el
Cineclub de Cali y la revista Ojo al Cine. En 1970 ganó el segundo Concurso
Literario de Cuento de Caracas con su obra "Los dientes de caperucita", empezaba a disfrutar las mieles de un reconocimiento intelectual que crecería
desmesuradamente. En su obra “Que viva la música” escribe que vivir más de 25
años es una vergüenza, fue una premonición a su suicidio ocurrido el 4 de mayo
de 1977 precisamente a esta edad, después de haber recibido una copia del libro
"Que viva la música"editado por una editorial Argentina. Su pasión
fue el cine y el teatro. En 1966 escribiría su primera obra de teatro, titulada
"Las curiosas conciencias"; de ese mismo año data su relato
"Infección". Un año más tarde dirige la obra "La cantante
calva"de Eugene Ionesco, y escribe las piezas "El fin de las
vacaciones", "Recibiendo al nuevo alumno", "El Mar",
"Los imbéciles también son testigos", y "La piel del otro
héroe"; con esta última obra ganaría el Primer Festival de Teatro
Estudiantil de Cali. En 1968, ingresa al Departamento de Teatro de la
Universidad del Valle -institución que abandonaría en 1971-; un año más tarde
ingresa como actor al Teatro Experimental de Cali, donde conoce a Enrique
Buenaventura.
1969 viene a ser el año más
prolífico de Andrés Caicedo. Su inicio en el ejercicio de la crítica
cinematográfica en los diarios El País, Occidente y El Pueblo viene a coincidir
con varios premios literarios: su relato "Berenice" es premiado en el
concurso de cuento de la Universidad del Valle, mientras que "Los dientes
de Caperucita" ocupa el segundo puesto en el Concurso Latinoamericano de
Cuento, organizado por la revista venezolana Imagen. Adapta y dirige otra obra
de Ionesco: "Las Sillas". Escribe los relatos "Por eso yo
regreso a mi ciudad", !Vacíos", "Los mensajeros",
"Besacalles", "De arriba a abajo de izquierda a derecha",
"El espectador", "Felices amistades" y "Lulita",
¿que no quiere abrir la puerta?
Fiel a su idea de que vivir más
de 25 años es una insensatez, Andrés intenta suicidarse dos veces en 1976; pese
a esto escribe dos cuentos más: Pronto y Noche sin fortuna, y aparecen los
números 3, 4 y 5 de la revista Ojo al cine. Entrega a Colcultura el manuscrito
final de ¡Que viva la música!, del cual alcanzaría a recibir un ejemplar
editado el cuatro de marzo de 1977; ese mismo día ingiere intencionalmente 60
pastillas de secobarbital, acto que acaba con su vida."
Estos datos, no suelen
retratarnos la dimensión de este creador, son apenas el corolario de cualquier
enciclopedia sobre una biografía literaria de incuestionable valor. Otros
deberán sumarse, pues la obra así lo amerita, a propósito del lanzamiento de su
autobiografía por Editorial Norma de la mano de Alberto Fuquet. Andrés
contrario a lo que muchos piensan por su aspecto, era un hombre juicioso,
ordenado en sus trabajos, tomaba notas extensas de sus lecturas, todas
consignadas en fólderes que aun se conservan, llevaba cada uno de sus trabajos
de acuerdo a cronogramas estrictos y en su obra se patentiza la influencia de
Cortázar, Vargas Llosa, Poe, sorprende como confluyen en sus textos el cine,
escribe como si tuviese una cámara, rastrea con su pluma escenas urbanas,
galopantes, de un ritmo avasallante, de la mano de los Rolling Stones y la
salsa de Richi Rey, como si el mundo fuese de un día. “Que viva la Música”
representa un icono para la literatura Colombiana y sus páginas de cine, pueden
tildarse como el punto de partida de la nueva crítica nacional.
1 comentario:
Sí atendiera a lo que dice Andrés Caicedo, el vate que escribe en cantico primaveral estaría casi tres veces muerto. Ese concepto de él es muy personal, porque sí todos nos ponemos en ese trance, ¿en dónde estaría la humanidad?.
Unos creean en su edad primera, otros en la segunda (como es el caso de Andrés), otros en la tercera y ¿cuántos en la cenitud?
No se puede desperdiciar esas oportunidades.
saludos,
Elkin
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